martes, 19 de noviembre de 2013

SALÓN de BELLEZA - de Mario Bellatin









Descenso a los infiernos.-
El encargado de un salón de belleza en los suburbios, nos refiere cómo lo puso en pie y su transformación paulatina en el "Moridero"; allí donde van a morir los desahuciados, afectados por "la peste, el mal". También nos relata sus escapadas al centro, travestido de mujer, en busca del amor y su pasada gloria de excesos, pseudoprostitución y golpes de las pandillas homófobas. 

De modo que Salón de Belleza se erige en un monumento a la agonía, en cuyas páginas reverbera una simbología muchas veces alérgica a dejarse capturar.
Publicada por primera vez en Lima, en 1994, unos han querido ver un homenaje a los enfermos de SIDA, otros una metáfora de las sociedades hispanoamericanas sometidas a la metástasis de la corrupción. Yo creo que es algo más. No es una novela, es un canto, un requiem por la belleza en medio de la muerte y la desolación.
"Mi intención era caer, yo también, dentro del fuego. Ser envuelto por las llamas y desaparecer antes de que la lenta agonía fuera apoderándose de mi cuerpo. Pero parece que el canto mitigó mis intentos suicidas. Mientras más cantaba, iba recordando de manera más clara nuevas canciones. Era creciente la sensación de ir entrando, poco a poco, en los recuerdos que las canciones me sugerían."
Y la característica más acusada de este canto es que tiene un carácter estrictamente humano, ajeno del todo a supercherías espirituales. Un canto preñado de paralelismos y paradojas: el más evidente es el que se establece entre el moridero y la pecera donde van muriendo los distintos peces que la pueblan. La enfermedad de los cuerpos y el verdín de los cristales.
Paradójico es, por otro lado, este buen samaritano que abomina de la santidad. Huye de las Hermanas de la Caridad porque "hacían de la ayuda un modo de vida."  Él solo vive para acompañar a los agonizantes, sin más. No hay heroísmo, pues sus actos están atacados por la desidia. No hay rabia ni angustia existencial; sino una indesmayable y epicúrea nostalgia.


Me llaman la atención las estrictas reglas que se impone: está prohibida la entrada a las mujeres, no se permiten curanderos, médicos ni espejos. Está prohibido el apoyo moral de familiares y amigos. 
También el detalle con que se narra la compra de los peces, sus especies, costumbres y muertes, mientras se elude hablar o describir a los pacientes.
"Debo ser fiel a las razones originales que tuvo este Moridero. No a la manera de las Hermanas de la Caridad, que apenas se enteraron de nuestra existencia quisieron asistirnos con trabajo y oraciones piadosas. Aquí nadie está cumpliendo ningún tipo de sacerdocio. La labor que se hace obedece a un sentido más humano, más práctico y real. Hay otra regla, que no he mencionado por temor a que me censuren, y es que en el Moridero están prohibidos los crucifijos, las estampas y las oraciones de cualquier tipo."
La novela se convierte así en el grito sordo de un sórdido albañal. Abundan las frases cortas, austeras de emociones. El nihilismo flagrante del personaje, "yo me encargo, además, de que no abriguen falsas esperanzas"; prospera en un texto carente de referencias. No se nombra el sida sino como peste o mal; innominadas quedan la ciudad y su tiempo. "Me gusta que mis historias estén suspendidas en un limbo" llegó a declarar el autor. De este modo nos ofrece un relato esencial, de menos de cien páginas, donde se profundiza en una condición humana monstruosa e inmisericorde.

En el umbral de la obra Bellatin coloca una cita de Yasunari Kawabata: "Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana". Efectivamente ésta es la clave. Cómo vamos asumiendo lo que de monstruoso tiene muchas veces la vida. 

Y en medio de la pesadilla, el anhelo de esplendor.
"Desde el primer momento pensé en tener peceras de grandes proporciones. Lo que buscaba era que las clientas tuvieran la sensación de encontrarse sumergidas en un agua cristalina mientras eran tratadas, para luego salir rejuvenecidas y bellas a la superficie." 
Su último sueño es deshacerse de cadáveres y camas para volver a refundar el Salón de Belleza. Desafortunadamente no sería más que un decorado donde morir, ya que él mismo está atacado por la peste. "Entonces me encontrarían, muerto sí, pero rodeado del pasado esplendor".


Diana Palaversich, de la University of New South Wales, escribió un muy referido y acertado prólogo a la obra reunida de Bellatin que publicó Alfaguara. En él compara al autor con cineastas como David Cronenberg y David Lynch. "La narrativa de Bellatin se caracteriza por las historias circulares, bifurcantes o truncadas y un ambiente enrarecido poblado de seres anómalos cuyos cuerpos extraordinarios -castrados, paralíticos, podridos por la vejez o la enfermedad, cuerpos que carecen de brazos o piernas y cuerpos que se mutan de hombre a mujer- constituyen la norma. Estos cuerpos, cabe enfatizar, inquietan menos por sus (de)formaciones que por su tremendo poder de desestabilizar todo concepto de unidad del personaje y del sentido narrativo transparente. Constituyen además un poderoso imán para seducir al lector quien, fascinado por el enigma de estos cuerpos -que supuestamente guardan la clave del secreto del texto- persevera en descifrarlos. La "ilegibilidad" de los cuerpos que nunca constituyen un todo completo y coherente, refleja la "ilegibilidad" de los textos cuya singularidad también atrae al lector, invitándolo a asomarse a un abismo narrativo: aquel de la sinrazón, el tipo de universo que seduce a la mitad del público y espanta a la otra mitad."

* Hay un número de la revista de literatura El coloquio de los perros, dedicado a Mario Bellatín

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