-2014-
En el blog Zafarranchos Merulanos encuentro esta delicatessen. Y no es la única.
(...)
"La
obra empieza con la llegada de un viajero al dominio de los jardines
estatuarios. Se aloja en una taberna y es recibido por una suerte de guía que
se ofrece para mostrarle el país al que ha llegado. A partir de aquí,
descubrimos una región esbozada con el trazo de un relato fantástico. El
viajero descubre que los habitantes de los Jardines Estatuarios son en su
mayoría jardineros que se dedican al cultivo de estatuas. En ese país la piedra
crece y adopta formas, y una comunidad se dedica por entero a su tallado, a su
cultivo y pulimiento, y luego las exporta al extranjero.
El viajero, asombrado, decide
emprender la escritura de un libro de viajes en el que consignar un relato de
las costumbres y usos de los habitantes de los Jardines Estatuarios. Y al hablar
de ello el autor nos da algunas indicaciones de lo que es será su estilo: «Yo
estaba, y sigo estando, muy lejos de ser un artista, puesto que lo único que
desde siempre he pretendido es describir lo más clara y lo más fielmente
posible aquello que he visto y que me ha sido dado: trazar llanamente -incluso
iba a escribir: tontamente- uno de esos relatos de viaje como tantos que ya
existen, a fin de dar a conocer, y tal vez recuperar, algo de la extrañeza que
empezaba a descubrir. (...) A veces me parece que mi escritura se sostiene por
esas interrupciones, que mediante un mecanismo que me resulta incomprensible
extrae su energía de esos hiatos que abre mi estéril imaginación».
Efectivamente, en las primeras cien páginas asistimos al relato minucioso, exacto
y fascinante de lo que es la vida en los Jardines Estatuarios. De no ser por
cierto misterio, por cierta sensación de que algo turbio subyace a lo que
leemos, podríamos creer que estamos ante la obra exacta y precisa de un
antropólogo como Malinowski (un tipo que sabía imprimir en sus ensayos un aire
vago a literatura, por cierto). Se describe a lo largo de varias decenas de
páginas el cultivo de las estatuas, la curiosa estructura social de los
jardineros, basada en una separación estricta de hombres y mujeres. No se ve a
ni una de ellas en ninguna parte. Las mujeres viven en esta sociedad apartadas
y entregadas a sus maridos, y las que no logran adaptarse al sistema o lo
retan, acaban como prostitutas baratas en los albergues y fondas del camino.
El
relato es frío y descriptivo, el fraseo corto y expositivo se prolonga a lo
largo de las extensas disertaciones de los personajes. Pero, de pronto, en
determinados momentos, el narrador se suelta, por decirlo así, alarga las
frases, y ofrece pasajes de un lirismo sobrecogedor, un lirismo en cierta
medida brusco pero poderoso, un lirismo de ideas algo barroco que le otorga al
conjunto una fuerza inusitada («esos hiatos que abre mi estéril imaginación»).
Por otro lado, de estéril nada: la minuciosa descripción de los Jardines
Estatuarios nos muestra a un escritor con unas dotes imaginativas
deslumbrantes, y no podemos sino asistir con la boca abierta a la descripción
de aquel lugar fabuloso. Yo mismo quedé enajenado en la lectura y constaté una
de las grandes virtudes de esta novela: el mundo del que se nos habla resulta
fascinante y extraño, pero al mismo tiempo es rigurosamente verosímil, tan
creíble que uno cree estar allí, presenciándolo.
(...)
La región de los Jardines
Estatuarios se encuentra amenazada por unas tribus erráticas del norte. Al
parecer, un príncipe, un jardinero desterrado, las está unificando para atacar
y saquear toda la zona. Sin embargo, no hay pruebas de ello. Lo refieren
leyendas y habladurías. En este sentido, es interesante el papel de los libros
en la sociedad de los Jardines Estatuarios. En ciertas ocasiones, las estatuas
que crecen de la tierra adoptan la forma y el rostro de alguien que existe o
existió, de alguien real, normalmente antepasados muertos, y en ese momento los
jardineros empiezan a escribir una biografía de dicho antepasado. Una biografía
en la que cada uno de los habitantes del dominio participa con su recuerdo, una
biografía gigantesca e inacabable, puesto que se actualiza cada vez que alguien
refiere un nuevo recuerdo del difunto. De dicha biografía sólo se conserva un
ejemplar. Y así son todos los libros en este país: libros únicos y en perpetuo
cambio. Es en estos libros donde aparecen referencias míticas a un supuesto
señor de la guerra del norte que está tramando acabar con la sociedad
estatuaria.
Podemos rastrear a partir de
estos elementos, las influencias principales de la novela. Diría que se
adscribe muy bien a la estirpe iniciada con Sobre los acantilados de mármol, de
Ernst Jünger, y seguida por El mar de las Sirtes, de Julien Gracq, o El desierto de los tártaros de Dino Buzzati. La ambientación en una
sociedad imaginaria que posee un enemigo lejano e inconsistente, tal vez
imaginario, que amenaza con acabar con el orden establecido, un orden en plena
decadencia, fragmentado y ya polvoriento. En lo formal y estilístico, se
distancia en algunos aspectos de las obras aquí citadas. La prosa es
barroca y tiene vocación lírica, el tempo es lento y pausado, la textura del
ambiente muy Swift, por decirlo de alguna manera. Pienso que Gracq tiene, sin
embargo, un lirismo más refinado, y Buzzati una capacidad superior para
desarrollar escenas dramáticas. Abeille apuesta por la imaginación y la
especulación abstracta como motores de su prosa. Las cavilaciones acerca del
sentido de la historia, de la idea de progreso o de la significación de los
mitos, entre muchas otras, son sencillamente soberbias. Todos ellos comparten
una gran habilidad para dotar a sus textos de suspense.
(...)
El libro se entrega a un final
que anuncia una segunda parte. Ignoro si entra en los planes de Sexto Piso
publicarla, pero ojalá sea así. El viajero emprende un largo camino para llegar
a las estepas del norte y conoce la situación real de esa supuesta tribu
dispuesta a acabar con la región de los Jardines Estatuarios. A partir de aquí,
la trama está servida y no conviene revelarla. Este es un autor a descubrir. No
hay muchos textos capaces de transportarte a un mundo imaginario con semejante
calidad en la prosa, y conviene reseñarlos sin demora antes de que se pierdan
en el limbo de las generaciones pasadas. Si no he entendido mal, casi pasó lo
mismo con Abeille: Los Jardines Estaturios es una obra de los años ochenta que
ahora, reeditada en Francia y aquí, empieza a ser elevada por la crítica al
nivel que le corresponde."
Víctor Balcells Matas
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