viernes, 10 de mayo de 2013

La edad de los prodigios

de Richard Holmes






Más allá de que provenga del Arte, la Ciencia o la Literatura, aspiro a la emoción y al conocimiento. Y este es un libro dedicado a la pasión por el conocimiento como algo genuinamente humano.
Este ensayo histórico, científico y literario habla de la ciencia en la época romántica. Una época definida por los grandes viajes de descubrimientos, por la democratización de la ciencia (comienzan a ser muy populares los científicos y las conferencias por toda Europa), la participación de poetas y artistas, y por ser el inicio de la superación de dos largos debates: la ciencia y Dios (la ciencia va más allá de Dios (o más acá) y no lo necesita puesto que su objetivo es el mero universo);  y la ciencia superando los nacionalismos.

En esta época los investigadores se consideran a sí mismos filósofos de la naturaleza, un acepción más amplia que la de científico, que sería posterior. Muchos de ellos dominan varias materias e incluso escriben poemas, reflexiones y literatura de viajes. 
Si la primera revolución científica  data del siglo XVII y se asocia con Newton, Locke y Descartes, 
"El primero que se refirió a una "segunda revolución científica" fue probablemente el escritor Coleridge. El movimiento animado por una serie de avances repentinos en los campos de la astronomía y la química, surgió del racionalismo ilustrado del siglo XVIII, pero se contaminó del entusiasmo y la nueva intensidad imaginativa con respecto al trabajo científico. Lo impulsaba un ideal común de entrega personal al descubrimiento que incluso llegaba a la imprudencia. También fue un movimiento de transición. Floreció durante relativamente poco tiempo, quizás dos generaciones, pero tuvo consecuencias duraderas: hizo concebir esperanzas y suscitó cuestiones todavía vigentes. La ciencia del Romanticismo se puede datar entre dos célebres viajes de exploración: la primera expedición del capitán James Cook alrededor del mundo a bordo del Endeavour, iniciada en 1768, y el viaje de Charles Darwin a las islas Galápagos en el Beagle, iniciado en 1831. (...)
La idea del viaje de exploración, a menudo solitario y erizado de peligros, es de alguna forma una metáfora central y definitoria de la ciencia del Romanticismo." pag. 13
Y efectivamente la obra se inicia a bordo del Endeavour, dirigido por el capitán Cook rumbo a los Mares del Sur, a la recién descubierta Tahití, "la mejor imagen de un paraíso que la imaginación pueda crear", según John Banks. El objeto del viaje era observar el tránsito de Venus. Edmund Halley se dio cuenta en 1716 de que ocasionalmente se ve a Venus cruzar la cara del Sol. Razonó que observándolo desde distintos y espaciados lugares de la Tierra, los astrónomos podrían calcular la distancia a Venus usando los principios del paralaje. El tamaño del sistema solar era uno de los principales misterios del siglo XVII y siendo los tránsitos de Venus muy raros (vienen en parejas con 8 años de distancia y luego cada 120 años) en 1.769 se podría observar uno.
En este viaje conoceremos al alma mater de este libro y de la época que describe, John Banks: rico, aventurero, filántropo, botánico...Banks demuestra una gran curiosidad, tolerancia y empatía con los "salvajes". Como un Gaugin o un Tusitala se integra en el medio y sus costumbres, hace acopio de objetos, animales y plantas, y vuelve a Londres para asombrar a los europeos y ampliar los horizontes de la ciencia occidental.

De algún modo se puede decir que la obra entera gira alrededor de Banks. Su entusiasmo y mecenazgo fomentó expediciones a Australia, África, China y Sudamérica, 
"prestó apoyo a proyectos tan variados como la construcción de telescopios, los globos aerostáticos, la cría de ovejas merinas y la previsión meteorológica; además de contribuir a la fundación de museos de botánica, antropología, anatomía comparada y, sobre todo, a la defensa -por medio de una enorme red de corresponsales y de encuentros-, de su idea de la ciencia como una empresa compartida e internacional". pág. 92 
La narración es deliciosa. Entreverada de aventura, descripción y ensayo, resulta de una amenidad inigualable. Denso y divulgativo a partes iguales, resulta increíble el modo en que integra en el texto citas de cartas, libros y biografías de la época para conseguir un relato muy vívido; a la vez íntimo e histórico.

