domingo, 30 de junio de 2019

CHISTES para MILICIANOS - de Mazen Maarouf


Mazen Maarouf es un escritor palestino que vivió toda su vida como refugiado en Líbano hasta 2011. Ese año la Red Internacional de Ciudades Refugio, una organización que ofrece reubicar a escritores perseguidos en una población segura, le ofreció asilo en Reikiavik. Allí escribió los relatos de este volumen que reúne historias muy domésticas y espeluznantes que suceden en una ciudad en guerra, muy parecida a Beirut, bajo el prisma de un niño narrador. 
"mi identidad palestina siempre era una especie de fantasía, porque nunca he visitado Palestina, pero he nacido como un refugiado palestino en Líbano, y siempre me han contado que Palestina es mi país, pero no puedo verlo, ni disfrutarlo y no se me permite ir. Entonces es una identidad de fantasía, y Palestina siempre es una fantasía."
Creo que este ir y venir de ciudades y realidades tiene que ver con la textura del libro. El autor ha declarado que cuando llegó a Reikiavik "la paz que se vivía allí me perturbaba, no sabía vivir sin tensión". Las constantes que rodean al niño-narrador son las bombas, las milicias, la precariedad total; y su respuesta es intentar entender una situación que ya de por sí es una pesadilla. Los niños utilizan la fantasía para explicar la realidad, con lo que crean una realidad alternativa. Lo bueno de Maarouf es que en su niño-narrador esto no resulta fantasioso, sino que aporta una lógica propia que intenta una adaptación quimérica a la situación bélica.

En la realidad que el niño percibe, los hechos son brutales («su padre iba cada día a la tintorería a trabajar recibiendo las zurras de los milicianos») mientras que las soluciones derivan de su infantil y creativa lógica. 
«Tras perder a uno de sus hijos, los milicianos, repararon en que además de triste, tenían ante sí a un hombre débil. Ahora, amén de zurrarlo de lo lindo, le pedían que le contase un chiste. Y a mi padre no le quedaba otra con contar algo gracioso». 

Después de que el niño viese a su padre humillado, la solución que plantea es sencilla y directa: quiere que su padre tenga un accidente y le pongan un ojo de cristal. Así parecerá más fiero y no le acoquinaran.

En el libro, los niños no huyen de la realidad, sino que la explican como pueden. Sobretodo para no desesperar. La dulzura de los relatos es más poderosa porque el joven narrador no esconde lo que pretende. Restaurar una realidad caótica.
"No podía hacer nada. Me senté al borde de la cama, a su lado, tomé la cajita de música, provista ahora de la manivela de aquel viejo gramófono que fue lo último que tocó antes de que le amputaran los brazos, y me puse  darle vueltas. Quería que oyera la música de la caja antes de abandonar este mundo. Pude ver una débil sonrisa asomada a sus labios. Estaba feliz, pero no se despertó. Sonreía, nada más. O sí, me pareció que los brazos volvían a crecerle, despacio, a crecerle de los muñones, como si fueran dos champiñones que brotan joviales y libres de la tierra. Eso me llenó de entusiasmo y me lancé a darle vueltas a la manivela con mayor ímpetu. El corazón me latía con fuerza, quería que le crecieran los brazos y todo volviera ser como antes; ojalá aquella bomba de vacío nunca hubiese caído y mi madre no hubiera tenido que pasarse media vida poniéndole pañales mientras él yacía inerte junto a aquella caja de música, esperando que ocurriera algo, algo fuera de lo normal." pág. 65.
La Casa Amarilla (Edificio Barakat)-Beirut- Situado en la esquina de dos importantes avenidas, se convirtió
durante la guerra en un puesto de control y de francotiradores. Hoy es Beit Beirut, un Museo de la Memoria

Esto también se aprecia en el cuento "Galletas" que, paradójicamente, no está narrado por un niño, sino por un hombre casado que visita periódicamente a su madre, enferma de alzheimer. Cuando la lleva de nuevo al psiquiátrico se cruzan en la carretera con un accidente en el que un anciano es atropellado y entonces el hijo va contando a su madre el episodio como un señor que va esquivando coches sólo con la intención de rozarlos para convertirlos en galletas.¡!

"Mi madre observaba absorta todo lo que pasaba delante de sus ojos. Yo, mientras, le iba describiendo los detalles con la mayor precisión posible y el fervor de un comentarista deportivo.
El anciano no parecía nervioso. Dio unos cuantos pasos por la autopista sorteando los vehículos que iban a toda velocidad y, después, se quitó el sombrero blanco y se lo enrolló alrededor del puño como si fuera un guante de boxeo. No quería dar puñetazos a los coches, sólo rozarlos. Éstos, en su velocidad, trataban de evitar el roce. Pero sin éxito. Coche que tocaba, coche que quedaba convertido en un bloque de galleta. Y, como iban tan deprisa, volcaban y se rompían en migas, desparramándose por toda la calzada"

Pero la madre a veces se revuelve y le dice al médico que es su hijo quien se inventa esas historias.
"Sé que mi madre no tiene Alzheimer. Mi madre también lo sabe. Y hasta el médico, quizás. Pero pago religiosamente las facturas del sanatorio, incluido el tratamiento del alzheimer. Y no lo hago para que mi madre resida en el sanatorio, sino más bien para que resida en la historia de las galletas." pág 90

En estos cuentos lo doméstico se mezcla con lo onírico y ésto con lo espeluznante. Muchos de ellos están atravesados por sueños, el territorio de los deseos y de una lógica inconsecuente.

"Soñé que mi padre tenía un ojo de cristal".
"Ignoro qué utilidad podía tener ese sueño. Pero ahí aparecía yo, sin poder moverme".
"Husam sueña mucho aunque nunca hace de protagonista de sus propios sueños, Siempre de secundario, a veces no le toca ni siquiera representar el papel de un ser humano".
"Voy a suponer que me convierto en alguien completamente distinto. Una identidad nueva que ahora mismo no sabría decir cómo sería. Eso sí, una persona parca en palabras. Y que, cuando en la calle o en un pasillo, se encontrase con el hombre que yo soy ahora mismo, saldría corriendo a echarle una mano."

En el libro habitan personajes vapuleados por una realidad agreste; pero también animales y objetos que tienen grabado a fuego un destino trágico. Por sus páginas transitan el trabajador de un matadero con ínfulas de torero; una vaca que frecuenta un cine destruido por las bombas; un gramófono que sobrevive a un atentado con un brazo segado aferrando aún su manivela; un enigmático coágulo producto de un embarazo fallido, a quien sus padres han dado nombre y celebran su cumpleaños; un muchacho que decide no sonreír nunca más o un hombre cansado de hacer de comparsa en sueños ajenos. Éste último es uno de mis preferidos, "El síndrome de los sueños ajenos", donde Husam siempre es colonizado por los sueños de los demás y llega a ser una jaula, un volátil deseo e incluso una caca en la acera que es pisada por un soldado. Cuentos extraños e inquietantes que celebran la vida y la imaginación en medio del caos.
-Beirut-


Algunos cuentos me recuerdan a Cortázar. Ocurren cosas que no tienen sentido. La realidad parece una mezcla extraña de sueños, deseos y bombas. La lógica se trastoca. Así le ocurría al protagonista de Carta a una señorita en París, al que de pronto le salían conejitos blancos de la boca. O la absurda tragedia en la que se precipita un hombre durante el intrascendente acto de introducirse un jersey por la cabeza ("No se culpe a nadie"). Así ve la realidad este niño que se asoma a la zona de guerra. No tiene las claves para interpretarla. En medio del absurdo y la pesadilla utiliza su imaginación para elucidarla.


No sé cómo tomarme algunos de los relatos. El caso es que todos tienen un trazo de lo más inocente; pero estando siempre por medio que el relator es un niño o transcurre en algún sueños; parece inevitable que todo adquiera un punto surrealista como motor para transformar la realidad: una pesadilla en la que el protagonista suele estar paralizado y prisionero.
Toda la ambigüedad y capas que atraviesan estos cuentos donde coinciden la barbarie y la imaginación, la lógica y el sueño, creo que la podemos encontrar en un cuento como El Despertador, que comienza "Ignoro qué utilidad podía tener ese sueño. Pero ahí aparecía yo, sin poder moverme". Y que concluye con un "¿De qué sirve todo esto?".

