jueves, 1 de diciembre de 2016

JUEGO de ARMAS (War Dogs) - de Todd Phillips




















"La guerra es un negocio. Quien no lo vea así es porque está pillado o es un idiota".  Esto nos suelta David Packouz (Miles Teller) en cuanto se enciende la pantalla y la experiencia que nos desgrana a continuación así lo respalda.


David es un pobre chico honrado y trabajador que malvive como masajista. Sueña con triunfar y su viejo amigo Efraim Diveroli (Jonah Hill) le enseñará un fulgurante camino. Efraim ha trabajado con un tío suyo y conoce los mecanismos de las licitaciones del gobierno. Constantemente se publican concursos con suculentos contratos de logística y armamento. Si eres avispado y no tienes escrúpulos, ahí está la pasta.

Pero David y su joven esposa (Ana de Armas) son militantes del "no a las armas". ¿Y entonces?
No pasa nada si a tu lado tienes a un tipo como Efraim. Su dialéctica y falta de escrúpulos son abrumadores: "Yo también odio a Bush, pero esto no es una cuestión de ser pro-guerra. Es cuestión de ser pro-pasta". El sueño americano.


La película nos hace recorrer los vericuetos del negocio de la guerra con absoluta transparencia. Podrían ser camisetas o lavadoras, pero son armas; y sin añadir nada (Recordemos que todo es verídico, basado en un artículo de Guy Lawson para Rolling Stone), la propia historia se retrata absurda hasta extremos cómicos.
















¿Cómo es posible engañar tan fácilmente al todopoderoso Departamento de Estado? Empresas pantalla, certificados y contabilidad falsa, ... Todo es tan disparatado que parece irreal. La sátira sobre la política norteamericana y el negocio desorbitado de las armas cae por su propio peso. 
Entre la negligencia y la ceguera de un sistema gigantesco (que mueve miles de millones), y la falta de ética de sus dos protagonistas, el resultado nos produce una perplejidad de enormes proporciones. 

El rey de todo este jolgorio es Efraim Diveroli, al que Jonah Hill dota de un carisma inusitado. El trabajador David le seguirá, embelesado por su osadía sin límites, sabiendo que caminan todo el rato al borde del precipicio. Efraim posee una ambición temeraria y una singular risa de hiena: cuando se ríe, tú también te ríes; pero a la vez sientes que un escalofrío te recorre la espalda.


Jonah Hill está genial. Se apropia del orgullo y la desfachatez de Efraim, un tipo ególatra y orgulloso de haberse “hecho a sí mismo”. El póster de su ídolo corona su oficina, el Al Pacino de "El precio del poder" de Brian de Palma, con cuya personalidad y vesania se mimetiza a la perfección. 

Pero de todos modos, ni Efraim es el Toni Montana que asalta el poder, ni esta War Dogs (vertiginosa y roquera) es un Scorsese. Y esto a pesar de que la voz en off de David, desgranando el relato de su febril negocio, nos remite por momentos a El Lobo de Wall Street. Pero Todd Phillips no aporta nada a la historia original. A la película le falta alcance, amargura y mala leche. Se queda como un juego: espeluznante sí; pero también ligero y jocoso. Muy didáctica también, sobre todo en su vertiente administrativa; tanto, que ha quedado como "estudio de casos" en alguna universidad norteamericana.


La película se estructura en capítulos cuyos títulos ejercen de verdaderos corolarios: unos son cínicos, "Dios bendiga a la América de Dick Cheney"; y otros (a)morales, "¿Desde cuándo decir la verdad sirve de algo?".

Quién nos iba a decir que el director de la trilogía Resacón en las Vegas, se iba a descolgar con esta película tan pasmosa como desopilante. Pero es que claro, en realidad, el juego de armas de los EEUU es un resacón de tres pares de narices.

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