Aparte de la notabilidad de Banks, que como director de la Royal Society ejerce su benevolente influencia sobre toda la época; el libro tiene como figuras centrales a dos científicos, el astrónomo William Herschel y el químico Humphry Davy.
William Herschel y su hermana pequeña Caroline, rompieron el mármol de la esfera celestial sobre el que estaban fijas las estrellas y con sus observaciones cambiaron el concepto de cielo estático por uno en movimiento y extremadamente profundo. Su dedicación a la observación fue absoluta. Noche tras noche sin desmayo, fuera verano o invierno, registraron minuciosamente sus observaciones por el telescopio. Consciente de la limitación a la que le condenaban los instrumentos de su época no dudó en fabricar sus propios telescopios para llegar a donde él quería.
La utilización de moldes hechos de bosta de caballo para fundir espejos de metal -tal como él concibió- se prolongó hasta bien entrado el siglo XX. Así se fundió el espejo del telescopio de Mount Wilson, en California que fue el que utilizó Edwin Hubble para confirmar las teorías de Herschel sobre la naturaleza y distancia de las galaxias en 1922.
Herschel descubrió Urano, el séptimo planeta del sistema solar. Acabó llamándose así en homenaje a Urania, la diosa de la astronomía, ya que se consideró su descubrimiento como el renacimiento de esta ciencia. Caroline por su parte, descubrió ocho cometas, catalogó más de 2.500 objetos del cielo profundo y fue la primera mujer en percibir un salario por su trabajo científico.

La convivencia entre arte y ciencia en esta época fue muy íntima. En el libro se relatan los encuentros e influencias entre ambos campos. Davy escribía poemas y reflexiones,  Byron acudió a la casa de Herschel y miró a través de su famoso telescopio. Su poema "Darkness", de 1816,  refleja la especulación cosmológica del momento. Samuel T. Coleridge tomó parte en el debate público sobre el vitalismo e incluso intervino en el histórico tercer encuentro de la British Association for the Advancement of Science, en Cambrigde, en 1833. Fue en ese encuentro donde el término "científico" reemplazó al de "filósofo natural". Shelley siempre estuvo fascinado por la ciencia como demuestran sus poemas "Prometeo liberado", "Mont Blanc", "Oda al viento del Oeste" o "La nube".
Turner - Fuego en el mar-

El pintor Turner se interesó por la nueva taxonomía y formación de las nubes para sus cuadros (la ciencia de la meteorología y la clasificación de cirrus, nimbus, cúmulus y stratus provienen de esta época, como consecuencia de los primeros viajes en globo). Keats elige el descubrimiento de Urano como uno de los momentos definitorios de la época y cuando escribe su soneto "Al leer por primera vez el Homero de Chapman", "compara su propio descubrimiento de la poesía de Homero con la experiencia del gran astrónomo". Celebra en él una idea muy romántica sobre la exploración y el descubrimiento.

Sin embargo la más íntima relación entre ciencia y arte se dio con el descubrimiento de la pila voltaica y sus posibles conexiones con el "magnetismo animal". La electricidad misma se convirtió en una metáfora de la vida y el hombre se sintió capaz de crearla, como atestiguan varios experimentos de la época y la obra por antonomasia sobre este tema, debida a Mary Shelley.
En Frankenstein están presentes las ideas filosóficas de Friedrich Schelling en Alemania y lo que él denominaba Naturphilosophie.
"Esta doctrina, cuya mejor traducción sea quizá "misticismo científico", definía todo el mundo natural como un sistema de poderes y energías invisibles, que operaban, al igual que la electricidad, como una serie de "polaridades". De acuerdo con la doctrina de Schelling, el mundo entero estaba lleno de energía espiritual o alma y todos los objetos físicos "aspiraban" a elevarse por encima de sí mismos. Había un "alma del mundo" que constantemente "hacía que se desarrollasen" formas de vida superiores y "niveles de conciencia" en toda la materia, animada o inanimada." pag. 415-16
La época representa asimismo el fin de algunos mitos y el alba de conceptos nuevos. La ciencia propugna su propio método, basado en la observación de la naturaleza. Los descubrimientos de Herschel sobre la profundidad y la evolución del espacio sumados a los de Lyell sobre la evolución geológica en inmensos períodos de tiempo, producen un cambio drástico en la concepción del hombre, el origen del universo y la evolución de las especies.
La ciencia alumbra una realidad propia, lejos de la voluntad de Dios y al mostrar los hechos de forma objetiva se gana el derecho a la autonomía de sus teorías sin interferencias por parte de la Iglesia o del Estado. 
"Una vez que los conocimientos de geología y astronomía se popularizaron, y que se extendió el concepto de "espacio exterior" y el de "tiempo profundo", eran cada vez menos los hombres y las mujeres instruidos que podían creer literalmente en los seis días bíblicos de creación. La ciencia, por su parte, aún tenía que producir su propia teoría (o mito) de la creación y todavía no había ningún libro newtoniano del Génesis. Por eso se antojó tan demoledor el de Charles Darwin -Sobre el origen de las especies- cuando finalmente se publicó en 1859. No es que redujese los seis días de la creación bíblica a un mito: eso ya lo había hecho ampliamente Lyell y los geólogos. Lo que demostraba es que no había necesidad alguna de creación divina." pág. 584-5
Las estrellas ya no son fijas, la alquimia y la tradición de los cuatro elementos muestran su falacia, del mismo modo que una pseudociencia tan popular en aquella época como la craneología.
Por otro lado en esas décadas se alumbra un futuro que se puede decir que llega hasta nuestros días. Faraday inventa el motor eléctrico, la dinamo y el transformador. Al mismo tiempo, Babage diseña y construye el primer prototipo de ordenador cuyo engranaje requería veinticinco mil dientes de latón.
"Faraday había sido asistente de Davy y lo había pasado mal por culpa de la mujer de éste. Pero era muy brillante e inspirado por aquél extendió su campo de trabajo al electromagnetismo, comenzando la construcción de los primeros generadores eléctricos, con los que produjo una corriente eléctrica "alterna". Esto conduciría a las dinamos eléctricas que terminarían por revolucionar la industria tanto como la máquina de vapor de James Watt. Se dice que su experimento con bobinas magnéticas y un galvanómetro (diseñado para moverse sin contacto físico), que llevó a cabo en el laboratorio de la institución el 29 de agosto de 1831, puso fin de un plumazo a "la era del vapor" y dio comienzo a la nueva "era de la electricidad".  pág. 588
Una característica de estos científicos es que conciben sus descubrimientos como algo práctico. Han de tener utilidad para el progreso. Davy inventa la lámpara de seguridad espoleado por las numerosas muertes en las minas a causa de las explosiones por el gas grisú. Aunque bien es cierto que no le escandaliza que la mayor parte de los mineros sean niños o allende los mares esclavos. 
"Sostener una malla de hierro sobre un quemador Bunsen y observar que, contra toda expectativa, la llama no atraviesa la malla, es uno de los experimentos elementales que se llevan a cabo actualmente en las clases de química de la escuela. Es fácil olvidar lo deslumbrante que resulta este efecto la primera vez que se observa". pág. 478
Dos capítulos más completan el libro. Uno de ellos dedicado al explorador Mungo Park que descubrió el curso del río Níger y la mítica ciudad de Tombuctú, muriendo en el empeño.

