miércoles, 28 de agosto de 2019

El ÁNGEL - de Sandrone Dazieri















Wow. 
Aquí tenemos un thriller a todo trapo: trepidante y con una violencia visceral, denso como una pesadilla y con el aliento del mal sobrevolando cada página.
 
Si tuviese que dar referencias, las primeras que me vienen a la cabeza son El silencio de los corderos, de Thomas Harris, por una vesania criminal que rompe límites, y El Mito de Bourne, de Paul Greengrass, por la potencia y el vértigo de la acción.

No he citado a El silencio de los corderos gratuitamente. También aquí los crímenes que se narran son espeluznantes y el malvado ángel vengador carece de piedad; pero, sobretodo, porque la subcomisaria Colomba Castelli tiene como asesor a un perturbado psicológico, Dante Torre, del mismo modo que el psicópata Aníbal Lecter asesoraba a Clarice Starling. Aunque el pobre Dante no tiene ni mucho menos el carácter depredador del temible Lecter.

Desde su mismo comienzo, la novela se muestra contundente:

     "La muerte llegó a Roma a las doce menos diez minutos de la noche con un tren de alta velocidad procedente de Milán. Entró en la estación de Termini, se detuvo en la vía número 7 y descargó en el andén a una cincuentena de pasajeros con pocas maletas y rostros cansados, que se repartieron entre el último viaje del metro y la fila de los taxis, luego se apagaron las luces de a bordo. Del coche de lujo extrañamente no salió nadie —las puertas neumáticas habían permanecido cerradas— y un somnoliento jefe de tren las desbloqueó desde el exterior y subió para comprobar si alguien se había quedado dormido.
     Fue una mala idea.
   Su desaparición la detectó al cabo de unos veinte minutos un agente de la Policía Ferroviaria que esperaba al jefe de tren para tomar una cervecita en el bar de los marroquíes antes de acabar el turno. No eran amigos, pero a fuerza de encontrarse entre las vías habían descubierto que tenían cosas en común, como la pasión por el mismo equipo de fútbol y las mujeres con un trasero generoso. Se subió al coche y descubrió a su compañero de copas acurrucado en el pasillo de intercirculación, con los ojos abiertos como platos y las manos en la garganta, como si quisiera estrangularse a sí mismo.
De su boca había salido un chorro de sangre que había dejado un charco en la alfombrilla antideslizante" pág. 19
Todos los pasajeros del vagón de lujo habían muerto de un modo horrible. La escena allí es dantesca, con cadáveres retorcidos, sangre y vómitos. La subcomisaria Colomba Caselli se hace cargo de la investigación de esta masacre que el ISIS ha reivindicado a través de un vídeo. Todo es muy aparente y ordenado; pero la subcomisaria abrirá la caja de Pandora al solicitar la colaboración de un viejo amigo, Dante Torre, un ser traumatizado por un secuestro de 13 años, agorafóbico y atiborrado de ansiolíticos, pero con un sexto sentido para leer entre líneas y detectar mentiras. 




Para lo bueno y para lo malo la escritura es cinematográfica. Muchas de sus escenas demandan un set de rodaje y una cámara. El estilo es ágil, los diálogos afilados y la caracterización psicológica de los personajes, perfecta. Caselli y Dante son dos personajes con heridas profundas que iremos conociendo con cierta profundidad y hasta los secundarios están trazados de forma impecable. Los ayudantes de la subcomisaria se autodenominan los Tres Amigos y su presencia en modo alguno es vacua.



Los capítulos son cortos, 3 o 4 páginas, 6 en algunos. Siempre se avanza. Siempre hay acción. La mayoría de los capítulos, y son muchos, acaban con las espadas en todo lo alto como si fuese un serial con sucesivos cliffhangers que te dejan sin respiro y te incitan a devorar uno tras otro. Si los giros son constantes en la investigación, por la información que se va descubriendo, todo es elevado al paroxismo en la conclusión. Una sorpresa que deja la puerta abierta a un nuevo episodio de las andanzas de Colomba y Dante.


En varias entrevistas Dazieri identifica su escritura con el modelo del thriller internacional. Descendiente del gran Andrea Camilleri, busca introducir en la novela negra un punto de inquietud, e incluso de terror. El Ángel es la segunda novela protagonizada por Colomba Caselli y Dante Torre, tras la inicial No estás solo, otro vertiginoso e intenso thriller. Pero esta segunda sin duda es más redonda, está magistralmente construida, tiene un inicio fulminante y avanza sin tregua añadiendo facetas nuevas que enriquecen enormemente la narración. El eje principal de la trama es la investigación de la subcomisaria; pero, en paralelo, al principio de cada parte, la historia va hacia atrás buscando el origen siniestro de este ángel vengador. 

Roma, Milán, Berlín, Marbella, Shangai, Venecia o Chernóbil. Como buen thriller del siglo XXI, su acción transcurre en la aldea global en que se ha convertido el mundo. Del mismo modo, los conflictos que se narran son palpitantemente contemporáneos, sin que falte la mafia o el terrorismo árabe. En una entrevista con Berna González Harbour en El País, el autor confesaba:

"Lo que escribo tiene que partir de una impresión fuerte de algo que sucede en el presente.
Esa impresión se la causó el atentado contra Charlie Hebdó y la huida de sus autores, los hermanos Kouachi, que se dejaron misteriosamente el carné de identidad de uno de ellos en el primer coche en que escaparon. Aquella casualidad le llevó a Dazieri a cuestionar las versiones oficiales. “Lo que cuentan los servicios secretos y la policía es lo que nos quieren decir. Puedes creerlo o no”.
El ISIS, dice, “es una franquicia del terror”. “Yo ahora salgo de aquí, mato a alguien y digo que soy del ISIS y nadie lo va a cuestionar porque el ISIS lo va a reivindicar. Hay entre ellos homosexuales, alcohólicos, hay violentos contra las mujeres, delincuentes y no es que dediquen precisamente su vida a crear el Estado Islámico”. En Italia un hincha de la Juventus se suicidó y un año después se supo que trabajaba para los servicios secretos para encontrar infiltrados de la mafia. “Lo curioso es que en las siete horas anteriores al suicidio hubo un apagón de todos los servicios de comunicación de los servicios secretos y sus últimas llamadas no se grabaron. Tal vez es cierto o tal vez nos están contando una historia diferente. Lo que intento hacer en los libros es hablar de mis dudas, no dar respuestas”.
El autor con su obra

Uno de los factores más atractivos de la novela son sus personajes. En la línea que tan bien definió Stieg Larsson con su Lisbeth Salander, los protagonistas de El Ángel esconden profundos costurones psicológicos. Tanto la subcomisaria Caselli como Dante, y no digamos  ese ángel aquejado por una extraña y terrible enfermedad que le obliga a reponer constantemente los vendajes que cubren todo su cuerpo; están en gran medida traumatizados.

El personaje del asesor Dante Torre es inolvidable. Sufrió durante 13 años secuestro y tortura de forma que su equilibrio mental está triturado. Por su parte la subcomisaria Caselli tiene a sus espaldas lo que ella denominada "el Desastre", una operación internacional que ella coordinaba y que costó la vida a varios compañeros y otros inocentes. Todas estas terribles circunstancias han quebrantado su seguridad en sí mismos y dejado marcas indelebles. 

Dante es un hombre atormentado, adicto al café y a los fármacos, su claustrofobia convierte los simples pasillos en tétricas mazmorras y el asiento de un coche en un pozo amenazante. A cambio de sus múltiples neurosis ha desarrollado un radar superpreciso para leer entre líneas y detectar sutiles cambios en las modulaciones orales y en la comunicación no verbal. Es capaz de apreciar en un vídeo, una conversación o una noticia lo que los demás no ven. Además tiene una imaginación desbocada que lo convierte es todo un experto en confabulaciones varias. Su presentación mientras ofrece una charla en la Universidad o posteriormente ante los Tres Amigos nos regala el espectáculo de unas dotes deductivas y un carisma propios del mismísimo Sherlock Holmes. 
"Después de la llamada telefónica, los Tres Amigos deliberaron durante unos diez minutos y luego se colocaron frente a él.
   —No es por falta de confianza —dijo Guarneri—. Pero no entendemos cómo nos puede ayudar usted. Ese vídeo lo están examinando desde la pasada noche, usted lo ha visto cinco minutos.
   —¿La doctora Caselli no se lo dijo? Soy un mago.
   Los tres lo miraron inexpresivos. Qué público más malo, pensó Dante.
   —Se me da muy bien el estudio de las personas. Y encontrarlas —dijo.
   —A mí también —dijo Esposito—. Sin embargo, ¿dos con la cara enmascarada en un vídeo… no es un poco demasiado?
   —Voy a revelarles un secreto: con las caras soy bastante malo. Incluso me resulta difícil recordarlas —no era del todo cierto, no desde que era adulto, por lo menos, pero así la historia sonaba mejor—. Todos ustedes saben que me secuestraron, ¿verdad? Durante trece años solo vi a mi carcelero, el Padre. Y siempre llevaba el rostro cubierto. Tenía que descifrar de qué humor estaba por los movimientos del cuerpo: me hice bueno en eso. También en ver lo que otros por lo general no perciben.
   —¿Como qué? —le preguntó de nuevo Esposito.
   —Tiene una serpiente en el cuello —le dijo Dante.
   —Qué chorrada.
   —Sí, pero instintivamente usted quería comprobarlo. Su conciencia bloqueó el gesto antes de que se realizara para impedirle quedar mal, pero el cuerpo tiene un cerebro propio, diseminado por los miles de kilómetros de fibras nerviosas que nos envuelven. Los movimientos, las posturas, están influenciados por factores como la educación, el medio ambiente y la edad, pero son únicos, como las huellas dactilares. Si mañana volviera a verle con una capucha en la cabeza, puede estar seguro de que le reconocería. También gracias al hecho de que se rompió el menisco jugando al fútbol.
   Esposito abrió la boca por completo.
   —¿Cómo lo ha hecho?" pág. 98
A una trama precisa y compleja y unos personajes tan problemáticos como interesantes, se une la invención de La Caja, una terrible prisión quebrantahombres que supone el nudo gordiano de la historia. Estos son los tres trazos de una cuerda en tensión máxima. 








