Guaridas

domingo, 21 de julio de 2024

MI RENO de PELUCHE - creador Richard Gadd








Esta serie tiene guasa. Trata del acoso que sufre un pringao por parte de una mujer desequilibrada mentalmente. Pero no es lo típico...aunque sí resulta agobiante. Lo que cuenta es una experiencia auténtica de acoso y obsesión que vivió el protagonista y creador de la serie, Richard Gadd, quien no tiene problema en desnudar su alma y mostrar ante la cámara esta inquietante historia. 

Donny Dunn (Richard Gadd) es un aspirante a cómico profesional que entre bolo y bolo se gana la vida sirviendo copas en un pub. Una tarde se planta en la barra Martha (excepcional Jessica Gunning), una mujer joven, obesa y con toda la pinta de estar anímicamente hundida. Él intenta consolarla con una broma y hasta le invita a un refresco cuando ella declara estar sin blanca. La atención del joven camarero hace mella. Ella abre bien los ojos y le observa. Algo se ilumina en su interior.




Desde entonces vuelve todas las tardes cada vez más animada. Tiene un amigo. Alguien la escucha. Pero la alegría pronto se convierte en frenesí y la vida de Donny en pesadilla. Martha desarrolla rápidamente una obsesión malsana por el humorista al que pretende cuidar y mimar (hasta casi asfixiarlo) como si fuese su “baby reindeer” (reno de peluche).  

Lo que sigue es un acoso en toda regla invadiendo la vida entera del humorista. En la vida real el acoso duró cuatro años y medio acumulando el tipo 41.071 correos electrónicos, 744 tweets, 106 páginas en cartas y 350 horas de mensajes de voz. Cuando pretendía alejarla no sólo recibía amenazas él, sino también sus padres y sus parejas. Todo ello obligó al cómico a cambiar de residencia. Finalmente un juez emitió una orden de alejamiento contra la acusada, lo que resulta menos drástico que el final escrito por Gadd para la serie; aquí Martha acaba en prisión.


Desde el minuto uno la relación es de lo más extraña. Enseguida nos damos cuenta de que algo no funciona en Martha, pero Donny sigue viéndola. Como espectadores tememos los arrebatos de Martha, pero también asistimos todavía más extrañados a la contemporización de Donny. Será porque ambos están rodeados de un gran vacío y, de algún modo, se necesitan el uno al otro...aunque sea de un modo enfermizo. 

En el momento en el que Gadd conoció a su acosadora en la vida real no estaba pasando por un buen momento personal ni profesional. En medio de una ristra de fracasos profesionales que amenazaban con asfixiarle, de pronto se siente valorado por ella. En una entrevista a The Guardian llegó a declarar: «Sería injusto decir que ella era una persona terrible y yo era una víctima». Así de compleja es la serie que cuenta con un episodio 4 traumático, cuando Donny sufre la agresión sexual de un compañero guionista con el que está trabajando. Uf.



Tal y como se muestra en este episodio el humorista se encontraba en una verdadera encrucijada vital. Violado por un "amigo", acosado hasta la extenuación (la mujer se sienta durante horas en la parada de autobús delante de su piso o aparece en sus actuaciones boicoteándolas) e iniciando una relación inesperada con una mujer trans (maravillosamente interpretada por Nava Mau); el cómico vuelca su ansiedad y pesares en un libreto que inesperadamente, gracias a las redes y el boca oreja, acaba siendo un éxito. 

Lo mismo que hizo el propio Richard Gadd en 2019, cuando se presentó en el Festival Fringe de Edimburgo con su espectáculo "Baby Reindeer". Aunque de hecho la serie recoge trazas de este espectáculo y del anterior "Monkey see, monkey do", presentado en 2016.


Para cualquiera que vea la serie, tanto el humor como la personalidad de Gadd le dejarán estupefacto. Porque no nos engañemos, el estilo de humor que practica es el de la anticomedia, la astracanada y las situaciones incómodas. Un poco al estilo de nuestro insigne Ignatius Farray, vamos. Las actuaciones en las que vemos rular a Donny por esos antros y trastiendas de pub donde el único estipendio son las propinas, son de las que provocan el silencio incómodo, cuando no la vergüenza ajena. Lo mismo que vivió en carne propia Richard Gadd.