En ese sueño un profesor tetrapléjico sigue acudiendo a impartir sus clases en la universidad. Un día los alumnos le colocan un despertador al otro lado de su mesa. El ruido de sus campanas provocan una tremenda algarabía que se extiende a todas las clases; pero nadie apaga el despertador porque temen ofenderle. Nadie quiere herir sus sentimientos. 
"Tú, entonces, desvías la mirada hacia el otro lado, donde el resto de alumnos te obvian soberanamente y se comportan como si allí no hubiera un despertador desgañitándose desde hace un buen rato. Fijas la mirada en ellos, aunque, tienes la impresión, debes de estar imaginándote todo aquello. O quizás estés soñando. Por fin, ocurre lo que tanto sospechabas, o mejor dicho, temías. No me refiero a haberme hecho pis encima o defecado en los pantalones sin haberme dado cuenta porque estoy paralítico, o que uno de los alumnos, por ejemplo, haya aprovechado la ocasión para darme una colleja o una patada en los testículos, cosa que bien podría ocurrirle a cualquier profesor, incluidos los más fuertes y sanos. No. Me refiero al despertador. Sí, tal y como me temía, el cacharro estaba al lado contrario de la mesa. La mesa del profesor. Quiero decir, al lado perteneciente a la realidad, a la región de la consciencia. Y no me estaba permitido bajo ningún concepto sacar la mano del sueño para pararlo, pues iría en contra del reglamento de los sueños. En esencia, habida cuenta del estado tan miserable en que me hallaba en aquel sueño, tampoco podría haberlo hecho, por mucho que hubiera querido. Al final, hube de resignarme a mirar cómo crepitaba con violencia y colisionaba con las tapas de los libros, Así hasta caerse al suelo y romperse.
Yo seguía tumbado, con los ojos abiertos de par en par, en la cama, en mitad del dormitorio. Paree que algo terrible estaba ocurriendo, o había ocurrido hacía breves momentos, algo que, sin embargo, yo no había podido percibir -recordémoslo, no me estaba permitido sentir absolutamente nada-, pues pude ver a mi madre apoyándose en la puerta de la habitación, sollozando, sin atreverse a acercarse a mí, tal y como había hecho la alumna momentos antes, se limitaba a tomar el teléfono entre sus manos, como habría hecho cualquiera en una situación como esa, para hacer una llamada, bien a mi padre, bien a una ambulancia, mientras yo seguía pensando en el sueño que acababa de tener y me decía a mí miso: ¿De qué sirve todo esto?".








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Maaruf nació en 1978 en Beirut. Trabajó durante años como profesor de Física y Química antes de dedicarse a la escritura, el periodismo y la traducción. Como periodista ha trabajado para medios como Al-Quds-el-Arabi (Londres), Qantara (París) y Kalima (Abu Dabi), entre otros. Ha publicado tres libros de poemas: Nuestro dolor se parece al pan (2000), La cámara no captura pájaros (2004) y Un ángel sobre el tendedero (2012), y sus versos han sido traducidos a diversos idiomas.
A su vez, el escritor ha traducido al árabe a notables escritores islandeses, entre los que destaca Sjón. Con su primer libro de narrativa, Chistes para milicianos (2015), obtuvo el premio Almutaqa, el equivalente al Man Booker árabe, y ha sido traducido a numerosas lenguas, entre ellas al español por Ignacio Gutiérrez de Terán.
Como curiosidad he de indicar que España aparece en dos relatos. Siempre me llama la atención cómo aparece nuestra cultura o idiosincrasia en la literatura o el cine de otras latitudes. En "Matador" el protagonista llega a morir tres veces. Trabaja en un matadero y su sueño siempre fue llegar a ser matador de toros, torero. Uno de los objetos centrales de la historia es el traje de luces del gran torero Miguel Dominguín. El protagonista se pasó cuatro años pagándolo y cuando por fin lo tuvo se fue a trabajar vestido con él. Como el traje le venía grande el toro lo desbarató definitivamente. La otra aparición de España es en el último relato, "Juan y Awsa". En él vuelven a salir los toros, en este caso los encierros y un toro que persigue a Juan porque huele en él el sexo de una chica con la que ha estado. 

sábado, 22 de junio de 2019

SOLSTICIO de VERANO - de Giórgios Seféris















       1

El mayor de los soles en un lado
y del otro luna nueva
lejos de la memoria como aquellos pechos.
Y en medio el abismo de la noche estrellada
el cataclismo de la vida.

Los caballos en las eras
galopan y transpiran
encima de los cuerpos esparcidos.
Allá van todos
y esta mujer
a quien miraste bella, un instante
encórvase ya no resiste más arrodillóse.
Las piedras de molino muelen todo
y todo en astros se convierte.

En vísperas del día más extenso.


       2

Todos tienen visiones
por más que nadie lo confiese;
van y aseguran que andan solos.
La magna rosa,
estuvo siempre aquí
a tu costado sumergida en lo profundo del sueño
tuya y desconocida.
Pero apenas ahora que tus manos la tocaron 
en sus remotos pétalos 
has sentido caer la pesantez compacta del danzante
en el río del tiempo— 
borbollón tremebundo.

No disipes el hálito que te acordó 
este respirar.


       3

Con todo en este sueño
degenera el ensueño fácilmente
en pesadilla.
Como el pez que brilló bajo la ola
y en el cieno del fondo se sumió
o bien camaleón que cambia de color.
En la ciudad vuelta prostíbulo
rufianes y cuerpos públicos
pregonan encantos podridos;
la muchacha traída por las olas
luce una piel de vaca
para que la monte el torillo;
al poeta
los chiquillos le lanzan deyecciones
mientras ve cómo sangran las estatuas.
Es preciso que salgas de este sueño;
de esta piel fustigada.


       4

En la demente dispersión
a diestra y a siniestra por encima y abajo
revolotean las basuras.
Sutiles humos deletéreos
paralizan los miembros de los hombres.
Las almas
apresuradas a dejar el cuerpo
tienen sed y no hallan agua por ningún sitio;
fíjanse acá fíjanse allí a la ventura
pájaros atrapados en varetas;
inútilmente se debaten
tanto que no resisten más sus alas.

La región se reviene sin cesar 
jarro de tierra cocida.


       5

En narcóticas sábanas envuelto 
el mundo nada tiene que ofrecer 
salvo este final.
                 En la cálida noche la marchita 
sacerdotisa de Hécate
con los pechos desnudos arriba en la terraza 
implora un plenilunio de artificio, mientras 
dos impúberes siervas que bostezan 
revuelven filtros aromáticos 
en calderos de cobre. 
Hartáranse mañana los amadores de perfumes.

El fuego y los afeites de ella son iguales 
a los usados por las trágicas 
un yeso ya resquebrajado.


       6

Por los laureles
por las blancas adelfas
por la espinosa peña
y el mar de vidrio a nuestros pies.
Recuerda la túnica que miraste
abrirse y deslizarse sobre la desnudez
y caer al redor de los tobillos
muerta—
si así cayera este sueño
entre los laureles de los muertos.


       7

El álamo en el pequeño huerto
su respirar mide tus horas
noche y día;
clepsidra que los cielos llenan.
Bajo la fuerza de la luna sus hojas
arrastran en el blanco muro negras pisadas.
Hay en el borde unos cuantos pinos
y detrás mármoles y luminarias
y hombres así como son los hombres.
Pero el mirlo gorjea
cuando viene a beber
y algunas veces oyes el canto de la tórtola.

En el pequeño huerto de diez pasos de largo
puedes ver cómo cae
la luz del sol en dos claveles rojos
en un olivo y una exigua madreselva.
Admite quién eres.
                              El poema 
no lo sumerjas en los hondos plátanos 
nútrelo con la tierra y la roca que tienes. 
Para mayores frutos— 
los hallarás cavando en el mismo lugar.


       8

El papel blanco rígido espejo 
sólo devuelve lo que eres.

El papel blanco habla con tu voz,
tu propia voz
no la voz que te place;
tu música es la vida
ésta que has dilapidado.
Es posible ganarla de nuevo si lo quieres
si te cebas en esa indefinida cosa 
que a regresar te impulsa 
al punto de partida.

Viajaste, muchas cosas has visto muchos soles 
tocaste muertos y vivos 
el dolor percibiste del muchacho 
y los quejidos de la mujer 
el amargor del niño inmaturo— 
y lo que percibiste se abate sin sostén 
si en este vacío no pones tu confianza. 
Tal vez encuentres allá lo que creíste perdido; 
el brote de la juventud, la justa 
             sumersión de la vejez.

Tu vida es lo que diste 
este vacío es lo que diste 
papel blanco.


       9

Hablabas de cosas que no veían los demás 
y éstos reíanse.

Boga con todo en el umbroso río
contra la corriente;
cursa los caminos incógnitos
a ciegas, obstinado
y busca palabras enraizadas
como el olivo de múltiples nudos—
y déjalos que rían.
Aspira a que también el otro mundo
en la hodierna sofocante soledad habite
en este presente dilapidado—
déjalos.

El rocío del alba y el viento del mar
existen sin que nadie lo demande.


       10

A la hora en que los sueños se vuelven verdad 
al despuntar el día 
vi los labios abrirse 
pétalo a pétalo

En el cielo brillaba una delgada hoz. 
Temí que los segara.


       11

El mar que nombran la serenidad
barcos y velas blancas
brisa desde los pinos y el Monte de Egina
respiración jadeante;
resbalaba tu piel sobre la piel de ella fácil y cálida
cual incipiente pensamiento que se olvida al punto.

Pero en los médanos 
un pulpo arponeado lanzó tinta 
y en el fondo—
si pudieras pensar hasta donde terminan 
             las hermosas islas.

Mirábate con toda la luz y la tiniebla que poseo.


       12

Agítase ahora la sangre
al bullir el calor
en las venas del cielo virulento.

Pretende trascolarse a través de la muerte 
para encontrar la bienaventuranza.

La luz es pulsación
más y más lenta cada vez
piensas que va a detenerse.


       13

Un poco más y se detiene el sol. 
Los espíritus del alba 
soplaron en las desecadas caracolas; 
el pájaro cantó tres veces
             tres veces sólo; 
la lagartija en la piedra blanca 
queda inmóvil
mirando la yerba requemada 
allí donde se deslizó la culebra. 
Un ala negra traza una profunda brecha 
arriba en la cúpula del azul— 
átala, que se abre.