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La novela negra italiana viene desde Leonardo Sciascia y su impronta social y reivindicativa, pasando por el poco valorado (en España) Giorgio Scerbanenco, también muy pegado a la realidad y llegando hasta al maestro Camilleri, cuya ascendencia recogen autores como Massimo Carlotto, Gianrico Carofiglio, Giancarlo De Cataldo (autor de Romanzo criminale, un tremendo éxito donde se reconstruye la trama de empresas de la llamada “Banda della Magliana”, una organización de narcotraficantes y secuestradores relacionados con el neofascismo que ha actuado en colusión con algunos sectores del poder político en Roma), y Antonio Manzini: todos ellos practicantes de lo que se denomina "giallo"; un tipo de novela centrada en la realidad italiana que se hace eco de la corrupción política, las injusticias y marginación social, la xenofobia o la degradación de las ciudades. Muchos de sus libros y detectives se ocupan de una ciudad italiana en particular. 
    


En cambio autores como Dazieri o D´Andrea practican otros derroteros más internacionales que ellos mismos identifican con el thriller de estilo norteamericano. En sus libros pesan menos los problemas personales de los detectives respecto a la acción y más allá de los problemas sociopolíticos del "giallo", introducen elementos inquietantes e incluso sobrenaturales. El estilo de este grupo de autores se ha empezado a conocer como spaghetti crime. Algunos autores y obras de esta corriente serían:


Luca D´Andrea: La sustancia del mal.
Sandrone Dazieri: No está solo, El Ángel.
Donato Carrisi: El tribunal de las almas, El cazador de la oscuridad.
Carlo Lucarelli: Almost Blue, Por la boca muere el pez, Trilogía de El Comisario De Luca.
Marco Vichi: Un asunto sucio, El comisario Bordelli.
Maurizio di Giovanni añade toques sobrenaturales a su ficción que nos remiten directamente a John Connoly y su detective Charlie Parker: El invierno del comisario Ricciardi, La Primavera del comisario Ricciardi, El verano del comisario Ricciardi, El Otoño del comisario Ricciardi

  

viernes, 9 de agosto de 2019

La MONTAÑA MÁGICA - de Thomas Mann














Este libro es una trampa. 
O caes en ella o te expulsará.
La trampa es su ausencia de trama y un tempo extraño, se diría que vacío, que no ofrece más asidero que el ingrávido devenir de los días mientras se discuten escolásticas filosofías de vida. La novela recorre profusamente la vida interior, afectiva e intelectual de un joven enajenado de la vida real. 
Digámoslo cuanto antes. 
Si quieres un argumento dinámico, con un potente conflicto y un desarrollo repleto de giros sorprendentes huye de este novela.
No es para ti.
Lo cual no es bueno ni malo.

El mismo autor lo defendió en una conferencia sobre su novela en Princeton: "El arte no debe ser tarea escolar ni aburrimiento [...], sino que quiere y debe deparar alegría, debe entretener y dar vida, y aquel sobre el cual una obra determinada no ejerza efecto debe dejarla y volcarse en otra".


Hans Castorp es un veinteañero que acude a un retirado sanatorio en los Alpes Suizos para visitar, durante 3 semanas, a un primo ingresado por problemas respiratorios. La placidez de la vida "allí arriba", su hermético encanto y la excusa de unas décimas de fiebre le acabarán anclando en el retiro durante siete años. Castorp sólo saldrá para alistarse en la Gran Guerra como una especie de salto al vacío de una realidad implacable. En el transcurso de esos años levantará acta del tráfico de personas que vienen y van, de los pequeños ritos de las horas que se suceden sin cesar, de los instructivos debates que le ofrecen sus dos mentores, el francmasón Settembrini y el sofista Naphta, y de mil cosas nimias más. En verdad no hay asunto más importante en el libro que el debate de las ideas y el devenir del tiempo y cómo lo afrontamos.

Tres trazos se dibujan con claridad tras la lectura del volumen.
El retrato social y moral que marca el fin de una época. Lo que el autor definió como "el ambiente y cierta problemática espiritual europea del primer tercio del siglo veinte"
. Esa sociedad aislada del sanatorio se conforma como una metáfora donde se revelan los arquetipos de la sociedad burguesa y de la aristocracia que procedían del siglo XIX. En las interacciones de estos personajes podemos entrever una moral y unos valores trasnochados que viven de espaldas a las tensiones sociales y políticas que, a la postre, derivarán en un devastador siglo XX.


Novela de formación. La subida al sanatorio representa un ascenso a regiones fuera de la sociedad y la jurisdicción de los hombres. "Allí arriba" se verá batido por los altos vientos del conocimiento y del amor. Castorp es un joven sencillo e influenciable que recibirá con avidez las enseñanzas de un glorioso triunvirato. Sobretodo de Settembrini y Naphta con sus intensos debates filosóficos; pero también del voluptuoso caballero holandés Mynheer Peeperkorn que, con su insaciable vitalismo, aportará un contrapunto necesario a tanto intelectualismo. Castorp sobrevolará entre los valores de la sociedad a la que pertenece y las nuevas formas de pensar más abiertas y próximas al relativismo.

Y sobre todo, encontramos una abstracta novela sobre el tiempo. Sin duda, el tiempo es uno de los motivos centrales de la novela. En ella son continuas las disquisiciones sobre el tema, pero es al comienzo del capítulo VII, cuando el autor lo expresa con total claridad: "¿Puede narrarse el tiempo, el tiempo en sí mismo, por si mismo y como tal?" y aunque se responde a sí mismo inmediatamente "No, eso sería en verdad una empresa absurda"; se puede decir que la obra es un monumento a la idea y la reproducción del tiempo.
"El tiempo es el elemento de la narración, como también es elemento de la vida; está indisolublemente unido a ella, como a los cuerpos en el espacio. El tiempo es también un elemento de la música, que como tal mide y estructura el tiempo, lo convierte en algo precioso que se nos hace muy breve, en lo que, como ya se ha dicho, se asemeja a la narración, que igualmente (y a diferencia de la obra plástica, que se hace patente de una manera inmediata y sólo está unida al tiempo en tanto que es un cuerpo) no es más que una sucesión de elementos en el tiempo, pues es imposible presentarla de otro modo que no sea en forma de desarrollo y necesita recurrir al tiempo, incluso aunque intentase estar completa y cerrada en cada instante.
Éstas son cosas evidentes. Pero no es menos obvio que existe una diferencia entre la narración y la música. El elemento temporal de la música no es más que un fragmento del tiempo humano y terrenal en el que ésta se vierte para exaltar y ennoblecer al hombre hasta un punto indescriptible. Por el contrario, la narración comprende dos tipos diferentes de tiempo. En primer lugar, su propio tiempo, el tiempo musical y real que determina su desarrollo y su existencia; en segundo, el tiempo de su contenido, que se presenta sieempre en perspectiva, pudiendo ser la perspectiva tan sumamente distinta en cada caso que el tiempo imaginario de la narración puede desde coincidir por completo con su tiempo musical hasta estar a años luz de distancia el uno del otro." pág. 791-2
En un sentido más secundario, pero en modo alguno intrascendente, también podríamos analizar la obra, como una novela política, tal y como hizo el historiador Gabriel Jackson:
"La Montaña Mágica, de Thomas Mann, es, en mi opinión personal, una novela tan maravillosa en términos de narrativa, caracteres, escenario, diálogo y acción dramática, que puede parecer un elogio algo dudoso anunciar que voy a tratarla específicamente como una novela política. Sin embargo, tengo la sensación de que hay una relativa justificación para hacerlo, pues, con las excepciones de Guerra y Paz, de Tolstoi, y La Cartuja de Parma, de Stendhal, no conozco otra novela clásica en la que relevantes filosofías políticas estén tan completamente incorporadas en caracteres de ficción tan plenamente acabados y ricamente desarrollados como en el caso de La Montaña Mágica, en la que Ludovico Settembrini incorpora las tradiciones políticas europeas constitucionales, democráticas, racionales y seculares, y Elie Naphta las tradiciones políticas autoritarias, comunales, religiosas y apasionadamente antiburguesas."
Franz Stassen, El Castillo del Grial

