Nadia Bulkin pasó su infancia en Indonesia. Es hija de padre javanés y madre estadounidense. Posteriormente se trasladó a Nebraska donde se licenció en Ciencias Políticas. Señalo estas tres circunstancias porque se evidencian en sus relatos. Aparecen historias terroríficas ancladas en su tierra natal conviviendo con historias de monstruos y chicas atrapadas en poblachos del Medio Oeste americano. Su licenciatura y trabajo en política también aflora en un puñado de historias sobre parias y dictadores cuya vesania los acaba convirtiendo en auténticos monstruos sanguinarios.
En toda reseña de este volumen se subrayan las implicaciones políticas de los relatos de Bulkin. Es la nota culta y diferencial; pero es que hay quien no señala nada más. La verdad es que no sólo aparecen dos déspotas tan feroces como despiadados, también hay seres miserables y humillados a los que la sociedad ha dado la espalda. La propia Bulkin describe este rasgo como “horror sociopolítico”. Aunque yo pienso que no deja de ser más que un atributo -muy bien integrado- en el sesgo terrorífico de sus relatos. Recordemos que también encontramos en ellos el bullying, la intimidación, el suicidio o el abuso infantil.
El relato más político es el primero, Zona de convergencia intertropical, donde un sanguinario dictador -trasunto de Suharto en Indonesia- abraza la magia y el terror para perpetuarse eternamente en el poder. Suharto gobernó Indonesia durante 31 años, hasta 1998, generalizando la tortura, masacrando a presuntos comunistas y cometiendo crímenes de guerra en Timor Oriental, Papúa y las islas Molucas. Con estos antecedentes Bulkin necesita muy poco para convertirlo en un monstruo sediento de poder que se pone en manos de un dukun o chamán para que le dote de inmunidad incluso ante la muerte. Dice la autora:
"Estaba leyendo sobre los rituales psíquicos y las maquinaciones políticas que tanto Suharto como Sukarno solían hacer para ayudar a asegurar su continuidad en el poder, y decidí hacer lo simbólico literal (porque de eso se trata la magia ritual, ¿verdad? ¿representación?)."
Desde el mismo comienzo el relato nos transmite la extrañeza del mundo de la magia: "Al principio, al mismísimo principio de todos los tiempos, el general se comió una bala". Esa bala lo inmunizará contra otras balas porque fue ya disparada al corazón de un enemigo comunista. Tras ingerirla, el general disparará pequeñas balas por la boca cada vez que hable: una grotesca representación de sus brutales dictados. Cada nuevo objeto que exige el dukun vendrá acompañado de un sacrificio y así la historia gira hacia el teniente más leal del general, su conseguidor. Él acometerá los actos más terribles para servirlo... incluso cuando se le exija un espantoso sacrificio personal. Me acordé de la frase de Albert Eisntein: "El mundo no está en peligro por las malas personas, sino por aquellos que permiten su maldad".
También en Vida eterna hay un general carnicero que se suicidó en la habitación 305 del Hotel Armitage. Desde entonces está encantada. En el relato se refieren las atrocidades del general pero tiene un contrapunto curioso, los peregrinos de lo paranormal que se hospedan en la habitación reciben los sustos de una pobre criada que también murió allí poco después. "Melanie surgía de la niebla como una Medusa de pelo negro. Quería que la recordasen". Es otra olvidada del mundo, por eso suplanta el general. Este toque conmovedor no es raro en los relatos de Bulkin. Además pienso que la no aparición del general tiene que ver con la impunidad con que se van estos tiranos.
-General Festín, ¿te enoja que estemos aquí? -preguntó Phoebe; le temblaba la voz-. ¿Sigues enfadado por la guerra?
"Debe de ser que sí. Arrasar a la gente como una segadora, dejar las tumbas sin cubrir, él (yo) debía de estar furioso". Sus soldados siempre llevaban su rostro igual que sus uniformes, siempre llevaban su Galón Negro, y golpeaban, gritaban y vaciaban los cartuchos como posesos. Las purgas más implacables tenían lugar después de los discursos más furibundos del general Festín. Con la ropa manchada de él, Melanie sentía que lo entendía. "Yo también estoy enfadada. ¿Teníamos miedo? ¿Por eso empuñamos el martillo?". pág. 151
Me llama la atención que los muchos monstruos que albergan estas páginas tengan una cualidad perturbadora: nacen de la inocente protagonista. Esta suplantación que hace la criada con el general también ocurre en uno de los mejores y más alegóricos relatos, "Y cuando fue mala...": allí la última chica que sobrevive al monstruo que ha masacrado todo a su alrededor, logra herirlo y matarlo... para transformarse en él a continuación.
