La lástima es que este nuevo Planeta de los Simios adolece de dos rémoras importantes que impiden su vuelo y enlace con el perturbador planeta que se encontró Charlton Heston en 1969. Una es de concepción: según esta propuesta la Tierra se convierte en el Planeta de los Simios después de una lucha sin cuartel entre simios y humanos por la dominación. Esto está bien para el espectáculo (peleas, bombas y disparos); pero no tiene nada que ver con aquella propuesta original: allí los simios habían ascendido en la escala de la civilización después de que el hombre se autodestruyera. El mensaje era la estupidez humana y la esperanza una nueva rama evolutiva.
La otra rémora es que estas dos últimas películas no logran desprenderse del enfoque de una lucha por la supervivencia. Mucho me temo que habiendo armas, helicópteros y bombas en el bando humano, poco podrían hacer los simios con sus lanzas y acrobacias. El punto de vista está montado sobre una especie de falacia que hace que toda la trilogía tiemble como un juguete de cartón: un virus hace más inteligentes a los simios, otro virus diezma a los humanos....un origen demasiado endeble.
Pero anotadas estas salvedades tengo que decir que este segundo film de Matt Reeves ha tenido el acierto de colocar a simios y humanos ante una misma tesitura, la amenaza de extinción y el horror a la bestialidad, cuyo aliento sentimos en la nuca. Los dos cabecillas enfrentados, César por los simios y El Coronel (Woody Harrelson) por los humanos, han de sobreponerse a sus tragedias personales, para pensar en la supervivencia de su raza. El conflicto personal tiene espesor y más todavía la reflexión sociopolítica.
El director ha tenido el talento y la sensibilidad para explorar la parte más dramática de la historia (César busca ciegamente una venganza personal) y ha captado perfectamente nuestra atención con innumerables primeros planos, tanto de simios como de humanos, para que oliésemos su miedo y sus contradicciones. Reeves demuestra un pulso extraordinario para mantener en alto el ritmo de thriller, mientras examina la naturaleza humana y sentimientos como el vínculo social, la misericordia o directamente el bien y el mal.
Además estos primeros planos nos causan admiración no sólo por la intensidad emocional que transmiten, sino por la sutileza y calidez de las expresiones simiescas, que alcanzan cotas de virtuosismo.
El director apuesta claramente por una fábula sociopolítica y elige además un bando, el de los inocentes simios que habrán de redimir todos los pecados humanos. Desde la anterior película, César ya se ha convertido en una especie de mesías legendario y El Coronel, cabecilla de uno de los últimos reductos humanos, está obsesionado con eliminarlo.
La película comienza como una guerra de guerrillas en el bosque, continúa con una operación comando, pasa por una transición con todos los ecos de un potente western (César cabalga a través de los bosques para cumplir su venganza mientras se le unen un trío de fieles amigos y recogen a una niña huérfana y a un simio bobalicón que es un delicioso contrapunto cómico). Concluye con la parte más larga, con todos los personajes encerrados en un campo de concentración, reproduciendo todos los tics clásicos: alcaide despiadado, conatos de motines, castigo ejemplarizante al líder y plan de evasión. Sólo falta Steve McQueen o sir Alex Guiness. Como se ve un verdadero patchwork.
Pero hay que reconocerle a Reeves el talento de haber aunado estos retales para entregar una película coherente y muy bien trabajada, donde las ideas y el drama prevalece sobre las explosiones y las ráfagas.
El campo de concentración nos regala dos imágenes icónicas y complementarias: Sobre la tierra y cada mañana, toda la guarnición se reúne para gritar sus consignas y proclamas ("¡¿Qué somos?! ¡Somos el principio y el fin!") mientras su líder, en el balcón, se afeita la cabeza, recordándonos la locura sangrienta del comandante Kutz. Parecen decir: para salvarnos de los salvajes nuestro único método es la barbarie. Bajo tierra, mientras los simios preparan la evasión, podemos ver una pintada: Ape pocalyse now. Militarismo, sometimiento, aniquilación.
Hay que subrayar el trabajo actoral. Andy Serkis vuelve a bordar una actuación bajo máscara, dotándola de matices y emociones increíblemente versátiles, apoyado en una motion capture refinadísima y sutil, capaz de recoger el más mínimo gesto o mohín del rostro.
En este caso tiene una maravillosa réplica en un simio enclenque y miedoso, Simio Malo (Bad Ape), cuya comicidad y bonhomía son antológicas. Este personaje interpetado por Steve Zahn y rescatado por César de su abandono, es un digno heredero de otro náufrago clásico, el Ben Gunn de La Isla del Tesoro. Destaca también Woody Harrelson que, lejos de sus excesos y gritos habituales, se muestra muy comedido y compone un personaje ciertamente trágico.
Como se ha dicho, esta película está lejos del universo creado por el novelista Pierre Boulle a principios de los sesenta: allí estaban los problemas raciales que incendiaban Norteamérica, la guerra de Vietnam, el fin de la supremacía del hombre blanco y el peligro de aniquilación nuclear. Pero más allá de los intentos de conectar esta pretendida precuela con aquella cinta de culto (el hijo de César se llama Cornelius y la niña huérfana que recogen la bautizan como Nova, personaje que interpretó Linda Harrison en la original de Peter Schaffner); esta Guerra del Planeta de los Simios ofrece sus propias reflexiones. Por ejemplo en cuanto a la deshumanización, el levantamiento contra las injusticias (a día de hoy las secuelas de la crisis/estafa económica son colosales), el antimilitarismo o incluso la búsqueda de una tierra prometida hacia la que César conduce a su pueblo. Y por supuesto el eterno debate sobre dónde radica la esencia de la humanidad: El Coronel y César llegan a comentar su nivel de misericordia.
Notable alto para este cineasta bien dotado que es Matt Reeves (Cloverfield, Déjame Entrar)
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