Finalmente la novela admite una lectura mitológica dentro del género denominado "The Quester Legend". Según esto Hans Castorp sería otro héroe buscador, como el mismísimo Perceval persiguiendo el Grial. El joven y sencillo Castorp perseguiría el misterio de la vida. Un viajero que se ilustra con denuedo, incluso transitando por el territorio de la enfermedad y la muerte, hacia la iluminación de una comprensión extraordinaria. No olvidemos que Settembrini se presenta a sí mismo como Prometeo, el portador del fuego de los dioses con el que pretende "iluminar" al género humano y a su protegido. El propio autor así lo recogía en la famosa conferencia dictada en Princeton en 1939:
"Se darán cuenta entonces de lo que es el Grial, el conocimiento, la iniciación, aquello que no sólo constituye el objetivo del necio héroe, sino del propio libro. Lo encontrarán en el capítulo titulado "Nieve", donde Hans Castorp, perdido en mortales alturas, sueña su poema-sueño sobre el hombre. El Grial que, a pesar de no encontrarlo, intuye en el sueño provocado por la cercanía de la muerte, antes de que se vea arrastrado, desde sus alturas, hasta la catástrofe europea; es la idea del hombre, la concepción de una humanidad futura que haya atravesado el conocimiento más profundo, la enfermedad y la muerte. Porque el hombre mismo es un secreto, y toda humanidad descansa en el respeto al secreto del hombre."
Mi experiencia lectora no ha sido muy diferente de la de muchos otros letraheridos. La comencé con las grandes expectativas que me provoca un "clásico", pero poco a poco éstas fueron decayendo. Las 100 primeras páginas narran simplemente la llegada y el primer día de Hans en Davos. Luego todo se alarga como un dulce día de reposo sin suceder aparentemente nada relevante. Alrededor de la página 250 pensé incluso en abandonar. A pesar de que el estilo de Mann es claro y fluido. Su expresión precisa y hermosa. En muchas ocasiones el autor se entromete  con un comentario irónico o la explicación de su punto de vista. La verdad es que no se pierde en aburridas descripciones o explicaciones hueras; pero los acontecimientos narrados no lograban interesarme y los debates filosóficos me parecían un tanto escolásticos. Cualquiera podría pensar que Thomas Mann había triunfado y la reproducción tan fiel de ese ambiente asfixiante y monótono me estaba expulsando. Yo, como el propio Hans Castorp ante las peroratas de Settembrini, "juzgaba todo eso muy digno de ser escuchado [leído], aunque sin considerarse obligado a nada; más bien lo escuchaba a título de experimento."(pág. 230)

De hecho abandoné la lectura unos días para plantearme si seguir o no y cuando -sin decidir aún- volví a la lectura, todo cambió. Mi expectativa se había ajustado al texto. Ya no esperaba aventuras, ni grandes acontecimientos. Comprendí que las circunstancias concretas eran un asunto baladí. Las mesas de los rusos aristocráticos en el comedor, la parafernalia dilatoria del doctor Behrens, las cartas, los horarios minuciosos y hasta Settembrini y Naphta se fueron convirtiendo en mobiliario de fondo. A partir de la página trescientos y pico comencé a palpitar como Hans Castorp, a percibir como él los lapsos del tiempo, a escuchar como él la vibración de la vida rodeada de muerte, a escuchar los ecos de la vida desde fuera (abolido el tiempo "allá arriba") y a dejarme mecer por las preocupaciones más nimias, el idealismo más noble y la iluminación que se abría paso en su alma hasta hacer cumbre en el capítulo "Nieve". Y entonces sí, escuché la música secreta de este libro abstracto.

Como lector tuve que mudarme al universo de Hans Castorp, palpitar con los debates que cincelaban su alma y asomarme al abismo de la vida y de la muerte. ¿Significaba esto que el autor había triunfado otra vez y me había hecho sucumbir a su hechizo monótono y de ruido blanco? Quizás había que caer en la trampa para entenderla. Él mismo ya lo había anticipado:
"El mundo de enfermos que se respiraba allá arriba es de una cerrazón tal y posee la fuerza envolvente que seguramente habrán experimentado ustedes al leer mi novela. Se trata de una especie de sucedáneo de la vida que logra, en poco tiempo, enajenar al joven y alejarlo completamente de la vida real y activa. Todo es, o era, suntuoso allá arriba, también la noción de tiempo. "
Esa montaña representa la existencia enajenada ante el precipicio de la realidad de "allá abajo" y a la vez el cerco de la muerte; donde de pronto puede ocurrir un íntimo reconocimiento, florecer una amistad, revelarse un pensamiento o atisbar el milagro que pudo ser. Hay unos versos de Octavio Paz, en su gran poema cíclico que es Piedra de Sol, que quizás iluminen este asunto:
...el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres
y compartir el pan, el sol, la muerte
el olvidado asombro de estar vivos.

CONTEXTO LITERARIO
No podemos olvidar la relación que tiene este libro con otros previos del autor. En las novelas cortas Tonio Kröger y, sobre todo, en Tristan; se puede rastrear el tema de La Montaña Mágica:

Tonio Kröger representa la domesticación del yo romántico, inflamable y salvaje. No anulándolo, porque está en nuestra esencia; pero si educando sus excesos, civilizándolo. Tonio Kröger se despeñó tras el fulgor inaprensible del arte; pero la lucidez y el conocimiento acaban estragándolo. Su vuelta a lo más esencial de la vida supone que para él "lo normal, lo honrado y lo amable representan el reino de nuestras ilusiones: la vida en su seductora trivialidad."



En Tristan la acción transcurre en un sanatorio de montaña, blanco y aséptico, que anticipa el de Davos. Allí se hospedan Spinell, aspirante a escritor con poses de artista, y Frau Klöterjahn, una mujer enferma, a quien los médicos han recomendado la renuncia a cualquier esfuerzo por exiguo que sea. Ellos protagonizan la historia. En Spinell vuelven a enfrentarse el arte y la vida, la normalidad y la excepción, que suele ser fuente de dolor. En ese sentido Hans Castorp es sencillo y nada excepcional:

"El hombre no sólo vive su vida personal como individuo, sino que, consciente o inconscientemente, también participa de la de su época y de la de sus contemporáneos; así que, por más que considerase las bases generales e impersonales de su existencia como bases inmediatas, dadas por naturaleza, y permaneciese alejado de la idea de ejercer cualquier crítica contra ellas, como era el caso del buen Hans Castorp, era muy posible que sintiese su bienestar moral ligeramente afectado por sus defectos. El individuo puede tener presente toda clase de objetivos personales, de fines, de esperanzas, de perspectivas, de los cuales extrae la energía para los grandes esfuerzos y actividades; ahora bien, cuando lo impersonal que le rodea, cuando la época misma, a pesar de su agitación, en el fondo está falta de objetivos y de esperanzas, cuando ésta se le revela como una época sin esperanzas, sin perspectivas y sin rumbo, y cuando la pregunta sobre el sentido último, inmediato y más que personal de todos esos esfuerzos y actividades- pregunta planteada de manera consciente o inconsciente, pero planteada, al fin y al cabo-, no encuentra otra respuesta que el silencio del vacío, resultará inevitable que, precisamente a los individuos más rectos, esta circunstancia conlleve cierto efecto paralizante que, por vía de lo espiritual y moral, se extienda sobre todo a la parte física y orgánica del individuo. Para estar dispuesto a realizar un esfuerzo considerable que rebase la medida de lo que comúnmente se practica, aunque la época no pueda dar una respuesta satisfactoria, aunque la época a la pregunta “¿para qué?”, se requiere bien una independencia y una pureza moral que son raras y propias de una naturaleza heroica, o bien una particular fortaleza de carácter. Hans Castorp no poseía ni lo uno ni lo otro, y no era, por tanto, más que un hombre mediocre, eso sí, en uno de los sentidos más honrosos del término." pág. 50-51

EL TIEMPO y LA TRAMA
Publicada en 1924, la novela fue un éxito inmediato. El libro levantó ampollas en algunos contemporáneos que se vieron caricaturizados en el texto. No pasó desapercibida la crítica al estamento médico y algunos la denostaron como un burdo elogio de la burguesía o directamente de la decadencia. Creo que una lectura hecha hoy en día deja todo esto atrás y ratifica lo dicho por Italo Calvino respecto a los clásicos: "es un libro que nunca termina de decir todo lo que tiene que decir".

Para mí tienen valor la creación de unos personajes memorables y la narración fluida y detallada, nunca tediosa, de una profunda marejada interior. Exige que tu aguja lectora se acompase a sus revoluciones. La montaña mágica es un libro sin trama. O en todo caso sin más trama que la del tiempo carcomiendo nuestras vidas. No narra una simple historia; sino la mismísima traza de la existencia humana con todos sus pequeños vaivenes, vulgares y trágicos. Identifico su lectura con esa tarde extraña y eterna que muchos hemos pasado alguna vez. La tarde está vacía porque no hay acontecimientos y el tiempo se estira como una goma, pero está lleno de ti y por lo tanto contiene el universo. Como cuando Castorp pregunta a su mentor "¿Ha tenido alguna vez la sensación de estar soñando, saber que se está soñando, querer despertar y no conseguirlo?".
John Collier, Venusberg (Tannhäuser)

En la novela leemos, "el tiempo, según se dice, es el Leteo". Quizás Mann no ha relatado el tiempo, sino que ha convertido su propio relato en tiempo, meciéndonos con sus páginas y atrapándonos como a Hans Castorp allá arriba, en un Venusberg muy particular, ese lugar mítico donde el caballero Tannhäuser se adentra y pierde toda noción del tiempo. No olvidemos que el título original -Der Zauberberg- admite la traducción de Montaña Encantada; por lo que nosotros, como lectores, bien podríamos convertirnos en el caballero Tannhauser y Mann en nuestro demiurgo.
En la ya referida conferencia impartida por el autor, éste declaraba:
Vuelvo sobre algo ya conocido, a saber, sobre el misterio del tiempo, que la novela trata de diversos modos. Se trata de una novela temporal en un doble sentido: primero en el histórico, ya que se trata de trazar un cuadro de los aspectos internos de una época, de Europa en vísperas de la guerra; pero también porque se ocupa del propio tiempo y no sólo en cuanto experiencia de su héroe, sino también en sí misma, como novela, y a través de sí. El mismo libro es aquello que cuenta; porque, al describir el hermético encantamiento que hace al joven héroe sucumbir a la atemporalidad, aspira a anular el tiempo gracias a sus medios artísticos, mediante el intento de conferir una presencia total en todo momento al mundo ideo-musical que abarca [....]. Sin duda opera con los medios de la novela realista, pero no lo es, traspasando continuamente el elemento realista, dándole un alcance simbólico y haciéndolo inteligible en la esfera de lo espiritual y lo ideal.
El lector que accede al sanatorio de Davos se deja conducir a un microcosmos cerrado, donde el tiempo está abolido por la eterna repetición de triviales actividades. No hay trabajo, ni conflicto, ni obligaciones familiares, ni otro hábito que el propio de un hospital que se confunde con un hotel. Hans reflexiona en varias ocasiones sobre las cesuras de las estaciones para ordenar el tiempo, que de otra forma sería un caos. Ése es su valor; tiempo significa suceder, sin él todo permanecería estancado en las primeras células. Paradójicamente estas reflexiones se realizan en un lugar estático.
"¿Qué es el tiempo? Un misterio omnipotente y sin realidad propia. Es una condición del mundo de los fenómenos, un movimiento mezclado y unido a la existencia de los cuerpos en el espacio y a su movimiento. Pero ¿acaso no habría tiempo si no hubiese movimiento? ¿Habría movimiento si no hubiese tiempo? ¡Es inútil preguntar! ¿Es el tiempo una función del espacio? ¿O es lo contrario? ¿Son ambos una misma cosa? ¡Es inútil continuar preguntando! El tiempo es activo, posee una naturaleza verbal, es “productivo”. ¿Y qué produce? Produce el cambio. El ahora no es el entonces, el aquí no es el allí, pues entre ambas cosas existe siempre el movimiento. Pero como el movimiento por el cual se mide el tiempo es circular y se cierra sobre sí mismo, ese movimiento y ese cambio se podrían calificar perfectamente de reposo e inmovilidad. El entonces se repite sin cesar en el ahora, y el allá se repite en el aquí." Pág. 498.

