de Pedro Almodóvar
Todas
las películas de Almodóvar son propensas al tremendismo y a una exageración
melodramática de difícil medida. Cuando
el director manchego logra encauzarlo y
hacerlo parte del relato, el resultado es vibrante y la desazón vital del
protagonista nos arrastra sin remedio. Volver, Todo sobre mi madre o La ley del
Deseo así lo prueban. Películas densas, por momentos duras y que sin duda
logran conmovernos. En otras ocasiones, la exacerbación de situaciones
melodramáticas hace que el espectador se aleje y enfríe respecto del drama al que asiste.
En
La piel que habito pasa un poco esto último. No es una película fallida ni
mucho menos. Se trata de un relato bien trenzado, con buen ritmo y unos
flashbacks que nos aportan informaciones sorprendentes. Pero el meollo de la
película, esto es, la locura de un cirujano plástico obsesionado por la muerte de su mujer por las quemaduras en un accidente de coche, no nos toca.
¿Por
qué permanecemos distantes? Este suele ser un asunto complejo, pero creo que la
interpretación de Antonio Banderas no ayuda. Su ceño fruncido no nos traslada
un alma oscura, no nos participa su desesperación. El flashback donde asistimos
al momento en que su cabeza hace clic -otra muerte, en este caso de su hija- parece una impostura, no hay convicción.
La
historia asimismo es demasiado truculenta y el morbo del cirujano acostándose
con su obra parece un calentón adolescente. Manejando un asunto tan enfermizo no nos perturba.
El
drama interesa pero no nos arrastra y eso que está contado a través de una
puesta en escena muy elegante y plástica. La pantalla plana en donde el médico
observa su obra, como si fuese una sirena en una pecera, es brillante. También el paralelismo entre los movimientos felinos de la prisionera en su lujosa habitación y las imágenes de TV donde vemos a un león atrapando a una gacela.
Pero a pesar de lo que digan algunos, ese hipnotismo del perseguidor y la gacela, queda muy lejos del logrado por Hitchcock en la inmensa Vértigo. Además cabe decir que la parte de thriller, un matón que irrumpe en la mansión, es la más endeble de la película que esboza un final bastante simplón.
Quien
sale ganando en la apuesta es Elena Anaya -hermosísima- que se luce en una interpretación de gran altura. La plasticidad y el morbo la acompañan en todos sus planos.
También Alberto Iglesias consigue, una vez más, una banda sonora memorable.
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