miércoles, 23 de junio de 2021

LOS PAPELES de TONY VEITCH - De William McIlvanney



Si tenemos en cuenta las tres mejores características que puedes encontrar en las grandes novelas negras, ésta las tiene en grado sumo: un detective carismático, complejo y comprometido; una ciudad áspera y violenta con la que se identifica aunque tenga que bregarla; y una trama endiabladamente intrincada por donde desfila una fauna tan diversa que va de lo más brutal y violento a lo puramente ingenuo.

La cosa empieza de forma casi anodina, con un vagabundo alcoholizado que a punto de morir llama al inspector Laidlaw. "Me dieron un vino que no era vino" es lo único que llega a farfullarle. Entre sus pertenencias sólo hay un reloj parado, unas monedas y un papel mugriento con unas reflexiones sobre moral:
"Cuanto mayor es la capacidad de elección personal, mayor es la moralidad. Tan sólo pueden ser verdaderamente buenos quienes han explorado su capacidad para el mal. El idealismo es la censura de la realidad". 
Y debajo unas notas a bolígrafo con una dirección, un número de teléfono y dos nombres, Lynsey Farren y Paddy Collins. En el teléfono no contesta nadie y mientras Lynsey Farren es una joven aristócrata, Paddy Collins es un matón que, además, muere esa misma noche asesinado a cuchilladas. Un buen embrollo.
Grafitti en Glasgow


La trama tiene un gran ritmo y en sus vibrantes diálogos el sarcasmo aflora con frecuencia. En Glasgow la cerveza se pide fuerte (no amarga), como nos explica uno de los protagonistas, y ese podría ser el carácter de la novela: con un sabor fuerte, aderezado con peleas y crímenes pero también con una buena ración de reflexiones sobre literatura, arte, historia y moral; las que nos aportan los papeles que Tony Veitch escribe compulsivamente y las que añade el carácter reflexivo del inspector Laidlaw.
"Yo me digo que mi trabajo tiene que ir más allá. Uno de los motivos por los que me dedico a esto es aprender. No sólo a echar el guante a los delincuentes, sino también a conocer cómo son en realidad, y por qué han llegado hasta aquí, con un poco de suerte. No he nacido para ser un perro guardián, un animal adiestrado para responder al silbido del amo. Para salir detrás del que me digan. Yo no me limito a desconfiar de los tipos a los que doy caza. También desconfío de la gente que me empuja a darles caza. Y no voy a cambiar."
El inspector Laidlaw pronto descubre que tanto Lynsey Farren como Paddy Collins están relacionados con Tony Veitch, un joven rico que reniega de su padre, ha dejado la universidad y lleva varios días desaparecido. Lo que ocurre es que Laidlaw no es el único que lo está buscando. Los dos capos locales que gobiernan la ciudad no están dispuestos a que nadie se cargue a uno de los suyos sin haber dado su consentimiento; de modo que también han enviado a sus huestes a buscarlo. Como los dos ejércitos que se enfrentan sobre el tablero del go, Laidlaw por su lado y los matones por el suyo avanzan por callejuelas y garitos indagando por Tony Veitch y su extraña relación con la muerte de un pordiosero y la de un matón.

Uno de los atractivos de la novela es que su personaje clave, Tony Veitch, no aparece en ningún momento; aunque su presencia gravita sobre cada página. Una fórmula que nos recuerda inevitablemente a clásicos como Rebeca de Daphne du Marier, que aunque nunca aparece viva está presente de forma abrumadora. O incluso Laura, de Vera Caspary que, siendo la referencia absoluta del libro, está ausente en la mayor parte de él.
Glasgow