Dolor de la resurrección.


       14

Ahora,
con el plomo fundido de las adivinanzas* 
el centelleo del mar estival,
la desnudez entera de la vida;
y el pasar y el parar y
          el acostarse y el incorporarse
Como el pino en pleno mediodía
por la resina sojuzgado a engendrar la llama se apresura
y no soporta ya el dolor—

grítales a los niños que junten la ceniza 
y la siembren.
Lo pasado pasó justificadamente. 
Y aun lo que no pasó
debe quemarse 
en este mediodía con el sol enclavado
en el corazón de la rosa de cien pétalos.




* Alusión a una ceremonia que, al mediodía de cada 24 de junio, tiene lugar en ciertas islas griegas. Dicha ceremonia, llamada klído-nas, se desenvuelve como sigue: Reunidas algunas muchachas, llenan una vasija de barro con el agua de un pozo, en medio del mayor silencio. Al mismo tiempo, caliéntase en otra vasija un pedazo de plomo, hasta que el plomo se funde. En seguida, se vierte el plomo derretido en el primer recipiente lleno de agua, mientras rezan determinadas oraciones. Como es natural, al enfriarse, el plomo se endurece y adopta formas caprichosas. Una de las muchachas lo toma entonces con sus manos y lo entrega a una “adivina”, para que, mediante una interpretación de esa forma, le prediga el futuro. El mismo proceso se repite en beneficio de cada una de las participantes. [Nota del traductor.] 







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Giorgos Seferis fue poeta, ensayista, diplomático y traductor griego. Nació en Esmirna (Turquía), en 1900; falleció en 1971. Con 14 años se trasladó con su familia a Atenas. Estudió Derecho en La Sorbona de París y regresó a Atenas para entrar en la carrera diplomática. Durante la Segunda guerra Mundial se exilió a Creta, Egipto, Sudáfrica e Italia. Tras la guerra continuó su carrera y fue nombrado embajador en el Reino Unido hasta 1962, año en el que se retiró. Obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1963. 
Seféris escribió en demótico, es decir, con las palabras del pueblo, en oposición a la lengua oficial. Fue un símbolo para sus compatriotas: de civismo, de compromiso, de modernidad que no sólo no renuncia a una tradición riquísima, sino que toma de ella valiosas herramientas para construir el futuro. En él reconocemos tanto el eco irresistible de la Grecia clásica como las audacias y los dolores del individuo actual.

Entre su obra destaca:
– I Strofi El momento crucial -1931
– I Sterna - La cisterna – 1932
– Mythistórima Novela (serie de poemas basados en la Odisea) – 1935
– El rey de Asine – 1948
– Poiímata, 1924-46 – 1950
– Poems – 1960
– Tría kryfá poiímata (Tres poemas secretos) – 1966
– Delphi – 1963

                   

jueves, 20 de junio de 2019

LA VIDA en TIEMPO DE PAZ - de Francesco Pecoraro




Ivo Brandani es el protagonista de esta ambiciosa, profunda y torrencial novela que transcurre en una sola y enjundiosa jornada. Este ingeniero italiano espera en el aeropuerto egipcio de Sharm-el-Sheik para volver a Roma y en el tiempo suspendido del aeropuerto y posterior vuelo reconstruirá sus sesenta y nueve años de vida para dar cuenta de sí mismo; pero también de toda una generación que, desde los años cincuenta, ha vivido un tiempo de paz excepcional. 

Realmente la paz del título es pura ironía ya que ese periplo vital ha estado sembrado de conflictos, tanto personales como sociales: su paso por las utopías de los 60 hasta integrarse en un sistema netamente capitalista, la inoculación de la Mafia en todos los estamentos de la sociedad italiana y en definitiva la pérdida paulatina de los valores que enarbolaba en su juventud (sintomático y amargo es un capítulo que analiza la adecuación del capitalismo a las nuevas ideas, absorbiendo y transformando los movimientos sociales en su beneficio). Él, que no ha vivido nunca en guerra, está en guerra consigo mismo, se baten lo que ha llegado a ser y lo que soñaba que iba a ser.

"¿Qué ha significado vivir setenta años en Tiempo de Paz? ¿En qué fuimos diferentes de nuestros padres y de los padres de nuestros padres? Padres, abuelos, bisabuelos y más atrás aún, si nos remontamos en el tiempo, vivieron en su propio mundo, y eran mundos no comparables con el mundo en que vivimos ahora: nunca ha habido una paz tan duradera, nunca ha habido una aceleración tan fuerte de las cosas, los objetos nunca se han transformado tan rápido en otros objetos, nunca ha habido una inestabilidad tan acentuada..."
Aunque se trate de una novela, su protagonista es un filósofo que reflexiona sobre la existencia en un mundo conflictivo, falsamente pausado por un tiempo de paz, pues está sometido a la inestabilidad de una intensa aceleración. Al final, la antigua cuestión del sentido de la vida se ha convertido en La Pregunta Fundamental: "¿Qué pruebas puedo aportar para dar testimonio de haber vivido?". Brandani especula sobre ello a lo largo de setecientas páginas. 
"Parloteaban los filósofos, los psicoanalistas, los religiosos sobre las profundidades insondables del alma humana... La verdad es que somos simples, bidimensionales y gregarios... Nos basta con crecer en una cultura determinada para no poder quitárnosla de encima. Es más, nos convertimos en sus defensores de por vida, convencidos de que, por el mero hecho de haber nacido dentro, ese caldo de cultivo es el mejor... La idea de identidad se ha construido sobre ese sentido natural e idiota de pertenencia, por tanto nuestra identidad se refleja en el caos que se ve aquí abajo, donde las cosas son complicadas, pero no realmente complejas..."
La novela se reparte entre dos voces, la del narrador y la del protagonista que se interpelan e intercambian para llevar a cabo un viaje desde el presente hasta la infancia del ingeniero. Esta estructura sutil y equilibrada se acaba de perfilar con la distribución por capítulos donde prácticamente se narra un suceso por década. De este modo cabe todo, el relato, la reflexión, los monólogos de corte filosófico y una pesimista mirada al siglo XX europeo.
Caída de Constantinopla

A Brandani le obsesionan la catástrofe y el caos. Ve inminente el desastre en cualquier hecho. No en vano su libro favorito es el Apocalipsis y la caída del imperio bizantino el hecho recurrente de sus reflexiones. Curiosamente la jornada en la que transcurre la novela es el 29 de mayo (de 2015), el mismo día y mes (29 de mayo de 1453) en que cayó Constantinopla. Él es un hombre desencantado
"Con todo, he descubierto algo sobre mí mismo: soy un no héroe, un no valiente, un no dominador, alguien que no cree en nada, que nunca ha creído en nada, ni siquiera cuando pensaba lo contrario... Soy alguien-que-se-conforma, alguien para el que no hay nada importante más allá de vivir en las mejores condiciones posibles..."
Vuelve a casa después de trabajar en el reemplazo del coral del Mar Rojo por réplicas sintéticas. Este proyecto es sintomático de las ideas que asaltan al ingeniero: a su alrededor sólo ve un “mundo falsificado”, como ese coral. Un mundo que falsifica no sólo los objetos o la naturaleza; sino sobretodo la memoria histórica y el lenguaje; un mundo que sólo atiende a una codicia vacía que nos acerca al precipicio de la ruina vital. 
"Una cosa es recrear lo falso en la ficción aclamada y compartida y otra reconstruir lo auténtico con lo falso, pero como si fuese auténtico, en un contexto real."
Brandani posee una mirada desoladora y sin esperanza que, sin embargo alberga refugios ilusorios, como aquella isla del Egeo que conoció en los setenta donde la existencia en cautividad se convertía en plácida contemplación.

Este ingeniero introspectivo y voyeur retrata sin recato a las mujeres, los colegas, la sociedad pervertida que le rodea y el mundo falsificado que no va a ninguna parte, mientras él envejece con dolor. Se mira horrorizado en el espejo y ve al padre: “Parecía que su padre hubiera nacido de nuevo en él”. A veces siente que hay dos Ivos: uno que actúa en el mundo y en el tiempo y el que lo observa desde fuera como un extraño, sin entender nada, indiferente.

Ideas al margen, la novela es un festín estilístico y literario, con una audacia en su material narrativo que pocas veces se ve: cada observación provoca una nube de pensamientos y asociaciones narradas con una mezcla de distintas técnicas: la narración pasa de forma natural del monólogo interior a la tercera persona o de la pura introspección al alejamiento más analítico. Y todo ello sin caer en un huero estilismo. Tiene capítulos de una profundidad insuperables en los que la consciencia fluye acerada e irónica; pero quizás el mérito mayor es la autenticidad del perfil que nos dibuja, un genuino arquetipo de la clase media europea que ha definido a toda una generación.


Brandani es un antihéroe a la antigua usanza, crítico y burlón. Repasa su infancia gris en aquella ciudad "caótica, infame y preciosa" decorada por Bernini, su participación en las revueltas del 68 en busca de una utopía, su giro hacia la ingeniería al enamorarse de un puente en Escocia, los recuerdos playeros de la adolescencia, el descubrimiento del sexo y el amor, la barbarie de la posguerra y la caída en picado tras los excesos del capitalismo más salvaje que degeneró en la brutal crisis económica más reciente. No ahorra sarcasmos para con los ejecutivos y políticos dedicados en cuerpo y alma al poder. Tampoco se libran la sociedad, la burocracia y la corrupción del "país de necios" en el que vive. 

