Ahmet Hamdi Tanpinar (Estambul 1901-1962) está considerado como el escritor turco más importante de la pasada centuria, así lo avala su compatriota Orhan Pamuk que reconoce la enorme influencia que ha tenido en su obra. Hijo de un juez, los distintos destinos de su padre le hiciereon viajar por toda Turquía. Estudió Literatura en la Universidad de Estambul y fue profesor universitario de Literatura, Historia del Arte, Mitología y Estética.
Escribió poesía, ensayo y novela, erigiéndose como un auténtico intelectual en años cruciales para Turquía, cuando se produjo el proceso de occidentalización del país y su acercamiento a Europa. A pesar de verse afectado por la imparable interiorización de los valores occidentales y el consiguiente abandono del pasado otomano, Tanpinar supo mantener una trayectoria muy personal acometiendo una profunda reflexión sobre los valores del antiguo Imperio Otomano y el Estambul del siglo XX, fusionando en su novelística elementos de la literatura oriental y occidental.
Su influencia es tan inequívoca que cada año se celebra en su memoria el Festival Literario Tanpinar, en Estambul.En este blog se ha reseñado su evocadora novela corta Lluvia de Verano (1955); pero también contamos en español con sus dos novelas más importantes, Paz y El Instituto para la Sincronización de los Relojes, traducidas directamente desde el turco por Rafael Carpintero.
Paz, (1954)
publicada por Sexto Piso en 2014, y considerada por muchos como la obra maestra de la literatura turca, trata la controversia de la occidentalización del país a partir de un exhaustivo análisis psicológico de sus personajes.
La novela constituye una feroz crítica contra la burocracia, la política en general y la estupidez humana, todo lo cual se hace patente cuando un poder centralizado y burocrático crea un organismo absurdo, El Instituto para la Sincronización de los Relojes (ISR).
La Primera Guerra Mundial supuso el desmantelamiento de vetustos imperios de los que nacieron estados más modernos. Mustafa Kemal, conocido como Ataturk -"El Padre de los Turcos"- se puso al frente de la recién creada República de Turquía y se comprometió a modernizar y occidentalizar la obsoleta máquina otomana. Sus reformas impactaron en todas las esferas de la sociedad: estableció la democracia representativa y la secularización del estado y la justicia, además de reconocer los derechos políticos de las mujeres. No se paró ahí, incluso intervino en la medición del tiempo, adoptando el calendario occidental y la división del día en 24 horas.
Ahmet Ahmdi Tanpinar tenía 22 años cuando, en octubre de 1923, se fundó oficialmente la República de Turquía. Vió con sus propios ojos la occidentalización de Turquía y por eso lo que nos muestra en "El Instituto..." nos suena tan auténtico. La obra es un relato sarcástico y mordaz sobre la occidentalización de la sociedad turca vista a través de los ojos de Hayri Irdal, “el hombre más simple y tonto del mundo”.
Hayri vivió en su primera juventud inmerso en la precariedad en trabajos ocasionales que casi no le alcanzaban para llegar a final de mes. Así empieza a contarnos sus aventuras y desventuras antes de convertirse en un hombre nuevo. Curiuosamente se ve envuelto en un extraño proceso judicial, de corte kafkiano, que lo pondrá en manos de un psicoanalista, gracias al cual conocerá a su salvador, Halit Ayarci. Halit será para Hayri lo que Ataturk para Turquía, el hombre providencial que logrará transformarlo. Con él llegará a ser subdirector de una de las instituciones más innovadoras y meritorias del mundo, "El Instituto para la Sincronización de los Relojes".
El Instituto es un monstruo disparatado. La mitad de los trabajadores son recomendados por el Gobierno y la otra son familiares de Hayri o Halit, Subdirector y Director, respectivamente. Todas las secretarias pasan sus horas de trabajo haciendo punto como posesas. Constantemente se abren estaciones de sincronización, en las que unas elegantes azafatas de uniforme ponen el reloj en hora a los transeúntes. Y esto es así porque en la antigua Estambul “todo tipo de prácticas religiosas se llevaban a cabo según el reloj: las cinco oraciones del día, la ruptura del ayuno y la comida de antes del amanecer en Ramadán”. Debido a ello, los relojes eran “la forma más segura de llegar a Dios”. El desatino llega a tal punto que se llega a establecer un sistema de multas, sorteos, descuentos, recargos y pagos a plazos para aquellos relojes que no vayan en hora; lo cual hace famoso al Instituto ya que los estambulíes lo ven como un faro del progreso.
El libro está lleno de pequeñas historias: la tía tacaña que resucitó, el diamante del almibarero, la Asociación Espiritista, la tortuga encomendada, el Doctor Ramiz, la historia del reloj, etc; atravesadas por una galería de personajes a cual más pintoresco: un vidente adicto a la grifa, el café del caos, los buscadores de tesoros...
Pero ocurre que Hayri es demasiado anticuado para los estándares de esa nueva y visionaria sociedad. En él conviven todavía lo nuevo y lo viejo, el progreso y la fe; por lo que ve con incredulidad el absurdo que le rodea.
Quizá sea la colección de ensayos más notable de la literatura turca moderna: cuadro histórico, arquitectónico, musical y literario de las cinco capitales del Imperio otomano, testigos del paso de las distintas civilizaciones que llegaron a asentarse en ellas.
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