domingo, 6 de enero de 2019

LAIDLAW - de William McIlvanney








William McIlvanney se graduó en la Universidad de Glasgow y trabajó como profesor de inglés entre 1960 y 75. Sus conspicuos herederos -Ian Rankin y Val McDermid- lo reconocen como padre del tartan noirel subgénero policíaco ambientado en Escocia, que se distingue por  unos parámetros morales muy particulares.

Laidlaw es un lingotazo de whisky con todos sus pesares. Un libro a la vieja usanza, como lo son los crímenes violentos, la ciudad desolada (Glasgow) y un detective inconformista, desencantado y abrasivo. Jack Laidlaw es un inspector que no hace hace caso de nadie y arrastra el acre sabor de sus infidelidades, un código moral muy personal y una ristra de remordimientos. Los detectives con ansiedades existenciales y problemas de pareja no son infrecuentes en la actualidad; pero en 1977 cuando apareció Laidlaw, fue una luz nueva que se vertía sobre el noir. Laidlaw está rondando los cuarenta, es un cínico que se expresa sin filtros y está muy enraizado en un terruño que deja huella:
"Tal vez solo se trataba de que, al nacer en Escocia, uno viene ya con remordimientos bajo el brazo, cargado con una parte calvinista que va contra la mayoría de edad, y entonces toda la energía gastada vuelve en forma de culpa"
Laidlaw es un personaje complejo y atormentado. Siente empatía por los criminales que persigue, no porque apruebe sus crímenes, sino porque reconoce que todos tenemos zonas oscuras. Lector de Kierkegaard, Camus y Unamuno, “como si fueran una provisión encubierta de alcohol”, es un tipo muy consciente del desencanto que arrastra y las paradojas que habita:
“Le parecía que su naturaleza renacía como una acumulación de paradojas. Era un hombre potencialmente violento que odiaba la violencia, un defensor de la fidelidad que era infiel, un hombre activo que anhelaba comprensión. Estuvo tentado de abrir el cajón donde guardaba los libros de Kierkegaard, Camus y Unamuno, como si fueran una provisión encubierta de alcohol. En su lugar lanzó un buen suspiro y empezó a ordenar los papeles que tenía sobre el escritorio. No sabía hacer otra cosa que habitar en paradojas.”
Laidlaw es un detective filosófico y un tanto afligido; muy dado a reflexionar sobre la moralidad y el crimen. Es un tipo contradictorio y lleno de remordimientos. La descorazonadora paradoja que soporta Laidlaw es que es adicto a un trabajo que lo destruye y un agente de la ley que continuamente la cuestiona:
“Una de las cosas por las que estoy en este trabajo es para aprender. No sólo cómo atrapar criminales sino también quiénes son realmente y quizás por qué. No soy un perro guardián entrenado para cazar a quien me ordenen con un silbido. No sólo sospecho de la gente a la que doy caza. También de quienes me lo ordenan”.
La trama de la novela gira en torno a la investigación de la violación y asesinato de una adolescente, cuyo cuerpo aparece en un parque público de Glasgow. El inspector Jack Laidlaw es el encargado de descubrir al culpable, con la ayuda de su colega en el cuerpo, el detective Harkness, un contrapunto ciertamente holmesiano que nos depara disputas  muy brillantes. Pero también lo busca el padre de la joven asesinada, Bud Lawson, que está dispuesto a tomarse la justicia por su mano y además tiene contactos en el submundo criminal, lo que le permitirá tomar atajos. En el transcurso de la investigación conoceremos al padre de Jennifer, un hombre tremendamente controlador y a la propia joven que aquel día había acudido a una discoteca con su amiga Sarah y, al salir, no se fueron juntas del local. Entrevista tras entrevista, se descubrirá que la verdad ha sido maquillada y que a Jennifer no le ha quedado otro remedio que cubrir su vida de mentiras para poder vivir lejos de la mirada de sus padres.

“… más o menos todo el cuerpo de policía de Glasgow en frenética persecución de su propia ignorancia. Porque, aún en el caso de que lo atrapemos, ¿qué habremos encontrado? No tenemos ni idea. Y el asunto es que tenemos que hacer algo. Y después, el tribunal de justicia tendrá que hacer algo. En todo caso, ¿quién cree que la ley tiene algo que ver con la justicia? Es lo que tenemos porque no podemos tener justicia”.

El cabezota y enigmático Laidlaw se convierte en la parte más fértil de la novela, pero también su estructura. El propio autor reconoció que "Laidlaw no es un whodonit sino un porqué" y es que conocemos al culpable prácticamente al comienzo de la novela; de modo que el desarrollo se centra en ofrecernos la investigación desde distintas perspectivas: la del padre, la del dueño de un negocio que cuida de sus intereses y la de la policía. 
Glasgow
Por supuesto en el trasfondo de las novelas de Laidlaw está la ciudad de Glasgow, asimismo compleja y torturada, donde lo mismo encontramos humor y amabilidad que privación, fealdad y crueldad. Glasgow no es precisamente una ciudad turística. Abundan las zonas obreras y conflictivas, extrarradios virulentos "con una arquitectura penitenciaria". El autor se reconoce
"...enamorado de Glasgow. Me parece una ciudad interesantísima para colocar en ella a mi detective filósofo. Quizás sea el lugar más importante en la creación de Escocia. Históricamente jugó un papel importantísimo en los días del imperio británico, sus astilleros fueron uno de los motores del país y ahora es el corazón de la Escocia moderna. Es una ciudad muy dura, pero también muy verbal. El lugar perfecto para un escritor. Es el principal personaje de mis novelas. El resto son hijos de la ciudad".
Me llama la atención la humanidad que destila Laidlaw y su preocupación social. En el marco de un asesinato él aprecia implicaciones más amplias sobre las disfunciones de la sociedad en torno a la homofobia, conflicto de clases, drogadicción y fanatismo religioso. Incluso los debates entre el inspector y su ayudante Harkness -joven, guapo, educado en la universidad, sosegadamente intolerante y con un cierto sentido de superioridad- iluminan muchas de las diferencias que se dan en la sociedad escocesa. 

La novela fue reconocida con el premio Silver Dagger y dio inicio a la trilogía del inspector Laidlaw, continuada con “Extrañas lealtades” de 1991 y “Los papeles de Tony Veitch” de 1995. 

McIlvanney siempre se ha considerado parte de la clase trabajadora y este sentimiento está en la esencia de su escritura. En la universidad descubrió que ninguno de los textos de su curso de literatura trataba de la vida de la clase trabajadora que él conocía por experiencia propia. Como escritor se propuso corregir este desequilibrio. Publicó Docherty y fue recompensado por reacciones como la de un viejo minero que le espetó: "Usted contó mi historia". Al igual que otros escritores escoceses, se sintió enormemente decepcionado por el fracaso del referéndum de 1979 y perturbado por la erosión del idealismo social en los thatcheristas años ochenta.

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