La amenaza de muerte está en el origen del terror, más temible cuanto más ajena a ti, más escalofriante cuanto más inerme te encuentra. Alien venía del espacio, Azarel del más allá y Freddy Kruger de las propias pesadillas. El terror se alimenta de nuestros miedos. En It Follows se dan todos estos ingredientes pero con una nueva formulación.
Jay (Maika Monroe) sale con un chico y una noche, después de tener relaciones sexuales, descubre que con este simple acto le han trasladado una maldición: alguien la perseguirá perpetuamente hasta matarla. Sólo podrá evitarlo pasando el testigo a otra persona del mismo modo.
Lo que te sigue siempre llega caminando. Por muy lejos que vayas siempre te alcanzará. Adopta la forma de cualquier persona, a veces incluso la de algún allegado.
La forma de contagio puede leerse como una obvia parábola sobre el sida o un canto a la abstinencia; pero no creo que sea lo importante. Lo que viene a ser en el fondo es la renovada batalla entre Eros y Tánatos, los temores en torno al sexo y -sobre todo- la pérdida de la inocencia.
La fuerza enigmática de la amenaza es tal que abona todo tipo de especulación. Convoca a nuestros miedos y hace presente la amenaza de la muerte. No parece fortuito que una de las amigas de Jay esté leyendo El idiota, de Dostoyevski, e incluso lea en voz alta un párrafo sobre la muerte y su inexorabilidad.
Realmente It Follows no es una película de terror al uso. La maldición sobreviene en un entorno dramático que no es meramente instrumental. La vivencia íntima de Jay está transmitida con empatía y credibilidad: su primera experiencia sexual, sus dudas; la expectación ante el mundo adulto y ante el universo está plasmada en planos de un extraño lirismo. De hecho me recuerda a esas pequeñas películas independientes donde lo importante no es lo que pasa sino cómo lo viven sus protagonistas.
Mitchell tiene un modo muy personal de mostrar la extrañeza que embarga a Jay: flotando boca arriba en la piscina, colocando unas briznas de hierba sobre la piel de su pierna, huyendo a sentarse en un columpio, acariciando una flor silvestre mientras se sincera. Son planos hipnóticos que transmiten inocencia. Y es en ese contexto donde brota -chirriante- el terror.
La película se inicia con un poderoso plano secuencia –una panorámica circular– donde se nos muestra a una chica aterrorizada que sale corriendo de su casa. La cámara se recrea en su pavor. La chica se gira, está paralizada, pero la calle está tranquila, no hay nadie. Vuelve corriendo a su casa, sale con las llaves del coche y huye despavorida. Como espectadores estamos atrapados. Queremos desvelar ese escalofrío que se nos ha insinuado.
Me gusta el estilo de las imágenes, pausadas y elegantes. El director brilla en la puesta en escena, con unos planos sostenidos que gravitan sobre el fondo de donde surgirá alguien que se irá acercando amenazante.
Describe un mundo totalmente juvenil, de una época pretérita y sin móviles. Los adultos no aparecen y el entorno resulta un tanto espectral: un barrio residencial de un Detroit donde abundan las casas y edificios abandonados.
Deudora de un clásico popular de los ochenta como es Halloween, como película de terror va más allá, al plantear un mundo adolescente de gran viveza emocional, con poderosas imágenes y una banda sonora émula de las de John Carpenter.
La estructura narrativa me ha recordado dos cuentos magistrales. El diablo en la botella, de Stevenson, por el conflicto moral de traspasar una maldición, y El maleficio de la runas, de M.R. James, por la malignidad persecutoria.
"Debajo, había unos versos de El Viejo Marinero de Coleridge (supongo que el grabado servía para ilustrarlos) sobre alguien que, luego de mirar atrás
prosigue,
Y no vuelve la cabeza,
Pues sabe que un espantoso demonio
Lo sigue paso a paso."
Muy buena, pero no para el que busque sustos fáciles.
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