Parece ser que hay dos bandos antagónicos entre los que hemos visto esta película. Los que la encumbran como una obra de culto, intensamente dramática y perturbadora, y los que ven una historia muy bien rodada e interpretada pero pastiche de otras y un tanto despistada.
Yo me encuentro en este último bando.
La película comienza con la muerte de la abuela. La herencia que recibirán su hija y sus nietos quizás no sea la que esperaban. La hija comienza a desmoronarse psicológicamente mientras que la nieta comienza a ver fantasmas.
Me quedo con el buen hacer de Ary Aster: una puesta en escena muy brillante, milimétricamente inquietante a la vez que intimista y con un gran dominio del ritmo que, a través de los encuadres y transiciones, logra fijar tu atención de forma sorprendente.
En cambio el desarrollo de la historia me parece arbitrario, con giros que se suponen sorprendentes pero que parecen gratuitos y que consiguen que la evolución de la historia nos resulte indiferente. La película comienza brillantemente en su primer tercio, imponiendo un ritmo denso y centrado en el drama familiar, para despistarse en su segundo tercio y hacer el ridículo en el tercero y último.
Cuando se decide la aparición de un ente maligno, su corporeización resulta de lo más insustancial, forzando el brillante derrotero de la película hacia algo muy manido. La sucesión de muertes en el desenlace rozan el absurdo.
Muchos la presentan como un triángulo sostenido en sus vértices por referencias tan poderosas como Rosemary´s baby, El exorcista y La Bruja. Es cierto que tiene un pálido reflejo de la primera. No tiene, en cambio, nada de la segunda y aunque el primer tercio emula a la tercera acaba en las antípodas. La Bruja (The Wicht) era una película profundamente perturbadora y desasosegante porque nos hacía descubrir el pliegue irracional y atávico de las personas. Esta exploración sí la comparte en su primera parte: los demonios están en nuestro interior y se alimentan de nuestro miedo.
De todos modos Hereditary se ve con gusto.
Desde su mismo inicio se aprecia la puesta en escena tan milimétrica como inquietante. Aprovechando que la protagonista trabaja elaborando miniaturas la película abre con una secuencia en que la cámara se acerca a una de esas casas de muñecas, se cuela hasta una habitación en la que se abre una puerta y entra un personaje... real.
Desde su mismo inicio se aprecia la puesta en escena tan milimétrica como inquietante. Aprovechando que la protagonista trabaja elaborando miniaturas la película abre con una secuencia en que la cámara se acerca a una de esas casas de muñecas, se cuela hasta una habitación en la que se abre una puerta y entra un personaje... real.
Los personajes van a ser juguetes cuyo resortes moverán otros. Su mundo va a ser cerrado: la familia sola, con la semillita que sembró la abuela fallecida y las neuras y fobias de cada uno de sus miembros. Esto es lo mejor de la película y es muy bueno. Un caldo espeso en el que van asfixiándose los personajes. De hecho las dos primeras apariciones fantasmales -sin subrayados, ni música estridente- son magnéticos. Sin abandonar lo puramente dramático, nos hacen atisbar le puerta del terror.
El camino prometía. El horror que nace de un potente conflicto dramático. La perversión que puede esconderse en una familia, las obsesiones, los hijos no queridos. El magnetismo de la pantalla se nutre de planos milimétricos, una puesta en escena perturbadora, un fuerte conflicto psicológico y mucho desasosiego. Pero de pronto aparece un libro sobre espiritismo, luego una amiga, luego el panfleto de una medium... y la turbación se convierte en algo huero y superficial.
Lo peor de todo es la arbitrariedad que gobierna algunos giros del guión. Arbitrario es que la amiga que viene a consolar a la angustiada madre, la convierta en una medium de una sola sentada. También que aparezca, de pronto, un perro familiar en el último tercio de la película o que el cuaderno de la hija muerta esté vinculado a la madre o al padre indistintamente según necesidades del guión. O la aparición de un ente demoníaco de manera instrumental. O que de pronto Toni Collete sea sonámbula. Qué oportuno para explicar su tensión con el hijo no deseado.
El camino prometía. El horror que nace de un potente conflicto dramático. La perversión que puede esconderse en una familia, las obsesiones, los hijos no queridos. El magnetismo de la pantalla se nutre de planos milimétricos, una puesta en escena perturbadora, un fuerte conflicto psicológico y mucho desasosiego. Pero de pronto aparece un libro sobre espiritismo, luego una amiga, luego el panfleto de una medium... y la turbación se convierte en algo huero y superficial.
Lo peor de todo es la arbitrariedad que gobierna algunos giros del guión. Arbitrario es que la amiga que viene a consolar a la angustiada madre, la convierta en una medium de una sola sentada. También que aparezca, de pronto, un perro familiar en el último tercio de la película o que el cuaderno de la hija muerta esté vinculado a la madre o al padre indistintamente según necesidades del guión. O la aparición de un ente demoníaco de manera instrumental. O que de pronto Toni Collete sea sonámbula. Qué oportuno para explicar su tensión con el hijo no deseado.
La admirable interpretación de Toni Collete contrasta con el papel de padre panoli que nos regala el pobre Gabriel Byrne, muy lejos de los suculentos papeles de otros tiempos.
La productora A24, responsable de The Witch (2016), Room (2015) y Ex Machina (2015), mantiene el listón bien alto.
La productora A24, responsable de The Witch (2016), Room (2015) y Ex Machina (2015), mantiene el listón bien alto.
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