jueves, 13 de marzo de 2025

RAIN DOGS - creada por Cash Carraway


Esta es la serie más sórdida y promiscua que he visto en años... pero también la más llena de vitalidad. Sus personajes se arrastran por el arrabal de Londres pero su fuerza vital es inquebrantable.

Una mujer, su hija de diez años y un amigo intentan sobrevivir a las  enormes dificultades personales y económicas que les plantea un Londres tan contemporáneo como inclemente. Desde el minuto uno sabemos que no les va nada bien. La serie se abre con ellas dos empacando sus pocas pertenencias mientras la policía aporrea la puerta para desahuciarlas de esos minipisos en colmena donde viven los peones. Se van con la cabeza alta, al fin y al cabo llevan años buscándose la vida en condiciones muy precarias. La madre tranquiliza a la niña mientras la deja en la puerta del colegio, "no te preocupes cariño ya sabes que tengo mano con los espíritus y antes de las cinco de la tarde habrán dispuesto un techo para nosotras". Pero no es así. La primera noche tienen que romper el cristal de un coche para dormir a cubierto de la inclemente lluvia. La segunda tienen que aceptar la caridad de un tipo para dormir en un cuartucho....hasta que el pervertido exige el pago del favor. 



Están al borde de la indigencia, pero nadie se recrea en ello, la vida sigue. Lo que te engancha es el carácter inexpugnable de la madre, Costello Jones (Daisy May Cooper). No tiene nada, ni dinero, ni techo, pero nunca la ves desesperada. Está muy bregada por la vida y además es de armas tomar. Tuvo que huir de casa muy joven por abusos de su madre y trabaja por horas haciendo cabina en un sex shop. Sus hija Iris (Fleur Tashjian) es su motor y también su sueño de convertirse en escritora. Quiere escribir sobre esta vida perra que le ha tocado vivir.



La otra parte de la historia es Shelby (Jack Farthing) el colega que Costello conoció en la Universidad, un niño rico gay tan cínico como ingenioso que acaba de pasar un año en la cárcel. Cuando Costello ya no tiene donde agarrarse él provee el dinero suficiente para que no se despeñe. Aunque él no está mejor. Su padre se suicidó. Su madre no quiere saber nada de él, le pasa una simple paga que él dilapida en el juego y las apuestas. Ya fuera de la trena sigue sin saber qué hacer con su vida. Sólo tiene claro que siempre cuidará de Iris, pero tiende a desaparecer, a la melancolía y a la depresión. 

Los tres forman un trío calavera que avanza por la vida dando tumbos. Su ecosistema es el lumpen, la prostitución, el alcoholismo, la precariedad y unos servicios sociales de derribo. La serie aporta una mirada crítica a un sistema que es muy eficiente redistribuyendo la pobreza; pero aquí no hay militancia política como ocurre en las películas de Ken Loach, por ejemplo. La sociedad que retrata sin tapujos es áspera y descarnada, pero las malas condiciones económicas y sociales parecen asumidas, tras la Thatcher y el Brexit se dan por amortizadas. La cuestión está en cómo lo afrontan con un inocente empeño este trío de desubicados. 




No están solas estas almas en pena. Sus vigilias se aderezan con todo tipo de personajes extravagantes, pervertidos y tramposos. Una periodista engaña a Costello para sacar adelante un escandaloso reportaje que acaba perjudicándole. Las compañeras de cole de Iris son unas pijas que la alienan más todavía. Gloria (Ronkẹ Adékoluẹjo) es la mejor amiga de Costello, trabaja en la funeraria de su padre, pero su vida no es menos caótica. Los ratos más relajados de Costello son los que pasa con Lenny (Adrian Edmonson), un anciano y pervertido artista especializado en pintar coños y desnudos. Lenny está de vuelta de todo y vive pegado a su bomba de oxígeno. Costello le ayuda limpiándole la casa y posando para él abierta de piernas mientras él se masturba. 

Hay un capítulo en el que la ricachona madre de Shelby los envía a vivir a su casa de campo con los gastos pagados. Por lo menos allí los tendrá controlados. Ni aún así. Después de unas pocas semanas ya se están haciendo la vida imposible. La bronca es constante. Shelby llega a robar los ahorros de Costello para jugárselos. Luego se desespera y llega a decir que nunca se ha odiado más a sí mismo. Costello quiere irse pero no puede hacerle esa putada a Shelby, dejarle sin Iris. La ricachona madre no es tan misericordiosa. Llama a un psiquiátrico y vienen a recogerlo para ingresarlo.

