jueves, 17 de diciembre de 2015

DIÁSTOLE - de Emilio Bueso












Seguro que todos recordáis con fruición ese cosquilleo que te agita cuando descubres a un autor nuevo que te seduce. Emilio Bueso ya es reconocido y tiene en su haber varios premios; pero yo acabo de conocerlo en este libro suyo, sin más apoyo que un leve comentario en un artículo. De modo que he llegado virgen a su mundo y a su estilo... y me ha ganado. 

Diástole es una novela de género que integra con solvencia varios de ellos: intriga, aventura, horror. Las tramas se entrelazan certeramente y el argumento se multiplica por varios espejos hasta conformar un conjunto trabajado y compacto. 

Jérôme es un pintor fracasado y politoxicómano. Ha huido de París y trabaja en el call center de Insult Line, "Soy el tío al que pagan para ser insultado". En ese momento recibe el encargo de realizar el retrato de un hombre misterioso, Iván. Deberá completarlo trabajando durante cuatro noches seguidas en las que acudirá a una solitaria mansión en las montañas.

Mientras posa, Iván le revelará las confidencias de su vida. Su infancia en un Leningrado sitiado y bombardeado por los nazis, la juventud chuleando mujeres, su fuga sin fin por la extinta URSS hasta la contaminada Chernóbyl. La auténtica naturaleza de Iván se nos revelará cuando conozcamos el antiguo y terrible mal que porta consigo, hecho a partes iguales de radiactividad y de una espantosa maldición que se confunde con la razón del arte pictórico. Diástole es un texto febril, una corrosiva historia de amor y fatalidad.
Chernóbyl
El libro se estructura en cuatro noches y dos niveles temporales. Cada una de las cuatro noches de posado servirán para completar tanto el óleo como la historia de Iván y su relación con Ksyusha. El pasado de Iván y el presente de Jérôme corren en paralelo hasta confluir en la revelación final. Sin duda la historia de Iván es más rica. Alumbra los aspectos más sórdidos de la mafia rusa, la hambruna de la postguerra, el paisaje postapocalíptico de Chernóbyl. Mientras que Jèrôme arrastra su fracaso. Lo mejor del personaje es su forma de narrar.
“Soy pintor. De los caóticos. De los buenos. De los yonquis.”

