Husmeando aquí y allá, descubro un autor del que nada sabía y que por sus características supone para mí una incitación. En el blog culturamas.es encuentro:
"En
La pata del escarabajo John Hawkes parte de la premisa que toda estructura
ficcional parte del lenguaje, y en esto el escritor es un maestro. ¿Cómo
describir de qué trata o de qué va la novela si carece de historia? En La pata
del escarabajo se van conectando acontecimientos en los que intervienen un
sheriff, un médico/brujo, una viuda, un pescador turista y su mujer, una boda,
una serpiente y un hombre suspendido. En algún punto del oeste y en distintos
puntos del tiempo se encuentran y recuentan cómo este pueblo (que debía de
haber sido fructífero por la construcción de una presa) está lleno de figuras
absurdas, fantasmagóricas y criminales que crean una atmósfera asfixiante;
entre ellos, una parodia del cliché del Western: los indios son sustituidos por
pandillas de motorizados.
Podríamos
imaginarnos un John Hawkes pedante y amargado, pero el escritor Jim Shepard lo
recuerda como un tutor cercano y bromista, cuya obra fue reconocida por los
Académicos y (cómo no) por los franceses. “Gracias a Dios por los franceses”,
diría Woody Allen."
Mientras
que en Ambitocultural.es, Gonzalo Izquierdo escribe:
"La
pata del escarabajo (1951) supone una oportunidad única para acercarnos a la
obra de John Hawkes (1925-1998) y descubrir su talento para crear atmósferas
opresivas y dibujar paisajes dotados de gran fuerza expresiva.
(...)
Representante
junto a Donald Barthelme, Joseph Heller, Robert Coover, John Barth, Kurt
Vonnegut o Thomas Pynchon del postmodernismo en Estados Unidos, Hawkes publicó
en 1949 su primera novela, The Cannibal, en la que plasmó sus experiencias en
la Segunda Guerra Mundial mediante un relato que sentó buena parte de las características
de su obra posterior. La introducción de componentes surrealistas, el
tratamiento desmitificador de los géneros literarios (en este caso, el bélico),
la presentación de la historia de manera fragmentada, el juego con los
referentes espacio-temporales o la supresión de los elementos que permiten al
lector seguir la trama de manera lineal son algunos de los rasgos distintivos
de un autor que ha ejercido una notable influencia entre los escritores de su
generación -El arcoíris de la gravedad de Pynchon recoge parte de esta
herencia-.
Para
su incursión en el terreno al que pertenecen los mitos fundacionales de la
cultura americana, Hawkes vacía el género del Oeste de cualquier rastro de
aliento épico -el enfrentamiento con el enemigo representado por la pandilla de
moteros no conduce a catarsis alguna y está impregnado de un tono humorístico-
y muestra a un grupo de personajes arquetípicos -el sheriff, el médico
ambulante, la matriarca, etc.- que han sido despojados de los valores que
antaño representaban y que se ven engrandecidos en la medida en la que el
lector -que ha transitado antes por explanadas azotadas por el sol y se ha
quemado la garganta con un chupito de whisky en el saloon gracias, sobre todo,
al cine- les devuelve el halo legendario arrasado por el transcurso de los
siglos.
Reducidos
a lo esencial, a un conjunto de piel y huesos que se arrastran con obstinación
por un espacio y un tiempo que ya no les pertenece, los personajes aparecen
como símbolos fantasmagóricos de una época de la que ya no quedan sino restos
«decrépitos graneros a punto de venirse abajo», «montones de tuberías de hierro
y casetas de chapa corrugada» y «larvas y cráneos» que crujen bajo las ruedas.
Este
proceso de esquematización no implica que los personajes se conviertan en
instrumentos unidimensionales al servicio de la vocación experimental de su
autor: puede que se nos escamotee la exposición de sus conflictos pero hay una
mirada introspectiva hacia el interior de los mismos que se vale del monólogo
interior y de una primera persona disfrazada de tercera para componer una
polifonía de voces que se alternan y mezclan sobre un paisaje devastado que no
está lejos de la Tierra baldía de T.S.Eliot (Hawkes menciona en el texto
«huertas desatendidas, tierras baldías») ni del Cormac McCarthy de Meridiano de
sangre o No es país para viejos en la versión de los hermanos Coen. Unas
tierras que, según el personaje de Camper, «no están hechas para las personas».
Entre
Mistletoe y Clare, dos localidades de naturaleza árida y dura como el corazón
de sus habitantes, tiene lugar un relato que se desarrolla a lo largo de una
noche pero que encuentra ramificaciones temporales en un pasado marcado por la
muerte accidental de Mulge Lampson mientras trabajaba en la construcción de una
presa que iba a ser «la más rentable del hemisferio occidental».
(...)
Las
figuras escurridizas del sheriff y de Cap Leech, encargadas de abrir y cerrar
la obra con sendos monólogos, sobresalen del resto. El primero deja claro desde
el comienzo que nos hallamos en «un territorio sin ley» donde «no es fácil
mantener controlada a la gente, estar siempre de guardia» porque «cualquier
cosa (…) basta para que se desvíen del buen camino».
Uno
de los recursos que el autor emplea para levantar los mimbres de su ficción es
el extrañamiento. Más allá de la contradicción entre la época en la que parece
transcurrir la acción y en la que en verdad tiene lugar (los Diablos Rojos
sustituyen a los indios, los coches de caballos conviven con los automóviles),
Hawkes potencia la sensación de extrañeza mediante la hibridación de géneros
(la llegada de Camper y su mujer Lou tiene mucho de cuento de terror gótico, y
es que en cierto modo, nos encontramos ante un relato de muertos en vida), la
construcción de un espacio abstracto, de límites difusos, y la creación de una
atmósfera onírica que envuelve las acciones del presente -en contraposición a
lo sucedido en el pasado, que es narrado con la claridad propia de los acontecimientos
fijados en la memoria-. Resulta congruente que el escritor afirmase que todo lo
que había escrito procedía de sus pesadillas, en concreto de la pesadilla de la
guerra.
La
desnudez y vigor del lenguaje, el cuidado en la elección de cada palabra en
función del efecto que se quiere lograr en el lector, acercan a Hawkes a la
precisión expresiva de la prosa poética. El texto está repleto de imágenes de
gran fuerza evocadora que subrayan el desamparo, la extrema soledad de los
personajes: la descripción de Ma, que se siente como «una vieja olla de hierro,
llena de verduras recuperadas de la basura» o ese perro empapado que «se había
pasado el día amodorrado al sol pero llegando el anochecer se sintió deseoso de
agua, aulló al recuerdo de un chaparrón que resonaba en su cabeza como el
zumbido de una caracola, empezó a oler como si realmente hubiera llovido y se
lanzó gimoteando a un arrollo».
John
Hawkes comenzó a escribir ficción siendo fiel a la creencia de que los
«verdaderos enemigos de la novela eran la trama, los personajes, el escenario y
el tema, y una vez abandonadas estas maneras tradicionales de pensar en la
ficción, lo que queda es lo que importa realmente: la estructura». Y aunque La
pata del escarabajo renuncie a las formas narrativas tradicionales y diluya los
contornos del hilo argumental, mantiene la capacidad para emocionar al lector a
través de la pureza del lenguaje, instrumento que el autor dominó con maestría."
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.