Así transcurren estos ocho episodios que destilan frescura y autenticidad. Una montaña rusa de amarguras y emociones. Todo es difícil e inarmónico en sus vidas, pero ni Costello ni Shelby buscan lástima. Son capaces de tomar las peores decisiones posibles, las más egoístas e incluso las más autodestructivas, pero también las más humanas. “Es normal odiar a las personas que amas”, le dice lúcidamente Shelby a Costello en algún momento de su historia de encuentros y desencuentros. 


Tom Waits fue quien acuñó el término “rain dog”, en referencia a los perros callejeros que pierden su camino de regreso a casa porque los rastros y las huellas han desaparecido con las tormentas. Aquí la metáfora se extiende a los seres humanos que se sienten perdidos y desorientados en la vida. La serie no sólo adopta el título de la canción de Waits sino también su poso romántico y melancólico. El amor puro e incondicional está siempre presente en el tortuoso camino que Costello, Iris y Shelby recorren. Su viaje constituye toda una meditación poética sobre la alienación, la camaradería y la búsqueda de un sentido a este mundo desolado.

domingo, 9 de marzo de 2025

THE ORDER: La Hermandad Silenciosa - de Justin Kurzel


Esta película se basa en el libro de no ficción "La Hermandad Silenciosa" de Kevin Glynn y Gary Gerhardt y retrata hechos verídicos sucedidos entre 1983 y 1984 en una región de Ohio, cuando el extremista estadounidense Bob Mathews (interpretado aquí por Nicolas Hoult) creó una organización terrorista para la supremacía blanca -La Orden- con el objetivo de derrocar al Gobierno Federal y provocar una guerra racial que culminase con el exterminio de los no blancos y los judíos. Para empezar, esta grupo cometió numerosos robos para financiar su lucha y asesinó a tres personas.

Estrenada en estos tiempos oscuros que vivimos la película tiene una lectura muy actual y llega a espeluznar. Bob Mathews es un tipo amable y carismático que encarna el caldo de cultivo presente en muchas comunidades rurales estadounidenses, una tierra prometida para el supremacismo y el nacionalismo cristiano. "Estamos en plena guerra" dice Mathews en la iglesia de su congregación, harto de la palabrería que su predicador del odio, el reverendo Richard Butler, suelta desde el púlpito. Su intención es forjar una milicia que pase a la acción aunque muera en el intento. Porque él lo tiene claro: "Una cosa que nunca muere es la fama de las hazañas de un muerto".

Sus robos a bancos, atracos a furgones blindados y atentados con bomba pronto llaman la atención de un agente del FBI experto en mafias y Ku Klux Klan, el agente Terry Husk (Jude Law). Sospecha que detrás de todo esto algo grande se está fraguando. 






La película es un thriller muy efectivo aunque no llega a brillar con todo el esplendor que destila, por ejemplo, el clásico Arde Mississippi (Alan Parker, 1988). Aún así las potentes interpretaciones de sus dos protagonistas logran elevar su perfil y convertirla en un inquietante cuento cuya moraleja se derrama sobre nuestra actualidad. En una arenga Mathews llega a decir: “En 10 años tendremos miembros en el Congreso y el Senado. Así se hacen los cambios, pero lleva tiempo”.
¡Ostras! No se equivocaba.

Estamos en 2025 y los supremacistas, xenófobos, racistas y negacionistas seguidores del Emperador Pollo tienen mayoría en el Congreso y en el Senado. En 1984 el agente Terry Husk logró desmantelar la banda... pero hoy en día sería despedido por el presidente delincuente Trump que, además, excarcelaría a los terroristas como ya ha hecho con los que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021. 
Los que hace poco eran minorías clandestinas, hoy dictan leyes y decretos.
La vida al revés.

Me llama la atención el hecho de que estos grupos extremistas racistas tengan su propia biblia, 'Los diarios de Turner', de William Luther Pierce; libro que aparece en la cabecera de toda casa respetable de la congregación del reverendo Butler. De hecho este libro ha sido vinculado a eventos reales como el atentado de Oklahoma City, que ocasionó 168 muertos el 19 de abril de 1995, y otros ataques de la extrema derecha. Recordemos que el saludo nazi y la bandera con la esvástica están avalados por la Corte Suprema en EEUU desde 1978, cuando un grupo neonazi quiso organizar una marcha por Skokie, un barrio de Chicago habitado en su mayoría por supervivientes del Holocausto. La sentencia considera constitucionales esas acciones en base a la libertad de expresión consagrada en la Primera Enmienda; lo cual abrió las calles norteamericanas a todo tipo de grupos neonazis.