Pero el tipo (tanto Gadd en la realidad como Dunn en la serie) supo hacer de la necesidad virtud. Con dudas sobre su propio oficio e incluso sobre su sexualidad, tuvo el arrojo (o la desesperación) de desnudar su alma en un escenario cutre sin importarle cuán vulnerable llegara a mostrase. 
Pura catarsis. Admirable.




A pesar de centrarse en narrar un acoso, la serie entreteje la trama con otros problemas sociales pendientes de resolver. La dependencia psicológica es chunga y la atención que presta la policía a l@s denunciantes de acoso muy mejorable. En cuanto a los problemas de salud mental, el que los sufre está abandonado a su suerte. En la serie Martha ya cuenta con un largo historial pero a pesar de ello nunca fue atendida y terminó volcando sus traumas en el primero que pasaba por ahí. 

También queda reflejado el desgaste psicológico del artista, siempre pendiente de si el éxito llegará o no. Últimamente hemos visto casos de deportistas que han sucumbido a la presión. También quiero resaltar un signo de modernidad: la representación normalizada de relaciones con personas trans.



En sólo 7 episodios de 35 minutos se ventila esta miniserie de ritmo ágil y fondo amargo. 

A destacar el formidable trabajo de la actriz Jessica Gunning, conocida por participar en producciones como Pride (Orgullo, 2014) y series tan emblemáticas como Doctor Who y Ley y orden. Ella es quien da vida al personaje central y logra colmarlo de una gama infinita de matices, unas veces conmovedores y otras escalofriantes. 



viernes, 12 de julio de 2024

PAUL AUSTER, novelista




Paul Auster murió el pasado 30 de Abril, a los 77 años, en Nueva York. Como homenaje he querido releer uno de sus libros. Auster es uno de mis diez escritores favoritos y el título de este blog así lo atestigua. La lectura del libro homónimo fue lo que me decidió a iniciar esta publicación en vez de seguir tomando notas... que irremisiblemente acababa perdiendo. En aquella novela Auster nos describe a un Bill anciano que pasa las noches imaginando historias. Quizás para recordar su vida. Quizás para arrepentirse. Quizás para explicarse el mundo. Quizás para soñarlo. Allí vi reflejado el por qué de mi amor a la literatura y quise compartirlo.

Hasta ahora nunca había podido redactar una reseña sobre un libro de Auster porque su lectura me satisfacía plenamente. La única duda era si ponerle cuatro o cinco estrellas. Hoy voy a intentarlo.

Para mí Auster es poseedor del triángulo mágico que debe tener un libro.
Ha de estar bien escrito o contado (a veces no es lo mismo).
Ha de poseer una trama que combine imaginación, intriga y emoción.
Debe reflejar profundamente lo humano, sea en forma de lucha, aflicción o rebelión.

Finalmente él mismo también ha sido abatido. Descanse en paz.
Aunque desde sus libros nos seguirá iluminando.

Fotografía de Phil Penman

La obra de Paul Auster explora la identidad, el azar y la búsqueda del significado de la vida. En sus novelas la existencia del protagonista suele quebrarse (una pérdida, una enfermedad, una muerte) obligándole a replantearse la vida en términos radicalmente nuevos.  Esa circunstancia deja al protagonista sin asideros, rodeado de una nada que convierte al relato en una investigación sobre cómo seguir existiendo. Es entonces, cuando los protagonistas están fuera de la corriente del río, cuando se percatan de los mecanismos de la vida, de esos azares y casualidades que tanto nos llaman la atención como lectores. Aunque también aprenden sobre su vulnerabilidad. Esa radical consciencia de su mortalidad y del absurdo de la vida es lo que hace tan interesante asistir a cómo recogen sus trozos y resuelven vivir: a través de pequeños rituales, a veces de mentiras, siempre con amigos y con libros, aferrándose a los recuerdos.... 
Sin ninguna duda, los personajes de Auster son seres dolientes que afrontan -más conscientes que nunca- el caos de la vida.