Individualista, cínico, adicto a los ansiolíticos; lo que más lamenta Brandani es no haber sido fiel a su máxima de que “nunca le atraparían” pues “él no era como ellos”.
"En física se llama efecto Coriolis, Brando: toda trayectoria sufre una curvatura, a veces hasta llegar a enroscarse sobre sí misma... Ya no estás donde habría querido estar, ya no llegas al punto donde has diigido la proa, sino a otra parte completamente distinta, y puedes darte con un canto en los dientes si consigues terminar cerca de tu objetivo... Yo, suponiendo que tuviese un objetivo, no sólo lo he incumplido estrepitosamente, sino que desde aquí ni siquiera lo veo ya..."

Así comienza este libro mayor de nuestro tiempo.



Siempre es de noche, por eso necesitamos luz.
Thelonius Monk

A Ivo Brandani lo perseguía el sentido de la catástrofe. La veía en cualquier iniciativa de transformación de la realidad, en cualquier edificio (porque puede derrumbarse), en un avión en vuelo (porque puede precipitarse al vacío), en un automóvil en movimiento (porque puede derrapar), en un enchufe (porque puede cortocircuitarse), en una sartén al fuego (riesgo de incendio), en un vaso de agua (porque puede volcarse), en un huevo fresco (porque puede romperse): todo lo que está en pie puede caerse, todo lo que funciona puede dejar de hacerlo. De hecho, antes o después dejaría de hacerlo, no cabía duda. Pero ¿cómo podría haberse evitado aquella catástrofe? Era un acontecimiento muy lejano en el tiempo, no tendría por qué haberle importado. Y, sin embargo, le importaba.

Nunca se ha sabido bien quiénes eran aquellas gentes, ni de dónde habían venido, ni cuándo exactamente ni por qué. Lo único que se sabía es que era un grupo étnico de Asia Central. Incluso alguien había llegado a afirmar que no eran más que griegos que habían cambiado de religión y de costumbres. Lo que sí se sabía con seguridad es que, un par de siglos después de su primera aparición en las costas del Mediterráneo, habían conquistado Constantinopla. Y eso le resultaba inaceptable. De hecho, a partir del 29 de mayo de 1453, en todas las generaciones humanas han existido personas que no han sido capaces de aceptar la caída de Bizancio. El ingeniero Ivo Brandani era una de ellas.

jueves, 13 de junio de 2019

ANOTHER DAY of LIFE - de Raul de la Fuente y Demian Nemow



El 11 de Noviembre de 1975 estaba prevista la independencia de Angola, pero los meses previos EEUU, de la mano de la CIA, y el ejército sudafricano intentaron apoderarse de un país rico en petróleo, gas y diamantes. Una falsa guerra civil se puso en marcha; lo que había en realidad era una ocupación encubierta. La guerra asoló el país durante décadas y ayudó a forjar un régimen semejante al cubano. Con la guerra de Vietnam finiquitada, las grandes potencias se lanzaron sobre un país insignificante en el tablero internacional para discutir la hegemonía mundial, convirtiendo a los angoleños en peones sacrificiales.

A pesar de que las colonias de Portugal en África ya se habían independizado, faltaba la joya de la corona. Sobre suelo angoleño las grandes potencias reprodujeron el terror de la Guerra Fría, con EEUU y el apartheid de Sudáfrica respaldando a UNITA, mientras que el MPLA gobernante recibía el apoyo de la antigua Unión Soviética y Cuba. El conflicto se alargó hasta 2.002, 27 años durante los que murieron al menos 500.000 personas.


La película tiene forma de puzzle y relata un aprendizaje y una ignomia, la de la invasión. En el puzzle se intercalan la narración clásica de un relato animado con aroma a novela gráfica y los testimonios, fotos y vídeos originales de la época. Con su quiebra de la narrativa se pretende subrayar la voluntad de documental. En esta parte se incluyen varias entrevistas a los supervivientes del conflicto, 40 años después y realzan el dramatismo y veracidad del relato. A estas piezas se suman unas visiones surrealistas que asaltan a Kapuściński en determinados momentos y que tienen una gran potencia visual: un cielo de nubarrones negros se descompone en pistolas y metralletas que llueven sobre los civiles que huyen. Un taxi que lleva al reportero al frente de pronto se encuentra flotando entre caminos y edificios suspendidos en el aire que se desbaratan como una realidad que se viene abajo. 






















El aprendizaje tiene que ver con el autor del libro en que se basa la película, el reportero polaco Ryszard Kapuściński, que permaneció 3 meses en Angola, entre septiembre y noviembre de 1975. Llegó allí como un simple reportero y salió con la fuerza de un escritor y la decidida ética de colocarse al lado de los más débiles. "No dejes que nos olviden" le pide un guerrillero antes de morir.

Kapuściński lo tenía claro: “Mi tema principal es la vida de los pobres. Si soñáis con ser periodistas no podéis ignorarlos. Los pobres constituyen el 80% de la población de este planeta. La pobreza no tiene voz. Mi obligación es lograr que la voz de estas personas sea escuchada".  Sus libros tienen una enorme fuerza. Evocan hechos y circunstancias rehuyendo lugares comunes y estereotipos. Transmite de forma genuina lo que él mismo ha vivido, casuchas llenas de cucarachas, callejones batidos por el fuego, peligro de muerte delante del fusil de un guerrillero. Y ante todo una mirada lúcida y el estilo de gran narrador. 


La película adopta el tono del género "corresponsales de guerra"*, cuya lista alberga películas excitantes donde conviven el conflicto moral del propio rol con la adrenalina de transmitir los muchos conflictos que han ensangrentado el siglo XX. A lo largo del metraje asistimos a la peripecia de Kapuściński, según el director "a la transformación de un hombre solo y perdido en una guerra caótica, una guerra en la que los bandos no se presentan sino esperan a que elijas el saludo entre 'hermano' o 'camarada' para decidir si te matan o no".


El reportero es capaz de arriesgar su vida con tal de cruzar el país y llegar hasta el mismísimo frente donde una pequeña partida aguanta el empuje de un potente ejército. El comandante Farrusco es toda una leyenda perdida en el remoto frente. Este viaje y este encuentro emula la travesía que Joseph Conrad relató en El corazón en las tinieblas (y que Francis Ford Coppola adaptó magistralmente a la pantalla en Apocalypse Now). El peregrinaje del corresponsal le cambiará definitivamente. El propio director lo ha reconocido: "Me atrajo mucho ese paralelismo con El corazón en las tinieblas, en cuanto a que Kapuscinski viajó al sur de Angola a buscar a un mítico comandante, Farrusco, el hombre que está al cargo de toda la frontera con Sudáfrica".

Las carreteras llenas de cadáveres pudriéndose, los asaltos indiscriminados del ejército sudafricano y la filosofía moral de Farrusco, un paracaidista portugués que llegó para asesinar pero acabó cambiando de bando; le harán tomar partido definitivamente.

Aparte del conflicto y el reportaje, éste es el asunto más peliagudo del relato. "Perdí la paz por el resto de mi vida", dice Artur, el periodista autóctono compañero de Kapuściński. Y con la paz se fue el anhelo de la imposible objetividad. ¿De qué lado anda un periodista que cubre una guerra desde la trinchera? ¿Puede cambiar la realidad de la que escribe? Esta misma pregunta le hicieron al reportero Ryszard Kapuściński en uno de sus cursos de periodismo en la Universidad. Un alumno le cuestiona si el hecho de que un periodista esté presente en un conflicto e informe sobre él no está variando o influyendo en ese conflicto. Muy interesante.
Aunque Kapuściński lo ataja con su compromiso con los más débiles, es verdad que la reflexión tiene un carácter casi cuántico: aunque el periodista fuese objetivo, el simple hecho de observar esos hechos y además transmitirlos, influye en los hechos.

Tiene muchas cosas interesantes esta película que sigue a un hombre apasionado y audaz que se horroriza ante la injusticia. La primera es que es clara y directa como un buen reportaje periodístico y logra reflejar con autenticidad la fragilidad de la vida, esos momentos en que te asomas al abismo de la guerra que quieres transmitir y te das cuenta de que tú mismo eres parte de ella. 

El relato se muestra tan épico como conmovedor. Farrusco, acorralado y en clara minoría le transmite al reportero la filosofía que desayuna con satisfacción cada mañana: "Un día más con vida".

La segunda es que alberga un terrible dilema moral sobre el oficio de periodista. La tercera es que nos acerca a un conflicto local quizás ya olvidado, pero cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días

Otro asunto es el estilo y la estructura del film al que hay que dar un valor propio. De primeras resulta sorprendente que se haya realizado con técnicas de animación, pero "Vals con Bashir" ya nos demostró que la animación puede ser muy adulta en sus tratamientos y temas. El estilo y el color dorado de las tierras africanas me convence plenamente, lo mismo que los tiroteos y las escenas urbanas. No quiero olvidarme de la cuidada banda sonora en la que destaca el tema funk psicodélico Better change your mind (Mejor cambia tu mente), del nigeriano William Onyeabor.