"Los diarios de Turner" son en realidad una novela de anticipación que describe cómo un grupo supremacista logra derrocar al gobierno de EEUU que según ellos está controlado por negros y judíos. Esos diarios registran detalladamente las etapas de lucha que se sucedieron durante años hasta la culminación de la Revolución aria. De ahí que esas etapas sean comentadas y memorizadas por todo buen supremacista, tal como ilustra la película. 

Bob Mathews por supuesto sigue a rajatabla el plan de seis pasos delineados en la novela anhelando llegar al último, "El Día de la Soga", cuando se ahorcará a todos los traidores a la raza blanca; cuestión que se confirma en la película con el asesinato de Alan Berg (Marc Maron), un locutor de radio judío que se enfrentaba desde las ondas a los extremistas. Esta expectativa de justiciero supremacista me trajo a la memoria al siniestro personaje que Jesse Plemons interpreta en la reciente Civil War (Alex Garland) cuando, pertrechado con un fusil y unas gafas de sol de plástico rojo, pregunta a un grupo de detenidos "¿qué clase de estadounidense eres?"; convirtiéndose en juez y verdugo en cuanto a la pureza de raza.


El personaje de Mathews está sutilmente perfilado. Es un tipo común e insidiosamente espeluznante. Amante de la naturaleza y padre de familia que educa con amor a su hijo de cinco años... incluso enseñándole a disparar armas reales. En las escenas familiares cotidianas, en reuniones con vecinos y en las barbacoas de fin de semana es donde se revela lo aterrador de esta mentalidad enfermiza. La gama cromática de su moralidad va desde entrañable padre a intransigente, pasando por racista hasta llegar a supremacista blanco cristiano. Toda una gama obsesivo-extremista de sentimientos irracionales de superioridad sobre otras personas sea por motivos de raza, color de piel o religión. 

En cambio el personaje del agente Husk lamentablemente resulta plano y no llega a desarrollar aspectos que se sugieren. Se nos deja entrever que está divorciado y entregado a su trabajo. Porta la cicatriz de una operación de corazón pero eso no le impide acelerar y meterse en la boca del lobo cuando surge la ocasión. Llega a mencionar un caso anterior en el que una informante fue asesinada brutalmente, como señalando a sus compañeros, la agente Carney (Jurnee Smollett) y el policía local Jamie Bowen (Ty Sheridan), que sus decisiones suelen ser viscerales y van acompañadas de tragedia.

Última y perturbadora reflexión: 
* Hace 85 años los nazis alemanes aterrorizaron al mundo y exterminaron a más de 6 millones de judíos.
* Hoy, en 2025, aquella Norteamérica que resultó crucial para derrotar el III Reich está cavando con ahínco un foso aislacionista mientras los grupos supremacistas y neonazis pasean la esvástica por sus calles. 
* También hoy y desde 2023 cuando Hamás llevó a cabo sus viles atentados terroristas el 7 de octubre, el estado de Israel está empeñado en llevar a cabo un segundo holocausto; pero no como víctima, sino como victimario: acometiendo el genocidio del pueblo palestino por el más ruin de los motivos, expulsarlos de sus tierras para apropiarse de ellas.  









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Justin Kurzel es un cineasta australiano que se presentó con Los asesinos de Snowtown (2011), el espeluznante retrato de un asesino en serie de Australia y posteriormente dirigió entre otras, una sombría y brutal adaptación de Macbeth (2015) y La verdadera historia de la banda de Kelly (2019), un sugerente y violento western con un envidiable concepto visual.

