sábado, 28 de diciembre de 2019

El SECRETO del BOSQUE VIEJO - de Dino Buzzati



En estos tiempos en que una niña (Greta Thunberg) nos grita nuestros crímenes contra el planeta, mientras los gobernantes y poderosos se entretienen con las fake news; no encuentro mejor forma de tomar distancia con este Antropoceno destructivo y ciego que volver a leer este delicioso librito a modo de reconciliación. Porque el secreto que guarda este Bosque Viejo no es otro que el de los valores esenciales, la inocencia de la infancia y el vínculo que el género humano está perdiendo con la Naturaleza. El bosque antiguo al que nos invita Buzzati es una metáfora de la vida y sobretodo de la infancia; un lugar sin tiempo (aunque el autor lo fecha en 1925) donde percibir y contrastar los sentimientos y las acciones humanas en un ámbito esencial.

Todo comienza cuando el coronel Sebastián Procolo, de carácter fiero e irritable, hereda una parte de la finca en el valle de Fondo, mientras la otra parte mucho más extensa, que ocupa el Bosque Viejo, la hereda su frágil sobrino de 12 años, Bienvenido Procolo. Desde el primer momento el coronel sólo piensa en rentabilizar el bosque y su madera; pero no tardará en descubrir que ese valle por donde se desparrama el bosque milenario conforma un microcosmos de características muy especiales. 

Nada más llegar conoce a una enorme urraca que no solamente advierte al dueño de la finca de la llegada de extraños, sino que se entretiene recitando poesía. Posteriormente conocerá al altivo y soberbio viento Mateo, autor de catástrofes pero también un músico consumado; para acabar tratando con los genios del bosque que habitan en los árboles, o recibiendo la visita de unos extraños trasgos... 
Pero no esperemos un cuento infantil, ñoño y colorista. 
Con la apariencia de un sencillo cuento de hadas, Buzzati nos sumerge en un entorno social complejo donde se disputan tradiciones y terrenos o se debate la autoridad y el vasallaje.
Realmente hay pocas obras en la literatura universal en que el autor logre articular un territorio mítico, donde el cruce de realidad y fantasía tenga un carácter pragmático. Ésta es una de ellas. El coronel consigue aliarse con Mateo para forzar la colaboración de los genios en sus negocios de madera, mientras los genios están presentes en la Junta de Inspección Forestal del municipio... y todo rodeado por la magia de la infancia y ese vínculo especial que establece con animales y plantas. 
"Otra cosa que asombraba al coronel era la animación vital que mostraba el bosque mientras jugaban los niños; parecía como si la presencia de éstos hiciese a los pájaros acudir en bandadas a los árboles y salir de sus escondrijos a toda clase de animales." 
El autor hasta apunta una nota a pie de página.
1.Este fenómeno, hasta ahora poco estudiado, se da siempre en el campo, sea bosque, desfiladero, valle o prado. Los animales y las plantas manifiestan una mayor vitalidad cuando se sienten acompañados de los niños, y sus dotes de expresión aumentan hasta producir verdaderos vooquios. En cuento una persona mayor aparece, se rompe el encanto."  pág. 94
No cabe duda de que el bosque representa la infancia siempre tan frágil, auténtica y esencial; mientras que el arrogante coronel representa el mundo adulto, sordo a cualquier asunto que no sea el beneficio propio o el predominio. Pero del mismo modo que el agua es más dura que la piedra, así el bosque lo irá remodelando. Primero será su propia sombra quien lo abandonará por no compartir sus fechorías, luego asistirá inadvertidamente al juicio al que le someten los animales del bosque y finalmente el peligro de muerte que acecha a Bienvenido logrará sacar lo mejor de él.

