domingo, 30 de junio de 2019

CHISTES para MILICIANOS - de Mazen Maarouf


Mazen Maarouf es un escritor palestino que vivió toda su vida como refugiado en Líbano hasta 2011. Ese año la Red Internacional de Ciudades Refugio, una organización que ofrece reubicar a escritores perseguidos en una población segura, le ofreció asilo en Reikiavik. Allí escribió los relatos de este volumen que reúne historias muy domésticas y espeluznantes que suceden en una ciudad en guerra, muy parecida a Beirut, bajo el prisma de un niño narrador. 
"mi identidad palestina siempre era una especie de fantasía, porque nunca he visitado Palestina, pero he nacido como un refugiado palestino en Líbano, y siempre me han contado que Palestina es mi país, pero no puedo verlo, ni disfrutarlo y no se me permite ir. Entonces es una identidad de fantasía, y Palestina siempre es una fantasía."
Creo que este ir y venir de ciudades y realidades tiene que ver con la textura del libro. El autor ha declarado que cuando llegó a Reikiavik "la paz que se vivía allí me perturbaba, no sabía vivir sin tensión". Las constantes que rodean al niño-narrador son las bombas, las milicias, la precariedad total; y su respuesta es intentar entender una situación que ya de por sí es una pesadilla. Los niños utilizan la fantasía para explicar la realidad, con lo que crean una realidad alternativa. Lo bueno de Maarouf es que en su niño-narrador esto no resulta fantasioso, sino que aporta una lógica propia que intenta una adaptación quimérica a la situación bélica.

En la realidad que el niño percibe, los hechos son brutales («su padre iba cada día a la tintorería a trabajar recibiendo las zurras de los milicianos») mientras que las soluciones derivan de su infantil y creativa lógica. 
«Tras perder a uno de sus hijos, los milicianos, repararon en que además de triste, tenían ante sí a un hombre débil. Ahora, amén de zurrarlo de lo lindo, le pedían que le contase un chiste. Y a mi padre no le quedaba otra con contar algo gracioso». 

Después de que el niño viese a su padre humillado, la solución que plantea es sencilla y directa: quiere que su padre tenga un accidente y le pongan un ojo de cristal. Así parecerá más fiero y no le acoquinaran.

En el libro, los niños no huyen de la realidad, sino que la explican como pueden. Sobretodo para no desesperar. La dulzura de los relatos es más poderosa porque el joven narrador no esconde lo que pretende. Restaurar una realidad caótica.
"No podía hacer nada. Me senté al borde de la cama, a su lado, tomé la cajita de música, provista ahora de la manivela de aquel viejo gramófono que fue lo último que tocó antes de que le amputaran los brazos, y me puse  darle vueltas. Quería que oyera la música de la caja antes de abandonar este mundo. Pude ver una débil sonrisa asomada a sus labios. Estaba feliz, pero no se despertó. Sonreía, nada más. O sí, me pareció que los brazos volvían a crecerle, despacio, a crecerle de los muñones, como si fueran dos champiñones que brotan joviales y libres de la tierra. Eso me llenó de entusiasmo y me lancé a darle vueltas a la manivela con mayor ímpetu. El corazón me latía con fuerza, quería que le crecieran los brazos y todo volviera ser como antes; ojalá aquella bomba de vacío nunca hubiese caído y mi madre no hubiera tenido que pasarse media vida poniéndole pañales mientras él yacía inerte junto a aquella caja de música, esperando que ocurriera algo, algo fuera de lo normal." pág. 65.
La Casa Amarilla (Edificio Barakat)-Beirut- Situado en la esquina de dos importantes avenidas, se convirtió
durante la guerra en un puesto de control y de francotiradores. Hoy es Beit Beirut, un Museo de la Memoria

Esto también se aprecia en el cuento "Galletas" que, paradójicamente, no está narrado por un niño, sino por un hombre casado que visita periódicamente a su madre, enferma de alzheimer. Cuando la lleva de nuevo al psiquiátrico se cruzan en la carretera con un accidente en el que un anciano es atropellado y entonces el hijo va contando a su madre el episodio como un señor que va esquivando coches sólo con la intención de rozarlos para convertirlos en galletas.¡!

