Me relamo de gusto mientras hojeo este libro legendario sobre una casa infernal y su aborrecible propietario. Hay escenas de esta novela fijadas en mi memoria de una lectura tiempo atrás. Un navío colmado de almas en pena batido por una horrible tormenta. Un cadáver clavado en lo alto de una columna mientras su voz resuena por toda la casa entonando el Cantar de los Cantares. Un viejo abad escuchando en una celda la confesión de un sacrilegio mientras el monasterio tiembla atacado por mil demonios.
Puro gótico.
Puro gótico.
Malpertuis es el nombre de una mansión, el epítome de una larga vida dedicada al ocultismo y al conocimiento arcano por parte de su propietario, el temerario Quentin Moretus Cassave. La casa esconde un Gran Secreto. En esta mansión maldita se debate la primacía entre hombres y dioses.
"Está allí, con sus enormes balcones, sus escalinatas franqueadas en masivas balaustradas de piedra, sus torrecillas crucíferas, sus ventanas duplicadas con travesaños, sus esculturas gesticulantes de serpientes fantásticas y de tarascas, sus puertas claveteadas...
Rezuma el hedor de los grandes que la habitan y el terror de los que se rozan con ella.
Su fachada es una máscara seria, donde se busca en vano alguna serenidad. Es un rostro retorcido de fiebre, de angustia y de ira, que no logra ocultar lo que hay de abominable tras él.
(...)
He entrado en Malpertuis. le pertenezco. No nace ningún misterio de su interior. Ninguna puerta se ha obstinado en permanecer cerrada, ninguna sala se ha negado a mi curiosidad. No existen ni cámara prohibida, ni pasadizo secreto y, sin embargo...
Sin embargo, es un misterio a cada paso, y rodeará cada paso de una cárcel movediza de sombras."
Un ladrón de iglesias esquilma un monasterio. Se lleva códices, incunables y un cilindro de plomo que promete secretos tesoros. Ya en su cuarto lo que encuentra son papelajos; escritos y memorias de diversos narradores que han venido participando en una maldición que se arrastra desde hace tres generaciones. Los inicios datan de principios del s. XIX. El primer relato sienta los antecedentes en un naufragio frente a una costa pavorosa sobre cuyas rocas yacen y bailan unas figuras deformes; es el de un clérigo blasfemo, Doucedame el viejo. El segundo es el cuerpo principal de la historia y lo constituye el diario de Jean-Jacques Grandsire, el inocente sobrino del verdadero demiurgo de este universo aborrecible, el tío Cassave. Posteriormente conoceremos el relato del clérigo Doucedame el joven, heredero de una maldición de la que quiere resarcirse. De esa lucha desigual nos informará Dom Misseron, el abad del monasterio de los Padres Blancos, donde quedarán depositados los legajos. El último narrador será el propio ladrón.
"En el célebre y truculento Roman de Renart, los clérigos dieron ese nombre al antro del zorro, el muy ladino. No creo que me equivoque demasiado al opinar y al afirmar que ese nombre significa la casa del mal o, más bien, de la malicia. Ahora bien: la malicia es, por excelencia, patrimonio del Espíritu de las Tinieblas. Por extensión del postulado así expuesto, diré que es la casa del Maligno o del Diablo."
Las aventuras son fantasmales y tienen que ver con lo que se denomina terror metafísico; pero paradójicamente todo comienza con algo tan burgués como es el reparto de una herencia. El tío Cassave está a punto de morir por lo que reúne en Malpertuis a su familia y allegados para despedirse de ellos y hacerles conocer su inusual testamento: la fortuna no será dividida. Para disfrutarla en plenitud todos los presentes deberán vivir bajo el techo de Malpertuis hasta su muerte.
Una vida regalada... o una maldición. La misma ambigüedad con que el joven Jean-Jacques Grandsire recibe la promesa de una hermosísima y misteriosa joven llamada Euryale. "Cuando todos los aquí presentes hayan muerto, excepto tú y yo, tú te casarás conmigo..."
Pronto este grupo de personas, encerradas en un malsano microcosmos, comenzarán a ser engullidas por él como en un agujero negro.
La galería de personajes supone toda una fuente de fascinación. Unos son atroces como el gigantón Tchiek, otros enigmáticos como el elevado Eisengott. No falta el tenebroso y obsesivo taxidermista Philarete. Todos esconden un juego de símbolos avasallador. Lampernisse es un pariente loco que solloza y se desespera porque una sombra le apaga las velas que él enciende.