"Aquella chiquilla fea y sudorosa en el barro con las uñas sucias y grasa en el pelo estaba por fin llena de un dolor auténtico que estalla, un combustible que ardían mucho más limpiamente que la tristeza interior. El monstruo la deja sangrar. El monstruo la deja blandir bates de béisbol y rasgar ropas y aullar como la mismísima Bestia de Bray Road. La deja romper huesos y la deja que le guste. La deja maldecir. Ha dicho "joder" más veces en los últimos tres días que en sus veinte años de vida, y en cada ocasión se sentía como una ola rompiendo. Hacer todas esas cosas sucias y feas y enfermizas ha sido como vomitar los tristes años solitarios con sus colores pastel y sus lazos azules y las palmaditas en la cabeza a la niñita buena.
La última chica se clava las uñas sucias en la piel y se pregunta qué estaba intentando atropellar en realidad con la empacadora cuando hundió el pie en el acelerador y gritó: "¡Muere, montón de mierda! ¡Muere!". pág. 55
Finalmente parece que al monstruo al que se ha enfrentado ha sido al de sus propios miedos y a su angustia por ser diferente. Esto mismo ocurre en otros relatos en los que Bulkin demuestra una pericia especial para mezclar el terror con la alucinación. En Pugelhueso hay colonias de personas que viven hacinadas en madrigueras y la joven protagonista no sabe si a los niños los está matando la miseria a la que los condena el gobierno o el monstruo que la encarna. De nuevo el "horror sociopolítico".
"Un «poco más» no es un plazo. Un «poco más» es una serpiente joven. Aquel «poco más» en concreto ya duraba cinco meses. Cuando la madriguera le dijo a la ciudad que había monstruos en las paredes, el «poco más» se había alargado hasta un sangriento año entero."
También ocurre en Siete minutos en el cielo cuya protagonista tiene pánico a los esqueletos... hasta que el pastor de su iglesia le recuerda lo que lleva dentro: "No deberías tener miedo de los esqueletos, Amanda. Ya tienes uno dentro de tí."
Bulkin sabe dotar a sus personajes de una gran humanidad. Hablan en primera persona y nos trasladan sus traumas y problemas; luego nos revelarán su naturaleza más profunda al enfrentarse a los monstruos que los acechan. Como en Cero absoluto en el que un adolescente solitario de Nebraska acaba descubriendo que el padre ausente es un monstruo con cabeza de venado. O la pobre Lily -en Sin dioses ni amos- que debe lidiar con la maldición que persigue a su familia desde 1679 cuando un antepasado hizo un pacto con el diablo: no deben tener hijos porque un demonio acecha para encarnarse en ellos.
Hasta la princesa Dhani que lidera el éxodo de su pueblo -en La Verdad es el Orden y el Orden es la Verdad- tiene que llegar a la tierra de sus ancestros para descubrir quién es ella en realidad.
"Después de que sus guardaespaldas hubieran sido pasados a cuchillo, o mordidos o descalabrados, cuando el estrado de la ceremonia nupcial quedó resbaladizo por la sangre, me acerqué a él.
‒Siempre supe que eras un monstruo ‒siseó‒. Tú y esa maldita bruja a la que llamabas madre. Debería haberte cortado el cuello cuando eras un bebé.
‒Sí, somos monstruos ‒dije‒. Mi padre también lo era. Vives en un imperio de monstruos. Lo que te molesta es que ya no eres el monstruo más grande." pág. 185
Muchos aspectos de los relatos de Bulkin resultan novedosos. Está el sustrato político, por supuesto, y sus orígenes indonesios; pero también añadiría el punto de vista desde el que se cuentan, muy personal, subjetivo y femenino. El mal actúa a través de los personajes afectándolos de maneras violentas y desgarradoras. Así ocurre en Los siete pasos del duelo en el que una niña ha de afrontar la muerte de su hermana pequeña, de 7 años. Primero se convertirá en un "sangriento", una especie de no muerto que seguirá haciendo vida normal con ellos hasta que se transforme en un monstruo asesino y destructor. De nuevo Bulkin es capaz de transmutar un dolor muy humano -el de la pérdida- en un monstruo que se revuelve cuando queremos atraparlo.
Respecto a los orígenes indonesios de algunas de sus historias provienen de su infancia en Indonesia donde vivió los disturbios y el caos de la caída del dictador Suharto. Ella misma lo ha revelado en alguna entrevista:
"El terror es parte del tejido cultural de Indonesia, porque los espíritus son parte de ese tejido. Cada casa tiene espíritus; la única diferencia es si son buenos o malos. Todo el mundo conoce al menos un puñado de personas (si no muchas más) que darán fe de haber visto un fantasma. Se sabe simplemente que ciertos lugares están embrujados y se evitan; Hay mucho alarmismo sobre el uso de maldiciones y brujos nefastos (dukun sihir). Mi exposición a ello fue principalmente en el cine, pero a veces leo historias cortas de fantasmas en revistas para adolescentes. Se trata principalmente de fantasmas femeninos vengativos y grotescos y magia negra, con algo de maldad demoníaca en buena medida. Es muy intenso, melodramático, casi histriónico; mucho de ello es algo cómico o absurdo. Al mismo tiempo, hay un par de fantasmas arquetípicos de los que no puedo hablar porque me asustan mucho."