La propia distribución de la novela traza unos arcos temporales muy particulares. Los acontecimientos están narrados en orden cronológico, pero el ritmo no es uniforme. La obra se divide en siete capítulos que cubren los siete años que Castorp permanece en el sanatorio. Sin embargo, los primeros cinco capítulos (alrededor de la mitad de la novela) están ocupados por el relato minucioso del primero de estos siete años; mientras que los seis restantes ocupan sólo los dos últimos capítulos. Cabría analizar estos datos a la luz de las teorías sobre el tiempo subjetivo expresadas en el texto.




SETTEMBRINI y NAPHTA

Tan importantes como el protagonista son Settembrini y Naphta. Dos personajes creados de un sólo y vigoroso trazo, que inmeditamente se convierten en paradigmáticos. Sus discusiones abarcan la filosofía, el arte, la historia, la teología, los conflictos internacionales, el antisemitismo, la masonería y los fenómenos paranormales. Sus puntos de vista siempre están enfrentados.


Ludovico Settembrini ejerce como mentor de Castorp. Se ve a sí mismo como el encargado de educar al inocente e inmaduro ingeniero, como si su única meta fuera entregar a este joven al mundo verdadero, convertido en un paladín de la ciencia y el progreso. 

Settembrini es un ilustrado, representante nítido de la tradición humanística y la tolerancia. No duda en convertirse en abogado beligerante de lo que considera los únicos principios legítimos de la civilización moderna: democracia política, igualdad social, educación universal, progreso continuado en las artes y en las ciencias. 

"Espero que no tenga nada en contra de la maldad, mi querido ingeniero. A mi parecer, es el arma más brillante de la razón contra las fuerzas de las tinieblas y la fealdad. La maldad, señor, es el espíritu de la crítica, y la crítica es el origen del progreso y la ilustración.”
Del concepto darwiniano de evolución deduce, no una lucha amoral por la supervivencia física, sino la convicción de que «el más profundo impulso natural del hombre se orienta a la autorrealización». Es un ateo y un optimista en lo que respecta a la perfectabilidad de la naturaleza humana.





Leo Naptha es el antagonista de Settembrini, con quien se disputa la atención de Castorp. Su irrupción llega a mitad de novela (pág. 539) y viene motivada porque Settembrini se ha ido del sanatorio y se aloja en una habitación del pueblo. Allí lo tiene de compañero. Este es un punto de inflexión de la novela que pasa de una formación unívoca y directa, a una serie de debates con dos cosmovisiones opuestas. Dado que Thomas Mann comenzó la novela en 1912, a raíz de una visita a su esposa en el Sanatorio Wald de Davos y que abandonó su escritura durante los años de la Gran Guerra; parece claro que al retomarla incorporó a la ficción los caracteres de un debate tan amargo y duro como el que, a consecuencia de la guerra, a él mismo le toco vivir; tal y como señala en su artículo Gabriel Jackson.
"La apasionada pugna de ideas y la convincente incorporación de esas ideas a caracteres de ficción debe mucho a la amarga lucha en el corazón mismo del autor durante la Primera Guerra Mundial. Porque en agosto de 1914, Thomas Mann era un novelista y ensayista de gran éxito que se había casado en el seno de una rica familia judía profesional y se sentía cómodo, financiera y socialmente, tanto con la alta burguesía como con los mundos teatrales y artísticos de la Alemania Imperial (...)
No fue hasta comienzos de 1918 que Mann vaciló en su defensa de la Alemania Imperial.
En los años tempranos de la posguerra, Mann, testigo de la debilidad y errores de la República de Weimar, testigo de la inflación que liquidó sus ahorros junto a los de todo el pueblo alemán, ablandado por el mutuo deseo de reconciliación entre su hermano y él mismo, también ablandado por otros profundos sufrimientos psicológicos en el seno de su familia, repensó su entera relación tanto con la cultura y política europea como con la alemana. El resultado artístico más importante de este replanteamiento fue La Montaña Mágica. En la retórica y los ideales de Ludovico Settembrini el lector oye ecos de las palabras de Heinrich Mann, defensor del clasicismo italiano y francés, de los ideales del Risorgimento y de las revoluciones de 1789, 1830 y 1 848; el proponente de la libertad política, la democracia y el internacionalismo como contrarios a todos y cada uno de los tipos de formas de poder autoritarias, política y religiosamente dogmáticas
Naphta es un jesuita, judío converso, que maneja con gran habilidad la dialéctica y la retórica. Su idea de sociedad es netamente autoritaria, religiosa y jerárquica. Conservador y reaccionario, desdeña jocosamente las creencias más preciadas de Settembrini: la democracia, el ateísmo y el progreso tal y como son definidos por la ciencia moderna. No deja lugar al optimismo sobre la educabilidad del ser humano. Cuando se le insiste sobre la verdad de la ciencia moderna declara que Ptolomeo acabará eventualmente por triunfar sobre Copérnico, que la verdad es cuestión de fe y no de evidencia empírica. Su visión del hombre es la de la enfermedad y el pecado. 
"Lo que distingue al hombre de todas las demás formas de vida orgánica es el espíritu, esa esencia tan sumamente desvinculada de la naturaleza y que se siente tan opuesta a ella. Es, pues, en el espíritu y en la enfermedad donde radican la dignidad del hombre y su nobleza. En una palabra, el hombre es tanto más humano cuanto más enfermo está; y el genio de la enfermedad es más humano que el genio de la salud". pág 675

Para él la tortura y la pena capital son perfectos instrumentos para liberar el alma. Su ideario prevé una revolución mundial cuyo programa será la destrucción del liberalismo burgués, la democracia y el capitalismo, seguida por el establecimiento de un comunismo patrocinado por la Iglesia; impuesto, si fuera necesario, por el terror. Da por hecho que, para que las cosas cambien, es inevitable que un río de sangre purifique la lucha de los pueblos.


En definitiva son dos cosmovisiones que se enfrentan en el campo de Castorp y no sin contradicciones. Los dos viven en la misma casa, no lejos del sanatorio. Naphta, místico y reaccionario, habita una "celda lujosa", cubierta de sedas y adornada por la réplica de una pietá sangrante. Mientras que Settembrini, librepensador y revolucionario, vive y escribe en un austero desván con olor a granero. El religioso Naphta es descrito por Settembrini como un diablo: "Todos sus pensamientos son de naturaleza voluptuosa; porque están colocados bajo la protección de la muerte..." Pero tampoco el italiano se libra de contradicciones cuando está dispuesto a que corra la sangre en defensa de su patria o en aras de la revolución.

La llegada de Mynheer Peeperkorn supone un nuevo rumbo y un contrapeso a la densa intelectualidad de Naphta y Settembrini.​ Peeperkorn es la antítesis de ambos. En un ambiente estático y cerrado, introduce la vitalidad y el goce de la vida. Resulta un personaje sorprendente, tremendamente emocional y con un enorme carisma. Inclinado a la camaradería, la bebida y las fiestas, llama la atención porque siempre habla atropelladamente y nunca termina las frases. Sin embargo sí es capaz de articular con claridad su postura vital:
"El hombre es divino en la medida en que es capaz de sentir. Es el sentimiento de Dios. Dios le ha creado para sentir a través de él. El hombre no es más que el órgano mediante el cual Dios se desposa con la vida, despierta y embriagada"




















ENFERMEDAD y MUERTE

La enfermedad y la muerte impregnan toda la novela. 
Aunque el sanatorio parezca un retiro de vida regalada, Settembrini lo percibe como el Reino de las Sombras y compara a los doctores Behrens y Krokovski con los jueces de los muertos Minos y Radamante.


Incluso durante una época Castorp y su primo Ziemssen se dedican a ser “buenos samaritanos”, ayudando a los pacientes a bien morir. Asistir al postrer aliento les proporciona revelaciones profundas sin el estorbo del patetismo. Hay una fascinación detallista en la articulación del deceso. Una de las formas de la iluminación últimas, es precisamente conocer la frontera entre la vida y la muerte como un factor didáctico.


Naphta, en su irracionalidad mística, abomina de la salud porque la vida no es un fin en sí misma. La enfermedad nos acerca a la muerte y por lo tanto a Dios. El propio Castorp acaba reconociendo que "toda salud superior tiene que pasar por la profunda experiencia de la enfermedad y la muerte"; asunto éste típico del decadentismo fin de siècle: el del genio o el conocimiento superior conseguido gracias a la enfermedad o la proximidad de la muerte.

