viernes, 17 de febrero de 2023

LOS ENAMORAMIENTOS - de Javier Marías



Marías es un autor que cuenta con fieles y detractores merced a un estilo absolutamente personal. Es famosa su prosa serpenteante llena de caminos que se bifurcan; pero también merece resaltarse que el objeto de su escritura no son tanto los hechos, como la vivencia íntima que los personajes tienen de ellos.

Y es que el estilo de Marías viene determinado por lo inescrutable que puede llegar a ser la verdad. En la página 193 leemos: "uno nunca sabe si lo que se dice es verdad, nunca hay certeza de nada que no venga de nosotros mismos, y aún así". Mientras que en la 380: "La verdad no es nunca nítida, sino que siempre es maraña. Hasta la desentrañada". Así que el novelista se lanza a la búsqueda de esa nitidez imposible percutiendo en la ambigüedad de cada personaje y situación, revelando pensamientos y contradicciones, especulaciones y dudas, miedos y deseos. Esto es lo que nos ofrece Marías de forma única. El vuelo mental y sentimental de sus personajes. Y además con un punto de ironía, porque la cita completa dice así; "La verdad no es nunca nítida, sino que siempre es maraña. Hasta la desentrañada. Pero en la vida real casi nadie necesita averiguarla ni se dedica a investigar nada, eso sólo pasa en las novelas pueriles"...ja, ja, ja, como las de este maestro.

La trama no puede ser más sencilla. María trabaja en una editorial y desayuna todos los días en la misma cafetería. Allí observa a un matrimonio, Luisa y Miguel Desvern, pareja sobre la que elucubra cómo vive y se relaciona, mientras reflexiona sobre sí misma. Inesperadamente Miguel es asesinado fortuitamente en un aparcamiento. Este hecho provoca que María se acerque a Luisa para darle el pésame y, a través de ella, acabe conociendo al mejor amigo de Miguel, Javier Díaz-Dávila, con el que María acabará teniendo una relación. Esta pequeña red de circunstancias situará a María en una encrucijada turbadora ya que primero conocerá el crimen y sus efectos desde fuera para verse luego inmiscuida en él de forma inesperada.


Como se ve se trata de una novela sin acción que apenas cuenta con tres personajes que habitan dos escuetos escenarios: la cafetería donde coinciden todos los días la narradora y el matrimonio, y posteriormente el piso de Díaz-Dávila donde se ven los dos amantes. Ahí ocurre todo y no se necesita más, porque prima la introspección que es la que da vuelo a la obra, revelando que la circunstancia más doméstica puede manifestarse preñada de expectativa y secreto.

Pero entonces ¿se lee con gusto una novela tan introspectiva?
Por supuesto.
Javier Marías tiene una prosa brillante y envolvente que utiliza para fascinarnos con sus abismos psicológicos. Es densa y frondosa, pero palpitante, nunca estéril. Casi más que escribir, nos hace escuchar los engranajes mentales de sus personajes, cuyas dudas y temores acabamos compartiendo. 

Se puede decir que Los enamoramientos es una novela literaria, por la preeminencia de la escritura, la frondosidad de la prosa, las citas literarias que soportan su trama y las reflexiones y divagaciones sobre mil aspectos de la vida que la nutren. Pero todo sería demasiado abstracto si el autor no hubiese tenido la habilidad de introducir dos lances muy reales y dramáticos que anclan el devenir de la novela y la someten a una renovada tensión: un asesinato insospechado y la revelación que provoca una escucha secreta. Además la novela se sitúa bajo la advocación de dos de los maestros de Marías, Shakespeare y Balzac, el uno con el tormentoso Macbeth (al hilo del verso que refiere que la muerte llega siempre demasiado pronto: ‘She should have died hereafter’) y el otro con su fantasmal coronel Chabert, glosando la persistencia de los muertos en los asuntos de los vivos. 

















El tema de la novela es, como casi siempre, el amor y la muerte infectados por los virus de la mentira y la incertidumbre, que Marías hace pivotar hacia preocupaciones esenciales en su novelística, como la dificultad de conocer cabalmente la verdad, las relaciones de pareja y sus secretos, el peligro que puede suponer escuchar y los escrúpulos morales de quien sabe algo que podría perturbar vidas ajenas. Acompañadas en este caso por una profunda reflexión sobre la impunidad. En este sentido entronca con otras obras muy reconocidas de Marías como "Mañana en la batalla piensa en mí" y "Corazón tan blanco".

