sábado, 17 de junio de 2017

ENSAYO sobre LA MUERTE - de Antal Szerb

The Spiritualist, de Lajos Gulácsy























En la novela El Viajero bajo el resplandor de la luna del escritor húngaro Antal Szerb, encontramos al joven Mihály, un burgués húngaro del período de entreguerras, deambulando por la soleada Italia en busca de su identidad. Todo el capítulo 3 de la Tercera Parte. Roma está dedicado a una exploración de la presencia de la muerte en nuestras conciencias.  En Mihály siempre está presente el recuerdo de Tamás, su amigo más íntimo, vitalista, fantasioso y suicida. Siempre ha querido entender esa pulsión tan voraz donde conviven el éxtasis de la vida y la atracción de la muerte. La reflexión surge mientras Mihály y un compañero de estudios observan unos bajorrelieves.





"-Qué es eso? -preguntó Mihály, sorprendido.
-Es la muerte -respondió Waldheim, y su voz se volvió más aguda, como siempre que explicaba algo serio, algo científico-. Es la muerte, mejor dicho el acto de morir. Porque no es lo mismo. Estas mujeres que seducen a los hombres, estos sátiros que raptan a las mujeres son demonios de la muerte. ¿Te das cuentas? Las mujeres son conducidas por demonios masculinos, mientras que los hombres son llevados por demonios femeninos. Los etruscos sabían muy bien que el acto de morir es un acto erótico.
Mihály se estremeció. ¿Quizás él y Tamás Ulpius no hayan sido los únicos en saberlo? ¿Es posible que para los etruscos esa sensación básica de su vida haya sido una realidad anímica representable y clara de por sí? ¿Es posible que la genial intuición de Waldheim, basada en la historia de las religiones, pueda comprender esa realidad, de la misma manera que comprende tantos misterios y horrores de la fe de los clásicos?
Se sentía tan confundido que no dijo nada, ni en el museo, ni en el camino de regreso en tranvía, pero por la noche, cuando fue a ver otra vez a Waldheim, y cuando el vino tinto le dio valor, le preguntó, cuidando de que su voz no temblase:
-Dime una cosa, ¿qué entiendes por eso de que el acto de morir es un acto erótico?
-Todo lo que digo lo entiendo como lo digo. No soy un poeta simbolista. Morir es un acto erótico, o si lo quieres decir de otra forma, es un placer sexual. Por lo menos para los antiguos, los pueblos de las culturas ancestrales: los etruscos, los griegos de la época de Homero, los celtas.
-No lo entiendo -insistía Mihály, fingiendo-. Yo creía que los griegos temían la muerte, puesto que los griegos de la época de Homero no se consolaban con la idea del más allá, si recuerdo bien el libro de Rohde. Y los etruscos, puesto que vivían para el instante, temían todavía más la muerte.
-Todo eso es cierto. Estos pueblos, probablemente, temían más la muerte que nosotros. Nosotros recibimos de la civilización un aparato anímico tan perfecto que podemos olvidar, durante la mayor parte de nuestras vidas, que un día moriremos. Poco a poco, desalojamos la muerte de nuestras conciencias, de la misma manera que hemos desalojado la existencia de Dios. Ésa es la civilización. Sin embargo, para el hombre de la Antigüedad, no había nada más presente que la muerte y los muertos, cuya misteriosa existencia ulterior, su destino, su venganza, les ocupaba y les preocupaba. Temían horriblemente la muerte y a los muertos, pero en su alma todo era todavía más ambivalente que en la nuestra, las grandes contradicciones no se habían separado aún entre ellas. El miedo a la muerte y el deseo de ella estaban más cercanos, eran como vecinos en sus almas, el miedo era como el deseo y el deseo era lo mismo que el miedo.
“The Cliff of Death” by Lajos Gulacsy
-Dios mío... el deseo de muerte no es algo arcaico, es algo eterno, eternamente humano -dijo Mahály, para defenderse de sus propios pensamientos-. Siempre ha habido y siempre habrá gente cansada y aburrida de la vida, gente que espera la solución y la absolución de la muerte.
-No digas tonterías afectadas, no hables como si no me comprendieras. Yo no te estoy hablando del deseo de muerte de la gente cansada o enferma, de los candidatos al suicidio, sino de la gente que está en la cima, en la plenitud de sus vidas, y que justamente por eso desean la muerte, la muerte como éxtasis, como cuando se habla de amores mortales. Eso es algo que se comprende o no se comprende, algo que no se puede explicar, pero que para la gente de la Antigüedad era algo obvio. Por eso te digo que el acto de morir es un acto erótico: así lo deseaban ellos, y al fin y al cabo todo deseo es erótico, es decir que denominamos a algo erótico porque tiene que ver con Eros, el dios del deseo. El hombre siempre desea a la mujer, decían nuestros amigos los etruscos, o sea que la muerte o el acto de morir es una mujer. Es una mujer para el hombre, y un hombre, un sátiro agresivo, para la mujer. Eso es lo que nos enseñan las estatuas que has visto esta mañana. Te podría mostrar más ejemplos, te podría enseñar más imágenes de la muerte-hetaira, representada en distintos relieves arcaicos. La muerte es una prostituta que seduce a los hombres jóvenes y fuertes. Se la representa con una enorme vagina. Ésta, probablemente, significa varias cosas. De allí venimos y allí vamos, quería decir aquella gente. Nacemos por un acto erótico, a través de una mujer, y debemos morir por otro acto erótico, a través de otra mujer, a través de la muerte-hetaira, la figura contraria y complementaria de la Madre... Cuando morimos, nacemos otras vez... ¿comprendes? Eso es lo que expliqué el otro día, en la Reale Accademia, bajo el título de Aspetti della morte, y además tuve mucho éxito, y los periódicos hablamos de mí detalladamente. Por casualidad, tengo aquí varios ejemplares, espérame un momento...