El director Raúl de la Fuente, que recoge en su película la confusão de la que todo el mundo hablaba en aquellos tiempos, ve su cinta muy actual. Sólo hay que ojear los periódicos para ver que no han cambiado mucho las cosas: “Ahora vivimos una extraña repetición de esa guerra fría, con los mismos protagonistas. Confusão hoy significa Donald Trump, Vladimir Putin... Confusão significa población civil aniquilada en Siria ante la indiferencia de todos nosotros. Significa refugiados que sufren por todo el mundo. Es la misma historia”.














P. D.
La película presenta a Kapuściński como poco menos que un héroe. No es criticable; pero a día de hoy conviene añadir un contexto. En 2010 saltó una polémica sobre el trabajo de Kapuściński a cuenta del libro biográfico "La no-ficción de Kapuscinski" de su alumno y amigo Artur Domoslawski, Este libro revela que el maestro polaco no siempre actuó como un estricto periodista investigando las fuentes y relatando los hechos de forma fidedigna. El libro de Domoslawski ha sido criticado por varios motivos. Entre ellos, su forma de abordar las numerosas aventuras amorosas del escritor viajero, su tratamiento del pasado comunista y los contactos ocasionales de Kapuscinski con la policía secreta. Una explicación certera y equilibrada de esta polémica sobre la non-fiction en Kapuscinski la podemos leer en este excelente artículo de Timoty Garton Ash.  
Muchos avezados reporteros de todo el mundo han salido en defensa del gran maestro de periodistas. El mismo Domoslawski, a la vista del debate generado, opina que Ryszard Kapuscinski practicaba diversos géneros periodístico-literarios fronterizos cuando descuidaba los datos o las fuentes, pero en absoluto era un embaucador o un mentiroso.

lunes, 10 de junio de 2019

CINE de CORRESPONSALES de GUERRA




Tras el visionado de la estupenda Un día más con vida, sobre la experiencia del periodista polaco Ryszard Kapuscinski en el conflicto de Angola, me vienen a la memoria algunas buenas películas sobre "corresponsales de guerra", de tal modo que casi se podría definir todo un subgénero que las agrupase. A estas alturas ya hay unas cuantas y nada desdeñables. El esquema es de sobra conocido: periodistas implicados que acaban tomando partido, amores en tiempos convulsos, triángulos imposibles, debates éticos y críticas nada complacientes con el papel de las potencias en remotos rincones del planeta asolados por la miseria y la injusticia.

"La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad". Buena frase para estos tiempos de fake news, pero pronunciada hace más de cien años por el senador estadounidense Hiram Johnson, durante la Primera Guerra Mundial en 1917. También durante la Segunda Winston Churchill tuvo que recordarnos que "en tiempos de guerra la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras". El periodista levanta acta de los hechos, pero muchas veces el dolor por la injusticia, el amor o sus propias creencias le obligan a involucrarse y tomar partido.


Este tipo de películas nos relatan la experiencia de unos reporteros que se juegan el físico para dar testimonio del horror. Ellos mismos sometidos al violento vaivén de la adrenalina y la supervivencia mientras la barbarie les hace cuestionarse sus propios valores y hasta el código deontológico del buen periodista.

El año que vivimos peligrosamente (1982), de Peter Weir.

Un título verdaderamente maravilloso para una película que evoca una Yakarta en llamas por la guerra civil que en 1965 derrocó al presidente Sukarno. Siendo éste el líder de la independencia del país (1945-49), acabó convirtiéndolo en una dictadura. El general Suharto suplantó al ya debilitado Sukarno y con la ayuda de EEUU implantó un nuevo orden autoritario que duró tres décadas y cuyas señas más evidentes fueron la corrupción y la represión violenta de cualquier oposición política. 
Pero esto cuenta poco en una película que vemos a través de un fotógrafo local, Billy Kwan (Linda Hunt), que evoca el misterio y exotismo de la remota Indonesia. Hasta allí se llega el corresponsal novato Guy Hamilton (Mel Gibson), para tropezarse con la CIA y la manipulación mediática, mientras contempla cómo el país se hunde en la miseria ante la indiferencia general. Allí conocerá a Jill Bryant (Sigourney Weaver), de la embajada inglesa, con la que tendrá un embriagador romance. 
Figura del "wajang"

El director comienza la película mostrándonos el juego de sombras del "wajang", un teatro ritual de Indonesia donde se cuenta la historia de amor entre el príncipe Arjuan y la princesa Srikandi, manejados ambos por el enano Semar, disfraz que esconde al dios Ismaja. Estos trazos sigue la película. El fotógrafo Billy Kwan es un enano idealista cuya ambigüedad sexual y melancolía lo convierten en un taimado demiurgo capaz de manejar los hilos del príncipe periodista y de la princesa. Tradiciones y revolución con el exótico oriente como telón de fondo de una muy sugerente historia de amor.



Bajo el fuego 
(1982, Under Fire))
de Roger Spottiswoode.

La acción se centra en los últimos días del régimen de Somoza, en 1979. La historia es ficticia, pero está inspirada en hechos reales. Tres periodistas americanos van a Nicaragua, donde la guerrilla sandinista amenaza con derrocar al dictador Somoza, a pesar de contar con la ayuda de la CIA.

Los periodistas comprueban sobre el terreno de qué modo los intereses geopolíticos pueden provocar la tragedia en toda una nación. Uno de los personajes que se te quedan en la retina es el amoral mercenario interpretado por un gran Ed Harris: todo es susceptible de negocio si hay una potencia que paga. 
El fotógrafo Russell Price (Nick Nolte), la reportera de radio Claire (Joanna Cassidy) y el periodista al que presta su rostro Gene Hackman tomarán partido al comprobar la crueldad con que el ejército masacra a la población civil. Hay un momento clave en la película cuando la guerrilla sandinista le pide a Price que "resucite", mediante su habilidad con la cámara, a uno de sus líderes recientemente muerto en una refriega con el ejército. 
Aunque no profundiza demasiado en el conflicto, el relato está contado con pasión y cuenta con un excelente reparto del que sólo falta citar al gran Jean-Louis Trintignant.


Missing, (1982) 
de Costa Gavras

Realmente el joven Charles no es periodista, sino escritor, pero el hecho de que dispusiese de información y que por su posible comunicación fuera detenido, me hace incluir esta película en este apartado de reporteros: en el sentido de testigos que narran los hechos y sufren sus consecuencias.
Charles es un joven escritor estadounidense que desaparece durante el golpe de estado de Pinochet en Chile. El film está basado en la novela de Tomas Hauser "La ejecución de Charles Horman" y Costa-Gavras recibió el Oscar al mejor guión adaptado.
Aunque el guion es fiel al libro, la película se desmarca por su intriga y un montaje realmente dinámico. Una de las grandes ideas de la narración es el uso del bloc de notas del periodista, parte integral de la narración, cuyas palabras guían a los personajes. Apoyada en estos datos, la cinta nos ofrece de forma desnuda una serie de hechos contrastados. Costa-Gavras ilustra el mecanismo de la desaparición basándose en el expediente que publicara el abogado de la víctima. El relato sigue la trayectoria del padre, hombre creyente y defensor del orden establecido, que acude a buscar a su hijo. La película se alimenta del contraste entre las denuncias de la mujer progresista de Charles y las reticencias conservadoras del padre. Siendo él un hombre influyente, cuyos privilegios forman parte de lo que Estados Unidos decía defender en Latinoamérica, sus encontronazos con el embajador norteamericano y la realidad harán evolucionar sus sentimientos y valores patrióticos. En una desgarradora escena se le caerán los últimos velos: Está en el despacho del embajador norteamericano y, harto de sus dilaciones y medias verdades, se da cuenta de que los jardines de la embajada están vacíos. Todo lo contrario que en otras embajadas llenas de refugiados. En ese momento se da cuenta de que su país es parte activa de la infamia.
   -Por eso no hay nadie refugiado en nuestra embajada.
   -No podemos tenerlo todo: o nuestros intereses, o nuestros ideales.
     Si entran en conflicto, hay que poner los intereses en primer lugar.
El comediante Jack Lemmon, elección personal de Costa-Gavras, sorprendió a todos con una honda interpretación dramática.



Los gritos del silencio,  
(1984, The Killing Fields)

de Roland Joffé.

La acción nos lleva a la guerra en Camboya cuando en 1975 EEUU es empujado a retirarse y llegan a la capital los jemeres rojos.

Sidney (Sam Waterston) es un periodista del New York Times que logra sus primicias gracias a la ayuda de un valeroso intérprete local, Pram (Haing S. Ngor), con un gran olfato para la noticia. 
Al caer el gobierno camboyano y retirarse los EE.UU. toda la familia de Pran emigra a Norteamérica excepto él, que decide quedarse con el periodista para seguir ayudándole. Sin embargo los jemeres rojos confinan en una embajada a todos los periodistas extranjeros y después organizan su expulsión. Sin salvoconducto Pran es detectado y obligado a permanecer en un país que está ejecutando a maestros, médicos y abogados. El nuevo régimen abomina de la modernidad y la democracia y quiere convertir el país en un "paraíso" agrícola y analfabeto.
Ya en Washington, Sidney recibe el premio Pulitzer por su reportaje y, en su discurso, arremete sin ambages contra la política de su país en Camboya. Mientras tanto Pram es condenado a trabajos forzados en un campo de reeducación ("aquí únicamente sobreviven los mudos") hasta que, jugándose la vida, logra huir a través de campos inundados de cadáveres y contar los asesinatos que perpetra el régimen para lograr una sociedad homogénea, obediente y campesina. Tensión, thriller y alegato se junta en esta estupenda película.