“Una papela de polvo blanco sin más polvo blanco se desliza por mis manos, una cortina de nubes corre sobre la luna llena y una bruma muy fea pasa sobre la córnea de mis ojos, que miran a través de la ventanilla. Al poco, aflojo la goma de mi brazo y la jeringuilla queda vacía. Como mi cabeza.
Dentro de mí estalla el maíz con el que se hacen las mejores palomitas.
En mi pecho retumban tabiques auriculares y ventriculares, mi corazón golpea sus paredes del mismo modo en que suelen golpearse las de una celda acolchada. Sístole. Diástole. Sístole. Diástole. Sacadme de aquí. Sístole. Diástole. Matadme.
Pasan unos instantes de esos que no pueden medirse con ningún reloj. Un tiempo de los que están más allá de cualquier agujero negro.”
La pintura aparece en el centro de esta novela, sobretodo en su aspecto más ritual.
"Si examinamos la historia de la pintura —me comienza a decir, en tono discursivo—, resulta que todo arranca con el arte rupestre, que se gestó en cuevas como esta en la que estamos. El hombre primitivo retrataba a sus presas para propiciar la caza. Era un rito mágico-religioso, un proyectar de los anhelos para materializarlos, para darles forma. Era visualizar la presa, el futuro, la realidad que acechar. Era poder y lucha, era pintura; eran cuatro lunas hasta la noche del cazador. Y así comenzaron a pintar los hombres, porque cuando se trata de auténtico arte pictórico, los hombres pintan igual que persiguen sus sueños."
Edward Munch -Gólgota-
El ritmo sincopado de este toxicómano se apoya en ciertos paralelismos. No sólo el Sístole y la Diástole que repite como una letanía, sino también el dato de las cuatro noches, los Mil demonios aullando (que es el cuadro de Jérôme que compró Iván, pero también los lobos que le desgarran en la abstinencia o le aúllan a Iván en su infancia de supervivencia. Pero el paralelismo más interesante lo encontramos en el propio concepto del retrato.
"... me siento cómodo enfrentándome a él, porque, al fin y a la postre, retratar a un hombre es un buen motivo para mirarlo de frente y plantarle cara—. Ya ve lo fácil que resulta contar la vida de uno en tres patadas. Pruebe usted, Iván. Seguro que lo consigue.
Mi cliente suspira y vuelve la vista de las llamas de la chimenea a las que parecen salir del genio de Munch.
Yo comienzo a trabajar con sus rasgos y mis óleos, a toda velocidad, barriendo los colores y blandiendo todos los pinceles de la arqueta. Cuando él empieza a hablar sucede que el pincel en mi mano se arranca sobre la piel del lienzo y así es como el retrato se pinta, se pinta solo, al ritmo de su historia."
Ofreciendo un contexto a la historia, en las paredes de la mansión cuelgan obras de Edward Munch (El Gólgota), James Ensor (La entrada de Cristo en Bruselas) o Marc Chagall (La caída del Ángel). Obras que hurgan en la desolación y el dolor. El plazo de las cuatro noches se convierte en una especie de clave narrativa que nos va explotando de vez en cuando: lo hace el kirguis que quiere secuestrar a Kyusha, también Dimitru al hacerse amigo de Iván en Chernóbyl y lo tuvo que hacer Iván de muy joven, cuando un moldavo lo rescató de una muerte segura. 
"—Iván, ¿qué son estos… retratos? ¿Qué le estoy pintando? ¿Qué significa tanto pintar durante cuatro noches seguidas?
—Todo y nada. Es un ritual, hijo.
—Un ritual.
—Uno muy antiguo. La buena pintura siempre es ritual, ceremonial. Unas veces es arte y otras no, pero siempre es pura magia.
—No me diga —respondo yo, con retintín.
—Hablo muy en serio, hijo.
Se hace un silencio incómodo, hasta que Iván se decide a explicarse mejor.
—Si examinamos la historia de la pintura —me comienza a decir, en tono discursivo—, resulta que todo arranca con el arte rupestre, que se gestó en cuevas como esta en la que estamos. El hombre primitivo retrataba a sus presas para propiciar la caza. Era un rito mágico-religioso, un proyectar de los anhelos para materializarlos, para darles forma. Era visualizar la presa, el futuro, la realidad que acechar. Era poder y lucha, era pintura; eran cuatro lunas hasta la noche del cazador. Y así comenzaron a pintar los hombres, porque cuando se trata de auténtico arte pictórico, los hombres pintan igual que persiguen sus sueños."
Marc Chagall -La caída del ángel-
La historia se desarrolla descubriendo cartas pero manteniendo el misterio y con una emoción creciente. El estilo es directo, irónico y jocoso. El propio de un yonqui se puede decir; aunque cuantas más horas pasa pintando, más se desengancha. Ansía realizar su obra. "Muy bien, esto se va a hacer. Veamos de qué está hecho el infierno", se dice resuelto.

Por un instante, me pregunto qué clase de engendro estuvo posando para que Jackson Pollock tuviera que pintar sobre caballete su último trabajo, me pregunto quién fue la horrible Figura Blanca que retrató Kandinsky en el ocaso de su obra, quién la Bruja de Hiva Oa de Gauguin, quién el Doctor Gachet que pintó Van Gogh poco antes de ¿morir? ¿Por qué Picasso y Munch finalizaron su obra pintándose a sí mismos como espantos? ¿Por qué Matisse no pintó los ojos de la enigmática figura que aparece en su óleo final? ¿Cuántos retratos imposibles, increíbles, irrepetibles…? 


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El registro de Emilio Bueso es muy personal y de enorme valía, por su escasez, en las letras españolas. La fantasía y la actualidad van de la mano en sus obras, como en las de un Ajvide Lindqvist (Déjame entrar). Nacido en Castellón en 1974, es ingeniero de sistemas y con Diástole ganó el Premio Celsius de la Semana Negra de Gijón en su edición de 2012. Premio que volvió a ganar al año siguiente con Cenital (Salto de Página).
Sus últimas novelas son, Esta noche arderá el cielo (2013) un biothriller sorprendente que aúna terror y western a ritmo de rock’n’rol; y Extraños Eones (Valdemar, 2014), una original aportación a la mitología lovecraftiana.

Mi regalo de Reyes para este año será Ahora intenta dormir (Valdemar, 2015), libro que recoge todos sus relatos hasta la fecha: «Hubo una época en la que escribir me producía unas pesadillas que luego usaba para escribir y así provocarme más pesadillas. El círculo vicioso bien pudo haberme costado un ictus, pero hubo suerte y en vez de matarme la cabeza por completo conseguí darles forma a buena parte de los relatos que he reunido en este libro».

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