Mahály observó, horrorizado, el caos alegre del cuarto de Waldheim. Se parecía en algo a aquel cuarto de antaño, en casa de los Ulpius. Buscaba alguna señal, algo que le indicara de una forma concreta... la cercanía de Tamás, de aquel Tamás cuyos pensamientos habían sido expuestos por Waldheim, de una forma clara, científica y objetiva, en aquella noche de verano. La voz de Waldheim se había vuelta ya totalmente aguda y tajante, casi silbaba, como siempre que sus explicaciones rozaban "lo esencial". Mihály se bebió de un trago una copa de vino, y se acercó a la ventana para respirar un poco de aire fresco, algo le oprimía.
-El deseo de muerte es la más poderosa de las fuerzas creadoras de los grandes mitos -explicaba Waldheim, muy excitado, más bien para sí mismo-. Si leemos y comprendemos bien La Odisea, se trata de eso, casi exclusivamente. Allí están las muertes-hetairas, Circe, Calipso, que seducen y conducen a los viajeros a sus cuevas, en aquellas islas de la muerte, llenas de felicidad, y no permiten que sigan su viaje: son imperios enteros de la muerte, las tierras de los lotófagos, de los feacios y quién sabe si Ítaca misma no es un imperio de la muerte... Lejos de aquí, en el poniente, los muertos siempre viajan más hacia el Oeste, siguiendo al sol... y la nostalgia de Odiseo y su regreso a Ítaca quizás signifiquen la nostalgia de la no-existencia, el regreso al nacimiento... 
(...)
Odiseo y Capylso, de Arnold Böcklin