Salvador (1986).
El director Oliver Stone,
nos lleva hasta una de las más sangrientas guerras civiles que asoló centroamérica en los años ochenta. Salvador es una película muy militante y muy crítica con el gobierno de Ronald Reagan, siendo éste aún presidente de los EEUU en el momento del estreno.
Richard Boyle fue un reportero norteamericano que trabajó en El Salvador y que ya estaba curtido en Guatemala, Chile, Camboya o Líbano; pero la  conmoción que experimentó al ser testigo de la brutal represión que ejerció la dictadura militar respaldada por unos execrables EEUU, lo impulsó a tomar partido y comprometerse con un pueblo oprimido. Más todavía cuando las circunstancias le ponen en la tesitura de rescatar a su novia salvadoreña y a los hijos de ésta.
Boyle (interpretado por un gran James Woods) y su amigo Doctor Rock (James Belushi) son testigos del terror que siembran con absoluta impunidad los Manos Blancas, paramilitares de extrema derecha, contra los campesinos revolucionarios hartos del caciquismo. También  presencia el asesinato de Monseñor Romero en San Salvador y el de cuatro religiosas estadounidenses provenientes de Nicaragua, entre ellas su amiga Cathy Moore (Cynthia Gibb). "Les ordeno en nombre de Dios que paren la represión", había pedido Monseñor Romero a los militares en una de sus homilías. "La Iglesia no hace suya la causa, pero la Iglesia comprende la reacción de los grupos populares porque no tienen cauces de expresión", declaraba con ocasión de las ocupaciones de templos para protestar por las injusticias sociales en un país que estaba en manos de una oligarquía de catorce familias.

Territorio comanche (1997)
de Gerardo Herrero

Escrito entre agosto de 1993 y febrero de 1994, el libro de Pérez-Reverte es un homenaje a uno de los mejores cámaras de guerra del mundo, José Luis Márquez, trabajador de TVE con quien coincidió en sus reportajes sobre el terreno durante la guerra de los Balcanes.

A través de los personajes de la novela Reverte rinde homenaje a los grandes reporteros y ajusta cuentas con los que considera simples domingueros de guerra.

Precisamente el cámara resumió su papel en una entrevista: "Te tienes que concienciar, y esto lo consigues a lo largo de la vida, que tú vas a hacer una misión. No vas ni de bombero, ni de Cruz Roja: la misión es la de ir e informar de lo que pasa allí".

En el libro, Pérez-Reverte hace un retrato del reportero de guerra:
"Para un reportero en una guerra, territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando".

La película está basada en esta novela y narra la historia de Laura (Cecilia Dopazo), una periodista con muy pocos escrúpulos que viaja a Sarajevo durante el brutal cerco al que se vio sometida la ciudad durante la guerra de Bosnia. Laura cree que con sus crónicas sobre el asedio logrará ascender en su carrera. Allí conoce a Mikel (Imanol Arias), un reportero experimentado de vuelta de todo y con firmes convicciones, y a José (Carmelo Gómez), su cámara. Los escarceos amorosos de los tres no aliviarán las atrocidades de la guerra. Laura completará un auténtico viaje en el que el espanto de las bombas y los francotiradores le hará cambiar de mentalidad.
La producción abrió un campo -el bélico- muy poco frecuentado por el cine español, pero resultó un tanto anodina. Los actores salvan algo esta película sin alma y sin el espíritu del libro.



Welcome to Sarajevo (1997)
de
Michael Winterbotton


Estamos ante una historia real que nos traslada al comienzo del asedio de Sarajevo, en 1992, en la que el director nos sumerge sin rodeos en el pandemónium de una ciudad bajo el fuego. Sarajevo fue una gloriosa ciudad donde convivieron en paz diversas culturas; pero en este momento los vecinos se matan sin piedad entre ellos. La hermosa anfitriona de los Juegos Olímpicos de Invierno y joya cultural de los Balcanes, está siendo atacada por grupos serbios deseosos de revertir la independencia de Bosnia. El guión está basado en el libro '' La historia de Natasha '' de Michael Nicholson y recoge su propia experiencia en Sarajevo.
Lo primero que hay que decir es que la película logra trasladarnos con verosimilitud un escenario de inmediatez y peligro. Nos sumerge en una atmósfera volátil donde la muerte es posible en cualquier momento. El director quiso reflejar desde dentro la barbarie de la guerra y por eso rodó en la misma ciudad, llena de escombros, en 1996, justo después de entrar en vigor un alto el fuego. También mezcla con habilidad imágenes reales de guerra con las suyas de ficción. Este es uno de los mejores valores de la película, meternos en medio de la guerra. Otro es ilustrar esos pequeños detalles que delatan dolorosos contrastes: como la diferente vida que llevan los corresponsales y los que viven allí con su desgarro y miseria.
El protagonista es el corresponsal Michael Henderson (Stephen Dillane, sí el que luego sería Stannis Baratheon en Game of Thrones), curtido en mil conflictos y con una impronta cínica. Para él y su colega y amigo Flynn (Woody Harrelson) la guerra puede ser un buen entretenimiento; pero la situación en que se verá involucrado hará surgir en él un verdadero coraje bajo el fuego. Un orfanato ha sido abandonado a su suerte por las autoridades. La inocencia de los niños y la tragedia que se cierne sobre ellos apelará a lo más profundo de su ser y se jugará la vida por rescatar a la joven Emira (interpretada con una entereza impresionante por Emira Nusevic, ella misma niña de la guerra).

Las flores de Harrison (2.000)
de Elie Chouraqui


La guerra de los Balcanes, en pleno centro de Europa, fuego algo como que la guerra llega a las puertas de tu civilizada casa.
Harrison es un famoso corresponsal de guerra ansioso de cambiar de vida y dedicarse a su pasión por las flores. Pero su semanario todavía la pide un esfuerzo más, un reportaje sobre la guerra en Yugoslavia. Una vez allí desaparece y se le da por muerto. Su mujer (Andie McDowell) se niega a creerlo y decide ir ella misma a buscarlo hasta Croacia. Una vez allí se ve en medio de la guerra más atroz y cruel que quepa imaginarse, la de la limpieza étnica.
Chouraqui divide la película en dos partes bien diferenciadas. La primera ambientada en América, con la vida familiar y la posterior incertidumbre por la desaparición. Cuando el drama parecía no ir a ninguna parte, de pronto la cinta cae de golpe en medio de una guerra cuya reconstrucción sobrecoge por su realismo. El director no tiene compasión a la hora de mostrar escenas de brutal violencia, con una fascinante puesta en escena cuyo realismo es capaz de helar la sangre al espectador. La toma de Vukovar hace que te recorra un escalofrío. "Es un baño de sangre. Matan a todo lo que se mueve", dice uno de los periodistas que protagonizan el filme.
Un veterano corresponsal en los Balcanes dijo sobre esta película: "El que la ha rodado sabe de verdad lo que es la guerra". 
Uno de los muchos aciertos de este film, es la verosimilitud de la narración. Para lograrlo, Chouraqui diseña la historia central como un flash-back, que va tomando vida a partir de las declaraciones de los diversos reporteros, testigos directos de las aventuras de Harrison y Sarah. Las distintas entrevistas van centrando la narración, ofreciendo datos sobre las penalidades de los periodistas y su punto de vista.  
Un momento de sabiduría narrativa se aprecia en la escena en que la protagonista entra en la redacción del periódico y va descubriendo a su paso que la guerra la ha cambiado para siempre.



En Tierra de Nadie, (2001)
de Danis Tanovic.

Aunque no es el personaje principal, la prensa hace acto de presencia en este enrevesado esperpento que coloca a la insensatez bélica ante sus propias contradicciones.
1.993. Conflicto de Bosnia-Herzegovina. La película es un enorme grito de desesperación y de lucidez que se produce en un pequeño escenario. Dos soldados, unos bosnio y otro serbio, quedan atrapados en una trinchera aislada entre ambos ejércitos.
La obcecación ideológica y la intolerancia dejarán paso a la más elemental supervivencia que los obligará a afrontar la situación mancomunados. La película se desprende enseguida de banderas para afrontar desnudo el simple drama de la coexistencia. Un nuevo elemento se añade a la ecuación cuando descubren que un tercer soldado está sentado sobre una mina antipersonal, la cual explotará en cuanto deje de comprimirla. 

Al inicio de la convivencia se reproducen los enfrentamientos y desconfianzas. De hecho las armas (el poder) va cambiando de manos alternativamente y esto hace que cada uno pueda entender la situación del otro. ¿Quién es el prisionero de quién? ¿Son los dos prisioneros?. Y es entonces, con una convivencia que se va asentando, cuando aparecen los medios de comunicación y los soldados de la ONU que los devuelven a su rol de simples contendientes. Los medios buscan la exclusiva, su propio alimento; la ONU está más pendiente de la normativa. A nadie importan los soldados en cuya ayuda han acudido. El juego se descubre adulterado por todo un cúmulo de intereses que convierten la situación en rocambolesca. La situación es una encrucijada y se convierte en un contundente alegato contra la insensatez bélica. Un drama estrictamente personal que se llega a convertir en una poderosa metáfora. 
El agobiante plano final resume de modo magistral toda la película.