Hoy en día cualquier escritor existencialista tendría sus manuscritos cogiendo polvo en el cajón; pero en cambio Auster es un escritor existencialista de éxito gracias a un aliño muy personal y cautivador.
Yo lo cifro en cinco puntos.

En primer lugar es un tipo de su época, urbano y desengañado; por lo que sus observaciones sobe la vida moderna, con sus soledades y extrañas relaciones suelen ser muy perspicaces.
En segundo lugar voy a colocar lo que para todo el mundo es su sello, el azar. Muchas de sus obras comienzan y giran en torno a eventos fortuitos que trastocan o iluminan la vida de sus personajes. Auster es un fino explorador de la casualidad, pero no como mero juego, sino como un sorprendente recurso que aporta profundidad y perplejidad a sus historias.

En tercer lugar tengo que colocar su gusto por una introspección genuina, nada fatua. La visión íntima y el desasosiego que nos hace llegar de sus personajes les dota de un afán que los sitúa muy cerca de las preocupaciones de los lectores. Sus personajes conmueven y provocan empatía. Nunca se rinden aunque alberguen pensamientos autolíticos y siempre desean salir adelante... aunque es cierto que casi nunca encuentran lo que buscan.

Fotografía de Grégoire Alessandrini

En cuarto lugar colocaría lo que yo llamo la sensibilidad hacia los demás, es decir, la dificultad de conocer a los otros y, a la vez, la necesidad inalienable que tenemos de ellos. Reflexionando sobre sus obras percibo claramente esa necesidad y un hecho aparentemente contradictorio: si hay una salvación está en los otros.

En quinto lugar, pero no por ello menos importante, está la claridad -yo la denomino naturalidad- de su prosa. Auster es un escritor sumamente moderno, juega con la autoficción y cuando no los parodia está cruzando entre sí los géneros; pero lo hace escribiendo con una elegancia y una sencillez que convierten a su prosa en algo diáfano y armónico.

El héroe austeriano es un tipo común pero complejo y lleno de enigmas. Busca el amor y no duda en romper con todo y empezar de nuevo, pero siempre está lastrado por la culpa. Aunque en Auster nunca falta una salida a través de dos puntos de luz, la amistad y el amor.

Añado un bonus. En sus historias no debemos menospreciar el papel que juega la escritura y la ficción como elementos sanadores. Paul Auster es un escritor obsesionado con la identidad y el modo en que ésta se construye por medio de relatos y palabras así como de encuentros y afinidades que administra el azar. Como escritor que es, subraya la necesidad de contar. El protagonista de El libro de las ilusiones se embarca en analizar la obra de un cineasta desaparecido, lo que provoca que una persona le relate las historias que vivió durante el medio siglo que permaneció desaparecido. El profesor de filosofía que protagoniza Baumgartner se propone escribir un ensayo sobre el síndrome del miembro fantasma, que es la mejor analogía que encuentra sobre la muerte de un ser querido. En La noche del oráculo el escritor Sidney Orr compra un extraño cuaderno de color azul bajo cuyo influjo mágico comienza a escribir como en trance, atrapado en un mundo de inquietantes premoniciones y sucesos enigmáticos que amenazan con recomponer la realidad.

Fotografía de Nicolas Miller 

Se puede concluir que sus libros son existencialistas más allá del existencialismo. Como se puede leer en su novela Baumgartner, parece que tanto los personajes como el autor son hombres que no profesan ninguna religión y "no creen en nada salvo en la obligación de formular preguntas aceptables sobre el significado de estar vivo, aunque sepan que nunca será capaz de encontrar la respuesta".

EL LIBRO de LAS ILUSIONES - de Paul Auster


No es baladí que el volumen se abra con una cita de Chateaubriand: "El hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas, enlazadas unas con otras, y ésa es la causa de su desgracia"; pues la cita es la expresión cabal de lo que les va a ocurrir a los dos protagonistas de la novela, sometidos a cambios drásticos en sus vidas y obligados a reinventarse. Y es que el libro podría haberse titulado Las muchas vidas de un muerto, debido a la sucesión de giros e identidades superpuestas que esconde el destino final de uno de ellos, un actor de cine mudo desaparecido durante 60 años. 