"Mi madre observaba absorta todo lo que pasaba delante de sus ojos. Yo, mientras, le iba describiendo los detalles con la mayor precisión posible y el fervor de un comentarista deportivo.
El anciano no parecía nervioso. Dio unos cuantos pasos por la autopista sorteando los vehículos que iban a toda velocidad y, después, se quitó el sombrero blanco y se lo enrolló alrededor del puño como si fuera un guante de boxeo. No quería dar puñetazos a los coches, sólo rozarlos. Éstos, en su velocidad, trataban de evitar el roce. Pero sin éxito. Coche que tocaba, coche que quedaba convertido en un bloque de galleta. Y, como iban tan deprisa, volcaban y se rompían en migas, desparramándose por toda la calzada"

Pero la madre a veces se revuelve y le dice al médico que es su hijo quien se inventa esas historias.
"Sé que mi madre no tiene Alzheimer. Mi madre también lo sabe. Y hasta el médico, quizás. Pero pago religiosamente las facturas del sanatorio, incluido el tratamiento del alzheimer. Y no lo hago para que mi madre resida en el sanatorio, sino más bien para que resida en la historia de las galletas." pág 90

En estos cuentos lo doméstico se mezcla con lo onírico y ésto con lo espeluznante. Muchos de ellos están atravesados por sueños, el territorio de los deseos y de una lógica inconsecuente.

"Soñé que mi padre tenía un ojo de cristal".
"Ignoro qué utilidad podía tener ese sueño. Pero ahí aparecía yo, sin poder moverme".
"Husam sueña mucho aunque nunca hace de protagonista de sus propios sueños, Siempre de secundario, a veces no le toca ni siquiera representar el papel de un ser humano".
"Voy a suponer que me convierto en alguien completamente distinto. Una identidad nueva que ahora mismo no sabría decir cómo sería. Eso sí, una persona parca en palabras. Y que, cuando en la calle o en un pasillo, se encontrase con el hombre que yo soy ahora mismo, saldría corriendo a echarle una mano."

En el libro habitan personajes vapuleados por una realidad agreste; pero también animales y objetos que tienen grabado a fuego un destino trágico. Por sus páginas transitan el trabajador de un matadero con ínfulas de torero; una vaca que frecuenta un cine destruido por las bombas; un gramófono que sobrevive a un atentado con un brazo segado aferrando aún su manivela; un enigmático coágulo producto de un embarazo fallido, a quien sus padres han dado nombre y celebran su cumpleaños; un muchacho que decide no sonreír nunca más o un hombre cansado de hacer de comparsa en sueños ajenos. Éste último es uno de mis preferidos, "El síndrome de los sueños ajenos", donde Husam siempre es colonizado por los sueños de los demás y llega a ser una jaula, un volátil deseo e incluso una caca en la acera que es pisada por un soldado. Cuentos extraños e inquietantes que celebran la vida y la imaginación en medio del caos.
-Beirut-


Algunos cuentos me recuerdan a Cortázar. Ocurren cosas que no tienen sentido. La realidad parece una mezcla extraña de sueños, deseos y bombas. La lógica se trastoca. Así le ocurría al protagonista de Carta a una señorita en París, al que de pronto le salían conejitos blancos de la boca. O la absurda tragedia en la que se precipita un hombre durante el intrascendente acto de introducirse un jersey por la cabeza ("No se culpe a nadie"). Así ve la realidad este niño que se asoma a la zona de guerra. No tiene las claves para interpretarla. En medio del absurdo y la pesadilla utiliza su imaginación para elucidarla.


No sé cómo tomarme algunos de los relatos. El caso es que todos tienen un trazo de lo más inocente; pero estando siempre por medio que el relator es un niño o transcurre en algún sueños; parece inevitable que todo adquiera un punto surrealista como motor para transformar la realidad: una pesadilla en la que el protagonista suele estar paralizado y prisionero.
Toda la ambigüedad y capas que atraviesan estos cuentos donde coinciden la barbarie y la imaginación, la lógica y el sueño, creo que la podemos encontrar en un cuento como El Despertador, que comienza "Ignoro qué utilidad podía tener ese sueño. Pero ahí aparecía yo, sin poder moverme". Y que concluye con un "¿De qué sirve todo esto?".