Porque el Bosque y sus genios no están al alcance de cualquiera. Sólo los niños, libres de prejuicios y con mirada inocente pueden apreciar las cosas bellas y simples del mundo. Procolo no entiende al Bosque porque es mayor: sus intereses le nublan tener una visión clara. Pero el Bosque hará que se pierda para poder encontrarse. 
"Aquel olor intenso a savia, aquellos densos vapores de descomposición vegetal, le producían, en efecto, una pequeña angustia.Tampoco llega hasta él el son de la campana de la iglesia de Fondo que anunciaba las horas, ni la voz de Bienvenido, que seguramente estaría gritando de terror, ni el estruendo de los automóviles, ni ningún otro sonido.
Esperando al nuevo día el coronel se sentó y por vez primera en su existencia acertó a distinguir los rumores del bosque.
Aquella noche sonaron quince. Procolo los fue contando de uno en uno.
1. Sordos bramidos intensos que parecían salir de la tierra, como si se avecinase un terremoto.
2. Crujir de hojas.
3. Chasquido de ramas tronchadas por el viento.
...
Aparte de esto también hubo aquella noche ratos de grave silencio; el religioso silencio de los bosques primitivos, no comparable a ningún otro silencio en el mundo, y que muy pocos hombres han oído."                   pág 84,85

Dos cosas me llaman especialmente la atención.
Por un lado el juego literario de Buzzati al presentar el relato como una crónica histórica. Por otro, la melancólica constatación de que este vínculo entre los niños y el bosque se rompe con la edad adulta. 
Ya desde la Nota inicial el autor presenta su obra como una noticia:
"Numerosos testimonios nos han permitido recoger las siguientes noticias sobre el coronel Sebastián Procolo. Tanto se ha discutido acerca de este hombre y con tanto apasionamiento, que nos parece justo establecer, finalmente, su verdadera personalidad y desvanecer la triste sombra que hasta ahora pesaba sobre su memoria. No nos incumbe a nosotros formar un juicio definitivo respecto al difunto coronel. Pero pocos saben cómo aquel viejo tan odiado, que algunos tomaron por loco y que todos, temiéndole, maldecían, cómo aquel ser impasible, era también un hombre".
En esta entradilla y el posterior desarrollo del relato, Buzzati pone el foco en la vida legendaria del coronel Procolo, aclarando que "era también un hombre". Creo que con ello el autor nos coloca a nosotros, los lectores, en la posición del coronel: testigos ajenos de algo mágico a los que se invita a restablecer su fascinación.
"Hasta aquí llega la parte histórica, comprobada. Lo que luego hicieron los genios para curar a Bienvenido se halla en el misterio. Ni él, ni nosotros, ni nadie podrá saberlo nunca. El mundo no está capacitado para conocer los encantos del bosque." pág 147

El paso de la infancia a la vida adulta y como consecuencia la pérdida del hechizo, se hace más evidente en la segunda parte del libro. El bosque es la infancia. Ambos comparten el misterio y la fragilidad. Los niños se reúnen allí de noche, en fiestas secretas junto a los genios y juntos escuchan las viejas historias que cuenta Mateo. Pero cuando crezcan ya no recordarán su bosque, ni los caminos de esas reuniones secretas. Ya no sabrán escuchar el secreto del bosque. 
Este adiós queda perfectamente plasmado en la despedida que le brinda el viento Mateo al todavía niño Bienvenido:
"-¿Cómo puedes saber lo que yo haré?
-Lo sé porque he visto a muchos como tú. Todos sois iguales, Así es vuestra vida. También los otros venían a jugar a la Spacca, también se escapaban de noche para venir a nuestras fiestas; también hablaban con los genios y cantaban con el viento; también pasaban aquí, con nosotros, días felices. Al cabo del tiempo volvían alguna primavera queriendo reanudar su antigua vida. Pero algo no funcionaba ya. Como si el bosque fuese diferente. Entendámonos: los árboles eran iguales; idéntico su tamaño, idénticas sus ramas y daban la misma sombra. Sin embargo, no nos entendíamos ya."           pág 126

jueves, 26 de diciembre de 2019

La MULTITUD - de Ray Bradbury




           


Serie Narraciones Extraordinarias





l señor Spallner se llevó las manos a la cara.
Hubo una impresión de movimiento en el aire, un grito delicadamente torturado, el impacto y el vuelco del automóvil, contra una pared, a través de una pared, hacia arriba y hacia abajo como un juguete, y el señor Spallner fue arrojado afuera. Luego . . . silencio.
La multitud llegó corriendo. Débilmente, tendido en la calle, el señor Spallner los oyó correr. Hubiera podido decir qué edad tenían y de qué tamaño eran todos ellos, oyendo aquellos pies numerosos que pisaban la hierba de verano y luego las aceras cuadriculadas y el pavimento de la calle, trastabillando entre los ladrillos desparramados donde el auto colgaba a medias apuntando al cielo de la noche, con las ruedas hacia arriba girando aún en un insensato movimiento centrífugo. 