Esta novela de Paul Auster es el relato de la vida de Hector Mann, contado por David Zimmer, un profesor universitario de Literatura que pasa los días alcoholizado tras haber perdido a su esposa y dos hijos en un accidente aéreo. Zimmer lleva meses hundido en un caos en el que ha llegado a coquetear con el suicidio. Pero una noche un corto de cine mudo en la televisión le hace reír. La inteligencia de la comedia le coloca ante el espejo de su depravación y enciende la chispa del deseo de seguir viviendo.  

El cómico no era muy famoso pero sí tenía un estilo propio basado en un característico traje blanco, propio de climas tropicales, y un fino bigote negro con el que expresaba más que cualquier frase. Su aparición en TV viene a cuenta de un doble misterio: Se trata de Hector Mann, el último de los cómicos importantes que trabajaron el cortometraje. En la década de los 20 realizó 12 comedias de dos rollos y, de pronto, a la vez que llegaba el sonoro, Héctor desapareció sin dejar rastro en enero de 1929. De nuevo era noticia en 1984 porque, tras considerarse perdidas sus películas, en los tres últimos años han ido llegando copias de ellas en paquetes anónimos a instituciones como el MOMA de Nueva York, el British Film Institute de Londres o la Cinémathèque de Paris. Con el último envío toda la producción de Hector Mann estaba definitivamente a salvo aunque dispersa en organismos por todo el mundo.
 


Este doble misterio incita a Zimmer a salir de su marasmo vital y recorrer el globo para ver todas las películas. Los ensayos que escribe sobre cada una de ellas acabarán editándose en un libro que provocará -años después- la recepción de una extraña carta procedente del Rancho Piedra Azul, Tierra del Sueño, Nuevo México: "Querido profesor Zimmer, Hector ha leído su libro y le gustaría conocerlo, ¿Le apetecería venir a visitarnos? Atentamente, Frieda Spelling (Sra. de Hector Mann)."

Zimmer había pasado medio año como muerto sin saber qué hacer con su vida; recuperó el pulso persiguiendo las películas de Mann y encontró la paz y el sosiego cuando le encargaron la traducción de las Memorias de ultratumba de su adorado Chateaubriand. La llamada de Hector desde el más allá supone completar el tercer vértice de un triángulo de muertos que vuelven a la vida. Zimmer carga con una tragedia que le ha devastado; pero también Mann arrastra una muerte que desea expiar. 

En general y tras la introducción de la tragedia de Zimmer, el libro se divide dos partes principales; en la primera podemos leer el comentario detallado de cada una de las películas de Hector, mientras que en la segunda se nos narra el viaje de Zimmer a la Tierra del Sueño arrastrado por Alma, amiga del matrimonio Mann, mientras ésta le va desgranando la azarosa vida de Hector durante los últimos 60 años.

El comentario de las películas quizás peca de prolijo pero sin duda es un prodigio de inventiva y estilo. Auster imagina 12 películas completas detallando los aspectos cruciales de su guión, planos y realización. Toda una carta de amor a los pioneros del cine. 
"Aquello se debía a que entendían el lenguaje que utilizaban. Habían inventado una sintaxis de la mirada, una gramática de cinética pura, y salvo por el vestuario, los coches y el anticuado mobiliario que aparecía en segundo plano, su obra no podía envejecer. Era pensamiento plasmado en acción, voluntad humana expresándose mediante el cuerpo humano, y por tanto era para siempre. En su mayoría, las comedias mudas no se habían molestado en contar historias. Eran como poemas, como interpretaciones de sueños, como intrincadas coreografías del espíritu, y, al estar ya muertas, quizá a nosotros nos llegaban más profundamente que a los espectadores de su época. Las veíamos al otro lado de un gran abismo de olvido, y las mismas cosas que las separaban de nosotros eran en realidad las que las hacían tan fascinantes: su silencio, su ausencia de color, su ritmo irregular, acelerado.
Esos eran obstáculos, y por eso no nos resultaba fácil verlas, pero también aliviaban a las imágenes de la carga de la representación. Se ponían entre nosotros y la película, y por tanto ya no teníamos que fingir que estábamos contemplando el mundo real. La pantalla plana era el mundo, y existía en dos dimensiones. La tercera dimensión estaba en nuestra cabeza."
En cuanto a la historia de Mann es un seductor compendio de los temas y técnicas de Auster. Como en muchas de sus novelas la investigación de un personaje sobre otro no solo cobra un cariz casi policíaco, sino también existencial. Los avatares, giros y adversidades de toda una vida ofrecen a Auster la posibilidad de revelar los mecanismos y azares que rigen nuestro absurdo devenir. Ahí se encuentra lo que tanto nos fascina a sus lectores. Pero ese cataclismo inicial que suele sacudir a sus protagonistas también les enseña que estamos aquí de prestado. En esas encontramos tanto a Zimmer como a Mann, plenamente conscientes de su mortalidad y del absurdo de la vida. También eso estimula nuestro interés lector, ver cómo resuelven afrontar la vida tras el desastre. Los personajes de Auster son seres dolientes que afrontan el caos de la vida tras sobrevivir al vacío, la soledad, el alcohol e incluso -en el caso de Mann- a la degradación sexual.