sábado, 8 de marzo de 2025

EL MURCIÉLAGO - de Luigi Pirandello

ⓒ  Pimlico Prints


Serie Narraciones Extraordinarias












odo bien. En la comedia no había nada nuevo que pudiera irritar o trastornar a los espectadores. Y estaba montada con un espectacular atrezo. Un gran prelado entre los personajes: una eminencia vestida de rojo que hospeda en casa a una cuñada viuda y pobre, de quien, cuando era joven, antes de emprender la carrera eclesiástica, había estado enamorado. Una hija de la viuda, ya en edad de merecer, que Su Eminencia quisiera casar con un joven protegido suyo, que se ha criado en su casa desde niño, aparentemente hijo de un viejo secretario, pero en realidad… En fin, vamos, un antiguo error de juventud, que ahora no se podría reprochar a un gran prelado con la crudeza que necesariamente derivaría de la brevedad de un resumen. Sobre todo porque es, por decirlo así, el centro de todo el segundo acto, en una escena de grandísimo efecto: con la cuñada, en la oscuridad, o mejor, bajo el claro de luna que inunda la galería, porque Su Eminencia, antes de empezar la confesión, le ordena a su confiado sirviente Giuseppe: «Giuseppe, apague las luces». Todo bien, todo bien, en fin. Los actores: todos en orden y enamorados, uno por uno, de su papel. También la pequeña Gàstina, sí. Contentísima, contentísima en el papel de la sobrina huérfana y pobre, que por supuesto no quiere casarse con aquel protegido de Su Eminencia y protagoniza algunas escenas de violenta rebelión, tan del agrado de la pequeña Gàstina, porque prometían una lluvia de aplausos.
En resumen, el amigo Faustino Perres no podía estar más contento, en la espera ansiosa de un éxito rotundo para su nueva comedia, la víspera de su representación. 
Pero había un murciélago. 
Un maldito murciélago que cada noche, durante aquella temporada teatral de nuestra Arena Nacional, o entraba por las aberturas del techo del pabellón, o se despertaba a cierta hora en el nido que debía de haber hecho allí arriba, entre las estructuras de hierro, los tornillos y los bulones, y se ponía a revolotear como enloquecido, no por el enorme techo de la Arena sobre las cabezas de los espectadores, porque durante la representación las luces de la sala estaban apagadas, sino allí, donde lo atraían la luz del proscenio, de las balanzas y de los bastidores, las luces de la escena. Sobre el escenario, justo en la cara de los actores. 
La pequeña Gàstina le tenía un miedo irracional. Durante las noches anteriores tres veces había estado a punto de desmayarse al verlo pasar, rasante, por su rostro, sobre el pelo, ante sus ojos, y la última vez, ¡Dios, qué repugnancia!, hasta casi rozarle la boca con aquella membrana viscosa. No había gritado de milagro. La exasperaba la tensión de los nervios para obligarse a permanecer inmóvil, representando su papel (mientras no podía evitar seguir con los ojos, asustada, el revoloteo de aquella bestia asquerosa, para defenderse de ella o, si no aguantaba, para huir del escenario y encerrarse en su camerino), hasta el punto de afirmar que ella, con aquel murciélago allí, si no se encontraba la manera de impedirle que viniera a revolotear por el escenario durante la representación, no se sentía segura de sí misma, de lo que haría una de aquellas noches.
Se obtuvo la prueba de que el murciélago no venía de fuera, sino que había establecido su domicilio en los envigados del techo de la Arena, porque, la noche anterior al estreno de la nueva comedia de Faustino Perres, todas las aberturas del techo se mantuvieron cerradas, y a la hora acostumbrada se vio al murciélago lanzarse, como todas las noches anteriores, al escenario, con su revoloteo desesperado. Entonces Faustino Perres, aterrado por el destino de su nueva comedia, rezó, imploró al empresario y al director para que hicieran subir al techo a dos, tres, cuatro obreros, incluso a cargo suyo, para encontrar el nido y dar caza a aquel animal tan insolente; pero fue tachado de loco. Especialmente el director se enfureció frente a la propuesta, porque estaba cansado, así era, cansado, muy cansado, realmente cansado de aquel miedo ridículo de la señorita Gàstina a echar a perder su magnífico pelo.
—¿El pelo?
—¡Seguro! ¡Seguro! ¿Aún no se ha enterado? Le han dado a entender que si por casualidad le cae en la cabeza, el murciélago tiene en sus alas no sé qué viscosidad, por lo cual sería imposible desenredarlo del pelo sin cortarlo. ¿Ha entendido? ¡Esa es la razón de su miedo! ¡Debería interesarse por su papel, identificarse con el personaje, al menos hasta el punto de no pensar en tales tonterías! ¿Tonterías, el pelo de una mujer? ¿El magnífico cabello de la pequeña Gàstina?