Aunque los verdaderos polos galvanizadores del libro son el inspector Laidlaw y la ciudad que lo enreda, Glasgow. El carácter de Laidlaw daría para todo un ensayo. Un tipo decente y con una gran humanidad a la que no ha logrado mancillar el grosero trabajo que ejecuta. 
"No sé si tú te sientes a gusto en este oficio. Yo me siento tan a gusto como si llevara un cilicio puesto. Y bueno, sí, es mi trabajo y lo hago. Porque a veces me digo que lo que estoy haciendo es importante…Si todo se reduce a tapar el cubo de la basura en nombre de los ricos y poderosos, pues a tomar por saco. Mejor lo dejo. Pero yo me digo que mi trabajo tiene que ir más allá. Uno de los motivos por los que me dedico a esto es aprender. No sólo a echar el guante a los delincuentes, sino también a conocer cómo son en realidad.”
El inspector es un poco filósofo y mantiene un gran compromiso social. Para él el asesinato del vagabundo Eck Adamson es tan relevante como lo pueda ser el de un banquero. Su integridad y su tesón para llegar hasta el final le granjean el hartazgo de sus compañeros, y aunque no es un tipo solitario, su forma de investigar tiende a aislarlo. Su nivel de exigencia, ética y profesional, es difícil de seguir. Aunque todo ello no le exime de arrastrar algunas contradicciones: su vida matrimonial es un desastre y no le hace ascos a la botella.
"Eck era como uno de esos trozos de papel que el viento empuja por la acera. Era imposible considerar que el significado de las cosas estaba en otro lugar, que Eck era irrelevante. Eso sería una traición. Tan sólo nos tenemos los unos a los otros, y si todos somos huérfanos, la única salida honorable es adoptarnos los unos a los otros, desafiar el absurdo de nuestras vidas preocupándonos por el prójimo. Es la única nobleza que nos queda."


El inspector ya tuvo un excelente desarrollo psicológico en la primera novela de las tres que conforman la Trilogía de Glasgow, titulada precisamente Laidlaw. Allí conocimos en profundidad a este policía compasivo, vehemente, terco y abrasivo, portador de una dolorosa paradoja: es adicto a un trabajo que lo destruye y es un agente de la ley que continuamente la cuestiona. Pero no es el único personaje con entidad. Los papeles, cartas y reflexiones que Tony Veitch va entregando a todo aquel con quien se cruza, acaban conformando toda una loa a la juventud más rebelde e idealista...aunque también peligrosamente ingenua. 
Era propenso a tomarse en serio cualquier ocurrencia, a abrazar las ideas más estrafalarias. no podía resistirlo, era superior a sus fuerzas. Porque no vivía en el mundo real. Por eso trataba de adentrarse en la realidad, para conocerla mejor. A ver un momento: Tony es muy inteligente. Pero la suya es una inteligencia sin anticuerpos."
También hay que anotar los choques verbales que Laidlaw mantiene con su compañero Harkness, que no son precisamente intrascendentes: interminables caminatas por la ciudad para "absorber las calles" mientras la conversación adquiere esos tintes existenciales que para Harkness son "como contemplar a un hámster en la noria de su jaula, yendo a ninguna parte con desesperación". 

Todo lo que toca Laidlaw es objeto de su crítica y reflexión. Así Cuando visita al rector de la universidad donde estudiaba Veitch, recoge esta opinión del directivo: 
"Como sabemos, la universidad a veces viene a ser una especie de formol mental. Posibilita que las personas pongan sus cerebros en exposición, por mucho que en realidad no los usen para nada. Tony aspiraba a más. Para él, aceptar una idea quería decir asumir la responsabilidad de vivir según dicha idea." 
Universidad de Glasgow


Y no puede dejar de recordar que él mismo también huyó de la facultad:
"No tenía ganas de pertenecer a aquel círculo de opiniones sustentadas las unas en las otras que tantas veces pasa por ser cultura".
McIlvanney trenza una historia con varias capas donde se depositan todo tipo de reflexiones sobre ética, arte o literatura.
"Algo le decía que muchos de aquellos estudiosos vivían en el interior de sus propias cabezas, sin apenas salir de ellas. hasta considerarlas como el monte Sinaí. Le desgradaba el uso que hacían de la literatura, a fin de aislarse de la vida, y no para intensificarla.
A Laidlaw también le gustaban los libros, pero para él eran una suerte de alimento psíquico a transformar en energía para la existencia."
El otro epicentro de la novela es el territorio, crucial para la ficción criminal, y en esta trilogía McIlvanney da carta de naturaleza a Glasgow (y por extensión a Escocia) como ciudad del crimen. Glasgow se erige como un personaje más de la novela, sucia e industrial; cínica y dura. Escenario prototípico de una novela al más puro estilo hard-boiled; ese género violento y urbano que parecía exclusivamente norteamericano, pero que McIlvanney reproduce en Glasgow con todo su fiero esplendor. Laidlaw vive con intensidad la ciudad, conoce su historia y es una lástima que en la traducción se pierdan los giros y el dialecto local que, según he leído, McIlvanney recrea vívidamente.
"Qué clase de lugar es ése? Se preguntó.
Una ciudad pequeña y grande a la vez, se respondió. Una ciudad que no rehuía la pelea, que plantaba cara al viento y apretaba los dientes. Pero ¿Porqué era una ciudad tan dura? Pues a veces no podía ser más dura. Quizá tenía que ver con el famoso viento, que nunca había dejado de soplar con fuerza. Ni cuando Glasgow era la segunda ciudad del Imperio británico. La prosperidad no había llegado a ablandarla, porque la riqueza material de unos pocos había supuesto la pobreza de muchos. Esos muchos habían sobrevivido -a duras penas, con frecuencia-, y su carácter hoy era el carácter de ese lugar. Habían sobrevivido a la prosperidad y, en consecuencia, sobrevivirían a lo que hiciera falta. Ahora habían llegado las vacas flacas, pero ni reparaban en la diferencia. Si te caía un dinerito encima, lo que hacías era gastarlo. Porque el dinero siempre faltaba. Pues vaya una novedad. Así era Glasgow."
El Glasgow decimonónico