No sabía en cambio de dónde salía aquella multitud. Miró y las caras de la multitud se agruparon sobre él, colgando allá arriba como las hojas anchas y brillantes de unos árboles inclinados. Era un anillo apretado, móvil, cambiante de rostros que miraban hacia abajo, leyéndole en la cara el tiempo de vida o muerte, transformándole la cara en un reloj de luna, donde la luz de la luna arrojaba la sombra de la nariz sobre la mejilla, señalando el tiempo de respirar o de no respirar ya nunca más. 
Qué rápidamente se reúne una multitud, como un iris que se cierra de pronto en el ojo, pensó Spallner. 
Una sirena. La voz de un policía. Un movimiento. De la boca del señor Spallner cayeron unas gotas de sangre; lo metieron en una ambulancia. Alguien dijo 
— ¿Esta muerto? — 
Y algún otro dijo: 
—No, no está muerto. 
Y el señor Spallner vio más allá en la noche, los rostros de la multitud y supo mirando esos rostros que no iba a morir. Y esto era raro. Vio la cara de un hombre, delgada, brillante, pálida; el hombre tragó saliva y se mordió los labios. Había una mujer menuda también, de cabello rojo y de mejillas y labios muy pintarrajeados. Y un niño de cara pecosa. Caras de otros. Un anciano de boca arrugada; una vieja con una verruga en el mentón. Todos habían venido... ¿de dónde? Casas, coches, callejones, del mundo inmediato sacudido por el accidente. De las calles laterales y los hoteles y de los autos, y aparentemente de la nada. 
La gente miró al señor Spallner y él miró y no le gustaron. Había algo allí que no estaba bien, de ningún modo. No alcanzaba a entenderlo. Esa gente era mucho peor que el accidente mecánico. 


Las puertas de la ambulancia se cerraron de golpe. El señor Spallner podía ver los rostros de la gente, que espiaba y espiaba por las ventanillas. Esa multitud que llegaba siempre tan pronto, con una rapidez inexplicable, a formar un círculo, a fisgonear, a sondear, a clavar estúpidamente los ojos, a preguntar, a señalar, a perturbar, a estropear la intimidad de un hombre en agonía con una curiosidad desenfadada. 
La ambulancia partió. El señor Spallner se dejó caer en la camilla y las caras le miraban todavía la cara, aunque tuviera cerrados los ojos. 
Las ruedas del coche le giraron en la mente días y días. Una rueda, cuatro ruedas, que giraban y giraban chirriando, dando vueltas y vueltas. El señor Spallner sabía que algo no estaba bien. Algo acerca de las ruedas y el accidente mismo y el ruido de los pies y la curiosidad. Los rostros de la multitud se confundían y giraban en la rotación alocada de las ruedas. 
Se despertó. 
La luz del sol, un cuarto de hospital, una mano que le tomaba el pulso. 
—¿Cómo se siente? —le preguntó el médico. 
Las ruedas se desvanecieron. El señor Spallner miró alrededor. 
—Bien, creo. 
Trató de encontrar las palabras adecuadas. Acerca del accidente. 
—¿Doctor? 
—¿Si? 
—Esa multitud. . . ¿Ocurrió anoche? 
—Hace dos noches. Está usted aquí desde el jueves. Todo marcha bien, sin embargo. Ha reaccionado usted. No trate de levantarse. 
—Esa multitud. Algo pasó también con las ruedas. Los accidentes. . . bueno, ¿traen desvaríos? 
—A veces. 
El señor Spallner se quedó mirando al doctor. 
—¿Le alteran a uno el sentido del tiempo? 
—Sí, el pánico trae a veces esos efectos. 
—¿Hace que un minuto parezca una hora, o que quizá una hora parezca un minuto? 
—Sí. 
—Permítame explicarle entonces. —El señor Spallner sintió la cama debajo del cuerpo, la luz del sol en la cara.— Pensará usted que estoy loco. Yo iba demasiado rápido, lo sé. Lo lamento ahora. Salté a la acera y choqué contra la pared. Me hice daño y estaba aturdido, lo sé, pero todavía recuerdo. La multitud sobre todo. —Esperó un momento y luego decidió seguir, pues entendió de pronto por qué se sentía preocupado.— La multitud llegó demasiado rápidamente. Treinta segundos después del choque estaban todos junto a mí, mirándome... No es posible que lleguen tan pronto, y a esas horas de la noche. 
—Le pareció a usted que eran treinta segundos —dijo el doctor—. Quizá pasaron tres o cuatro minutos. Los sentidos de usted... 
—Sí, ya sé, mis sentidos, el choque. ¡Pero yo estaba consciente! Recuerdo algo que lo aclara todo y lo hace divertido. Dios, condenadamente divertido. Las ruedas del coche allá arriba. ¡Cuando llegó la multitud las ruedas todavía giraban! 
El médico sonrió. 
El hombre de la cama prosiguió diciendo: 
—¡Estoy seguro! Las ruedas giraban, giraban rápidamente. Las ruedas delanteras. Las ruedas no giran mucho tiempo, la fricción las para. ¡Y éstas giraban de veras! 
—Se confunde usted. 
—No me confundo. La calle estaba desierta. No había un alma a la vista. Y luego el accidente y las ruedas que giraban aún y todas esas caras sobre mí, en seguida. Y el modo cómo me miraban. Yo sabía que no iba a morir.
—Efectos del shock —dijo el médico alejándose hacia la luz del sol. 


