domingo, 27 de mayo de 2012

Excéntricos Ingleses

de Edith Sitwell






Musa y poetisa, aristócrata y extravagante, Edith Sitwell  publicó en 1933 ésta su más famosa obra, donde describe maravillosamente a un grupo de estrafalarios caballeros británicos.

Para la autora, la excentricidad es algo muy vital, "es la lucha individual contra la docilidad, la búsqueda de algún antídoto que nos salve de la melancolía; la fundación, en definitiva, de un cielo en el que soportar nuestras existencias."

Entre muchos ejemplos, se nos refiere la moda que hizo furor en el siglo XVII, que no era otra que contratar para las fincas señoriales a un decorativo ermitaño para poder enseñarlo a las visitas. Las negociaciones sobre las condiciones de la gruta, comidas y renta anual son de lo más curiosas. Además en el mismo capítulo titulado "Vejestorios y ermitaños decorativos",  encontramos a Lord Rokeby, un encantador vejete "famoso por sus hábitos anfibios y por ser poseedor de benevolencia y una barba". Prácticamente vivía en su piscina de Kent,  pero anteriormente lo hizo en el mar "donde permanecía con una persistencia extrema hasta que perdía el conocimiento y tenían que sacarle a la fuerza del agua". 

Aunque muchos de sus relatos no dejan de ser meras anécdotas, el libro se beneficia del admirable estilo de la autora, siempre irónica, mordaz y hasta con un punto de crueldad. Capítulos memorables son  "Curanderos, charlatanes y alquimistas" donde aparece  William Huntington, predicador carbonero que anunció haber descubierto que ´las promesas de Dios son billetes de banco´; demostrando con su experiencia (léase cándidos donantes) que el banco le transfirió fondos inagotables durante largo tiempo. Como también lo es "El dios de este mundo",  referido a los avaros donde el Buscón don Pablos se hallaría muy a  gusto
"Su benefactora, Lady Tempest, sabedora de que le gustaba la trucha estofada con clarete, le envió una como presente, pero el tiempo era invernal y desabrido, y el señor Dancer, temeroso de sufrir dolor de muelas si comía la trucha al clarete sin calentar, y reacio a correr con los gastos de un fuego para descongelarla, se  sentó, como una gallina, sobre el apetitoso alimento, hasta que el calor de su cuerpo lo entibió.  Su biógrafo, el señor Cyrus Redding, no aprobaba esta conducta, y nos dice, sin comentarios, que ´jamás, desde que una camisa llegaba a sus manos, la lavaba y ni siquiera la remendaba, y generalmente le colgaba en jirones. Esto hace suponer que, a pesar de sus solitarias tendencias de avaro, nunca le faltaba una colonia de insectos adherida a su persona, que mostraban el más vivo interés por su cuerpo´". p. 336
En el capítulo "Algunos viajeros" encontramos la fascinante historia del viajero y naturalista Monsieur de Rougemont, merecedora de figurar en la mismísima Historia universal de la infamia de Borges. Este insigne caballero naufragó en las costas de Guinea y llegó a ser jefe de una tribu caníbal. Sus aventuras fueron publicadas con gran éxito y por capítulos en el Wide World Magazine:"iniciamos lo que en verdad puede considerarse como la historia más asombrosa que jamás ha intentado contar un hombre": rituales fúnebres antropófagos con cadáveres asados, caza de caimanes con las simples manos y un matrimonio con la admirable indígena Yamba cuyas iniciativas nos dejarán pasmados son algunas de sus peripecias.  
Borges y Sitwell sí tienen en común la utilización del prontuario sobre piratas de Sir Philip Gosse. El primero para su relato "La viuda Ching, pirata" y la segunda para el capítulo sobre corsarios con la singularidad de una piedad ejemplar. 

El señor Robert Coates cuyo destino figura en el capítulo "Algunos aficionados a la moda" por sus atuendos delirantes, era un actor tan condenadamente malo que no era capaz de concluir sus representaciones por las broncas que provocaba. 
Al final las autoridades tuvieron que prohibirle subir al escenario.
El explorador y naturalista Charles Waterton, intentó volar a base de artilugios mecánicos, durmió con una boa constrictor y montó a lomos de un cocodrilo. Cuando ya era un despojo octogenario trepaba a los árboles a la menor provocación en recuerdo de aquella vez que estando en Roma, se encaramó al ángel que corona el Castello de Sant´Angelo. Como aduce la poetisa, Waterton
"era un excéntrico sólo en la medida que los grandes caballeros lo son, con lo cual quiero decir que sus gestos no están hechos para adaptarse a las convenciones o la cobardía de la multitud". p. 322


Uno de los más excitantes personajes del libro es el squire Mytton, muerto a los 38 años después de derrochar una herencia y autolesionarse de las maneras más fantásticas posibles. Su vecino le llamaba "Mango, rey de los pillos", e hizo honor a ese título hasta el fin de sus días. Excéntrico y epicúreo, sus aventuras son innúmeras y formidables, como la de tomarse ocho botellas de Oporto al día, cazar en camisón con temperaturas bajo cero, saltar vallas con su carruaje o presentarse a la cena a lomos de un oso pardo. "Es realmente increíble que el squire Mytton llegara a los treinta y ocho años, pues ningún hombre habitante de una región apacible corrió jamás más riesgos o sufrió mas accidentes."(p.138). Pereció en una mazmorra sin un duro a los treinta y ocho, destruido por sus locuras y el delirium tremens.

"En cierta ocasión compró unos caballos de tiro a un tratante llamado Clarke y enganchó unos de los animales a un calesín, en tándem, para ver si era un buen caballo de cabeza. ´¿Cree que es un buen saltador de vallas?´, le preguntó al alarmado señor Clarke, que estaba sentado a su lado. Sin esperar la respuesta del infeliz caballero, John Mytton exclamó: ´lo probaremos´. Y como había delante de ellos una barrera de portazgo bajada, dio rienda suelta al caballo. Este acreditó sus facultades, dejando al squire Mytton, al señor Clarke, al otro caballo, y el calesín al otro lado de la barrera, formando un magnífico cuadro de confusión inextricable". p.140

En el capítulo dedicado a Carlyle,  "Asuntos serios", nos introduce en el ámbito doméstico del sabio y por supuesto su intimidad y sus manías resultan de lo más sabroso.
"Como cabe imaginar, el señor Carlyle era muy dado a elogiar el silencio. Pero, al escuchar sus constantes monólogos sobre el tema, que a veces duraban hasta media hora, el exiliado Mazzini llegó a la conclusión de que ´amaba el silencio... más bien platónicamente´". p. 407
Por su parte, la escritora nunca se reconoció como excéntrica. Mordaz como siempre se defendía: "No soy una excéntrica. Lo que pasa es que estoy un poco más viva que la mayoría. Soy como una anguila eléctrica en una charca llena de peces de colores".

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