Especulaciones y digresiones constantes a partir de los hechos, además del flujo de pensamientos y recuerdos fijan el estilo de Marías para conseguir abismarnos en el alma de sus personajes. Tengo que reconocer que siempre me cuesta un poco adecuarme a él y suspender la incredulidad. Olvidarme de las prisas de la acción y dejarme mecer por el oleaje del pensamiento. Pero una vez acompasado nuestro espíritu, la lectura fluye con facilidad. Aunque cabe apuntar alguna repetición molesta y alguna digresión artificiosa (como cuando en la pág. 99 se cita todo un catálogo de objetos que quedan inútiles cuando alguien muere).

También hay que reconocer que el velo de la narradora femenina se rompe cuando aparecen ciertas bromas y puyas muy personales de Javier Marías; como las escenas en que María sufre en el fatuo envanecimiento de los escritores, o cuando aparece el académico Francisco Rico como personaje o la crítica contra prensa amarillista.

Uno de los aspectos más jugoso del libro es la serie de ideas que se exponen sobre la novela. Por ejemplo Díaz-Varela asigna a la ficción "la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que se da", cuando habla del regreso del finado coronel Chabert.
"Es una novela, y lo que ocurre en ellas da lo mismo y se olvida, una vez terminadas. Lo interesante son las posibilidades e ideas que nos inoculan y traen a través de sus casos imaginarios, se nos quedan con mayor nitidez que los sucesos reales y los tenemos más en cuenta". pág. 166
Es evidente que Javier Marías entendía la ficción como un laboratorio de exploración de la conducta humana, en el que la novela podría erigirse en una forma específica de entender la realidad. Su apuesta fue escribir sobre ella con ánimo de agotarla ofreciendo perspectivas múltiples y hasta contradictorias. De ahí la cantidad de alternativas y suposiciones que la narradora elucubra sin parar, en torno a las personas y los hechos.

Es como si el novelista quisiera contemplar todas las posibilidades de la realidad en una especie de narración cuántica, donde Miguel Desvern está vivo y muerto a la vez y donde cada situación tiene varias realidades alternativas que la narradora imagina y expone.
"se depende siempre de quien nos cuenta algo, éste decide por dónde empieza y cuándo para, qué revela y qué insinúa y qué calla, cuándo dice verdad y cuándo mentira o si combina las dos y no permite reconocerlas, o si engaña con la primera como se me había ocurrido que quizá estaba él haciendo; no, no es tan difícil, basta con exponerla de manera que no se crea, o que cueste tanto creerla como para acabar desechándola. Las verdades inverosímiles se prestan a eso y la vida está llena de ellas, mucho más que la peor novela, ninguna se atrevería a dar cabida en su seno a todos los azares y coincidencias posibles, infinitos en una sola existencia, no digamos en la suma de las habidas y de las que aún discurren. Resulta bochornoso que la realidad no imponga límites." pág. 303
Quiero acabar subrayando el hecho curioso de que Marías, lo mismo que hizo en Berta Isla, logra identificar su novela con una circunstancia del proceso de lectura o escritura. En Berta Isla sucede cuando Tupra le ofrece a Nevison una explicación del papel de los espías en la sociedad, comparándolos con los narradores en tercera persona. En la que nos ocupa identifica el estado de enamoramiento con el estado necesario para leer una novela.
"Cuando alguien está enamorado, o más precisamente cuando lo está una mujer y además es al principio y el enamoramiento todavía posee el atractivo de la revelación, por lo general somos capaces de interesarnos por cualquier asunto que interese o del que nos hable el que amamos. No solamente de fingirlo para agradarle o para conquistarlo o para asentar nuestra frágil plaza, que también, sino de prestar verdadera atención y dejarnos contagiar de veras por lo que quiera que él sienta y transmita, entusiasmo, aversión, simpatía, temor, preocupación o hasta obsesión. No digamos de acompañarlo en sus reflexiones improvisadas, que son las que más atan y arrastran porque asistimos a su nacimiento y las empujamos, y las vemos desperezarse y vacilar y tropezar. De pronto nos apasionan cosas a las que jamás habíamos dedicado un pensamiento, cogemos insospechadas manías, nos fijamos en detalles que nos habían pasado inadvertidos y que nuestra percepción habría seguido omitiendo hasta el fin de nuestros días, centramos nuestras energías en cuestiones que no nos afectan más que vicariamente o por hechizo o contaminación, como si decidiéramos vivir en una pantalla o en un escenario o en el interior de una novela, en un mundo ajeno de ficción que nos absorbe y entretiene más que el nuestro real, el cual dejamos temporalmente en suspenso o en un segundo lugar, y de paso descansamos de él (nada tan tentador como entregarse a otro, aunque sólo sea con la imaginación, y hacer nuestros sus problemas y sumergirnos en su existencia, que al no ser la nuestra ya es más leve por eso)"

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.