El punto álgido de la novela llega en el capítulo "Nieve". 
Durante el segundo invierno que Castorp pasa en el sanatorio, cae una enorme nevada​ y anhelando el contacto con la naturaleza, decide recorrer la "blanca nada". Durante el recorrido se ve atrapado por una fuerte tormenta y ha de refugiarse junto a una pared de piedra. 

Allí se queda dormido y sueña con una bahía y un mar azul y luminoso: hombres inteligentes y alegres galopan en caballos mientras en la playa bailan grupos de hermosas muchachas. El ambiente es prodigioso y alegre. Después de observar la feliz costa percibe tras él un extraño templo en cuyo escalones se halla sentado. La angustia y los peores presentimientos lo asaltan. Dentro descubre a dos horribles brujas descuartizando a un niño ante las llamas de un brasero.

Esto le invita a una serie de reflexiones sobre el hombre, la vida y lo que representan los dos extremos de Settembrini y Naphta. Él quiere su propia libertad y conjugar las contradicciones: "Vida o muerte, enfermedad o salud, espíritu o naturaleza... ¿Acaso son contrarios?". La acción, la naturaleza y el peligro de muerte despierta en Castorp una madurez que aspira a una síntesis.Todavía medio despierto, Castorp repara en que los bellos jóvenes de la bahía son plenamente conscientes de las sangrientas brujas. La existencia los integra a ambos. El ser humano es más noble que las contradicciones, porque éstas sólo existen a través suyo, por eso es su señor. Entre el principio de la muerte y el de la razón, se decantará por el principio del Amor, como única fuerza que puede conquistar ambos: "En nombre de la bondad y del amor, el hombre no debe dejar que la muerte reine sobre sus pensamientos". 


El episodio posee una fuerza arrolladora. A la angustia de la agonía le sucede una reveladora ensoñación que deriva en una luminosa epifanía. 

El final supone un contraste aterrador. Hans Castorp se alista en el ejército para acudir a la Iª Guerra Mundial. Lo hace como es él, sin soflamas ni banderas. El autor lo deja hundido en el fango mientras intenta avanzar rodeado del fragor de las bombas. En medio del horror no se le ocurre otra cosa que canturrear el lied que tantas veces había escuchado en la placidez de las montaña: Der Lindenbaum (El tilo), de Schubert, sobre un poema de Wilhem Muller. Los versos están llenos de placidez y añoranza. Se trata de una sencilla canción popular que simboliza en el tilo el hogar y la seguridad.
Junto a la fuente, ante el portal,
Se yergue un tilo.
Bajo su sombra, muchas veces,
dulces sueños vinieron a mí.
Tallé en su corteza fragante
más de una palabra de amor.
En mis penas y alegrías
siempre su sombra he buscado. 
Hoy vagué tirstemente
En la noche profunda;
En medio de la oscuridad
He cerrado mis ojos. 
Y sus ramas susurraban
Como queriéndome llamar:
“Ven aquí, amigo mío,
Aquí encontrarás la paz.” 
El frío viento soplaba
Directamente en mi rostro.
El sombrero voló de mi cabeza,
Pero no me devolví. 
Aunque ya muchas horas
Me separan del lugar
Aún escucho ese susurro:
“Allí encontrarías la paz.”






►►►►Bonus Track▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
En una novela donde uno de los protagonistas se declara francmasón y tiene lugar un amplio debate sobre la masonería,  llama la atención la abundancia con que aparece la cifra mágica del 7.
Recordemos que el 7 significa reflexión filosófica, introspección, perfeccionismo y espiritualidad. Asuntos todos que son primordiales en el protagonista. La potencia espiritual del 7 está ampliamente reconocida entre pitagóricos, gnósticos y cabalistas.
Tradicionalmente es considerado un número mágico porque se compone del 3, número sagrado que simboliza la perfección, y el 4, número que es un compendio de lo terrenal -4 puntos cardinales, 4 elementos-. En el 7 se encuentra el puente místico entre el cielo y la tierra, llegando a representar la totalidad del universo en movimiento.

7 años pasa Castorp en la Montaña Mágica, en la habitación 34 (cuyas cifras suman 7). En 7 partes se divide el libro. El "pedagogo" Settembrini incluye el 7 (sette) en su nombre, mientras que el protagonista Castorp tiene un nombre con 7 letras. 7 mesas hay en el comedor que se distribuyen según una compleja clave social y Castorp en sus 7 años "se había sentado en las siete mesas del comedor, aproximadamente un año en cada una".
En la introducción donde el autor expresa sus intenciones de narrar los hechos con meticulosidad concluye: "Así pues, el narrador no podrá terminar la historia de Hans Castorp en un abrir y cerrar de ojos. Los 7 días de una semana no serán suficientes, y tampoco le bastarán 7 meses. Lo mejor será que no se pregunte de antemano cuánto tiempo transcurrirá sobre la Tierra mientras la historia le mantiene aprisionado en su red. ¡Dios mío, tal vez sean incluso más de 7 años!".
Uno de los rituales más sagrados del sanatorio son los 7 minutos que cuatro veces al día han de mantener el termómetro en la boca. Cuando aparece en escena el vitalista Mynheer Peeperkorn, se forma un grupo de 7 personas que comparten comidas y fiestas. En la patética ceremonia del suicidio de Peeperkorn, efectivamente están presentes 7 personas. Finalmente la noche en que movilizan al soldado Castorp, trasladan a su regimiento en tren y luego, "durante 7 horas",  recorren a pie los campos embarrados hasta llegar "a su destino".

jueves, 8 de agosto de 2019

MASONERÍA en LA MONTAÑA ENCANTADA

Steffan Michelspacher, Cabala: Conjunción. Imprenta de David Francken, Augsburgo, 1616

La novela La Montaña Mágica, de Thomas Mann, se desarrolla en un sanatorio para tuberculosos situado a más de 1.500 m. de altitud en los Alpes. El ambiente cerrado de esta pequeña sociedad, junto con los dilatados meses de la cura origina una situación extraña, donde el tiempo parece abolido (el protagonista lo compara con un tarro de conserva de su casa: "ha permanecido herméticamente cerrada al tiempo, el tiempo ha pasado de largo, pero no ha pasado por ella"). Allí acude el joven Hans Castorp para visitar a su primo. Lo que en principio era una visita 3 semanas se convierte en una estancia de 7 años. La ociosidad, la reflexión, el debate intelectual y moral mas la presencia constante de la enfermedad y la muerte provocarán una profunda transformación en el protagonista. Muchas de las escenas de la novela tienen que ver con los paseos peripatéticos que llevan a cabo Hans Castorp y sus dos preceptores, el francmasón y humanista Settembrini y el sofista retrógrado Leo Naphta. Uno de los momentos más curiosos de la novela es el que reproduzco a continuación, donde Naphta, con una dialéctica retorcida, presenta al ilustrado y tolerante Settembrini como seguidor de una hermandad oscurantista transformada finalmente en una orden meramente burguesa.
El texto es un perfecto ejemplo de la acción estática y controversial de la novela que hace que muchos lectores la abandonen. Pero en cambio podemos deleitarnos con el apetito de conocimiento del joven que transita entre símbolos, debates y metáforas para acceder a la iluminación. 




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La Montaña mágica: cap. VI 

-Qué quiere usted, ya su abuelo era carbonaro, es decir: carbonero. A él le debe esa fe de carbonero en la razón, la libertad, el progreso de la humanidad y todo ese baúl de los recuerdos rebosante de virtudes burguesas acordes con los más bellos ideales clásicos. Como bien puede usted ver, lo que trae la confusión al mundo es la desproporción entre la rapidez del espíritu y la terrible pesadez, la lentitud, la resistencia y la inercia de la materia. Hay que reconocer que esta desproporción ya bastaría para disculpar la falta de interés por lo real que manifiesta el espíritu, pues lo que suele suceder es que los principios que hacen fermentar las revoluciones del mundo real le asquean desde hace tiempo. En efecto, el espíritu muerto les da más asco que cualquiera de esos fósiles y reliquias que, al menos, no tienen ninguna pretensión de estar vivos y hacer valer su espíritu. Esos fósiles, vestigios de realidades de otro tiempo que el espíritu ha dejado tan atrás que incluso se niega a asociarlas al concepto de lo real, se perpetúan por inercia; y ese peso muerto impide fatalmente que las ideas anticuadas siquiera tomen conciencia de hasta qué punto lo están. Me expreso en términos generales, pero usted puede aplicar estas generalidades a cierto liberalismo humanitario que siempre cree defender una postura heroica ante el despotismo y la autoridad. Eso sin hablar de las catástrofes por medio de las cuales querría demostrar que está vivo después de todo, de esos triunfos efectistas y, por supuesto, también trasnochados que prepara y que sueña poder festejar algún día. Sólo con pensar en ello, el espíritu vivo podría morir de aburrimiento si no supiese que, en verdad, él sigue siendo el único que logrará salir victorioso y lograr algún beneficio de tales catástrofes; él, que sabrá aunar elementos del pasado y elementos de un futuro aún muy lejano en aras de una auténtica revolución… Por cierto, ¿cómo está su primo, Hans Castorp? Ya sabe que siento mucha simpatía hacia él. 