Francis Bacon, Tríptico: "Three Studies for Portrait of George Dyer"





La "magia" de Auster tiene que ver con un estilo diáfano y elegante al servicio de un relato donde conviven la búsqueda de la identidad, el duelo, la fatalidad y la redención en un contexto de vidas cruzadas, azar y arquitectura metaliteraria.
Me detendré en tres aspectos.

El asunto de la identidad. Quienes somos y qué coño hacemos aquí. 
Zimmer busca encontrarse de nuevo tras una terrible pérdida. Mann se ve envuelto en un asesinato que lo descabalga de su vida empujándolo a una eterna fuga. Ambos necesitan encontrar de nuevo su lugar en el mundo. El desconcierto viene de largo. Al investigar a Mann, Zimmer encuentra varias entrevistas en las que el propio Hector juega a la confusión sobre sus orígenes. Primero se declara de procedencia alemana, luego argentina y posteriormente de un pueblo de Ohio. Las historias sobre él se multiplican todavía más una vez desaparecido:
"Una de ellas afirmaba que había vuelto a su Argentina natal y dirigía ahora un pequeño circo de provincias. Otra, que se había hecho miembro del partido comunista y se dedicaba con nombre supuesto a organizar a los obreros de las centrales lecheras de utica, en nueva York. Y otra más, que con la Depresión se había convertido en un vagabundo del ferrocarril."
La fuga de Mann tiene la forma de una penitencia que nunca se completa. Sólo quiere huir. Desaparecer. La última película que entrega, Mr. Nobody (Don Nadie), parece una premonición de lo que le ocurrirá.
"Hector no desaparece en Don Nadie, pero en cuanto se bebe la poción, nadie lo vuelve a ver. Sigue ahí, frente a nuestros ojos, pero los demás personajes de la película permanecen ciegos a su presencia. Se pone a saltar, agita los brazos, se desnuda en una esquina muy concurrida, pero nadie lo ve. Cuando grita a alguien a la cara, no se oye su voz. Es un fantasma de carne y hueso, un hombre que ha dejado de serlo."
       (...)
"Tenemos que considerar Don Nadie como su última película. Es una reflexión sobre su propia desaparición, y pese a toda su ambigüedad y sus sesgadas insinuaciones, pese a todas las cuestiones morales que plantea y luego se niega a responder, se trata fundamentalmente de una película sobre la angustia de la propia identidad. Hector está buscando el modo de decirnos adiós, de despedirse del mundo, y para ello debe distanciarse de sí mismo. Se vuelve invisible, y cuando la magia se disipa finalmente y se hace visible de nuevo, no reconoce su propio rostro. Observamos cómo se mira, y en esa inquietante duplicación de perspectivas, le vemos afrontar el hecho de su propia aniquilación."