El señor Spallner salió del hospital dos semanas más tarde. Volvió a su casa en un taxi. Habían venido a visitarlo en esas dos semanas que había pasado en cama, boca arriba, y les había contado a todos la historia del accidente y de las ruedas que giraban y la multitud. Todos se habían reído, olvidando en seguida el asunto. 
Se inclinó hacia adelante y golpeó la ventanilla. 
—¿Qué pasa? 
El conductor volvió la cabeza. 
—Lo siento, jefe. Es una ciudad del demonio para el tránsito. Hubo un accidente ahí enfrente. ¿Quiere que demos un rodeo? 
—Sí. No. ¡No! Espere. Siga. Echemos una ojeada. 
El taxi siguió su marcha, tocando la bocina. 
—Maldita cosa —dijo el conductor—. ¡Eh, usted! ¡Sálgase del camino! —Sereno:— Qué raro. . . más de esa condenada gente. Gente alborotadora. 
El señor Spallner bajó los ojos y se miró los dedos que le temblaban en la rodilla. 
—¿Usted también lo notó? 
—Claro —dijo el conductor—. Todas las veces. Siempre hay una multitud. Como si el muerto fuera la propia madre. 
—Llegan al sitio con una rapidez espantosa —dijo el hombre del asiento de atrás. 
—Lo mismo pasa con los incendios o las explosiones. No hay nadie cerca. Bum, y un montón de gente alrededor. No entiendo. 
—¿Vio alguna vez algún accidente de noche? 
El conductor asintió. 
—Claro. No hay diferencia. Siempre se junta una multitud. 
Llegaron al sitio. Un cadáver yacía en la calle. Era evidentemente un cadáver, aunque no se lo viera. Ahí estaba la multitud. Las gentes que le daban la espalda,mientras él miraba el taxi. Le daban la espalda. El señor Spallner abrió la ventanilla y casi se puso a gritar. Pero no se animó. Si gritaba podían darse vuelta. Y el señor Spallner tenía miedo de verles las caras. 
