—Gracias, señor Naphta. Creo que todo el mundo siente gran simpatía hacia él, es obvio que es un excelente muchacho. Settembrini también le quiere mucho, a pesar de que, naturalmente, no puede menos que desaprobar la exaltación terrorista que, en cierto modo, implica la profesión de Joachim. Y ahora me entero de que pertenece a una logia masónica… ¡Fíjese usted! Me deja usted de una pieza, he de confesarlo. Eso me hace ver toda su persona bajo una luz nueva… así me explico muchas cosas. ¿Colocará también los pies en ángulo recto y dará un sentido especial a sus apretones de manos algunas veces? Nunca me había dado cuenta… 
—Creo que nuestro buen «amigo del número tres» debe de haber pasado la edad de tales niñerías. Presumo que los ritos de las logias han perdido lamentablemente su ceremonial al adaptarse al prosaico espíritu burgués de nuestros días. Sin duda se avergonzaría del ritual de antaño, porque le parecería de una pompa muy poco cívica, y no sin motivo, pues, en definitiva, estaría realmente fuera de lugar disfrazar de misterio el republicanismo ateo. No sé por medio de qué truculencias se habrá puesto a prueba la constancia del señor Settembrini… si le conducirían por laberínticos pasillos y le harían esperar en oscuras bóvedas con los ojos vendados hasta permitirle abrirlos en presencia de la logia entera, en una sala iluminada con luz indirecta. No sé si le habrán catequizado solemnemente, amenazando su pecho desnudo con espadas ante la calavera y las tres velas dispuestas en triángulo… Pregúnteselo a él mismo, pero temo que no se muestre muy locuaz, pues, aunque todo eso se hubiese desarrollado de una manera más burguesa, habrá tenido que prestar juramento de silencio de todas formas. 

—¿Juramento? ¿De silencio? Entonces es cierto que… 
—Seguramente. De silencio y obediencia. 
—¿De obediencia también? Oiga, profesor, entonces me parece que no tiene ninguna razón para tachar de terrorista y exaltada la profesión de mi primo. ¡Silencio y obediencia! Jamás hubiera creído que un hombre tan liberal como Settembrini pudiera someterse a condiciones y juramentos tan españoles. Creo percibir cierto matiz militar y jesuítico en la francmasonería. 
—Y tiene usted mucha razón —contestó Naphta—. Ha dado usted en el clavo. La idea de asociación en sí misma es inseparable de la idea de absoluto, sus mismas raíces entroncan con ella; por consiguiente, tiene algo de terrorista, es decir, antiliberal. Descarga la conciencia individual y, en nombre de un fin absoluto, santifica todos los medios, incluso los más sangrientos, incluso el crimen. Hay razones para suponer que, en las logias masónicas, la unión de los hermanos se sellaba simbólicamente con sangre. Una hermandad nunca es contemplativa, sino, por naturaleza, organizadora en un sentido absoluto. Usted ignora, sin duda, que el fundador de la secta de los Iluminados, que durante algún tiempo, prácticamente se fundió con la francmasonería, fue un antiguo miembro de la Compañía de Jesús. 
—Claro, claro, todo esto es totalmente nuevo para mí… 
—Adam Weishaupt organizó su hermandad humanitaria secreta siguiendo exactamente el modelo de la orden de los jesuitas. Él mismo era francmasón y los hermanos más distinguidos de la logia de aquella época pertenecían a los Iluminados. Hablo de la segunda mitad del siglo dieciocho, que Settembrini no dudará en caracterizar como una época de decadencia. Sin embargo, en realidad, fue la época de mayor florecimiento, como sucedió con todas las asociaciones secretas; fue la época en que la francmasonería realmente estuvo animada por una vida superior, por una vida de la que más tarde volvió a ser despojada por parte del sector al que claramente habría pertenecido nuestro amigo y defensor del humanismo, que eran quienes reprochaban a la organización su cercanía al pensamiento jesuítico y el oscurantismo. 
—¿Y había motivos para ello? 
—Sí, si usted quiere. Su trivial manera de entender el librepensamiento tenía sus razones. Era el tiempo en el que nuestros padres se esforzaban en dar vida a la asociación con los principios católicos y jerárquicos, y en el que prosperó una logia de jesuitas masones en Clermont, en Francia. También era el tiempo en el que caló en las logias el espíritu de los Rosa-Cruz, una cofradía muy singular en la que, resumiendo para que usted se haga una idea, se mezclaron objetivos puramente racionalistas, progresistas, políticos y sociales, con un culto singular a las ciencias ocultas del Oriente, a la sabiduría hindú y árabe, y al conocimiento de las ciencias de la magia. Por aquel entonces se llevó a cabo la reforma y reorganización de muchas logias francmasónicas en aras de una observación estricta de sus leyes, desde una postura sumamente irracional y secretista, ligada a la magia y a la alquimia, de la cual surgieron los grados superiores de la masonería, que se conocen como grados escoceses: órdenes de caballeros que se añadieron a la antigua jerarquía militar de aprendices, oficiales y maestros; altos grados dentro de los maestros, de un carácter casi sacerdotal, muy ligados a los misterios de la Rosa-Cruz. En cierto modo, se trataba de una vuelta a ciertas órdenes de caballeros de la Edad Media, a la de los Templarios en particular, quienes, ante el patriarca de Jerusalén, prestaban juramento de pobreza, de castidad y de obediencia. Hoy todavía, los más altos grados dentro de la jerarquía masónica llevan el título de «príncipe de Jerusalén». 

—¡Todo eso es nuevo para mí, señor Naphta! ¡Totalmente nuevo! Usted me descubre nuevos aspectos de nuestro buen Settembrini… «Príncipe de Jerusalén»… no está mal. Debería llamarle así en broma cuando tenga ocasión. El otro día él le llamó a usted «doctor angelicus». Eso exige una venganza… 
—¡Oh!, hay una gran cantidad de títulos similares para los grandes maestros y templarios de la estricta observancia, hasta treinta y tres. Tenemos, por ejemplo, el de Maestro Perfecto, el de Caballero del Oriente, el de Sumo Sacerdote… el grado treinta y uno es: Príncipe Augusto del Misterio Real. Observe que todos esos nombres revelan ciertas relaciones con el misticismo oriental. El resurgimiento de los Templarios no significa más que la reanudación de tales relaciones, la irrupción de fermentos irracionales en un mundo de ideas progresistas, racionales y pragmáticas. A eso se debe que la francmasonería ganara un nuevo atractivo y un nuevo esplendor en aquella época. Atrajo a muchos individuos que estaban cansados del racionalismo del período, de su ilustración y su educación en nombre del ideal de humanidad, y que se sentían ávidos de una savia de vida más potente. El éxito de la orden fue tal que los filisteos se quejaron de que apartaba a los hombres de la felicidad conyugal y de la dignidad de las mujeres. 
—Bueno, profesor, si es así, comprendo que Settembrini no recuerde con gusto aquella época de florecimiento de su orden. 
—No, no la recuerda con gusto; no recuerda con gusto que hubo un tiempo en que su orden se atrajo toda la antipatía que el liberalismo, el ateísmo y la razón enciclopédica sienten de ordinario hacia el complejo Iglesia-Catolicismo-monjes-Edad Media. Ya ha oído usted que se acusaba a los francmasones de oscurantismo… 
—¿Por qué? Me gustaría que me explicase en mayor detalle por qué. 
—Pues se lo voy a explicar. La observancia estricta era sinónimo de profundización y ampliación de las tradiciones de la orden, situando su origen histórico en el mundo de los misterios, en lo que se acostumbraba a llamar las tinieblas de la Edad Media. Los maestros de los grados superiores de las logias estaban iniciados en las physica mystica, conocían las artes mágicas de la naturaleza y eran, en suma, grandes alquimistas… 

—Ahora sí que tengo que hacer un gran esfuerzo para recordar lo que era exactamente la alquimia. La alquimia, ¿no era aquello de hacer oro, la piedra filosofal, aurum potabile? 
—Sí… Bueno, popularmente hablando. Sin embargo, en términos un poco más eruditos, esa palabra significa depuración, transmutación, transustanciación, y además, hacia una forma más elevada; en resumen: mejora; por consiguiente, el lapis philosophorum, el producto híbrido, masculino-femenino, del azufre y del mercurio, la res bina, la prima materia bisexuada, no eran nada más ni nada menos que el principio de la transmutación, del desarrollo hacia una forma superior por mediación de agentes exteriores; una pedagogía mágica, si usted quiere. 
Hans Castorp permaneció en silencio. De reojo, sin levantar la cabeza, miró al cielo. 
—Uno de los principales símbolos de la transmutación alquimista —continuó diciendo Naphta— era la cripta. 
—¿La tumba? 
—Sí, el lugar de la descomposición. Es el símbolo del hermetismo por excelencia. La tumba no es otra cosa que el vaso, la retorta de cristal que se guarda como algo precioso y en la que la materia es sometida a su última metamorfosis, a su máxima depuración. 

—«Hermetismo» es una buena palabra, señor Naphta. «Hermético», siempre me ha gustado. Es una auténtica palabra mágica que evoca un amplio abanico de símbolos. Perdóneme, pero no puedo dejar de pensar en los tarros de conservas que nuestra ama de llaves de Hamburgo (se llama Schalleen, sin señora ni señorita, simplemente Schalleen) guarda en la despensa, todos alineados en las estanterías; tarros herméticamente cerrados con fruta, carne y de todo. Allí están durante meses y años, y cuando se abre uno, según las necesidades, el contenido está fresco e intacto; el paso de meses y años no influye en absoluto en la pureza del alimento, sigue fresco como el primer día. Cierto es que eso no es cuestión de alquimia ni de purificación, sino sencillamente de conservación; de aquí el nombre de conserva. Con todo, lo que hay de mágico en ello es que esa conserva escape al paso del tiempo; ha permanecido herméticamente cerrada al tiempo, el tiempo ha pasado de largo, pero no ha pasado por ella; la conserva ha permanecido fuera del tiempo, ahí sobre su estantería. En fin, dejemos los tarros de conservas. No ha sido una idea de gran provecho. Perdóneme. Creo que quería usted explicarme más detalladamente… 
—Sólo si usted quiere. Para hablar de un tema como el que nos atañe, es necesario que el alumno se muestre sediento de saber y no tema a lo que pueda conocer. La tumba siempre ha sido el símbolo principal de la iniciación en la hermandad. El aprendiz, el neófito que desea acceder al conocimiento, debe demostrar su valor ante los horrores de la tumba. Las costumbres de la orden exigen que, a título de prueba, sea conducido al fondo de una tumba y permanezca allí hasta que la mano de un hermano desconocido acuda a sacarle. De ahí ese laberinto de pasillos y bóvedas sombrías que el novicio debe atravesar, el paño negro que recubre hasta las salas donde se reúne la logia de la observancia estricta, el culto al ataúd, que desempeña un papel tan importante en el ritual de la iniciación y de la reunión. El camino del misterio y de la purificación está rodeado de peligros. Conduce a través de la angustia mortal, a través del reino de la podredumbre; y el aprendiz, el neófito, es la juventud sedienta de conocer las heridas, el dolor de la vida, ansiosa por despertar en su interior una sensibilidad casi demoníaca, guiada por hombres enmascarados que no son más que sombras misteriosas. 