El terror de Faustino Perres, frente al arrebato del director, se centuplicó. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Si realmente la pequeña Gàstina temía por eso, su comedia estaba perdida! Para desairar al director, antes de que empezara el ensayo general, la pequeña Gàstina, con el codo apoyado en la rodilla de una pierna cruzada sobre la otra y el puño bajo la barbilla, le preguntó seriamente a Faustino Perres si la frase de Su Eminencia en el segundo acto: «Giuseppe, apague las luces», no podía ser repetida, de ser necesario, alguna vez más durante la representación, visto y considerado que no había otro medio para echar a un murciélago que entra de noche en una habitación que no fuera apagar las luces.
Faustino Perres sintió que se le helaba la sangre en las venas.
—¡No, no, lo digo en serio! Porque, perdone, Perres: ¿usted quiere dar, con su comedia, una perfecta ilusión de realidad?
—¿Ilusión? No. ¿Por qué dice ilusión, señorita? El arte crea verdaderamente una realidad.
—Ah, está bien. Pues yo le digo que el arte la crea y el murciélago la destroza.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Porque sí. Ponga por caso que, en la realidad de la vida, en una habitación donde se está desarrollando, de noche, un conflicto familiar, entre marido y mujer, entre una madre y una hija, ¡qué sé yo!, o un conflicto de intereses o de otro tipo, entra por casualidad un murciélago. Bien: ¿qué se hace? Le aseguro que, por un momento, el conflicto se interrumpe por culpa de aquel murciélago que ha entrado, o se apaga la luz, o se va a otra habitación, o alguien va a coger un bastón, se sube a una silla e intenta golpearlo para acabar con él en el suelo, y entonces todos los demás, créame, en aquel momento, se olvidan del conflicto y corren a mirar, sonrientes o con asco, de qué está hecha aquella bestia odiadísima.
—¡Ya! ¡Pero esto pasa en la vida ordinaria! —objetó Faustino Perres, con una sonrisa cadavérica en los labios—. En mi obra de arte, señorita, no he puesto a ningún murciélago.
—Usted no lo ha puesto, pero, ¿y si él se mete sólo en ella?
—¡No hay que hacerle caso!
—¿Y le parece natural? Le aseguro, yo que debo vivir en su comedia el papel de Livia, que eso no es natural, porque Livia, yo lo sé, lo sé mejor que usted, ¡le tiene miedo a los murciélagos! Su Livia, cuidado, no yo. Usted no lo ha pensado, porque no podía imaginar el caso en que un murciélago entrara por la puerta, mientras ella se rebelaba furiosamente a la imposición de su madre y de Su Eminencia. Pero esta noche, puede estar seguro de ello, el murciélago entrará en la habitación durante aquella escena. Y entonces yo le pregunto, por la realidad misma que usted quiere crear, si le parece natural que Livia, con el miedo que le tiene a los murciélagos, con la repugnancia que la hace retorcerse y gritar al imaginarse un posible contacto, se quede allí como si nada, impasible, con un murciélago que revolotea alrededor de su rostro. ¡Usted bromea! Livia se escapa, se lo digo yo; deja la escena y se escapa, se esconde bajo la mesa, gritando como una loca. Le aconsejo, por eso, que reflexione si no le conviene más que Su Eminencia llame a Giuseppe y repita la frase: «Giuseppe, apague las luces», o… espere, o… ¡Sí, sí, mejor! ¡Sería la solución! Si le ordenara que coja un bastón, que se suba a una silla y…
—¡Ya! ¡Sí! Interrumpiendo la escena a la mitad, ¿verdad?, en la hilaridad fragorosa de todo el público.
—¡Pero sería el colmo de la naturalidad, querido mío! Créame. También para su comedia, dado que aquel murciélago está ahí y que en aquella escena (es inútil, lo quiera usted o no) se mete: ¡un murciélago de verdad! Si no lo tiene en cuenta, parecerá falsa, por fuerza. Livia que no le hace caso, los otros dos que no le hacen caso y continúan recitando la comedia, como si no estuviera allí. ¿No lo entiende?
Faustino Perres dejó caer los brazos, desesperadamente.
—Oh, Dios mío, señorita —dijo—, que usted quiera bromear es una cosa…
—¡No, no! ¡Le repito que estoy hablando en serio, en serio, realmente en serio! —rebatió Gàstina.
—Y entonces yo le contesto que usted está loca —dijo Perres, levantándose—. Aquel murciélago tendría que ser parte de la realidad que yo he creado, para que pudiera tenerlo en cuenta y hacer que los personajes de mi comedia lo tuvieran en cuenta; ¡tendría que ser un murciélago de mentira y no real, en fin! Porque un elemento de la realidad casual no puede, así, incidentalmente, de un momento a otro, introducirse en la realidad creada, esencial, de la obra de arte.
—¿Y si se introduce en ella?
—¡Pero no es verdad! ¡No puede! Aquel murciélago no se introduce en mi comedia, sino en el escenario donde usted actúa.
—Muy bien. Donde yo represento su comedia. Por tanto estamos entre dos posibilidades: allí arriba, o está viva su comedia o está vivo el murciélago. El murciélago, se lo aseguro yo, está vivo, vivísimo, de todas formas. Le he demostrado que con él así de vivo allí arriba, Livia y los otros dos personajes no pueden parecer naturales, que tendrían que seguir interpretando la escena como si él no estuviera allí, mientras lo cierto es que está. Conclusión: o se va el murciélago, o se va su comedia. Si considera imposible eliminar al murciélago, póngase en las manos de Dios, querido Perres, con respecto al destino de su comedia. Ahora le voy a demostrar que conozco mi papel y que actúo con todo el empeño, porque me gusta. Pero esta noche no respondo de mis nervios.