—Parece como si yo tuviera un imán para los accidentes —dijo luego, en la oficina. Caía la tarde. El amigo del señor Spallner estaba sentado del otro lado del escritorio, escuchando—. Salí del hospital esta mañana y casi en seguida tuvimos que dar un rodeo a causa de un choque. 
—Las cosas ocurren en ciclos —dijo Morgan. 
—Deja que te cuente lo de mi accidente. 
—Ya lo oí. Lo oí todo. 
—Pero fue raro, tienes que admitirlo. 
—Lo admito. Bueno, ¿tomamos una copa? 
Siguieron hablando durante una media hora o más. Mientras hablaban, todo el tiempo, un relojito seguía marchando en la nuca de Spallner, un relojito que nunca necesitaba cuerda. El recuerdo de unas pocas cosas. Ruedas y caras. 
Alrededor de las cinco y media hubo un duro ruido de metal en la calle. Morgan asintió con un movimiento de cabeza, se asomó a la ventana y miró hacia abajo. 
—¿Qué te dije? Cielos. Un camión y un Cadillac color crema. Sí, sí. 
Spallner fue hasta la ventana. Tenía mucho frío, y mientras estaba allí de pie se miró el reloj pulsera, la manecilla diminuta. Uno dos tres cuatro cinco segundos —gente que corría— ocho, nueve, diez, once, doce —gente que llegaba corriendo, de todas partes— quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho segundos —más gente, más coches, más bocinas ensordecedoras. Curiosamente distante, Spallner observaba la escena como una explosión en retroceso: los fragmentos de la detonación eran succionados de vuelta al punto de impulsión. Diecinueve, veinte, veintiún segundos, y allí estaba la multitud. Spallner los señaló con un ademán, mudo. 
La multitud se había reunido tan rápidamente. 
Alcanzó a ver el cuerpo de una mujer antes que la multitud lo devorase. 
—No tienes buena cara —dijo Morgan—. Toma. Termina tu copa. 
—Estoy bien, estoy bien. Déjame solo. Estoy bien. ¿Puedes ver a esa gente? ¿Puedes ver la cara de alguno? 
Me gustaría que los viéramos de más cerca. 
—¿A dónde diablos vas? —gritó Morgan. 
Spallner había salido de la oficina. Morgan corrió detrás, escaleras abajo, precipitadamente. 
—Vamos, y rápido. 
—Tranquilízate, ¡no estás bien todavía! 
Salieron a la calle. Spallner se abrió paso entre la gente. Le pareció ver a una mujer pelirroja con las mejillas y los labios muy pintarrajeados. 
—¡Ahí! —Se volvió rápidamente hacia Morgan.— ¿La viste? 
—¿A quién? 
—Maldición, desapareció. Se perdió entre la gente. 
La multitud ocupaba todo el sitio, respirando y mirando y arrastrando los pies y moviéndose y murmurando y cerrando el paso cuando el señor Spallner trataba de acercarse. Era evidente que la pelirroja lo había visto y había huido. 
Vio de pronto otra cara familiar. Un niño pecoso. Pero hay tantos niños pecosos en el mundo. Y, de todos modos, no le sirvió de nada, pues antes que el señor Spallner llegara allí el niño pecoso corrió y desapareció entre la gente. 
—¿Está muerta? —preguntó una voz—. ¿Está muerta? 
—Está muriéndose —replicó alguien—. Morir antes que llegue la ambulancia. No tenían que haberla movido. No tenían que haberla movido. 
Todas las caras de la multitud, conocidas y sin embargo desconocidas, se inclinaban mirando hacia abajo, hacia abajo. 
—Eh, señor, no empuje. 
—¿A dónde pretende ir, compañero? 
Spallner retrocedió, y sintió que se caía. Morgan lo sostuvo. 
—Tonto rematado. Todavía estás enfermo. ¿Para qué diablos has tenido que venir aquí? 
—No sé, realmente no lo sé. La movieron, Morgan, alguien movió a la mujer. Nunca hay que mover a un accidentado en la calle. Los mata. Los mata. 
—Sí. La gente es así. Idiotas.


Spallner ordenó los recortes de periódicos. 
Morgan los miró. 
—¿De qué se trata? Parece como si todos los accidentes de tránsito fueran ahora parte de tu vida. ¿Qué son estas cosas? 
—Recortes de noticias de choques de autos y fotos. Míralas. No, no los coches —dijo Spallner—. La gente que está alrededor de los coches. —Señaló—. Mira. 
Compara esta foto de un accidente en el distrito de Wilshire con esta de Westwood. No hay ningún parecido. Pero toma ahora esta foto de Westwood y ponla junto a esta otra también del distrito de Westwood de hace diez años. —Mostró otra vez con el dedo—. Esta mujer está en las dos fotografías. 
—Una coincidencia. Ocurrió que la mujer estaba allí en 1936 y luego en 1946. 
—Coincidencia una vez, quizá. Pero doce veces en un período de diez años, en sitios separados por distancias de hasta cinco kilómetros, no. —El señor Spallner extendió sobre la mesa una docena de fotografías—. ¡Está en todas! 
—Quizá es una perversa. 
—Es más que eso. ¿Cómo consigue estar ahí tan pronto luego de cada accidente? ¿Y cómo está vestida siempre del mismo modo en fotografías tomadas en un período de diez años? 
—Que me condenen si lo sé. 
—Y por último, ¿por qué estaba junto a mí la noche del accidente, hace dos semanas? 


