Un asteroide se dirige a la Tierra y su masa indica que provocará una destrucción total. La Humanidad lanza contra él una nave a la desesperada, con la intención de que colisionar y lograr desviarlo; aunque pinta mal.
Pero no está aquí el foco de la historia, sino en Alexander Yorba, un arquitecto estrella al que se le encarga la realización de una colonia en la luna para salvar por lo menos al 1% de la Humanidad. En el colmo de las desdichas, cuando el arquitecto está sumido en esta construcción colosal se le diagnostica un cáncer terminal en el cerebro. Inoperable. Le quedan los mismos escasos meses de vida que a toda la Humanidad.
Ahí está el punto de inflexión.
¿Qué hago con estos días postreros antes de que el destino me alcance? ¿Quizás he dilapidado mi vida aparentemente exitosa? Ante la devastación total que se avecina el protagonista emprende un viaje introspectivo y catártico en torno a su vida cuestionándose todas las decisiones que ha tomado.
El Fuego es un cómic con un despliegue gráfico impresionante. El autor logra un desarrollo narrativo que es a la vez íntimo y apocalíptico aunque parezca contradictorio. También amargo y conmovedor. Como dice Fernando de Felipe en el epílogo del volumen "imposible no quedar tocado por todo lo que aquí se cuenta, tanto en su apocalíptico fondo como en su flamígera forma". Porque es el fuego interior del protagonista el que vamos a explorar. La cosmo-agonía que vamos a contemplar no es la del planeta Tierra, sino la del universo vital de Alexander Yorda.
Tras conocer su enfermedad, su primera reacción es abandonar ese descomunal proyecto que según pasan los días más carece de sentido. Además se trataba de un proyecto éticamente muy discutible: sólo estaba destinado a las élites. Su segunda reacción es centrarse en lo más esencial y retomar su abandonada vida familiar. Su mujer y su hija han venido soportando sus prolongadas ausencias durante años y ahora no quiere dilapidar ese néctar. Pero todo se está yendo al traste rápidamente.
Se hace evidente que El Fuego es una obra de ciencia ficción con un toque existencialista que no tiene empacho en situarnos ante nuestras propias contradicciones, obligándonos a fijar nuestras verdaderas prioridades. Es una de esas obras capaz de dejar un poso de desasosiego tras su lectura. Aunque para nada es una obra sesuda, al contrario, es pura narrativa visual y sus 250 páginas te las lees en una sentada.
Rubín deja que sean las imágenes las que hablen más que soltarnos un rollo depresivo. El cataclismo del mundo y de su vida están representados con una poesía visual única. Acompañamos a Yorba en su periplo por el fin del mundo recorriendo varias ciudades (Ámsterdam, Roma, Madrid) que Rubín escenografía en portentosas páginas dobles. Los colores que priman son rojos y amarillentos, pero un tanto apagados, como representando un cansancio y una decadencia que afectan al propio fuego destructivo.
Rubín es el autor total del volumen, firma tanto el guión como el dibujo y el color. Sin duda es una obra muy personal que nos propone un intenso viaje emocional. Siendo Alexander Yorda el arquitecto más afamado y exitoso del mundo no puede evitar reconocerse como un alienado por su propio éxito. Desactivados sus logros y su ambición, se nos aparece inmerso en un mar de errores y arrepentimientos profundamente humanos. Incluso en muchos momentos nos llega a parecer despreciable; pero asfixiado por un intenso sentimiento de culpa emprende una travesía hacia la redención plenamente honesta. En algún momento me he acordado de la película Melancolía de Lars Von Trier.
La edición es magnífica. Astiberri ha apostado por entregar al aficionado un producto lustroso donde poder apreciar en toda su amplitud la calidad del color y las audaces soluciones narrativas que aporta Rubín. Además incluye un código QR para conocer el making off a modo de extras.
El gallego David Rubín (Orense, 1977) dio un salto de gigante con los dos álbumes de El héroe (Astiberri, 2011-2012), uno de las mejores cómics de principios de siglo, donde Rubín reunía influencias de los superhéroes americanos y del manga para narrar los doce trabajos de Hércules en forma de space opera. Continuó esa senda mitológica con Beowulf (Astiberri, 2013), con guion de Santiago García, donde demostraba que un texto vetusto podía reverdecer laureles en las páginas de un cómic con acción trepidante y un apartado visual apabullante.
La edición norteamericana de Beowulf le abrió las puertas de EEUU donde ha conseguido éxitos como Ether -con guión de Matt Kindt- (2016), Black Hammer -con guión de J. Lemire, D. Ormston y D. Stewart- (2017) y Mitos nórdicos (2022).
Desde mediados de 2021 ha estado trabajando en dos obras muy personales; la novela gráfica autofinanciada Cosmic Detective, con guion de Jeff Lemire y Matt Kindt, en la que retoma algunos de los temas que desarrolló en El héroe y la presente, El Fuego.
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