H. Aldegreve, 1550  -METROP.  MUSEUM of ART


Todo escritor, cuando es un verdadero escritor, aunque sea mediocre, para quien lo esté mirando en un momento como aquel en que se encontraba Faustino Perres la noche antes del estreno, tiene esto de conmovedor, o también, si se quiere, de ridículo: que se deja secuestrar —él mismo antes que nadie, él mismo a veces solo entre todos— por lo que ha escrito, y llora y ríe y pone caras, sin saberlo, con las diferentes emociones de los actores en escena, con la respiración acelerada y el alma en suspenso y tambaleante, que le hace levantar ora esta, ora aquella mano, en acto de parar algo o de sostenerlo.
Puedo asegurar, yo que lo vi y le hice compañía, que Faustino Perres, mientras estaba escondido detrás de los bastidores, entre los bomberos que estaban de guardia y los ayudantes de escena, durante todo el primer acto y durante parte del segundo, no pensó en absoluto en el murciélago, tan concentrado estaba en su trabajo e identificado con él. Y no quiero decir con esto que no pensaba en ello porque el murciélago no había hecho su habitual aparición en el escenario. No. No pensaba en ello porque no podía pensarlo. Es tan cierto que, cuando a la mitad del segundo acto, el murciélago al fin apareció, él ni se dio cuenta; ni tampoco entendió por qué yo lo tocaba con el codo y se giró a mirarme como un insensato:
—¿Qué ocurre?
Empezó a pensar en ello sólo cuando el destino de la comedia, no por culpa del murciélago, ni por la aprensión de los actores a causa de él, sino por defectos evidentes del texto, empezó a ir mal. Ya el primer acto, para ser sincero, no había despertado más que unos pocos y tibios aplausos.
—Oh, Dios mío, ahí está, mira… —empezó a decir el pobrecito, con sudores fríos; y se encogía de hombros, movía la cabeza hacia atrás o la inclinaba a un lado y al otro, como si el murciélago revoloteara alrededor suyo y quisiera evitarlo; se retorcía las manos, se cubría el rostro—. Dios, Dios, Dios, parece enloquecido… ¡Ah, mira, casi se tira a la cara de Rossi!… ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos? ¡Piensa que justo ahora Gàstina entra en escena!
—¡Cállate, por caridad! —lo exhorté, aferrándolo por los brazos e intentando sacarlo de allí.
Pero no pude. Gàstina entraba por los bastidores de enfrente y Perres, mirándola, como fascinado, temblaba.
El murciélago giraba en lo alto, alrededor de los ocho globos de la lámpara que colgaba del techo y Gàstina no parecía darse cuenta, claramente halagada por el gran silencio con el cual el público había recibido su aparición en la escena. Y la escena seguía en aquel silencio, y evidentemente gustaba al público. ¡Ah, si aquel murciélago no estuviera ahí! ¡Pero ahí estaba! ¡Ahí estaba! El público no se daba cuenta de ello, concentrado en el espectáculo, pero ahí estaba, como si, a propósito, hubiera apuntado a Gàstina, precisamente a ella que, pobrecita, hacía todo lo que estaba en sus manos para salvar la comedia, conteniendo su creciente terror por aquella persecución obstinada y feroz de la bestia asquerosa y maldita.
De repente, Faustino Perres vio el abismo que se abría ante sus ojos, en la escena, y se llevó las manos al rostro, frente a un grito imprevisto, agudísimo, de Gàstina, que desfallecía en los brazos de Su Eminencia.
Fui muy rápido en arrastrarlo fuera, mientras por su parte en el escenario los actores arrastraban a Gàstina, desmayada.
Nadie, en la confusión del primer momento, en el desorden del escenario, pudo pensar en lo que, mientras tanto, procedía de la sala del teatro. Se oía como un gran estruendo lejano, al cual nadie hacía caso. ¿Estruendo? ¡No! ¿Qué estruendo? Eran aplausos. ¿Qué? ¡Sí! ¡Aplausos! ¡Aplausos! ¡Era un delirio de aplausos! Todo el público, de pie, aplaudía desde hacía cuatro minutos, frenéticamente, y quería al autor, a los actores en el proscenio, para decretar el triunfo de aquella escena del desmayo, que había tomado por real como si estuviera en la comedia y que había visto representar con un realismo absolutamente prodigioso.