“Cabra Roja, Cabra Negra” también se desarrolla en una finca de Indonesia. Hasta allí llega Kris para ser la niñera de dos niños que viven bajo la maldición de la antigua niñera, encarnada en una terrorífica cabra.
Respecto al punto de vista tan personal desde el que están narrados, ya lo indica Paul Tremblay (autor de La cabaña del fin del mundo) en su Introducción: las mejores historias de terror "son las que muestran a los personajes una verdad desastrosa y terrible que cambia irreparablemente todo y a todos. No hay restauración del statu quo." Así son las circunstancias que viven sus heroínas, como la única chica viva de "Y cuando fue mala...". O la amiga que anhela vengar la muerte de su "hermana de sangre" -en Te quiero, chica-, empujada hasta el suicidio por un bullying abrasador. O la princesa Dhani en "La verdad es el Orden y el Orden es la Verdad". Su madre ha sido despuesta del trono y ella ha de conducir a sus últimos fieles hasta la tierra natal de sus ancestros donde descubrirá la terrible verdad de su linaje.
Hay un grupo de narraciones en las que Nadia Bulkin toma situaciones y tropos reconocibles del género y los reubica en un nuevo tiempo y lugar, revelando nuevos aspectos de los mismos. Así ocurre en La verdad es el Orden y el Orden es la Verdad donde Bulkin retoma la cosmología sacrílega de Lovecraft para narrar un encuentro entre criaturas que emergen del mar y humanos del cual habrá de surgir una nueva estirpe... mientras "en su morada de R´lyeh, el difunto Cthulhu espera soñando".
En Violeta es el color de tu energía retoma una obra de Lovecraft, El color que cayó del espacio, y la traslada desde el mítico Arkhan a una granja del Medio Oeste americano. Un meteoro cae sobre sus campos y provoca en los cultivos una mejora genética enloquecedora. Bulkin se suma al hallazgo de Lovecraft que convierte un color indefinido en objeto de un terror inexplicable. Pero ella aporta una rastrera dimensión económica (alimentos mejorados, rendimiento y mercado) frente al sesgo puritano del original. En ambos casos el color caído marca el colapso y la locura del matrimonio de granjeros.
"Abigail Gardner, de Soltera Cuzak, estaba sentada en el suelo del baño, pensando en la relación que los ratones metidos en laberintos tienen con la muerte, cuando las estrellas arrojaron una luz esplendorosa semejante a un toque de divina providencia." pág. 159Por su parte en Solo la unión salva a los condenados se aprecian las reminiscencias de la película The Blair Witch Project. También aquí un grupo de jóvenes -que se llaman a sí mismos Los Lunátikos- se adentran con su cámara en el bosque para "capturar imágenes espeluznantes del espectro del lugar", Annie La Andrajosa que, según la leyenda, fue colgada en un árbol maldito frente al cementerio. Su objetivo es hacerse virales en las redes y así poder escapar de ese poblacho deprimente que les llega a producir claustrofobia. Pero ya se sabe que con las leyendas no se juega y es que los árboles en esta historia se convierten en una alegoría y sus raíces en una condena.
"A la hora de acostarse le contaba una historia especial sobre el árbol embrujado. No tenía nada que ver con Annie la Andrajosa. Trataba sobre los hombres y las mujeres que construyeron Whippoorwill antaño, cuando América era joven. Construyeron la cárcel y construyeron la iglesia, construyeron el juzgado y construyeron la escuela. Y entonces plantaron el árbol embrujado para poder seguir cerca de sus hijos después de que hubieran muerto sus cuerpos humanos, y poder vivir para siempre." pág 77
El árbol cósmico del pueblo no dejará escapar a nadie porque igual que "todas las carreteras llevaban al lago Goose, todos los caminos de tierra del lago Goose llevaban al árbol embrujado; el roble que era semilla y fin del mundo".
Me gustan los comienzos de estos cuentos. Suelen empezar en el interior de una muchacha que nos sumerge de golpe, como en un bautismo, en un universo nuevo en descomposición. Esto nos obliga a tener que averiguar en qué tipo de universo estamos y cuáles son sus normas. Fijémonos en el comienzo de Pugelhueso: "Nací en la madriguera, y la madriguera era todo lo que conocía. Mi madre y mi padre eran suris, los dos. Nos remontábamos hasta los fundadores". De pronto un futuro distópico se abre ante nosotros.
Mientras que en Te quiero, chica dice así: "Mi mejor amiga, mi hermana de sangre, decidió realizar el Sacrificio Definitivo para destruir a Asami Ogino". Este Sacrificio es el de su vida y pronto descubriremos que estamos en un universo de bullying y potencias psíquicas donde los más ricos compran potentes talismanes con que protegerse. Creo que el comienzo de Las cinco etapas de duelo es de los mejores: "Matilda murió el día de Santa Águeda, a pesar de que es mi santa patrona [...] Aquella noche fue la primera de muchas que se sentó a la mesa y nos miró mientras comíamos".
Como esa estampa de un muerto sentado a tu mesa el libro logra imágenes potentísimas y llenas de violencia que atrapan tu imaginación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.