Dirigiendo quien nos entregó Heat, seguro que todos esperábamos una reedición de su potencia, de su sequedad. Pero esta nueva entrega del maestro del cine de acción resulta insulsa e impostada. A cuento de qué tanto primerísimo plano, a cuento de qué tanta pose trascendental. Cuando al gigantón Chris Hemsworth lo sacan de la cárcel, se para y mira el cielo. Parece olisquear el viento. ¿Qué pasa?, le pregunta un colega. Nada, responde, y seguro que no sabe que nos está resumiendo la película. Nada.
Un hacker internacional boicotea el sistema de seguridad de una central nuclear en China y la hace reventar. A continuación pone en un brete la bolsa del mercado de futuros en Chicago. Para detenerle se requiere al mejor, un hacker que está en la cárcel ¡por duplicar tarjetas de crédito!. La presentación del antihéroe es chusca y llena de clichés. Se enrolla con una ingeniera de redes china porque sí.
El guión parece un festín de condimentos: Tecnología, trama internacional, colaboración tensa entre China y EEUU, malo malote, viajes a Los Angeles, Hong-Kong, Jakarta; un leve romance, una pizca de sal y plomo, un toque de cebollino y a emplatar.
Todo es insulso. El guión y la realización. Vuelve a haber un tiroteo entre coches, en plena calle; pero a años luz del de Heat. Hay un desenlace concebido como un duelo en medio de una fiesta multitudinaria en Jakarta; pero el realizador no acierta a mostrar el laberinto de figurantes, ni la tensión. La cámara siempre está cerquísima de la cara y la resolución a puñal es muy rápida. Todo resulta pobre y soso.
Ni acción, ni emoción.
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