¿Qué hacer? El director, enfurecido, corrió a coger por los hombros a Faustino Perres, que miraba a todos, temblando de perplejidad angustiosa, y lo echó de un empujón fuera de los bastidores, al escenario. Fue recibido por una ovación clamorosa, que duró más de dos minutos. Y tuvo que presentarse otras seis o siete veces a dar las gracias al público, que no se cansaba de aplaudir, porque quería a Gàstina.
—¡Que salga Gàstina! ¡Que salga Gàstina!
¿Pero cómo conseguir que se presentara Gàstina, quien en su camerino aún se debatía en una violenta convulsión de nervios, entre la agitación de quienes la rodeaban para socorrerla?
El director tuvo que subir al proscenio para anunciar, con pesar, que la actriz aclamada no podía comparecer ahora para agradecer, porque aquella escena, vivida con tanta intensidad, le había provocado un síncope imprevisto, por lo cual la representación de la comedia, aquella noche, tenía que ser interrumpida.
Se pregunta en este punto si aquel réprobo murciélago podía rendirle a Faustino Perres un servicio peor que este.
Hubiera sido, en cierto sentido, confortante poderle atribuir el hundimiento de la comedia, ¡pero deberle ahora el triunfo, un triunfo que no tenía otra razón de ser que el vuelo loco de sus alas asquerosas!
Cuando se recuperó del trastorno inicial, aún más muerto que vivo, corrió hacia el director que lo había empujado con tan mala sombra sobre el escenario a agradecer al público y con las manos en el pelo, le gritó:
—¿Y mañana?
—¿Pero qué tenía que decir? ¿Qué tenía que hacer? —le gritó, furioso, el director—. ¿Tenía que decirle al público que aquellos aplausos los merecía el murciélago y no usted? Remédielo, por caridad, remédielo enseguida: ¡haga que mañana le aplaudan a usted!
—¡Ya! Pero, ¿cómo? —preguntó, con dolor, el pobre Faustino Perres, perdido.
—¡Cómo! ¡Cómo! ¿Me lo pregunta a mí, cómo?
—¡Pero si aquel desmayo no está en mi comedia y no tiene nada que ver con ella, caballero!
—¡Es necesario que usted lo introduzca, querido señor, a toda costa! ¿No ha visto qué gran éxito? Mañana todos los diarios hablarán de él. ¡Ya no se podrá evitar! No dude, no dude de que mis actores sabrán hacer con el mismo realismo lo que esta noche han hecho sin querer.
—Ya… Pero, entienda usted —intentó hacerle observar Perres—, ¡ha ido tan bien porque la representación, después de aquel desmayo, ha sido interrumpida! Si mañana, en cambio, tiene que seguir…
—¡Pero si es ese, en nombre de Dios, el remedio que usted tiene que encontrar!—el caballero volvió a gritarle a la cara.
Pero, en este punto:
—¿Cómo? ¿Cómo? —dijo la pequeña Gàstina, que ya se había recuperado, poniéndose el sombrero de piel con las dos manos resplandecientes de anillos—. ¿De verdad no entienden que eso debe decirlo el murciélago y no ustedes, señores míos?
—¡Pare ya con esa historia del murciélago! —dijo el director, acercándose a ella, amenazador.
—¿Que pare yo? ¡Pare usted, caballero! —contestó, plácida y sonriente Gàstina muy segura de hacerle así, ahora, el mayor desaire—. Porque, mire, caballero, razonemos: yo podría sufrir, si me lo ordenan, un desmayo fingido, durante el segundo acto, si el señor Perres, siguiendo su consejo, lo introdujera. ¡Pero usted también tendría que tener bajo sus órdenes al murciélago verdadero, para que no me provoque otro desmayo (no fingido sino real) en el primer acto, o en el tercero, o quizás en el segundo mismo, inmediatamente después del primero, fingido! ¡Porque yo les ruego que crean, señores míos, que yo me he desmayado de verdad, al sentirlo aquí, en mi rostro, aquí, aquí, en mi mejilla! ¡Y mañana no actúo, no, no, no actúo, caballero, porque ni usted ni nadie puede obligarme a actuar con un murciélago que se lanza contra mi cara!
—¡Ah, no, sabe! ¡Esto se verá! ¡Se verá! —le contestó el director, meneando la cabeza enérgicamente.
Pero Faustino Perres, plenamente convencido de que la única razón de los aplausos de aquella noche había sido la intrusión imprevista y violenta de un elemento extraño, casual, que en lugar de poner patas arriba (como hubiera tenido que hacer) la ficción del arte, se había milagrosamente insertado en ella, confiriéndole, en el momento, en la ilusión del público, la evidencia de una verdad prodigiosa, retiró su comedia y no se habló más de ella.