Se sirvieron otra copa. Morgan fue hasta los archivos. 
—¿Qué has hecho? ¿Comprar un servicio de recortes de periódicos mientras estabas en el hospital? —Spallner asintió. Morgan tomó un sorbo. Estaba haciéndose tarde. En la calle, bajo la oficina, se encendían las luces—. ¿A qué lleva todo esto? 
—No lo sé —dijo Spallner—; excepto que hay una ley universal para los accidentes. Se juntan multitudes. Siempre se juntan. Y como tú y como yo, todos se han preguntado año tras año cómo se juntan tan rápidamente, y por qué. Conozco la respuesta. Aquí está. —Dejó caer los recortes—. Me asusta. 
—Esa gente . . . ¿no podrían ser buscadores de sensaciones escalofriantes, ávidos perversos a quienes complace la sangre y la enfermedad? 
Spallner se encogió de hombros. 
—¿Explica eso que se los encuentre en todos los accidentes? Notarás que se limitan a ciertos territorios. 
Un accidente en Brentwood atraer a un grupo. Uno en Huntington Park a otro. Pero hay una norma para las caras, un cierto porcentaje que aparece en todas las ocasiones. 
—No son siempre las mismas caras, ¿no es cierto? —dijo Morgan. 
—Claro que no. Los accidentes también atraen a gente normal, en el curso del tiempo. Pero he descubierto que estas son siempre las primeras. 
—¿Quienes son? ¿Qué quieren? Haces insinuaciones, pero no lo dices todo. Señor, debes de tener alguna idea. Te has asustado a ti mismo y ahora me tienes a mi en ascuas. 
—He tratado de acercarme a ellos, pero alguien me detiene y siempre llego demasiado tarde. Se meten entre la gente y desaparecen. Como si la multitud tratara de proteger a algunos de sus miembros. Me ven llegar. 
—Como si fueran una especie de asociación. 
—Algo tienen en común. Aparecen siempre juntos. En un incendio o en una explosión o en los avatares de una guerra, o en cualquier demostración pública de eso que llaman muerte. Buitres, hienas o santos. No sé que son, no lo sé de veras. Pero iré a la policía esta noche. Ya ha durado bastante. Uno de ellos movió el cuerpo de esa mujer esta tarde. No debían haberla tocado. Eso la mató. 
Spallner guardó los recortes en una valija de mano. Morgan se incorporó y se deslizó dentro del abrigo. Spallner cerró la valija. 
—O también podría ser. . . Se me acaba de ocurrir. 
—¿Qué? 
—Quizá querían que ella muriese. 
—¿Y por qué? 
—¿Quién sabe. ¿Me acompañas? 
—Lo siento. Es tarde. Te veré mañana. Que tengas suerte. —Salieron juntos—. Dale mis saludos a la policía. ¿Piensas que te creerán? 
—Oh, claro que me creerán. Buenas noches. 
Spallner iba con el coche hacia el centro de la ciudad, lentamente. 
"Quiero llegar —se dijo—, vivo." 
Cuando el camión salió de un callejuela lateral directamente hacia él, sintió que se le encogía el corazón pero de algún modo no se sorprendió demasiado. 
Se felicitaba a sí mismo (era realmente un buen observador) y preparaba las frases que les diría a los policías cuando el camión golpeó el coche. No era realmente su coche, y en el primer momento esto fue lo que más lo preocupó. Se sintió lanzado de aquí para allá mientras pensaba, qué vergüenza, Morgan me ha prestado su otro coche unos días mientras me arreglan el mío y aquí estoy otra vez. El parabrisas le martilló la cara. Cayó hacia atrás y hacia adelante en breves sacudidas. Luego cesó todo movimiento y todo ruido y sólo sintió el dolor. 
Oyó los pies de la gente que corría y corría. Alargó la mano hacia el pestillo de la portezuela. La portezuela se abrió y Spallner cayó afuera, mareado, y se quedó allí tendido con la oreja en el asfalto, oyendo cómo llegaban. Eran como una vasta llovizna, de muchas gotas, pesadas y leves y medianas, que tocaban la tierra. 
