martes, 12 de febrero de 2013

La Realidad y el Deseo

de Luis Cernuda






Inicié mi biblioteca durante el Bachillerato. Mi primer libro, y único durante meses, fue la Antología Poética de Luis Cernuda editada por Alianza Editorial. Su poesía siempre me fue cercana. Era un poeta español pero fuera del canon oficial, incluso fuera de lo que se estudiaba en la clase de Lengua y Literatura. Siempre me ha fascinado el título que puso al conjunto de su poesía: La Realidad y el Deseo. Un magnífico título que a la vez nombra y define un mundo poético.

Philip Silver compuso el prólogo de aquella edición del que tomo estas notas:
"El dolorido sentir de Cernuda tiene resonancias más hondas que cualquier tópico literario. En su voz sentimos una soledad y una añoranza cósmica, mas al mismo tiempo nos da la sensación de que no le puede ya interesar nada, como si escuchásemos a un pobre muerto. y esto hace que la añoranza, el deseo, resulte algo paradójico. Si no le importa ya nada, ¿cómo puede sentir la pérdida de algo? Por una parte desprecia el mundo y dice que sólo vale el mundo de la poesía, para luego decir que tampoco vale el mundo de sus poemas. Parece que escuchamos a Cernuda  cuando leemos en una de las cartas de Rousseau a Malesherbes: ´Si todos mis sueños se hiciesen realidad, aún seguiría sin estar satisfecho: tendría que seguir soñando, imaginando, deseando. He encontrado dentro de mí un vacío inexplicable que nada ha podido ocupar: un movimiento del corazón hacia otra clase de satisfacción que no concibe para nada, pero de la cual he sentido la atracción´.  Es esta conciencia dolorosa que comparten Rousseau y Cernuda tan peculiar que difícilmente puede considerarse como mera nostalgia o deseo. Porque no es el resultado de la ausencia de nada o de nadie; es más bien resultado de una presencia, la de un vacío. Una comprensión de que nada se pierde porque no tenemos nada que perder. Sentimiento ab initio de añoranza y nostalgia.


M.Chagall - I and the village
Esta poesía abre un surco profundo en nuestra alma, nos amenaza con tan honda melancolía, porque nos dice dos cosas contradictorias a la vez. Con el tono de voz nos habla de la división radical del Ser, pero con parte de su temática trata constantemente de salvar esta división. Es una poesía que quiere prometernos la redención pero que sabe que es imposible. He aquí el motivo del parentesco entre Cernunda y T.S.Eliot. Y ahora podemos explicar la importancia de la temática de los dioses en Cernuda. En Cernuda lo mismo puede ser un dios griego, el dios cristiano, o un dios-amante. no tiene nada que ver con la religión, aunque sí, quizá, con las fuentes de la religión. Lo que le interesa a Cernuda es el deseo de unir cielo y tierra, de confundirlos; pero sabe que esto es imposible, que no puede haber encarnación feliz. Recordemos que la imaginación no puede fundarse si no es uniéndose a la materia, pero que entonces pierde divinidad. Cuando los dioses bajan a la tierra es para quedarse en ella."

En Cernuda la única figura que puede encarnar -o, mejor dicho vivir- una posible unión de los contrarios es la figura del poeta.




        DAYTONA

      Hubo un día en el que el día no engañaba,
      en que sus manos tristes no sostenían un cuervo
      indiferente como los labios de la lluvia,
      como el rojizo hastío.

      Mas hoy es imposible
      buscar la luz entre barcas nocturnas;
      alguien cortó la piedra en flor,
      sin que pudiera el mundo
      incendiar la tristeza.

      Sólo un lugar existe, cuyos días
      nada saben de aquello,
      aunque todo allí sea mortal, el miedo, hasta las plumas;
      mas las olas abrazan
      a tanta luz aún viva.

      A tanta luz desbordando en la arena,
      desbordando en las nubes, desbordando el tiempo,
      que dormita sin voz entre las ramas,
      olvidado fantasma con su collar de frío.