Luigi Pirandello

lunes, 3 de marzo de 2025

LA HORA del DIABLO - creada por Peter Moran


Lucy Chambers se despierta aterrada todas las noches a las 3:33 de la madrugada. Ni un minuto más ni uno menos. A lo largo del día también le asaltan visiones, flashes de escenas y situaciones que no sabe de dónde vienen. ¿Son pesadillas provocadas por el estrés o el resultado de un trauma enterrado? Lo más desconcertante es que ella percibe esos fogonazos como un déjà vu, recuerdos de cosas que le sucederán en el futuro. Entre las imágenes la más terrible es el fiero rostro de un hombre que le grita desde la mesa de una sala de interrogatorio a la que está amarrado. ¿Qué significa todo esto?

Además Lucy tiene que bregar con un hijo de ocho años que arrastra serios problemas: Isaac es obediente y silencioso pero incapaz de mostrar emociones. Muchas veces se sienta y mira al vacío sin pestañear provocando una situación espeluznante. A veces su madre lo abraza y el niño le pregunta: "Mamá, ¿quién es ese hombre?", cuando no hay nadie más en la habitación. En el colegio se queda de pie en medio del patio mirando fijamente algo que nadie más ve. Hasta los profesores le tienen miedo.


Lucy trabaja como asistente social y mientras está lidiando con estos trastornos su nombre surge inexplicablemente en la investigación de una serie de brutales asesinatos que están ocurriendo. Los homicidios son terribles y se suceden sin conexión alguna; por lo que los dos policías investigadores se aferran a Lucy. ¡Algo tiene que saber! 

Creo que esta serie ha pasado más desapercibida de lo que debería. Se trata de un drama criminal con un toque sobrenatural muy siniestro. La intriga que plantea es muy potente y la resolución -que debe ser fantástica- es plenamente satisfactoria. Se trata de un thriller criminal creado por Tom Moran (The Feed), producido por Steven Moffat (Doctor Who, Sherlock), y protagonizado por Jessica Raine (Informer) y Peter Capaldi (Doctor Who, In the loop), quien da vida a un enigmático asesino en serie conocido como Gideon.





La serie plantea múltiples indicios que te obligan a estar alerta, lo cual acrecienta la intriga. Como esa familia que también vive en la casa de Lucy... pero que sólo su hijo Isaac ve. Lucy también está buscando a un adolescente que ha desaparecido de su casa. Teme lo peor. En otra línea temporal vemos a Gideon, un loco asesino con los ojos de Peter Capaldi amarrado a la mesa de una sala de interrogatorios. Lucy se dejará llevar por sus déjà vu para encontrarlo y detenerlo junto a dos policías muy peculiares, Dhillon (Nikesh Patel) un joven y compasivo investigador que todavía vomita cuando ve un cadáver y Holness (Alex Ferns), un veterano policía bregado en lo más evidente pero menos ducho en lo sutil. 

La sorpresa surge cuando Gideon le revela a Lucy que no es la primera vez que han estado juntos en esa sala de interrogatorios. Tendremos que esperar al capitulo final para saber que Gideon no es un simple asesino al uso, sino que utiliza los mismos atisbos que tiene Lucy para llevar a cabo una espantosa misión. 

Las actuaciones de Raine y Capaldi son muy convincentes. Ella nos traslada esa confusión propia de una madre atrapada en los problemas de los demás mientras lidia con los suyos propios. Y Capaldi resulta totalmente siniestro.
 



La temporada 1 es sin duda mejor y su intriga más absorbente por desafiar toda lógica; pero la segunda temporada no desmerece. Su misterio o amenaza no es personal sino potencialmente cósmico, aunque su narrativa esta más simplificada. En ella Lucy y Gideon han de unir sus fuerzas para intentar detener un evento monstruoso vinculado con las vidas pasadas de Lucy. Eso sí ofrece una mayor cercanía a los personajes lo que permite que nos involucremos más en sus viajes emocionales.  

Lo dicho, una serie muy críptica -en su T1- que desafía al espectador empezando como una investigación criminal que va derivando hacia el horror sobrenatural y los misterios del multiverso.