El americano tranquilo (1958)
de J.L. Mankiewicz
El americano impasible (2002)
de Philip Noyce

Ambas películas se basan en la novela homónima de Graham Green y la acción nos lleva a los inciertos momentos del relevo del dominio francés en Vietnam por el de EEUU.  Estamos en Saigón, 1952, Thomas Fowler es un viejo corresponsal británico, un tanto cínico y pesimista, que mantiene una historia de amor con Phuong, una joven de la sociedad tradicional sudvietnamita; pero la llegada de un joven norteamericano, Alden Pyle (Bredan Fraser), enturbiará las relaciones de la pareja y también la situación política, puesto que es un agente encubierto de la CIA. Su tapadera es un programa de ayuda médica y para conocer mejor las necesidades del pueblo vietnamita nada mejor que entrar en contacto con alguien experimentado. Pyle se hace amigo de Fowler (Michael Caine) y pronto se sentirá atraído por su joven e interesada amante vietnamita.
La película muestra con meridiana claridad cómo la CIA colaboró en la perpetración de matanzas colectivas y sangrientos atentados terroristas, que eran después falsamente atribuidos a los comunistas, para poder justificar así la intervención militar. La película de Noyce sigue más que su predecesora el carácter de la novela, muy crítica con el colonialismo y la intervención de las grandes potencias. A Mankiewicz sin embargo no le gustaba ese tinte antiamericano de la novela y se centró en el triángulo amoroso dejando la situación sociopolítica demasiado al fondo. Su película peca de "teatral" pero hay que apuntar una secuencia inicial clásica en la que aparece un cadáver sobre el río al que sigue un largo flashback para articular el film. 
Greene trabajó como corresponsal en Vietnam a comienzos de los años cincuenta, y muchos de los personajes e incidentes de la novela son destilados directos de sus experiencias. Escribió: "Tal vez haya más reportaje directo en El americano impasible que en cualquier otra novela que haya escrito". La versión de Noyce recoge este espíritu y profundiza más en el contexto en que tiene lugar el triángulo amoroso, citando con claridad meridiana las operaciones de la CIA para desestabilizar el país. 
Ni que decir tiene que Caine borda su papel, aportando al personaje un muy necesario poso amargo y cínico.
Cuando apareció la novela en EEUU enfureció a buena parte del público norteamericano. Del mismo modo, el estreno la película se retrasó en medio mundo debido a los atentados del 11-S.


Verónica Guerin (2003)
de Joel Schumacher
¿Una periodista en Irlanda a finales del siglo XX es una periodista de guerra? Sí, cuando toda una sociedad está asediada por los clanes de la droga e impera la ley del silencio. Fue asesinada por investigar e informar.

Verónica Guerin (1958–1996) fue una periodista galardonada con el premio a la Libertad de Prensa en 1995 por perseguir a los mafiosos de Dublín incluso sabiendo que su vida corría en peligro. 

Un año después de recibir el premio, fue asesinada a tiros en su automóvil mientras esperaba en un semáforo. Irónicamente, Verónica tenía programada una conferencia dos días después en Londres, en el Foro de la Libertad, titulada 'Morir para contar una historia: Periodistas en riesgo'.

En más de 30 años de violencia sectaria en Irlanda del Norte, ningún periodista había sido asesinado. Su muerte golpeó los cimientos de la nación y desencadenó la investigación criminal más grande jamás vista en Irlanda.
A pesar de que su carrera sólo duró seis años, sigue siendo una de las periodistas más reconocidas de Irlanda. Verónica usó su experiencia en los negocios para investigar los asuntos financieros de los personajes más sombríos de Dublín. Era famoso su tesón. A menudo perseguía una historia durante semanas e iba directamente a los criminales en lugar de confiar en la información policial. Las estrictas leyes de Irlanda sobre la difamación hacen ilegal que los periodistas identifiquen a los malhechores por su nombre, por lo que Verónica acuñó coloridos seudónimos para los criminales de los que informó: "El Monje", "El Entrenador", "El Pingüino", etc.
En enero de 1995 un hombre le disparó en un muslo en la misma puerta de su casa. Verónica salió del hospital con muletas y fue a visitar a todos los jefes delincuentes que conocía, para hacerles saber que no estaba intimidada. Ella dijo: “Prometo que los ojos de la justicia y los ojos de esta periodista no se volverán a cerrar. Ninguna mano puede disuadirme de mi batalla por la verdad ”. 
En septiembre de 1995, Veronica visitó al ex convicto John Gilligan en su granja de caballos. Le preguntó sobre su lujoso estilo de vida cuando no tenía declarado trabajo alguno. Gilligan abrió su camisa en busca de un micrófono oculto y la golpeó. Más tarde la llamó y amenazó con violarla y matar a su hijo si ella persistía en publicar una historia sobre él.
En diciembre de 1995, Verónica Guerin ganó el prestigioso Premio Internacional a la Libertad de Prensa. El 26 de junio de 1996 detuvo su Opel rojo en un semáforo cerca de Clondalkin, Dublín, e hizo una llamada a un amigo. Dos hombres en una motocicleta se detuvieron y uno de ellos le disparó cinco veces. Murió casi instantáneamente. El 4 de julio, la nación honró su vida en un momento de silencio con las personas en autobuses, trenes y en la calle de pie, en silencio, presentando sus respetos. 
Lamentablemente la película, dirigida por Joel Schumacher, no está a la altura de una historia tan jugosa. Es un telefilm carente de fuerza y personalidad a pesar de una esforzada Cate Blanchet.


La sombra del cazador (2.007)
(The hunting party)
de Richad Shepard


La película narra la historia de tres periodistas que se adentran en los lugares más recónditos de Bosnia para intentar entrevistar, y de paso entregar a las autoridades, al criminal de guerra más buscado del país, apodado El Zorro.
Por supuesto encontrarán todo tipo de impedimentos en una tierra encerrada en el silencio.
El reportero de televisión Simon Hunt (Richard Gere) y el cámara Duck (Terrence Howard) han trabajado en la zonas de guerra más candentes del mundo: Bosnia, Irak, Somalia o El Salvador. Juntos han esquivado balas, redactado grandes reportajes y acumulado premios. Pero un fatídico día, durante un emisión en directo, Simon se derrumba y posteriormente desaparece.
Cinco años más tarde, Duck regresa a Sarajevo con el novato Benjamin (Jesse Eisenberg) para cubrir el quinto aniversario del final de la guerra. Simon aparece como un fantasma del pasado y convence a Duck de que sabe dónde está escondido el criminal de guerra más buscado de Bosnia, “El Zorro”, una clara alusión a Radovan Karadzic. A pesar de estar desprestigiado Simon logra embarcar a sus colegas en una misión muy delicada en territorio hostil.
El desenfado y humor con que se relacionan los periodistas choca un poco con el contexto de peligro donde se están metiendo. La película resulta ser un híbrido de acción, suspense y comedia, con alguna crítica a las grandes emisoras de televisión; pero lo cierto es que no termina de explotar todas las posibilidades de la historia. 



La corresponsal (2019)
(A private war),

de Matthew Heineman

Estrenada hace sólo un par de semanas, la película relata los últimos 10 años de esta neoyorquina como reportera del The Sunday Times de Londres. Marie Colvin fue corresponsal en Kosovo, Chechenia y en el sitio de Homs, en Siria. Entre sus hitos está el de ser la primera periodista extranjera en acceder a las regiones tamil de Sri Lanka y la primera reportera occidental en entrevistar a Gadafi (el dictador llegó a enamorarse de ella) después de que EEUU bombardeara su casa. Fue famosa por sus maneras firmes y directas y también por el parche "pirata" que lucía sobre un ojo que perdió siguiendo los combates de la guerrilla tamil. Los éxitos y el reconocimiento no la apartaron de su pasión por escribir sobre las vidas de la gente corriente atrapada en las zonas bélicas. Ella los llamaba "la humanidad in extremis". Contaba con el respeto general por su valentía y humildad; pero, sin embargo, su personalidad era caótica y autodestructiva: "Odio estar en zona de guerra, pero me veo obligada a verlo por mí misma". 
Era adicta a la adrenalina de guerra, alcohólica y fumadora empedernida. Como cualquier combatiente ("Has visto más guerras que muchos soldados", le dice su compañero), Marie sufría horribles pesadillas producto del estrés post-traumático. Pero siempre supo sobreponerse y retornar a los cam­pos de bata­lla. Estaba firmemente decidida a entre­vis­tar a civi­les y sol­da­dos en medio de la refriega. "¿Por qué el mundo no está aquí?", se preguntaba repetidamente en los conflictos más mortales y muchas veces ignorados por la opinión pública. 
La actuación de Rosamund Pike es excelente y su composición ayuda a que el relato sea apasionante siguiendo sus intrépidos pasos. La película de Heineman se abre y se cierra en Homs, la asediada ciudad siria que Colvin describió memorablemente como "una ciudad fantasma, haciendo eco con el sonido de los bombardeos y el fuego de francotiradores". 
En el asedio se cortaron los suministros y la atención médica a los aterrorizados civiles. Esta es la denuncia de Colvin, la guerra como escenario del horror y la inhumanidad. El film refleja tanto la violencia de la guerra como el daño físico y moral que inflige a seres inocentes. 
El director construye el relato en dos vertientes; por un lado retrata el viaje a los infiernos que son los combates y por otro lado pone el foco en las luchas de la reportera con sus propios demonios. Al final, elevándose la cámara sobre los escombros todavía la escuchamos decir: "Me importó lo suficiente como para ir a estos lugares y escribir, de alguna manera, algo que haría que a alguien más le importara". 


