Tristán e Isolda, de J. William Waterhouse |
Me quedé dormida
y
soñé con una puerta que se abría.
Puertas que se abren a habitaciones que se abren a puertas
Puertas que se abren a habitaciones que se abren a puertas
que se abren a habitaciones.
Las traspasamos como un rayo,
puertas de paneles, revestidas de fieltro, encajadas,
barnizadas, de acero, reforzadas,
puertas de seguridad, secretas, dobles puertas, puertas
que son trampillas.
La puerta prohibida que solo puede abrirse
con una llavecita de plata.
La puerta que no es tal
en la
solitaria
solitaria
torre
de Rapunzel.
Eres la puerta excabada en la roca que por fin
Eres la puerta excabada en la roca que por fin
se abre de par en par cuando
la luz de la luna la ilumina.
Eres la puerta en lo alto de la escalera
que solo aparece en sueños.
Eres la puerta que deja en libertad al prisionero.
Eres la puertecita labrada que da acceso
a la capilla del Grial.
Eres la puerta en el confín del mundo.
Eres la puerta que abre
a los ojos
un mar de estrellas.
Ábreme.
a los ojos
un mar de estrellas.
Ábreme.
Ancha. Estrecha.
Atraviésame
y, haya lo que haya al otro lado,
no podría ser jamás alcanzado si no es así.
Por este tú. Este ahora.
Por este tú. Este ahora.
Este instante capturado que se abre
a toda una vida.
Jeantette Winterson en La niña del faro, pág. 191
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