El otro capítulo es "Argonautas en el cielo" sobre el comienzo de la aeronáutica. El globo de hidrógeno o charlier y el globo de aire caliente o montgolfier tienen en común la dificultad para pilotarlos; pero dieron un empujón a la meteorología como ciencia incipiente y Luke Howard pudo realizar su hermosa clasificación de las nubes.
La descripción de las primeras elevaciones en globo atesoran un nítido aroma de aventura, a casi todas se añade el dramatismo de la vida en juego, a algunas la jocosidad  de una peripecia bastante extravagante. 

"Igual que Davy, Herschel eligió la química como la disciplina ejemplar del periodo romántico. A partir de los errores de la alquimia y la teoría del flogisto, la química se había "situado en las filas de las ciencias exactas: una ciencia de números, pesos y medidas". Había producido aplicaciones prácticas en todos los ámbitos: medicina, agricultura, industria, aerostática y meteorología, por ejemplo. Pero también había hecho avanzar la ciencia pura: las doctrinas del oxígeno, el calor latente, el peso atómico, la electricidad polar y los elementos primarios (de los que entonces se conocían cincuenta). Es más, este era el logro de un grupo internacional: Lavoisier, black, Dalton, Berzelius, Gay-Lussac y Davy." pág. 576

En un país tan tradicionalmente acientífico como España no quiero dejar pasar la ocasión de citar el final del libro donde el autor aboga por la necesidad de la ciencia y su enseñanza. Para ello utiliza una cita de su  profesor George Steiner en su obra "Los Libros que nunca he escrito"
"Tengo la convicción de que es posible hacer que hasta los conceptos matemáticos avanzados resulten imaginativamente persuasivos y demostrables cuando se presentan históricamente (...) Así, por medio de estos grandes viajes y aventuras de la mente humana, tantas veces llenas de rivalidades, pasiones y frustraciones personales -el navío se hunde o se queda atrapado en el hielo de lo irresoluble-, es como podemos penetrar en un terreno soberano y decisivo los que no somos matemáticos (...) Situad esta búsqueda dentro de su tesitura intelectual, histórica, social e incluso ideológica, despertad al niño y al estudiante a la inagotable diversión y provocación de lo no resuelto y habréis abierto de par en par las puertas a "mares de pensamiento" más profundos y ricamente abastecidos que ninguno en el mundo". cita en pág. 608
Richard Holmes pertenece a la fructífera corriente anglosajona de la divulgación científica. Autores como Roberts en Historia, Gombrich en Arte, du Sautoy en Matemáticas o Sacks en neurología son capaces de hacernos sumergir en las ciencias con enorme gozo y fruición.
En una contradicción nada más que aparente, ubicaré en el colofón la presentación que el autor hace de su libro.
La edad de los prodigios "no deja de ser una narración, un relato de carácter biográfico. Trata de captar algún fragmento de la vida interior de la ciencia, de su impacto tanto en el corazón como en la mente. En el sentido más amplio, aspira a mostrar la pasión científica, gran parte de la cual se resume en una palabra infantil, pero infinitamente compleja: prodigio" pág. 17


* Un buen artículo de Muñoz Molina sobre este mismo libro.

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