      Mirad cómo sonríe hacia el amor Daytona.



        TODO ES POR AMOR

      Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente,
      derriban los instintos como flores,
      deseos como estrellas,
      para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.

      Que derriben también imperios de una noche,
      monarquías de un beso,
      no significa nada;
      que derriben los ojos, que derriben las manos como estatuas vacías,
      acaso dice menos.

      Mas este amor cerrado por ver sólo su forma,
      su forma entre las brumas escarlata
      quiere imponer la vida, como otoño ascendiendo tantas hojas
      hacia el último cielo,
      donde estrellas
      sus labios dan a otras estrellas,
      donde mis ojos, estos ojos,
      se despiertan en otros.



      ¿SON TODOS FELICES?

      El honor de vivir con honor gloriosamente,
      el patriotismo hacia la patria sin nombre,
      el sacrificio, el deber de labios amarillos,
      no valen un hierro devorando
      poco a poco algún cuerpo triste a causa de ellos mismos.

      Abajo pues la virtud, el orden, la miseria;
      abajo todo, todo, excepto la derrota,
      derrota hasta los dientes, hasta ese espacio helado
      de una cabeza abierta en dos a través de soledades,
      sabiendo nada más que vivir es estar a solas con la muerte.

      Ni siquiera esperar ese pájaro con brazos de mujer,
      con voz de hombre oscurecida deliciosamente,
      porque un pájaro, aunque sea enamorado,
      no merece aguardarle, como cualquier monarca
      aguarda que las torres maduren hasta frutos podridos.

      Gritemos sólo,
      gritemos a un ala enteramente,
      para hundir tantos cielos,
      tocando entonces soledades con mano disecada.

             (De Un río, un amor, 1929)



         QUÉ RUIDO TAN TRISTE

      Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman,
      parece como el viento que se mece en otoño
      sobre adolescentes mutilados,
      mientras las manos llueven,
      manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
      cataratas de manos que fueron un día
      flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

      Las flores son arena y los niños son hojas,
      y su leve ruido es amable al oído
      cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
      cuando besan el fondo
      de un hombre joven y cansado
      porque antaño soñó mucho día y noche.

      Mas los niños no saben,
      ni tampoco las manos llueven como dicen;
      así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
      invoca los bolsillos que abandonan arena,
     arena de las flores,
     para que un día decoren su semblante de muerto.



         SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR

      Si el hombre pudiera decir lo que ama,
      si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
      como una nube en la luz;
      si como muros que se derrumban,
      para saludar la verdad erguida en medio,
      pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
      la verdad de sí mismo,
      que no se llama gloria, fortuna o ambición,
      sino amor o deseo,
      yo sería aquel que imaginaba;
      aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
      proclama ante los hombres la verdad ignorada,
      la verdad de su amor verdadero.

      Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
      cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
      alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
      por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
      y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
      como leños perdidos que el mar anega o levanta
      libremente, con la libertad del amor,
      la única libertad que me exalta,
      la única libertad por la que muero.

      Tú justificas mi existencia:
      si no te conozco, no he vivido;
      si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.



        TE QUIERO

      Te quiero.
      Te lo he dicho con el viento,
      jugueteando como animalillo en la arena
      o iracundo como órgano tempestuoso;

      Te lo he dicho con el sol,
      que dora desnudos cuerpos juveniles
      y sonríe en todas las cosas inocentes;

      Te lo he dicho con las nubes,
      frentes melancólicas que sostienen el cielo,
      tristezas fugitivas;

      Te lo he dicho con las plantas,
      leves criaturas transparentes
      que se cubren de rubor repentino;

      Te lo he dicho con el agua,
      vida luminosa que vela un fondo de sombra;

      Te lo he dicho con el miedo,
      te lo he dicho con la alegría,
      con el hastío, con las terribles palabras.

