Peliculón,
me suelta mi hija nada más salir del cine. Una jovencita que sólo hace tres años evitaba el cine español por acartonado y aburrido.
Con un guión muy medido y un desarrollo milimétrico, este notable thriller te deja pegado a la butaca gracias a la potencia de su propuesta. Un director de sucursal de banco comienza su jornada habitual llevando a sus hijos al cole. Una vez instalados en el coche recibe una llamada. Uno de los afectados por la estafa de las preferentes ha colocado sendas bombas bajo los asientos. Si se bajan del coche explotarán.
La película logra el difícil tour de force de convertir un coche en el único eje dramático. El protagonista (Luis Tosar) no lo puede abandonar en todo el metraje y tanto por la pericia técnica (estupendo plano secuencia en la plaza, persecuciones por las calles o tomas desde el helicóptero) como por la interpretación de Tosar, ni el ritmo ni la tensión decae.
No parece una primera película. Con amplia experiencia en la televisión, Dani de la Torre sabe cambiar la escala de su proyecto y anudar cada vez con más fuerza los giros que le ofrece el guión: la muerte del compañero del banco, el engaño de la mujer, la presencia sorpresiva de su hermano. Lo mismo cabe decir del retrato de la ciudad. Sólo es A Coruña, cabría decir, pero el realizador y su director de fotografía le infunden la luz metálica y la presencia fría que la cinta necesita.
A pesar de tratar un tema tan propenso a proclamas -la estafa de los bancos-, el guionista Alberto Marini (Romasanta, Extinction), logra integrarlo como un ingrediente más, dejando que prevalezca el drama del banquero situado en el punto de mira y, sobretodo, el de ese desconocido que nos coloca en un terreno ciertamente pantanoso, ¿hasta dónde puede llegar nuestro deseo de venganza?.
Luis Tosar está impresionante -como siempre- ofreciendo un rico panel de sentimientos que va desde la angustia hasta el resentimiento o la desesperación. De él pende la gran continuidad emocional que exhibe el film, capaz de comprimir un puñado de horas en unos precisos cien minutos.
Me gustaría que tuviesen continuidad este tipo de directores y películas. Afrontan la actualidad o el cine de acción (netamente norteamericano) sin prejuicios, mostrando además una gran competencia técnica. Películas como Kamikaze, de Alex Pina, El Niño, de Daniel Monzón, o Invasor de Daniel Calparsoro constituyen una imprescindible clase media del cine español; muy necesaria tanto para que los jóvenes lo busquen y aprecien, como para que la industria no dependa del típico mirlo blanco, un taquillazo al año de Amenábar, Alex de la Iglesia o la típica comedieta.
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