—Se lo agradezco mucho, profesor Naphta. Muchísimo. En eso consiste, pues, la pedagogía hermética. No puede hacerme daño alguno el informarme de esas cosas. 
—Tanto menos si tenemos en cuenta que éste es el camino hacia el objetivo último, hacia el conocimiento absoluto de lo suprasensible. La observancia de la alquimia masónica ha conducido a ese objetivo a muchos espíritus nobles e inquietos en las últimas décadas, no hace falta que se los enumere, pues ya habrá comprendido usted que los grados escoceses de los que le hablaba vienen a ser un equivalente de la jerarquía eclesiástica, que la sabiduría alquimista del maestro francmasón se hace patente dentro del misterio de la metamorfosis, y que las normas secretas mediante las cuales la logia guía a sus seguidores se encuentran tan claramente en los sacramentos como los juegos simbólicos del ceremonial de la hermandad masónica en el simbolismo litúrgico y arquitectónico de nuestra Santa Iglesia católica. 
—¡Ah! 
—Espere, eso no es todo. Ya me he permitido observar que la idea de que la francmasonería se remonta a aquellas honorables logias que se formaron en los gremios de artesanos no es sino una interpretación histórica que no le hace justicia del todo. Al menos, la observancia estricta le confirió unos fundamentos humanos mucho más profundos. El misterio de las logias tiene algo en común con ciertos misterios de nuestra Iglesia, hay una clara relación con la solemnidad y el secreto con que se celebran ciertos ritos, con cierta desmesura en la experiencia de lo sagrado, como la que se daba entre los hombres de tiempos muy remotos… En lo que respecta a la Iglesia, tengo en mente la Sagrada Cena, el sacramento de comer de la carne y beber de la sangre de Cristo; hablando de la logia, en cambio… 
—Un momento, un momento, permítame una observación al margen. En esa vida dentro de una comunidad cerrada, como es la de mi primo, también se celebran banquetes. Con frecuencia me ha hablado de ellos en sus cartas. Ahí, naturalmente, aunque se emborrachen un poco, nunca se exceden los límites de la decencia, nunca se va tan lejos como en los banquetes de las fraternidades estudiantiles… 
—Hablando de la logia, en cambio, estos sacramentos corresponden al culto de la tumba y del ataúd, sobre el cual he llamado su atención hace un momento. En esos dos casos, nos encontramos ante símbolos de lo último y lo supremo; elementos de una religiosidad primigenia y orgiástica, de sacrificios nocturnos y desenfreno en nombre del morir y del devenir, de la metamorfosis y de la resurrección… Recordará usted que los misterios de Isis, así como los de Eleusis, eran celebrados por la noche y en oscuras cavernas. Han existido y existen muchas reminiscencias egipcias en la masonería, y entre estas logias había muchas sociedades secretas que se daban el nombre de hermandades eleusinas. Y celebraban fiestas, las fiestas de misterios eleusinos y los secretos afrodisíacos, en las que por fin las mujeres intervenían también (por ejemplo, la fiesta de rosas, a la cual hacen alusión las tres rosas azules del escapulario del masón), y que, según parece, terminaban en bacanales. 
—Pero… pero, profesor Naphta, ¿qué es lo que oigo? ¿La francmasonería es todo eso? Y es a todo eso a lo que nuestro amigo Settembrini, un espíritu tan claro… 
—¡Sería usted injusto con él! No, Settembrini no sabe absolutamente nada de todo eso. ¿No le he dicho ya que hombres como él despojaron la logia de todos los elementos de esa vida superior? ¡Se ha humanizado, se ha modernizado! ¡Por Dios! Se ha apartado de tales extravíos para servir a la utilidad, a la razón y al progreso, a la lucha contra los príncipes y la clerigalla, en una palabra: a un concepto social de la felicidad. Ahora en las logias vuelve a hablarse de la naturaleza, de la virtud, de la mesura y de la patria. Supongo que incluso se habla de negocios. En una palabra: es el espíritu mezquino burgués en forma de hermandad. 

—¡Qué lástima! ¡Qué lástima por la fiesta de las rosas! Preguntaré a Settembrini si realmente no sabe nada de ella. 
—¡Nuestro honorable «caballero de la escuadra»! —exclamó irónicamente Naphta—. Tenga en cuenta que no le resultó nada fácil que le admitiesen a construir con ellos el templo de la humanidad, pues es más pobre que una rata, y además de una cultura superior, de una cultura humanista; se requiere pertenecer a una clase lo bastante adinerada para poder pagar los derechos de ingreso y las cuotas anuales, que no son poco, precisamente. ¡Cultura y fortuna, ahí tiene al burgués! ¡Ahí tiene usted los fundamentos de la República liberal universal! 
—Ya lo veo —rió Hans Castorp—, ahí la tenemos más clara que el agua. 
—Sin embargo —añadió Naphta, después de un silencio—, le aconsejo que no tome demasiado a la ligera a ese hombre y a su causa; le recomendaría incluso, ya que ahora estamos hablando de estas cuestiones, que se mantuviera usted en guardia. Porque pasado de moda no es forzosamente sinónimo de inocente. El que algo sea limitado no quiere decir que también sea inofensivo. Esa gente ha echado mucha agua en el vino que antaño era ardiente, pero la propia idea de la hermandad sigue siendo lo bastante fuerte como para soportar el ser diluida; conserva el poso de un misterio fecundo; y es tan evidente que las logias ejercen una influencia en la marcha del mundo, como el hecho de que en ese amable señor Settembrini se ocultan potencias de las que él es partidario y emisario… 
—¿Emisario? 
—Sí, un proselitista, un pescador de almas. 
«¿De qué serás emisario tú?», pensó Hans Castorp, y luego dijo en voz alta: 
—Le doy las gracias, profesor Naphta. Le agradezco sinceramente su consejo. ¿Sabe lo que voy a hacer? Voy a subir al piso de arriba, si es que eso puede considerarse un piso, a tirarle un poco de la lengua a ese masón disfrazado. Un aprendiz tiene que estar sediento de saber y no temer a lo que pueda conocer. Naturalmente… también es preciso que sea prudente. Para tratar con esos emisarios hay que andarse con mucha cautela. 

Sin temor alguno podía continuar instruyéndose por el propio Settembrini, pues éste no tenía nada que reprochar a Naphta en cuanto a su discreción, y por otra parte no parecía muy interesado en mantener en secreto sus relaciones con aquella armoniosa sociedad. La Revista della Massoneria Italiana estaba abierta sobre la mesa, Hans Castorp simplemente no se había fijado en ella hasta aquel momento. Y cuando, una vez informado por Naphta, dirigió la conversación hacia el tema del arte imperial, como si la relación de Settembrini con la francmasonería fuese un hecho que él jamás hubiera puesto en duda, no encontró más que una ligera reserva por parte de éste. Sin duda, había puntos en los cuales el literato no quería profundizar y respecto a los cuales permanecía con la boca cerrada. Seguramente se veía obligado por alguno de aquellos juramentos terroristas de los que Naphta le había hablado: secretos que se referían a los usos externos y a su propia posición en el seno de aquella extraña organización. Por lo demás, habló incluso mucho y ofreció al curioso alumno un detallado panorama del gran alcance de su liga, que estaba representada en todo el mundo por más de veinte mil logias y ciento cincuenta grandes logias, y que se extendía hasta civilizaciones como las de Haití o la república africana de Liberia. Citó también toda clase de nombres de celebridades que habían sido francmasones, o en la actualidad lo eran. Mencionó a Voltaire, Lafayette y Napoleón, Franklin y Washington, Mazzini y Garibaldi, y, entre los contemporáneos, al rey de Inglaterra en persona y, además, a numerosas personalidades que intervenían en los asuntos de Estado, a miembros de los gobiernos y de los parlamentos europeos. 
Isaac Newton, por William Blake

Hans Castorp manifestó respeto, pero ninguna sorpresa. Ocurría lo mismo, dijo, con las hermandades estudiantiles. Aquellas sociedades eran vinculantes para toda la vida y sabían situar en buenos cargos a sus miembros, de modo que resultaba difícil abrirse camino en la administración o en la esfera pública si no se pertenecía a ninguna de ellas. Por lo tanto, Settembrini no demostraba gran habilidad citando nombres célebres como argumento de la importancia a las logias: por lo contrario, había que admitir que, si tantos francmasones ocupaban puestos importantes, eso no demostraba más que el poder de la logia, que sin duda movía muchos más hilos en el mundo de lo que Settembrini quería reconocer abiertamente. 