Los paralelismos, azares y encrucijadas que nos depara la vida.
El paralelismo entre Zimmer, Chateaubriand y Mann es evidente. Tres muertos que vuelven su mirada a la vida. Zimmer llega a escribir: "Sólo era alguien que fingía estar vivo, un muerto que pasaba el tiempo traduciendo el libro de un muerto". Las memorias del vizconde francés sirven de guía e inspiración a Zimmer, pero también de nexo con Mann. En el rancho donde acude a visitarlo encuentra los dos volúmenes de La Plèiade.
"No debería haberme afectado, pero lo hizo. Chateaubriand no era un autor desconocido, pero me conmovió saber que Hector había leído aquel libro, entrando en el mismo laberinto de recuerdos por el que yo erraba desde hacía dieciocho meses. Era otro punto de contacto, en cierto modo, otro eslabón en la cadena de encuentros fortuitos y afinidades curiosas que me habían atraído hacia él desde el principio. Saqué el primer volumen del estante y lo abrí. (...)                                      El libro se abrió por la mitad y vi que había una frase subrayada con un tenue trazo a lápiz: "Les moments de crise produisent un redoublement de vie chez les hommes". Los momentos de crisis producen una vitalidad redoblaba en los hombres. O más sucintamente, quizá: los hombres sólo empiezan a vivir plenamente cuando se ven entre la espada y la pared."
No está nada mal. El dolor y la desesperación como acicate.

Como cabe esperar la novela está llena de esos azares y paralelismos que muestran la vida como un laberinto inexplicable y que son marca de la casa. Como por ejemplo cuando Mann explica en una entrevista que es originario de Sanduski, Ohio (como una boutade) y en su huida el azar lo conduce precisamente allí, para iniciar su periplo de aniquilación. O cuando Zimmer va al aeropuerto con Alma, la mujer que le ha devuelto la esperanza de vivir, realizando el mismo trayecto que le hurtó a su mujer e hijos. 
"La última vez que había ido al Aeropuerto Logan fue con Helen, Todd y Marco. La última mañana de su vida la pasaron en las mismas carreteras que Alma y yo recorríamos ahora. Curva a curva, habían hecho el mismo viaje; kilómetro a kilómetro, habían cubierto el mismo trayecto. La carretera hasta la interestatal 91, de la 91 a la autopista de Massachusetts, de allí a la 93, de la 93 al túnel. En cierto modo agradecía aquella grotesca reconstrucción. Daba la impresión de que era una especie de castigo astutamente ideado, como si los dioses hubieran decidido que no se me permitiría tener futuro hasta que hubiera vuelto al pasado. La justicia dictaba, por tanto, que pasara mi primera mañana con Alma del mismo modo que había pasado mi última mañana con Helen."
Está todo tan entrelazado que hasta uno de los volúmenes de crítica literaria que había escrito Zimmer está relacionado con el silencio artístico de Mann: "La ruta de Abisinia era un ensayo sobre escritores que habían dejado de escribir, una meditación sobre el silencio. Rimbaud, Dashiell Hammett, Laura Riding, J. D. Salinger y otros: poetas y novelistas de singular brillantez que, por un motivo u otro, habían interrumpido su actividad."


Pero hay dos bucles que son portentosos y desgarradores. Uno está casi al final, cuando vemos a Frieda, la mujer de Mann, en cuclillas delante de la chimenea arrugando las hojas de papel y echándolas al fuego. Es una escena que replica exactamente la de una película de Mann, La vida interior de Martin Frost (a su vez un guión del propio Auster). Esa duplicidad subraya que tanto el autor Martín Frost como el cineasta Mann han de destruir su obra como rescate de su vida. Otro está a mitad de la novela, cuando Alma nos cuenta que Hector lleva meses huyendo de un crimen que le obsesiona...para acabar en los brazos de la hermana de la asesinada. En ambos bucles cobra todo su sentido el título de la novela:
"A partir de aquella noche, Nora empezó a contárselo todo. Era natural que quisiera compartir sus problemas con alguien, pero entre toda la gente que había en el mundo, de todos los posibles candidatos entre los que podía haber elegido, Hector fue el que consiguió el puesto.
Se convirtió en el confidente de Nora, en el depositario de la información sobre su propio crimen, y todos los martes y jueves por la noche, sentado junto a ella en el salón hasta que acababa la dura clase, sentía que el cerebro se le desintegraba un poco más en la cabeza. La vida era un sueño febril, descubrió, y la realidad un universo sin fundamento, un mundo hecho de fantasías y alucinaciones, donde todo lo imaginario se hacía real."
La estructura narrativa. La novela contiene un juego de historias dentro de historias verdaderamente cautivador: Auster escribe la historia de Zimmer el cual escribe un libro sobre las películas de Mann que provoca la llegada de Alma la cual, durante kilómetros y kilómetros, le cuenta a Zimmer las sucesivas vidas de Mann. Llegamos a leer: "Éste es un libro de fragmentos, una recopilación de aflicciones y sueños medio recordados, y para contar esta historia he de atenerme a los hechos de la historia misma".

