lunes, 25 de septiembre de 2017

DETROIT - de Kathryn Bigelow

EEUU, 2017

Escalofriante dramatización de los disturbios raciales que sacudieron la ciudad de Detroit durante cinco días de julio de 1967, a causa del abuso y maltrato policial.

Dividida en tres actos, La película tiene una breve introducción de animación, hecha por Jacob Lawrence, explicando la gran migración desde el sur agrario al Norte industrial en busca de una vida mejor. Ya en el primer acto la directora prácticamente nos entrega un reportaje
 periodístico, mezclando imágenes reales y ficticias para sumergirnos en los distintos aspectos de la vorágine que se vivió esos días.

El segundo acto es demoledor. Se inicia con la policía irrumpiendo en un bar clandestino y deteniendo a 85 personas, todas ellas de raza negra. La arbitrariedad de la acción y la contundencia gratuita de los agentes generó una protesta ciudadana que se inició quemando coches, continuó saqueando comercios y llegó al extremo de incendiar edificios. El gobernador de Michigan echó gasolina al fuego enviando a la zona multitud de policías blancos, muchos de ellos racistas y violentos. Con su actuación convirtió a Detroit en una zona de guerra. 
Fotograma de la película

Aquellos días de ira y devastación acabaron con 7.000 arrestos y 48 muertos, en su mayor parte de raza negra. 

La película se centra en un episodio, el asalto de la policía al Motel Algiers, aduciendo la presencia de un francotirador. Una vez ocupado, tres policías de la ciudad retienen a un grupo de jóvenes negros poniéndolos contra la pared y golpeándolos para que declaren quién ha disparado. Como aditamento al racismo de los policías, éstos se encuentran con que dos chicas blancas estaban de juerga en la habitación de un chico negro... Lo que sigue es un terrorífico juego del gato y el ratón cuya violencia psicológica y física resulta aborrecible. Katrine Bygelow logra unas secuencias electrizantes y desgarradoras. Cualquier persona normal sentirá una enorme impotencia y repugnancia ante la violencia explícita y el asesinato a sangre fría. Este tramo de la película resulta de lo más claustrofóbico y no te deja ni un segundo de respiro.

Al final de la noche, tres de los chicos negros estaban muertos, y el resto habían sido víctimas de torturas y humillaciones.
El tercer acto es un rápido colofón judicial en el que un jurado, compuesto exclusivamente por blancos, juzgan a los policías por las agresiones y asesinatos de unos jóvenes negros. Dejaré que deduzcas la sentencia.

Bigelow tiene un pulso endiablado para las escenas de acción y tensión. Lo demostró desde sus primeras películas en los ochenta (The Loveless, Near Dark), hasta que lo petó con Le llaman Bodhi (Point Break, 1991). A pesar de una carrera muy irregular, en sus últimos proyectos sus imágenes enérgicas y febriles se han orientado hacia un discurso más dramático, como En Tierra Hostil (The Hurt Locker, 2008) e incluso político-social, como en La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012), o la presente.

Del mismo modo que en estas dos últimas películas, Bigelow cuenta con el guionista Mark Boal, experto en sacar puro cine y aportar denuncia con libretos basados en hechos históricos; tal y como demostró en la amarga En el valle de Elah (Paul Haggis, 2007). En el caso que nos ocupa dramatiza los hechos reales ocurridos en el motel Algiers, basándose en los recuerdos de algunos de los testigos y víctimas.


La directora se mete de lleno en el corazón de la violencia y sabe pulsar las teclas que nos producen espanto. John Boyenga interpreta a un guardia de seguridad negro que se encuentra en medio del fregao. A través de él somos testigos de la barbarie. Como él nos sentimos prisioneros de una espiral de violencia que amenaza con destruirnos. 

"Para mí todos sois culpables" asevera Philip Krauss, el policía que dirige la función. Un Will Poulter que está tremendo e inquietante como  policía racista y de gatillo fácil. Sus ojos, su boca, sus cejas logran esa expresión sádica de quien dispone impunemente de la vida de los demás. Sin duda uno de los personajes más odiosos del cine reciente. Él es uno de los grandes aciertos del guionista puesto que como tal no existió.
Will Poulter interpretando a Philip Krauss en Detroit


Los hechos son históricos pero la directora y su guionista consiguen que los protagonistas tengan espesor. No sólo el policía Philip Krauss o el segurata Dismukes sostienen la acción. La historia del joven Larry (Algee Smith), que está luchando por abrirse camino como cantante, resulta conmovedora: la traumática experiencia del motel marcó a hierro su vida, alejándole de una carrera musical verdaderamente prometedora.

La película retrata muy bien ciertas contradicciones y ambigüedades. Allí estaba el ejército y la Guardia Nacional, pero todos se inhibieron o hicieron la vista gorda ante el cariz que tomaba el asunto del Motel Algiers. 



La reflexión a la que nos obliga la película es aterradoramente pertinente en nuestros días. El racismo ha marcado la historia de EEUU y lo sigue haciendo hoy día, cuando el mismísimo presidente Trump alenta a los supremacistas blancos y niega consuelo y justicia a las víctimas de crímenes racistas. Sólo hace un mes pudimos presenciar el resurgimiento del odio en Charlottesville (Virginia) durante una marcha supremacista. La jornada se saldó con un balance de tres muertos y una veintena de heridos. En Septiembre del año pasado y en sólo diez días, la policía llegó a matar a tres hombres negros desarmados. Todo esto queda muy bien reflejado en la película, cuando una de las futuras víctimas reflexiona que en EEUU "ser negro es como tener una pistola apuntándote a la cara".

Agravado todo ello por la impunidad vergonzosa y lacerante en la que quedan todos estos crímenes.

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