Settembrini sonrió. Incluso se abanicó con el cuadernillo de la Massoneria que tenía en la mano. ¿Creía el joven haberle tendido una trampa? —preguntó—. ¿Acaso pretendía arrastrar a hacer confidencias imprudentes sobre la naturaleza política, sobre el espíritu esencialmente político de la logia? 
—¡Inútil maniobra, ingeniero! Reconocemos sin reservas nuestra vinculación con la política, con total sinceridad. Hacemos muy poco caso del odio que algunos idiotas (por cierto, instalados en su país, ingeniero, y en casi ningún otro sitio) sienten hacia ese nombre y hacia ese título. El filántropo no puede admitir diferencia entre la política y la no-política. No existe la no-política, todo es política. 
—¿Así de sencillo? 
—Ya sé que hay gentes que creen oportuno llamar la atención sobre la naturaleza apolítica que tenía la francmasonería en sus orígenes. No obstante, esa gente juega con las palabras y traza fronteras que ya es hora de rechazar en tanto son ilusorias y absurdas. Para empezar, al menos las logias españolas han tenido una orientación política desde el principio… 
—Me lo imagino… 
—Usted no se imagina nada, ingeniero. No se crea capaz de imaginar muchas cosas por usted mismo. Esfuércese más bien en asimilar y sacar provecho de lo que intento enseñarle, se lo ruego en su propio interés, en el de su país y en el de Europa. Secundo: la postura masónica no ha sido nunca apolítica, no ha podido serlo jamás y, si ha creído serlo, se ha equivocado sobre su propia naturaleza. ¿Qué somos? Albañiles y artesanos que trabajan en una construcción. Todos perseguimos un único objetivo, la ley fundamental de la fraternidad es conseguir la mejor parte del todo. ¿Cuál es esa mejor parte? ¿Qué es lo que construimos? Una estructura social en armonía con el arte, el perfeccionamiento de la humanidad, la nueva Jerusalén. ¿Qué tiene que ver aquí la cuestión de la política o la no-política? El problema social, el problema de la vida en sociedad, es en sí mismo político, enteramente político, única y exclusivamente político. Quien se consagra a ese problema (y el que se zafase de él no merecería ser llamado hombre) se consagra a la política, a la política interior tanto como a la exterior, y comprende que el arte de francmasón es el arte de gobernar… 
—De gobernar… 
—… y que la francmasonería de los Iluminados llegó a conocer el grado de regente. 
—Muy bien, señor Settembrini. El arte de gobernar, el grado de regente, eso me gusta. Pero dígame una cosa: ¿son ustedes cristianos, se comportan como tales unos con los otros en su logia? 
—Perchè! 
—Perdone, plantearé la pregunta de otro modo, bajo una forma más general y más sencilla: ¿Creen ustedes en Dios? 
—Le contestaré. ¿Por qué me hace usted esa pregunta? 
—No he pretendido tentarle antes, pero hay una historia bíblica en la que alguien tienta al Señor presentándole una moneda romana, y recibe la contestación de que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Me parece que esta manera de distinguir nos da la diferencia entre la política y la no-política. Si hay un Dios, se tiene que poder hacer esa diferencia. ¿Creen los francmasones en Dios? 
—Me he comprometido a contestarle. Usted habla de una unidad que se intenta crear con enorme esfuerzo, pero que, para gran dolor de los hombres de buena voluntad, no existe. Si un día se hiciera realidad (y repito que en esa gran obra se trabaja con callada diligencia), su confesión religiosa sería, sin duda alguna, una sola y estaría concebida en los siguientes términos: Écrasez l’infame
—¿De un modo tajante? ¡Pero eso sería la intolerancia! 
—Dudo que esté usted a la altura de discutir el problema de la tolerancia, ingeniero. Procure recordar que la tolerancia se convierte en un crimen cuando se tiene tolerancia con el mal. 
—¿Dios sería, por lo tanto, el mal? 
—El mal es la metafísica. Sólo sirve para adormecer la energía que debemos consagrar a la construcción del templo de la sociedad. De esta manera el Gran Oriente de Francia nos ha dado ejemplo, eliminando el nombre de Dios de todos sus actos desde hace mucho tiempo. Nosotros, los italianos, la hemos seguido… 
—¡Qué pensamiento más católico! 
—¿Qué dice? 
—Me parece que esa idea de eliminar a Dios es rabiosamente católica. 
—¿Qué quiere usted decir? 
—Nada de particular interés, señor Settembrini. No haga mucho caso de lo que yo digo. Durante un instante he tenido la impresión de que el ateísmo era enormemente católico, y de que se elimina a Dios para poder ser mejores católicos. 

Si el señor Settembrini se quedó callado después de oír tales palabras, que conste que sólo lo hizo con fines pedagógicos. Después de un silencio prudencial, contestó: 
—Ingeniero, lejos de mí el desear engañarle o herirle en su protestantismo. Hemos hablado de tolerancia… Es superfluo poner de relieve que, respecto al protestantismo, siento mucho más que tolerancia, siento una profunda admiración por su papel histórico en la lucha contra la mordaza que imponía a la conciencia el pensamiento católico. La invención de la imprenta y la Reforma son y serán siempre las dos mayores aportaciones de la Europa Central a la humanidad. Eso ni se plantea. Pero después de lo que acaba usted de decir, dudo que me comprenda exactamente si le señalo que eso no es más que una cara de la cuestión y que hay otra. El protestantismo contiene elementos que… La propia persona del Reformador contenía elementos que… Pienso en los elementos de quietismo y de contemplación hipnótica, que no son europeos, que son ajenos y enemigos de la ley de la vida en este nuestro continente activo. ¡Fíjese usted bien en ese Lutero! ¡Contemple los retratos que conservamos de él, los de su juventud y los de su edad madura! ¿Qué nos dice ese cráneo? ¿Qué nos dicen esos pómulos, esa extraña posición de los ojos? ¡Amigo mío, es Asia! No me sorprendería absolutamente nada que hubiese habido en él un elemento véndico-eslavo-sármata; y, si la personalidad tan fuerte y poderosa (¿quién iba a dudar de que lo era?) de aquel hombre no hubiese hecho inclinarse fatalmente esa balanza que en tan peligroso equilibrio se encontraban en su país, si no hubiese depositado un peso tan tremendo en su lado oriental, como consecuencia del cual el platillo occidental aún se balancea en el aire, entonces… 

Desde su atril de humanista junto a la ventana, ante el cual había permanecido en pie hasta aquel momento, Settembrini se aproximó a la mesa camilla sobre la que estaba la frasca de agua y fue acercándose a su discípulo, que estaba sentado en la cama, contra la pared, con los codos sobre las rodillas y la barbilla apoyada en la mano. 
Caro! —dijo Settembrini—. Caro amico! Llegará el momento de tomar decisiones, decisiones de un alcance inapreciable para la felicidad y el futuro de Europa, y estará en manos de vuestro país tomarlas; y deberá hacerlo desde el fondo de su alma. Situado entre Oriente y Occidente, tendrá que elegir definitivamente y con plena conciencia entre las dos esferas que se disputan su naturaleza; tendrá que decantarse por una de ellas. Usted es joven, tomará parte en esa decisión, será llamado a influir en esa decisión. Bendigamos, pues, el destino que le ha guiado hasta estas espantosas regiones pero que, al mismo tiempo, me da ocasión de ejercer una influencia sobre su maleable juventud por medio de mi palabra, que no es del todo inexperta ni del todo impotente, y hacerle tomar conciencia de la responsabilidad que usted…, que su país asume ante los ojos de la civilización… 
Hans Castorp continuaba sentado, con la barbilla apoyada en el puño. Miraba hacia fuera por el ventanuco, y en sus ojos azules de hombre sencillo se podía leer cierta rebeldía. Permaneció en silencio. 

—No dice usted nada —comentó Settembrini, conmovido—. Usted y su país dejan que se cierna sobre esas cosas un silencio tan oscuro que no permite calcular su profundidad. Ustedes no aman la palabra o no saben servirse de ella, o la glorifican de un modo muy poco amable; y el mundo articulado no sabe y no consigue averiguar qué pasa por su cabeza. Eso es peligroso. El lenguaje en sí mismo es civilización. Toda palabra, incluso la más contradictoria, es vinculante. Sin embargo, el mutismo aísla. Se sospecha que intentaréis romper vuestra soledad por medio de actos. Haréis marchar a vuestro primo Giacomo —Settembrini tenía costumbre de llamar Giacomo a Joachim porque le resultaba más cómodo—, usted hará salir de su silencio a su primo Giacomo y «él, con fuertes golpes, derribará a dos y los demás huirán…». 
Como Hans Castorp se echó a reír, Settembrini también sonrió, satisfecho del efecto producido por sus plásticas palabras, al menos por el momento. 
—¡Está bien, riamos! —dijo—. Siempre me encontrará dispuesto a hacer una broma; «la risa es un destello del alma», dijo un pensador griego. De esta manera nos hemos desviado de nuestro asunto hacia cosas que, lo reconozco, están relacionadas con las dificultades a las que han de enfrentarse nuestras labores preparatorias para la realización de una liga universal masónica, dificultades que, en concreto, nos pone la Europa protestante… 
Settembrini continuó hablando con entusiasmo de la idea de esa liga universal que había nacido en Hungría y cuya deseada realización estaría destinada a conferir a la francmasonería un poder decisivo en el mundo. Enseñó a Hans Castorp algunas cartas que había recibido de altos dignatarios extranjeros de la liga —por ejemplo, una carta escrita de puño y letra por un gran maestro suizo, el hermano Quartier la Tente, del grado 33—, y comenzó a exponerle el proyecto de convertir el esperanto en la lengua común de la liga. Su entusiasmo le llevó a entrar en el terreno de la alta política, estudió la situación en Europa y sopesó las probabilidades del triunfo del pensamiento republicano revolucionario en su propio país, en España y en Portugal. También pretendía mantener correspondencia con personas de los más altos grados de la gran logia de dicho reino. Sin duda, allá en el sur las cosas se encaminaban hacia un período decisivo. ¡Que Hans Castorp se acordase de él cuando viera precipitarse los acontecimientos en el mundo de allá abajo! El joven prometió hacerlo. 



pág. 740 a 757 de La Montaña Mágica, Thomas Mann