miércoles, 24 de abril de 2013

Siempre hemos vivido en el castillo

de Shirley Jackson








Delicado relato que camina por la sutil frontera entre realidad y pesadilla. Una niña inadaptada pero con un mundo interior bullente, nos conducirá por un estrecho sendero hasta su madriguera en el bosque. Así comienza:
"Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular miden lo mismo, pero he tenido que conformarme con lo que tenía. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la seta mortífera. Todos los demás miembros de mi familia están muertos".
Así que ahí está Merricat recluida en la bola de cristal que es la finca de los Blackwood ("el castillo"), con la hermosa Constance, hermana mayor y exquisita cocinera;  y su tío Julian, senil y obsesionado con tomar notas infinitas sobre lo ocurrido seis años atrás, cuando todos los miembros de la familia murieron envenenados durante la cena.

El comienzo nos ofrece de golpe todas las claves, a su modo infantil y cándido. En la voz de Merricat, que vuelve con la compra del pueblo, percibimos el eco de un silencio ominoso que crea un vacío a su alrededor.
"La gente del pueblo siempre nos ha odiado".   
"Todo el pueblo era de un mismo estilo y de una misma época; era como si la gente necesitara de la fealdad del pueblo y se complaciera en ella." pág. 16

"Temía que pudieran tocarme y que sus madres se lanzaran sobre mí como una bandada de aves de presa; ésta era la imagen que siempre tenía en la mente: aves descendiendo en picado, atacando, desplegando sus garras como afiladas navajas." pág. 17
El hostigamiento, la violencia gratuita tantas veces presente en el profundo sur está al acecho. En el fondo los aldeanos que miran de soslayo hacia "el castillo", mastican una mezcla amarga de odio y miedo. Las dos hermanas recluidas viven en un mundo propio, extraño, y en cambio lleno de armonía. Mientras, alrededor, se emboscan los ecos de aquellas muertes terribles y cobran vida en una canción infantil con que los niños las persiguen. 
          "Merricat, dijo Constance, ¿quieres una taza de té?
          Oh, no, dijo Merricat, no me envenenaré.
          Merricat, dijo Constance ¿no te está entrando sueño?
          ¡En la fosa dormiré, a tres metros bajo el suelo!".

El relato surge desde el corazón mismo del castillo, desde la más palpitante de sus moradoras. Décadas antes de que Tim Burton nos invitara a la intimidad de engendros y fantasmas, Shirley Jackson nos hace adoptar la mirada de la bruja, del monstruo, y nos hace sentir su terror ante el avance de los aldeanos con antorchas. 

La evolución del relato es magnífica. Paso a paso la niña nos revela sus anhelos y frustraciones. Su poderosa fantasía pone en pie solemnes protocolos e íntimos rituales de protección ante las agresiones del mundo. En los momentos más angustiosos huye a la luna, un secreto rincón de la finca familiar. Cuelga amuletos en lugares estratégicos, entierra objetos a los que asigna un poder mágico y junto a su gato Jonas persevera en el amparo de su vida y seres queridos. 
"Encontré un nido de serpientes recién nacidas cerca del arroyo y las maté a todas; las serpientes no me gustan y Constance no me ha pedido nunca que no lo haga. Iba ya de regreso a casa cuando encontré un muy mal augurio, uno de los peores. El libro que había clavado a uno de los árboles del pinar había caído del tronco. Decidí que el clavo se había oxidado y que el libro -una pequeña libreta de notas de nuestro padre, donde tenía apuntados los nombres de la gente que le debía dinero y de la gente que, en su opinión, le debía algún favor- resultaba inútil ahora como protección. Yo lo había envuelto a conciencia con un papel grueso y resistente antes de clavarlo al árbol, pero el clavo se había oxidado y el libro había caído. Me dije que sería mejor destruirlo, por si se volvía ahora en mi contra, y traer al árbol otro objeto distinto, tal vez un pañuelo de cabeza de nuestra madre, o un guante. En realidad, ya era demasiado tarde aunque entonces no lo sabía; el hombre ya estaba camino de la casa."pág. 75
Los terrores infantiles, la amenaza adulta, el miedo al cambio, el opresivo entorno doméstico, parecen ingredientes muy cotidianos, pero la autora es capaz de dotarlos de un malévolo aire de amenaza.

"El domingo por la mañana, el cambio estaba un día más próximo.Yo estaba resuelta a no pensar en mis tres palabras mágicas y a no dejar que entraran en mi mente, pero la cercanía del cambio era tan perceptible que no había modo de evitarlo; el cambio invadía las escaleras y la cocina y el jardín como si fuera niebla. Yo no podía olvidar las palabras mágicas; eran MELODÍA  GLOUCESTER  PEGASO, pero me negaba a dejarlas entrar en mi mente. El tiempo era inestable el domingo por la mañana y pensé que, después de todo, quizás Jonas tendría éxito en preparar una tormenta." pág. 72
De algún modo tiene las trazas del clásico de Henry James, Una vuelta de tuerca; sobretodo en cuanto al aura fantasmal de una narración bien realista y en el sentido de que Merricat vive permanentemente en el umbral entre la realidad y su mundo de fantasía.

Dos son los hallazgos de esta novela: Uno, la personalidad de MerryCat, su mirada sobre el mundo mientras camina por el borde del abismo. Otro, la sutileza con que se añaden ingredientes a un guiso etéreo: las inocentes revelaciones de Merricat, los comentarios seniles del tío Julian, la persistencia de las comidas en la vida familiar, los rumores del pueblo.

La senilidad del tío Julian provoca situaciones de una intriga finísima. A través suyo conocemos el envenenamiento de casi todos los miembros de la familia y en un momento dado le espeta a Charles que no se equivoque, que Merrycat murió hace años en el orfanato...

A mitad de novela, la incertidumbre se ve incrementada con la llegada del avieso primo Charles.  La soterrada lucha que entablará con Merricat para adueñarse de la casa nos llevará hasta la catarsis final.

Shirley Jackson es una escritora fuera de foco en la literatura norteamericana del siglo XX. Publicó en los años 50 y 60 libros donde los protagonistas suelen ser las casas y las vivencias angustiosas e incluso paranoicas. Laura Miller, crítica de The New York Times Book Review, la denominaba "el bardo de la pesadilla doméstica". Hangsaman, The Sundial, The Haunting of Hill House y la que nos ocupa son novelas. A ellas hay que sumar casi un centenar de cuentos entre los que se encuentra el célebre The Lottery. 
Las citas están tomadas de mi volumen de Ehasa. La reciente edición de Siempre hemos vivido en el castillo por parte de la Editorial Minúscula sólo hace sumar una joya más a su cuidadísimo catálogo que incluye autores tan extraordinarios como Emmanuel Bove, Hans Keilson o Svetislav Basara.



*  Un artículo casi enciclopédico sobre esta obra se encuentra en El librófago
*  Un artículo de Pablo Chul -redactado con desenfado y mucho conocimiento-  nos acerca a la figura de Shirley Jackson y sus obras. 

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