Laidlaw incluso es capaz de compartir con nosotros y con su compañero Harkness, su visión romántica del viejo Glasgow.
"No sé qué le ha pasado a esta ciudad. Antes había un respeto por la gente que vivía en la calle. Un respeto y un reconocimiento. No hace falta que te hable de Hisrstling Kate. O de Rab Ha´, el glotón de Glasgow. Eran personas como Eck.
Hirstling Kate fue una tullida que se desplazaba de rodillas con ayuda de unos bastones con punta. Rab Ha´, quien tenía fama de haberse comido un ternero de una sentada, acabó como vagabundo y murió mientras dormía en un henal en Thistle Street. Laidlaw acaba de sacar uno de los temas preferidos de Eddie Devlin.
Durante los siguiente minutos, Harkness aprendió sobre otras figuras míticas del Glasgow decimonónico, como Old Malabar, el músico ambulante irlandés, y Dungannon, el mozo de cuerda que siempre andaba descalzo por el bazar de Candleriggs."
La novela es muy rica en personajes y tramas que convergen con precisión mezclando, de forma explosiva, a matones, niños ricos, prostitutas y chantajistas. El estilo de McIlvanney es terso, sin florituras, a la vez que reflexivo. Logra una gran ambientación y hace respirar a la página con mordaces comentarios e inusuales digresiones: "De haberse embotellado la atmósfera, se habrían obtenido cócteles Molotov". O "Su rostro parecía un argumento que no se podía ganar". 

La trilogía de Glasgow sentó las bases de lo que luego se ha conocido como Tartan Noir (novela negra escocesa), caracterizada por unos detectives complejos y contradictorios (el síndrome Jekyll/Hyde escocés), un severo humor negro y el ejercicio de una crítica social y moral de la sociedad actual.








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William McIlvanney nació en Kilmarnock en 1936, estudió literatura inglesa en la Universidad de Glasgow, donde posteriormente ejerció de profesor hasta que, en 1975, pasó a dedicarse a la literatura. Poeta, articulista, guionista y narrador de la BBC, fue un novelista muy celebrado ya desde su debut con Remedy is none (1967), por el que ganó el Geoffrey Faber Memorial. Su laureada trilogía de Glasgow, compuesta por Laidlaw (1977), Los papeles de Tony Veitch (1983) y Extrañas lealtades (1992), situó a la urbe escocesa en el mapa de la novela negra y sentó las bases del Tartan noir que inspiró a autores como Ian Rankin e Irvine Welsh.
Fuera de la ficción criminal destacan otras dos novelas, también ambientadas en Glasgow, donde retrata personajes violentos y duros pero cotidianos, de clase trabajadora, que han de luchar contra un destino poco propicio: «Docherty» (1975) ganó el Whitbread Novel Prize y fue muy elogiada por la descripción de la resistencia y coraje de un minero. Mientras que en 1985 publicó "The Big Man", en el que narraba la historia de un hombre que busca un futuro mejor pasando de minero a boxeador. Este libro fue adaptado al cine en 1990 con Liam Neeson y Billy Connolly en sus papeles principales.
McIlvanney murió en 2015.

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