Dos focos tiene la película, la intimidad familiar del presidente y la estrategia política para conseguir los votos que aprueben la famosa Enmienda XIII. De la intimidad quedan patentes la tensión mental y los desequilibrios de su esposa para acompañar a un hombre que ya en vida gozó de enorme popularidad. La cinta nos acerca a este héroe nacional a través de escenas campechanas en las que relata anécdotas (alguna muy jocosa contra los ingleses) tanto a políticos como a los soldados a los que manda.
Sin embargo es mucho más interesante la parte que nos lo muestra como un consumado estratega político, que utiliza y manipula todos los resortes a su alcance para conseguir su objetivo. Ahí es donde hay nervio, en ese juego de alianzas, presiones, engaños aparentes y compra de votos.
Porque al final lo que nos queda es la fijación de una imagen prototípica (por muchas generaciones se identificará a Abe con el rostro y los ademanes de esta majestuosa interpretación de Daniel Day Lewis) y también nos quedará un relato quizás demasiado minucioso de los subterfugios parlamentarios que condujeron a la aprobación de la Enmienda.
La lucha entre un Norte industrial y abolicionista contra un Sur agrario y esclavista está a punto de concluir. Lincoln quiere aprobar la Enmienda que prohibe la esclavitud, pero el momento histórico le coloca en una encrucijada moral de envergadura: si firma la paz con los confederados antes de que se apruebe la enmienda, cuando los representantes del Sur se incorporen al Congreso nunca la ratificarán. Si prolonga la guerra hasta que finalmente se apruebe la enmienda, significará más vidas inmoladas.
Esta carrera por negociar con el Sur a la vez que presiona y compra voluntades para reunir los votos suficientes, es lo mejor de la película, junto con la ambientación histórica.
En un momento clave de la votación, los demócratas exigen que el presidente declare si está negociando con el Sur. Lincoln envía una nota manuscrita típica de abogado: no hay representantes del Sur en la ciudad para negociar (él mismo los había retenido en una ciudad fuera de Washington). Revelar el juego político al desnudo y las trifulcas entre los congresistas deja fuera de escena a Lincoln. En su propia película se convierte en una referencia, un héroe nacional cuyo valor ya está fijado. Los apuntes familiares no aportan hondura, su humanismo (salen soldados negros que se saben de memoria sus discursos) se da por descontado. La cámara fotografía las poses fijadas por la historia pero no hay un verdadero juego de luces y sombras.
Tangencialmente nos lo tiene que declarar el congresista Thaddeus Stevens. Cuando presenta el documento de la enmienda aprobada a su esposa lo define como "una gran obra conseguida con una inmensa corrupción por un hombre puro".
El original Thaddeus Stevens y su intérprete |
Este histórico político de ideología abolicionista radical, constituye un personaje clave y Tommy Lee Jones nos regala una interpretación escueta y densa. Con su adusto semblante es capaz de trasladarnos su tormentoso interior (vivía un matrimonio secreto con una mulata). Su postura era radical, "incluso un indigno y un mezquino como tú debería ser tratado con igualdad ante la ley", le suelta al jefe de la oposición; pero ha de atemperarse para conseguir aprobar la enmienda.
El esfuerzo de ambientación es notable. La fidelidad de los escenarios -esos interiores con iluminación de velas o queroseno fotografiados por Janus Kaminski-, no lo es tanto en los hechos. Se sigue simplificando que la Guerra de Secesión fue por un impulso moral para abolir la esclavitud. Es cierto que Lincoln citaba a Euclides para ejemplificar que "las cosas que son iguales a una misma cosa, se puede decir que son iguales entre sí"; pero opiniones más ambiguas vertidas en sus escritos se ponen en boca del congresista Thadeus Stevens: "No creo en la igualdad entre todas las cosas, solo creo en la igualdad ante la ley".
La nómina de actores es apabullante. Sally Field aporta solvencia y capacidad dramática al personaje de la esposa, Hal Holbrook prestancia al líder del grupo conservador, Preston Blair. Joseph Gordon-Lewitt, como el hijo Robert y David Strathairn, como el secretario de estado Seward, tienen apariciones testimoniales que aportan muy poco.
Me atrae el lobby formado para comprar votos y arreglar sinecuras. En él triunfa un magnífico James Spader que le echa un poco de pimienta al asunto.
También me llama la atención apreciar la distancia que hay que aquellos republicanos (Lincoln empeñado en abolir la esclavitud y Preston Blair en concluir la guerra) con los actuales, dominados por el feroz Tea Party. Asimismo que la oposición a aquella Enmienda la ejercieran los demócratas, a quienes hoy en día consideramos progresistas.
Hay dos escenas que quiero subrayar. Una de alta política cuando en la Sala de Guerra, un Lincoln encendido espeta a sus colaboradores. "Ahora hemos salido a escena en el escenario del mundo. ¡El destino de la dignidad humana está en nuestras manos! Se ha derramado mucha sangre para permitirnos este momento." Para a continuación señalar uno a uno con su dedo y concluir: "Es ahora, ¡ahora, ahora! No podemos ganar esta guerra hasta que logremos curarnos de la esclavitud. ¡Este enmienda es la cura!". Otra más íntima. Está en la sala de telégrafos para enviar el mensaje en el que cita a los sudistas para negociar. Mientras se debate en si retenerlos o no, conversa llanamente con los soldados allí presentes, interesándose por su situación.
El totem de la película es la interpretación de Daniel Day Lewis y por lo tanto para apreciarla en toda su magnitud es imprescindible verla en versión original. Spielberg no lo tuvo fácil. Durante dos años persiguió al británico sin convencerlo. El director incluso echó mano de Leonardo DiCaprio, el cual le llegó a decir. "Debes reconsiderarlo, Steven realmente te necesita para esto, y no está dispuesto a hacer la película sin ti". Ambos actores se hicieron amigos en el intenso rodaje de la monumental Gangs of New York, de Martin Scorsese.
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