      Pero así no me basta:
      más allá de la vida,
      quiero decírtelo con la muerte;
      más allá del amor,
      quiero decírtelo con el olvido.

                 (De Los placeres prohibidos, 1931)



        DONDE HABITE EL OLVIDO

      Donde habite el olvido,
      en los vastos jardines sin aurora;
      donde yo sólo sea
      memoria de una piedra sepultada entre ortigas
      sobre la cual el viento escapa a sus insonmios.

      Donde mi nombre deje
      al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
      donde el deseo no exista.

      En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
      no esconda como acero
      en mi pecho su ala,
      sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

      Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
      sometiendo a otra vida su vida,
      sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

      Donde penas y dichas no sean más que nombres,
      cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
      donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
      disuelto en niebla, ausencia,
      ausencia leve como carne de niño.

      Allá, allá lejos;
      donde habite el olvido.

                   (De Donde habite el olvido, 1934)



         JARDIN ANTIGUO

      Ir de nuevo al jardín cerrado,
      que tras los arcos dela tapia,
      entre magnolios, limoneros,
      guarda el encanto de las aguas.

      Oír de nuevo en el silencio,
      vivo de trinos y de hojas,
      el susurro tibio del aire
      donde las almas viejas flotan.

      Ver otra vez el cielo hondo
      a lo lejos, la torre esbelta
      tal flor de luz sobre las palmas:
      las cosas todas siempre bellas.

      Sentir otra vez, como entonces,
      la espina agua del deseo,
      mientras la juventud pasada
      vuelve. Sueño de un dios sin tiempo.



        UN ESPAÑOL HABLA DE SU TIERRA

      Las playas, parameras
      al rubio sol durmiendo,
      los oteros, las vegas
      en paz, a solas, lejos;

      los castillos, ermitas,
      cortijos y conventos,
      la vida con la historia,
      tan dulces al recuerdo,

      ellos, los vencedores
      caínes sempiternos,
      de todo me arrancaron.
      Me dejan el destierro.

      Una mano divina
      tu tierra alzó en mi cuerpo
      y allí la voz dispuso
      que hablase tu silencio.

      Contigo solo estaba,
      en ti sola creyendo;
      pensar tu nombre ahora
      envenena mis sueños.

      Amargos son los días
      de la vida, viviendo
      sólo una larga espera
      a fuerza de recuerdos.

      Un día, tú ya libre
      de la mentira de ellos,
      me buscarás. Entonces
      ¿qué ha de decir un muerto?

                   (De Las nubes, 1937-1940)



        TIEMPO DE VIVIR, TIEMPO DE DORMIR

      Ya es de noche. Vas a la ventana.
      El jardín está oscuro abajo.
      Ves el lucero de la tarde
      latiendo en fulgor solitario.

      Y quietamente te detienes.
      Dentro de ti algo se queja:
      esa hermosura no atendida
      te seduce y reclama fuera.

      Encanto de estar vivo, el hombre
      sólo siente en raros momentos
      y aún necesita compatirlos
      para aprender la sombra, el sueño.

                        (De Desolación de la quimera 1956-62)
     


P.D. No puedo dejar de reproducir dos estrofas de su Díptico español cuyos ecos llegan hasta hoy en este áspero país nuestro donde la más abyecta ideología ha arrinconado a la razón.

Un pueblo sin razón, adoctrinado desde antiguo
en creer que la razón de soberbia adolece
y ante el cual grita impune:
muera la inteligencia, predestinado estaba
a acabar adorando las cadenas
y que ese culto obsceno le trajese
adonde hoy le vemos: en cadenas,
sin alegría, libertad ni pensamiento.

Si yo soy español, lo soy
a la manera de aquellos que no pueden
ser otra cosa: y entre todas las cargas
que, al nacer yo, el destino pusiera
sobre mí, ha sido ésa la más dura.
No he cambiado de tierra,
porque no es posible a quien su lengua une,
hasta la muerte, al menester de la poesía.

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