Enviado Especial (1941)
de Alfred Hitchcock

Un trabajo pensado (y ahí está ese speech final con el que concluye) para que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial en ayuda de una Gran Bretaña bajo los bombardeos alemanes. Un reportero algo vivales (Joel MacCrea) se verá inmerso en una frenética trama de espionaje, atentados, asesinos a sueldo y conspiraciones nazis. La posterior ‘Sabotaje’ (la USA) prorroga este tono. 
La película contiene, aunque de forma breve, una de las más afiladas y atinadas caricaturas del corresponsal en el extranjero. 
Johnny Jones (Joel McCrea), un reportero encallecido en el oximorónico (por ser a la vez vil y glorioso) trabajo de patear las calles, confraternizar con policías y pisotear los charcos de corrupción que abundan en cualquier ciudad, es enviado a Europa por un importante diario estadounidense para averiguar si, como parece, estallará una guerra, la que nosotros conocemos hoy como Segunda Guerra Mundial.
Jones tiene problemas con los idiomas, lo ignora todo sobre el mosaico europeo y tiende a meter la pata. Enseguida se echa novia y se introduce en una intriga fenomenal. Es, digamos, un enviado especial con talento y con suerte. No se pierdan cómo transmite, hacia el final de la película, los datos sobre el fenomenal enredo que ha descubierto jugándose la vida. No se pierdan tampoco al corresponsal del periódico en Londres, encargado de acoger y más o menos orientar al recién llegado. 
Dudo que Hitchcock tuviera un gran conocimiento sobre los recovecos de la prensa. Sin embargo, clava la caricatura del corresponsal. El tipo o tipa a quien el periódico paga para vivir en otro país y contar lo que ocurre en él tiende a hacer exactamente lo que hace el personaje de la película. Cada vez que le llaman desde la redacción para proponerle un tema responde que no. "No, eso no es importante". "No, eso ya lo hemos contado". "No, imposible porque tengo una cena con un político". En resumen, no. Sólo dice sí cuando la llamada tiene que ver con apuestas. 
En la vida real, los corresponsales no funcionan así. Porque ya no les dejan o, más simplemente, porque la mayoría de los diarios no pueden permitirse ya una red de corresponsales por el mundo. Les aseguro, en todo caso, que los mecanismos mentales del corresponsal veterano (yo lo fui en otra vida) propenden de forma inexorable hacia el no. 
La intriga que propone Hitchcock en Enviado especial carece por completo de verosimilitud. Se filmó en 1941, o sea, no hacía ninguna falta enviar a alguien a Londres para husmear si habría guerra. La había, y terrorífica. Lo que el cineasta británico pretendía era jugar con la ansiedad estadounidense ante la posibilidad de entrar en esa guerra (el ataque japonés a Pearl Harbour no ocurrió hasta finales de ese año, 1941) y para terciar en el debate entre intervencionistas y aislacionistas. Hitchcock, como británico, tenía muy claro que Estados Unidos debía implicarse. Sepan que la escena final se añadió a última hora, cuando Londres había empezado a sufrir los bombardeos alemanes. 
Alfred Hitchcock acababa de llegar a Hollywood. Filmó dos películas de un tirón, Rebeca y Enviado especial. Las dos acumularon candidaturas a los premios Óscar, y finalmente fue Rebeca la que se llevó las estatuillas. Enviado especial parecía poca cosa. No lo es. Un thriller con rasgos humorísticos filmado por Hitchcock constituye forzosamente un bocado apetitoso. 
Déjenme volver al asunto de los corresponsales y los enviados especiales. El enviado especial tiene el tiempo contado, viaja con una misión concreta y puede quemar sus fuentes informativas. Todo le está permitido con tal de que vuelva a casa con una buena historia. Funciona como un sprinter, alguien que sólo ha de esforzarse en correr al máximo durante cien metros. El corresponsal, en cambio, corre una maratón. Su fuente de hoy seguirá sirviéndole el año próximo y, por tanto, ha de cuidarla. Aborda todo tipo de temas. Ha de pensar en el largo plazo. Cómo todo eso desemboca en el no telefónico y en la afición a las apuestas forma parte de los entresijos más íntimos de este oficio puñetero y no debe ser revelado a la ligera en un artículo como éste.
Extractos tomados del comentario de mi admirado Enric González en El Mundo


Sucedió en China (1938)
(Too hot to handle)
de Jack Conway

Comedia artesanal y modélica dentro del esquema "chico conoce chica", con un Clark Gable convertido en intrépido reportero que trabaja en Shangai escribiendo crónicas sobre la guerra Chino-Japonesa en los años 30. Allí conoce a la piloto Alma Harding (Mirna Loy), una admiradora de Amelia Earheart.
Clark Gable y Myrna Loy se conocen, se enamoran, se pelean, se separan y se acaban reencontrando en esta trepidante aventura en la que Gable es un audaz reportero de guerra sin muchos escrúpulos. En la cinta le podemos ver "montando" una foto con la maqueta de un avión japonés y un niño llorando en primer plano. Aunque también le vemos escribiendo sus crónicas, dictándolas por radio o cogiendo una cámara y saliendo de la avioneta para filmar agarrado a una de las alas. Qué tío.
La película tiene de todo: amor, comedia, aventuras, exaltación de la amistad, diálogos picantes y una leve crítica respecto a los abusos del periodismo.


Objetivo Birmania (1945)
(Objetive, Burma!)
de Raoul Walsh


He aquí un clásico sobre el que no pasa el tiempo y siempre se vuelve a ver con el placer del gran cine. Durante la Segunda Guerra Mundial, un pelotón se lanza en paracaídas tras las líneas japonesas, sobre la jungla de Birmania. Se trata de una misión relámpago para destruir una estación de radar enemiga y así favorecer la inminente invasión que cambiará el rumbo de la guerra en el Pacífico.
La película se realizó en plena Segunda Guerra Mundial —se estrenó justo cuando los americanos tomaron Iwo Jima— y forma parte del grupo de cintas rodadas con evidentes intenciones propagandísticas. Pero gracias a Walsh la cinta no sólo trasciende este papel patriotero, sino que se eleva sobre el puro entretenimiento para llegar hasta el valor de lo épico.
Esta vertiente propagandística precisamente se hace notar en una escena en que el pelotón descubre a un oficial que ha sido torturado y el reportero de guerra que los acompaña suelta un discurso simple y maniqueo sobre la necesidad de eliminar a los japoneses. No está aquí muy lúcido el reportero interpretado por Henry Hull, pero esto y el dibujo de trazo grueso con los diabólicos japoneses es un pequeño peaje para disfrutar de una gran película.
Por cierto que en esa escena Walsh nunca enfoca el cadáver, sólo sus piernas, que sobresalen a través de una puerta. El espanto de la tortura nos lo traslada con el rostro horrorizado de un Errol Flynn en uno de sus mejores papeles, serio y carismático.
Cuando parecería que todo se circunscribe a la misión, ésta es resuelta (la estación es destruida) y la película se convierte en un relato sobre la resistencia humana en un entorno selvático y claustrofóbico. La recogida falla porque la selva hierve de patrullas japonesas buscándolos. El camino hasta un nuevo punto de extracción será toda una odisea tensa y agobiante.
Objetivo: Birmania logra que te veas asfixiado por la selva, el calor y los mosquitos; pero se rodó en las marismas de Orange County (California) y, algunas escenas en el Jardín Botánico de Los Ángeles. La habilidad de Walsh y el tratamiento del fotógrafo James Wong Howe logra la hazaña.

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Acabaré esta entrada con un reportero muy sui generis, imagen perfecta (aunque sea exagerada) de una profesión volcánica, a veces temeraria, donde se mezcla el amor al riesgo con la adrenalina y la pasión por informar. O simplemente con el deseo de estar donde crees que debes estar.



En Apocalypse Now (1979, F. Ford Coppola), cuando el capitán Willard llega por fin al corazón de las tinieblas, donde tiene su guarida el comandante Kurtz, se encuentra con un periodista enloquecido por las drogas y la jerga filosófica, interpretado por Dennis Hopper. Como un perrillo faldero husmea alrededor de un ser que para él es legendario: "Ese hombre tiene la mente lúcida pero el alma loca", le espeta a Willard.


El personaje del reportero fue creado por Coppola sobre el terreno, no estaba en el guión inicial; pero en cambio es una llave magnífica para abrir el desenlace. Su jerga sólo da pistas a Willard de la necesidad del sacrificio ritual. En cambio cuando quiere dar cuenta de lo que ocurre, es incapaz. Se ha vuelto loco. No tiene las claves para interpretar el horror que le rodea, sólo parlotea, y por eso Kurtz le suelta una patada.
En una película que nos muestra en todo su apogeo el delirio bélico ("No hay nada como el olor del napalm por la mañana") hasta sus relatores pueden caer víctimas de la locura que intentan relatar.