martes, 9 de noviembre de 2021

EL BUEN PATRÓN - de Fernando León de Aranoa



El buen patrón es una película pequeña sobre un drama que hemos hecho pequeño, por habernos acostumbrado; pero que cuenta con una interpretación portentosa de Javier Bardem.
No quiero minimizar los problemas de los que trata la cinta, el despido laboral, el adulterio, los abusos de los empresarios, las corruptelas de los poderosos…pero reconozcamos que son asuntos cotidianos y repetidos que, lamentablemente, damos por amortizados. La película tiene un regusto costumbrista que no me acaba de convencer, pero hay que reconocer que el humor negro que destila, junto a las situaciones chuscas que retrata (el patrón se va de putas con su jefe de producción para levantarle la moral) emparentan a León de Aranoa con el mejor Berlanga. Como retrato de un empresario típico de provincias y de la campante corrupción de amiguetes, la película funciona a la perfección. 

La historia se centra en la semana decisiva que afronta este patrón de una empresa de balanzas de cara a conseguir un premio a la excelencia empresarial. Es una premio regional y tiene un marcado tufo político, lo que reduce su trascendencia; pero por eso mismo la marejada provinciana que provoca le sirve al director para poner sobre el tapete las miserias de ese ecosistema tan reconocible: paternalismo y campechanía del empresario mientras se respete el statu quo y se haga lo que él diga. El guionista y director de la cinta ha explicado su génesis en varias entrevistas:
"Nace de alguien que conozco y que tiene una relación con sus trabajadores parecida, no tan extrema como en la película, pero que buscando la mejora de su empresa se mete en la vida de sus empleados más allá de lo debido y cruza líneas rojas, incluso con buena voluntad; pensando que si todo va bien en sus casas también irá bien en su fábrica. Este es el punto de partida."


Cuando empieza la película la empresa de Julio Blanco vive un momento de inflexión. Ha despedido a uno de sus administradores, el cual planta un campamento de protesta delante de la fábrica. Por otro lado, el empresario está engrasando la maquinaria de influencia social y masaje laboral ante la inminente visita de la comisión que evaluará la fábrica: Arenga paternalista a los empleados (aquello de “somos una familia...vuestros problemas son mis problemas", etc.), gasto de publicidad en el periódico local para eliminar noticias negativas sobre la empresa, llamadas recordando favores y todo un arsenal de triquiñuelas nada inocentes.

En la personalidad de este patrón está uno de los quid de la película; un carácter que es todo un hallazgo y que Javier Bardem interpreta de forma deslumbrante. Julio Blanco es todo amabilidad y su puerta siempre está abierta para ayudar a sus empleados. Por otro lado, ni en los momentos más frustrantes, este embaucador se descompone, gritando o amenazando. No. El tipo se hace querer, es campechano y cercano... pero también un cabrón inmisericorde. Aparentemente es el jefe ideal pero, claro, todo tiene un peaje: condescendiente y socarrón siempre te mira por encima del hombro y nunca deja de hacer lo que le viene en gana, incluido el tirarse a las becarias.

Con un título así, yo esperaba un personaje esperpéntico y grosero en el ejercicio de un poder infame. No es así. León de Aranoa nunca ha pecado de trazo grueso en su escritura y aquí hay que alabar las luces y sombras con que alumbra al personaje. Blanco es un empresario implacable defendiendo su empresa pero no es un hijo de puta. Tiene en su haber despidos (“a veces hay que ser como un cirujano que tiene que amputar una pierna por necesidad, pero él no quiere amputar la pierna) y practica el juego de favores ("hoy por tí mañana por mí", como le espeta al director del periódico local); pero ejerce su poder con una mano izquierda tan diestra que logra embaucarte. 




Dos hechos hacen a la película valiosa. La sutileza con que León de Aranoa, guionista y director de la misma, borda el tejido de este microcosmos de pequeñas vidas y miserias, y la enorme interpretación que hace Javier Bardem

El guión fluye con un gran ritmo recorriendo los diferentes conflictos: los cuernos que sufre su jefe de producción (un inmenso Manuel Solo) que están afectando a su trabajo en la empresa, la bronca del despedido con sus pancartas y megáfono, la ayuda al hijo conflictivo de un trabajador ya mayor, el juego erótico del jefe con las becarias y esas llamadas de atención para asegurarse que el premio no se le escape. 

Hay mucha retranca y amargura en la película, como la preocupación del segurata de la fábrica porque las consignas que grita el despedido rimen en asonante o la relación de Blanco con Miralles que compartieron aventuras de la infancia, pero el jefe las presenta de forma muy interesada.

Todo el mecanismo y el brillo de la película está concentrado en el personaje de Blanco y la portentosa interpretación de Javier Bardem: su expresión corporal y la dicción que se ha inventado (algo así como pija pero campechana) componen un personaje sutil y embaucador. Sólo un actor en la madurez de sus dotes interpretativas es capaz de ser más amenazante cuanto más baja la voz hasta apretarte las clavijas, o cuando entorna los ojos para desarmarte o cuando te recibe como un torero con los brazos abiertos para darte el quite en el que tú acabas siendo el instrumento de su éxito. Un tipo verdaderamente condescendiente y socarrón que se cree el dueño del cortijo. Es verdad que su interpretación recoge muchos tópicos, pero la complejidad de hacerse querer y a la vez ser implacable evita la parodia. En muchos momentos su poses, sus silencios y sus miradas me han recordado al gran Al Pacino en sus mejores momentos.


Me llama la atención el cambio de registro de León de Aranoa ya que la película a veces parodia el discurso social que en su cine ha sido recurrente. También resulta llamativo que actor y director se reúnan de nuevo para ofrecernos lo que el mismo director ha denominado "el reverso tenebroso" de aquella "Los lunes al sol" que los encumbró. Entre ambas películas han trascurrido 20 años y no sólo ha cambiado el tono del relato, sino también la sociedad que refleja. Aquel Santa que pasaba los lunes al sol sin trabajo era un tipo indomable e íntegro. Poseía una dignidad inquebrantable que provenía de la unión y solidaridad entre los trabajadores. 

En cambio el trabajador despedido de esta fábrica de balanzas está solo en su campamento (no hay rastro de los sindicatos); mientras el resto de trabajadores pasa de largo hacia sus casas. No hay lucha social, la solidaridad brilla por su ausencia y si uno no rinde (como el propio Miralles) otro está presto para ocupar su puesto. En este sentido hay un fondo pesimista y de desaliento en la película. Vivimos mejor que hace 20 años, pero algo hemos perdido por el camino.



Finalmente decir que es la película que la Academia española envía para la selección de los Oscar. Yo creo que no lo conseguirá. Aunque los Oscar han premiado películas americanas y extranjeras peores e intrascendentes, la anécdota de El Buen Patrón es de andar por casa y la finura de su desarrollo y la gran interpretación de Bardem no logran elevarla. 

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