-¿Por qué fueron los antiguos griegos los únicos en sentir con tanta fuerza la presencia de la muerte? -preguntó.
-Porque en la naturaleza de la civilización está, como lo estaba para los griegos, desviar la atención de la gente de la realidad de la muerte, contrarrestar el deseo de muerte, al mismo tiempo que disminuir el deseo elemental por la vida. la civilización cristiana hizo lo mismo. A pesar de que los pueblos que los cristianos tuvieron que domesticar tenían un culto a la muerte todavía más fuerte que los griegos, éstos, a decir verdad, no estaban muy apegados a la muerte, pero ellos sabían expresarlo todo mejor que los demás. Los más apegados a la muerte eran los pueblos nórdicos, los germanos, en las profundidades de sus bosques oscuros y nocturnos, y los celtas, sobre todo los celtas. Las leyendas de los celtas están llenas de islas de los muertos; estas islas fueron transformadas más tarde por los copistas cristianos en islas de los bienaventurados, y los idiotas estudiosos del folclore se lo han tragado todo, como hacen habitualmente. A ver, dime, por favor, ¿es acaso una isla de los bienaventurados la que envía su embajadora, el hada, a la corte del príncipe Brán como algo ineludible contra lo cual no se puede apelar? ¿O acaso quienes abandonan la isla de los bienaventurados no se convierten en polvo y en ceniza nada más salir de allí? ¿Qué piensas? Los que se ríen en esa isla, en esa otra isla , ¿por qué ríen tanto? ¿Por felices y por bienaventurados? ¡Qué va! Se ríen porque están muertos, y su risa es la risa terrible de los muertos, la misma que se ve en las máscaras de los indios y de los pueblos del Perú, en los rostros de las momias. (...)

El hecho de que los pueblos nórdicos se hubiesen incorporado al conjunto de las naciones cristianas, a la civilización europea, si recuerdas bien, trajo consigo el resultados número uno de que durante dos siglos, los siglos X y XI, los siglos de la reforma de los religiosos de Cluny, no se hablase otra cosa que de la muerte. En la época prerrománica, el cristianismo estuvo constantemente amenazado con convertirse en una religión oscura, basada en el culto a la muerte, algo parecido a las religiones de los indios de México. Sin embargo, prevaleció el carácter mediterráneo, humano. ¿Qué paso? Los pueblos del Mediterráneo lograron sublimar y racionalizar el deseo de muerte, quiero decir que transformaron el deseo de muerte en un deseo por el más allá, convirtiendo el terrible sex-appeal de las sirenas-muerte en una llamada de los coros celestes y angelicales. Desde entonces, los creyentes pudieron desear la muerte hermosa de una manera decente, no deseaban los placeres paganos del acto de morir, sino los placeres civilizados y honestos del cielo, del paraíso. El deseo primigenio, ancestral y pagano de muerte se exilió, se refugio en las capas inferiores de la religión, en las supersticiones, los hechizos, los actos diabólicos. Cuanto más fuerte es una civilización, más inconsciente se vuelve el amor a la muerte.

Budapest
Fíjate bien: en las sociedades civilizadas la muerte es el concepto tabú por excelencia. No se habla de ella, ni se menciona su nombre, se la describe con una perífrasis, como si fuera una marranada, al muerto se le denomina difunto, fallecido o finado, se habla de todo ello de la misma manera que de los actos relacionados con la digestión. De lo que no se habla tampoco se puede pensar. Es una defensa de la civilización contra el terrible mal, esa horrible amenaza que consiste en que en el hombre, al lado del instinto de vida, trabaja también un instinto contrario, un instinto muy astuto, dulce y fuerte que nos incita a desaparecer. Ese instinto es tanto más peligroso para el alma del hombre civilizado cuanto que el hambre primordial de vida de éste ha disminuido considerablemente. Por eso debe reprimir el otro deseo con la capa y con la espada. Sin embargo, esa represión no siempre da resultados. en las épocas de decadencia, este otro deseo sube a la superficie, inundando el territorio de la vida espiritual hasta límites sorprendentes. A ves, clases sociales completas cavan su propia tumba, de una manera casi consciente, como la aristocracia francesa antes de la Revolución, y me temo que el ejemplo más actual hoy en día sea el de los húngaros del Transdanubio..."

págs 159 a 163
de El Viajero bajo el resplandor de la luna de Antal Szerb. Ediciones del Bronce.

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