Ensayos sobre películas mudas inventadas, traducciones de clásicos como Chateaubriand o Hawthorne que ilustran los hechos narrados, citas de obras propias...Auster maneja una batería increíble de recursos que aportan fértiles capas de complejidad a su novela sin que la lectura pierda un ápice de dinamismo.


Toda el relato está condicionado por un acto de brujería narrativa de altísimos quilates. Mareados por tantos giros y truculencias, algunos críticos desmerecen el libro por artificioso. En cambio yo creo que es uno de los mejores y más completo de Auster. Ahí está todo él. La inventiva, la naturalidad, la trama tan inteligente como increíblemente tejida, la desesperación y el azar. A pesar de su juego de cajas chinas, el libro es ligero por la prosa elegante de Auster, que es capaz de hacer palpitar en él la sombra de la tragedia y una urgencia que nos hace recorrer presurosos estas vidas rotas. El dolor de los personajes me parece genuino y el desenlace devastador. 

lunes, 1 de julio de 2024

LA VOZ y EL TIEMPO - de Pascal Quignard


"Las manos de la protesta" de Oswaldo Guayasamin

               



                I


A las mujeres la voz les es fiel,
a los hombres infiel.
Un destino biológico los ha sometido
a ser traicionados.
Les ha impuesto ser abandonados.
Les ha impuesto mudar.

Las mujeres escapan a la muda.
No se les exige ningún esfuerzo,
para recobrar la voz de la infancia les basta
con hablar.
Los hombres están condenados,
a partir de los trece o catorce años, a la pérdida
de la compañía del propio canto de sus emociones,
de la emoción innata.

Las mujeres se perpetúan en el soprano,
su voz es un reinado,
un sol que no muere.
Pero un niño pierde su voz,
la voz que unía ese cuerpo a la lengua materna
se ha quebrado para siempre. 

¿Dónde está mi infancia?
¿Dónde está mi voz?
¿Dónde estoy yo, o al menos
dónde estuve?
No me conozco ya ni de oídas.
¿Cómo acordarme siquiera
del motivo de mi lamento, yo
que ya sólo puedo expresarlo con una voz
gruesa que sin cesar lo recrimina
y le da miedo y lo aleja?.

La muda materializa la nostalgia.
Toda voz baja es una voz caída.
Los hombres no recobrarán jamás la voz.
El tiempo está en ellos y no
volverán jamás sobre sus pasos.






                         II



El sufrimiento humano está ligado a la música porque
el sufrimiento humano resuena en el tiempo,
antes de que el grito se haga lenguaje.


Lamento y música.
El lamento es una muda del grito.
La música es una muda de la muda.
Es el lamento de las confesiones de Agustín de Tagasca.
"Me he dispersado en un mundo
cuyo ordenamiento ignoro".


Siempre hay algo que desgarra el instante.
Y el desgarrado soy yo.
Necesito una concordancia
para aliviar la discordancia.
¡Una intriga! ese es el grito
desde que el grito se vuelve lenguaje.
Mi vida es un continente abordado sólo
por un relato.
No sólo hace falta un relato para abordar mi vida,
sino un héroe para garantizar la narración,
un yo mismo para decir yo.


Necesito un melodía 
-un cantus obscurius de la lengua materna-
para calmar la aniquilación del tiempo por el tiempo.






                                ✤  ✦  ✤


      

I  en pág. 32,33,35 y 36     
II en pág. 58                                              
de La lección de música                            
de Pacal Quignard.