En ese sueño un profesor tetrapléjico sigue acudiendo a impartir sus clases en la universidad. Un día los alumnos le colocan un despertador al otro lado de su mesa. El ruido de sus campanas provocan una tremenda algarabía que se extiende a todas las clases; pero nadie apaga el despertador porque temen ofenderle. Nadie quiere herir sus sentimientos. 
"Tú, entonces, desvías la mirada hacia el otro lado, donde el resto de alumnos te obvian soberanamente y se comportan como si allí no hubiera un despertador desgañitándose desde hace un buen rato. Fijas la mirada en ellos, aunque, tienes la impresión, debes de estar imaginándote todo aquello. O quizás estés soñando. Por fin, ocurre lo que tanto sospechabas, o mejor dicho, temías. No me refiero a haberme hecho pis encima o defecado en los pantalones sin haberme dado cuenta porque estoy paralítico, o que uno de los alumnos, por ejemplo, haya aprovechado la ocasión para darme una colleja o una patada en los testículos, cosa que bien podría ocurrirle a cualquier profesor, incluidos los más fuertes y sanos. No. Me refiero al despertador. Sí, tal y como me temía, el cacharro estaba al lado contrario de la mesa. La mesa del profesor. Quiero decir, al lado perteneciente a la realidad, a la región de la consciencia. Y no me estaba permitido bajo ningún concepto sacar la mano del sueño para pararlo, pues iría en contra del reglamento de los sueños. En esencia, habida cuenta del estado tan miserable en que me hallaba en aquel sueño, tampoco podría haberlo hecho, por mucho que hubiera querido. Al final, hube de resignarme a mirar cómo crepitaba con violencia y colisionaba con las tapas de los libros, Así hasta caerse al suelo y romperse.
Yo seguía tumbado, con los ojos abiertos de par en par, en la cama, en mitad del dormitorio. Paree que algo terrible estaba ocurriendo, o había ocurrido hacía breves momentos, algo que, sin embargo, yo no había podido percibir -recordémoslo, no me estaba permitido sentir absolutamente nada-, pues pude ver a mi madre apoyándose en la puerta de la habitación, sollozando, sin atreverse a acercarse a mí, tal y como había hecho la alumna momentos antes, se limitaba a tomar el teléfono entre sus manos, como habría hecho cualquiera en una situación como esa, para hacer una llamada, bien a mi padre, bien a una ambulancia, mientras yo seguía pensando en el sueño que acababa de tener y me decía a mí miso: ¿De qué sirve todo esto?".








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Maaruf nació en 1978 en Beirut. Trabajó durante años como profesor de Física y Química antes de dedicarse a la escritura, el periodismo y la traducción. Como periodista ha trabajado para medios como Al-Quds-el-Arabi (Londres), Qantara (París) y Kalima (Abu Dabi), entre otros. Ha publicado tres libros de poemas: Nuestro dolor se parece al pan (2000), La cámara no captura pájaros (2004) y Un ángel sobre el tendedero (2012), y sus versos han sido traducidos a diversos idiomas.
A su vez, el escritor ha traducido al árabe a notables escritores islandeses, entre los que destaca Sjón. Con su primer libro de narrativa, Chistes para milicianos (2015), obtuvo el premio Almutaqa, el equivalente al Man Booker árabe, y ha sido traducido a numerosas lenguas, entre ellas al español por Ignacio Gutiérrez de Terán.
Como curiosidad he de indicar que España aparece en dos relatos. Siempre me llama la atención cómo aparece nuestra cultura o idiosincrasia en la literatura o el cine de otras latitudes. En "Matador" el protagonista llega a morir tres veces. Trabaja en un matadero y su sueño siempre fue llegar a ser matador de toros, torero. Uno de los objetos centrales de la historia es el traje de luces del gran torero Miguel Dominguín. El protagonista se pasó cuatro años pagándolo y cuando por fin lo tuvo se fue a trabajar vestido con él. Como el traje le venía grande el toro lo desbarató definitivamente. La otra aparición de España es en el último relato, "Juan y Awsa". En él vuelven a salir los toros, en este caso los encierros y un toro que persigue a Juan porque huele en él el sexo de una chica con la que ha estado. 

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