El Boston Globe destapó en 2001, publicando una serie de reportajes, los numerosos casos de abusos a menores que más de doscientos curas católicos había cometido en Boston. Y en esta frase se encuentran las dos claves de esta cinta: una trama tersa y brillantemente desarrollada en base al tratamiento periodístico de esa investigación y la connivencia de los poderes fácticos de la ciudad, para encubrir a los curas pederastas en esa diócesis.
Boston parece ser una comunidad perfectamente estratificada, donde la Iglesia tiene una clara preponderancia. Los mismos periodistas de Spotlight se declaran católicos, aunque indiferentes o no practicantes. Así que lo normal es que todo el mundo racionalice los hechos. Unas pocas manzanas podridas no pueden ensombrecer el gran trabajo de la Iglesia. El mismísimo redactor jefe (Michael Keaton), un prominente exalumno de uno de los colegios católicos más influyentes de la ciudad, descubrirá que su educación y extracción social, sin darse cuenta, le han jugado una mala pasada.
De este modo asistimos en la parte central de la película a una verdadera carrera de obstáculos para la investigación: silencio arzobispal, desaparición de documentos clave, presiones sibilinas y presiones descaradas. Como cuando un prócer y compañero de colegio invita al redactor jefe a una copa para decirle que el reportaje no vale la pena.
-Así empieza todo ¿no? Un hombre le dice a otro que no siga para no perjudicar su carrera y al final todo el mundo acaba mirando para otro lado.Hay multitud de planos en las calles de la ciudad con los periodistas conversando o llamando a las puertas para buscar testigos. En la mayoría de ellos se puede ver, al fondo, la fachada o la torre de una iglesia. Una sombra bien alargada.
Acertadamente, el director no abusa de un asunto tan morboso. De las dos horas que dura la película sólo emplea dos trazos, dos cortas entrevistas, para explicitar los abusos. Cuestión también necesaria, como le dice la periodista a uno de sus entrevistados: “las palabras van a ser muy importantes en este caso. No podemos decir simplemente abuso”, hay que nombrar las acciones por repugnantes que sean, para apreciar su perverso alcance.
Al final todo es un juego de poder. Del poder de la institución eclesial en la sociedad y del poder de un preceptor sobre sus indefensos discípulos.
Como bien dice el director del Boston Globe, interpretado por Liev Schreiber, hasta ese momento se había podido silenciar todo por ir caso a caso. Hay que ir a por el sistema, incita a sus redactores. Un sistema que encubría los abusos y que simplemente trasladaba a los curas de parroquia. El propio sistema que salvó al cardenal encubridor Bernard Law: tras verse obligado a dimitir de la diócesis de Boston, huyó a Roma; siendo nombrado Arcipreste de la Basílica Santa María la Mayor, por Juan Pablo II.
La secuencia inicial es brutal por su carácter consuetudinario. La cámara acompaña a un policía local hasta su mesa. Pregunta a un compañero qué asunto hay en la sala de entrevistas. Está el obispo con unos niños y sus padres. El policía se da por enterado y se muestra indiferente. Ya sabe de qué va todo. Llega el fiscal y se sienta. Espera órdenes. El obispo se vuelve hacia él y le indica, “todavía vamos a tardar unos minutos”. Se necesitan unas cuantas paladas de tierra.
El valor de la película está en la exposición dinámica y fehaciente de los hechos. Quizás los personajes, a pesar de intérpretes tan ilustres, tengan poca chicha; pero me encantan las películas que versan sobre el cuarto poder. Tanto esta como Todos los hombres del presidente, Buenas noches y buena suerte y Matar al mensajero nos refieren el incalculable valor cívico de los medios de comunicación.
P.D. Pero no todo huele a rosas en el mundo de la prensa. El cine y los mass media han bailado todo tipo de ritmos. Network, un mundo implacable o la más reciente Nightcrawler nos hablan de la manipulación y el gusto por la carroña de los medios; mientras que el clásico Primera Plana (Billy Wilder) nos muestra a los periodistas como unos seres cínicos y desalmados.
Puestos a repasar el asunto del cine y el periodismo no quiero dejar fuera el puñado de notables películas sobre reporteros de guerra que floreció en los ochenta: El año que vivimos peligrosamente (Peter Weir), Killing Fields, Salvador y Bajo el Fuego.
Aunque si para alguien el cine y la prensa están unidos irresolublemente es para Orson Wells que inició su carrera con la magistral Ciudadano Kane; donde retrataba al magnate Randolph Hearts; convirtiendo a su vez la película en un borrador de reportaje. Formato que repetiría en Mr. Arkadin, cuyo título internacional fue Confidential Report.
P.D. Pero no todo huele a rosas en el mundo de la prensa. El cine y los mass media han bailado todo tipo de ritmos. Network, un mundo implacable o la más reciente Nightcrawler nos hablan de la manipulación y el gusto por la carroña de los medios; mientras que el clásico Primera Plana (Billy Wilder) nos muestra a los periodistas como unos seres cínicos y desalmados.
Puestos a repasar el asunto del cine y el periodismo no quiero dejar fuera el puñado de notables películas sobre reporteros de guerra que floreció en los ochenta: El año que vivimos peligrosamente (Peter Weir), Killing Fields, Salvador y Bajo el Fuego.
Aunque si para alguien el cine y la prensa están unidos irresolublemente es para Orson Wells que inició su carrera con la magistral Ciudadano Kane; donde retrataba al magnate Randolph Hearts; convirtiendo a su vez la película en un borrador de reportaje. Formato que repetiría en Mr. Arkadin, cuyo título internacional fue Confidential Report.
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