"Veo a Lampernisse, que solloza porque le soplan la luz de las lámparas; el águila, que le desgarra las carnes; las cadenas, que le clavan al suelo, ennegrecido por su sangre: ¡Prometeo!Y ¿quién es el tío Cassave?
¿Quién es Quentin Moretus Cassave? "Lo descubro por primera vez entre esa extraña secta de iluminados que se funda hacia el año mil seiscientos treinta en Alemania y cuyos secretos jamás fueron revelados: los Rosacruces."
"Continuó los curiosos estudios del doctor Mises, de Leipzig, sobre las figuras, el lenguaje y la anatomía comparada de los ángeles. Pretendía que estos espíritus celestiales expresan su pensamiento por la luz y emplean los colores a modo de sonidos".
Toda la novela ilumina un gran debate, el que se produce entre deidad y humanidad.
"Los hombres no nacen del capricho o de la voluntad de los dioses; por el contrario, los dioses deben su existencia a la fe de los hombres. Si esta fe se extingue, los dioses mueren"
Malpertuis se nos presenta como "un pliegue en el espacio", donde batallan una mitología decrépita y unas fuerzas diabólicas bajo los auspicios de un perverso demiurgo.
"El padre Doucedame, que manifiesta una aversión cada vez más marcada por un tema de conversación semejante, se ha dignado hablarme de un cierto "pliegue en el espacio" para explicar la yuxtaposición de dos mundos, de esencia diferente, del cual Malpertuis sería un abominable punto de contacto."Allí están presentes todas las fuerzas del universo: los hombres y los dioses, la vida y la muerte, el cielo y la tierra, la condena y la expiación. Los habitantes de Malpertuis están sometidos a estas imprevistas alternativas y esa tensión entre lo sagrado y lo decadente acaba por provocar el estallido del horror.
El terror no sólo viene de lo desconocido. Incluso una vez desvelado el misterio en el tercio final de la novela, el hechizo adquiere nuevos bríos por el carácter atávico de la amenaza. Así se lo reconoce el loco Lampernisse al narrador Jean-Jacques Grandsire.
"Voluntades desconocidas te imponen, de cuando en cuando, el olvido y el recuerdo."
"Añado que unas veces, los habitantes de Malpertuis parecen actuar con pleno conocimiento de causa, que no existe misterio para ellos, y en otras no son más que pobres criaturas temblorosas de miedo ante lo desconocido que se prepara".
El libro es ágil y directo en su expresión, soberbio en su imaginación y muy moderno en su composición (data de 1943). Tiene esa forma de retales en la que diversos testigos, a través de sus manuscritos, nos ayudan a componer el cuadro. De este modo el autor aumenta la inquietud, al presentar hechos que distintas personas fueron incapaces de gobernar.
Ray no recarga sus textos de retórica. Sus escenarios son tan potentes que devienen en personajes. Su verdadera fuerza está en las escenas que imagina; poseen tal viveza que perduran en la memoria con ecos resonantes. El naufragio inicial, los claustrofóbicos pasillos de Malpertuis, el espeluznante taller del taxidermista, los monjes barbuquinos corporeizándose entre la ruinas o la pavorosa aparición en el número siete de la calle de la Tête Perdue así lo atestiguan.
Ray no recarga sus textos de retórica. Sus escenarios son tan potentes que devienen en personajes. Su verdadera fuerza está en las escenas que imagina; poseen tal viveza que perduran en la memoria con ecos resonantes. El naufragio inicial, los claustrofóbicos pasillos de Malpertuis, el espeluznante taller del taxidermista, los monjes barbuquinos corporeizándose entre la ruinas o la pavorosa aparición en el número siete de la calle de la Tête Perdue así lo atestiguan.
Concluiré con la cita que inicia el libro. Es de Nathaniel Hawthorne y el autor logra imprimirle un carácter verdaderamente revelador.
Construiréis iglesias, jalonaréis los caminos de capillas y de cruces, pero no impediréis que los dioses de la antigua Tesalia reaparezcan a través de los cantos de los poetas y los libros de los sabios.
La novela fue adaptada al cine -de forma olvidable- en 1973, bajo la dirección de Harry Kumel y con Orson Welles en el papel del tío Cassave.
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