Esperó unos pocos segundos y oyó cómo se acercaban y llegaban. Luego, débilmente, expectante, ladeó la cabeza y miró hacia arriba. 
Podía olerles los alientos, los olores mezclados de mucha gente que aspira y aspira el aire que otro hombre necesita para vivir. Se apretaban unos contra otros y aspiraban y aspiraban todo el aire de alrededor de la cara jadeante, hasta que Spallner trató de decirles que retrocedieran, que estaban haciéndolo vivir en un vacío. Le sangraba la cabeza. Trató de moverse y notó que a su espina dorsal le había pasado algo malo. No se había dado cuenta en el choque, pero se había lastimado la columna. No se atrevió a moverse. 
No podía hablar. Abrió la boca y no salió nada, sólo un jadeo. 
—Denme una mano —dijo alguien—. Lo daremos vuelta y lo pondremos en una posición más cómoda. 
Spallner sintió que le estallaba el cerebro. 
¡No! ­¡No me muevan! 
—Lo moveremos —dijo la voz, como casualmente. 
¡Idiotas, me matarán, no lo hagan! 
Pero Spallner no podía decir nada de esto en voz alta, sólo podía pensarlo. 
Unas manos le tomaron el cuerpo. Empezaron a levantarlo. Spallner gritó y sintió que una náusea lo ahogaba. Lo enderezaron en un paroxismo de agonía. 
Dos hombres. Uno de ellos era delgado, brillante, pálido, despierto, joven. El otro era muy viejo y tenía el labio superior arrugado. 
Spallner había visto esas caras antes. 
Una voz familiar dijo: 
—¿Está . . . está muerto? 
Otra voz, una voz memorable, respondió: 
—No, no todavía, pero morirá antes que llegue la ambulancia. 
Toda la escena era muy tonta y disparatada. Como cualquier otro accidente. Spallner chilló histéricamente ante el muro estólido de caras. Estaban todos alrededor, jueces y jurados con rostros que había visto ya una vez. 
En medio del dolor, contó las caras. 
El niño pecoso. El viejo del labio arrugado. 
La mujer pelirroja, de mejillas pintarrajeadas. Una vieja con una verruga en la mejilla. 
Sé por qué están aquí, pensó Spallner. Están aquí como están en todos los accidentes. Para asegurarse de que vivan los que tienen que vivir y de que mueran los que tienen que morir. Por eso me levantaron. Sabían que eso me mataría. Sabían que seguiría vivo si me dejaban solo. 
Y así ha sido siempre desde el principio de los tiempos, cuando las multitudes se juntaron por vez primera. De ese modo el asesinato es mucho más fácil. La coartada es muy simple; no sabían que es peligroso mover a un herido. No querían hacerle daño. 
Los miró, allá arriba, y sintió la curiosidad que siente un hombre debajo del agua mientras mira a los que pasan por un puente. ¿Quiénes son ustedes? ¿De dónde vienen y cómo llegan aquí tan pronto? Ustedes son la multitud que se cruza siempre en el camino, gastando el buen aire tan necesario para los pulmones de un moribundo, ocupando el espacio que el hombre necesita para estar acostado, solo. Pisando a las gentes para que se mueran de veras, y no haya ninguna duda. Eso son ustedes, los conozco a todos. 
Era un monólogo cortés. La multitud no dijo nada. Caras. El viejo. La mujer pelirroja. 
—¿De quién es esto? —preguntaron: 
Alguien levantó la valija de mano. 
¡Es mía! ­Ahí están mis pruebas contra ustedes! 
Ojos, invertidos, encima. Ojos brillantes bajo cabellos cortos o bajo sombreros. 
Caras.
En algún sitio...una sirena, llegaba la ambulancia. 
Pero mirando las caras, las facciones, el color, la formas de las caras, Spallner supo que era demasiado tarde. Lo leyó en aquellas caras. Ellos sabían. 
Trató de hablar. Le salieron unas sílabas: 
—Pa . . . parece que me uniré a ustedes... Creo... creo que seré‚ un miembro del grupo... de ustedes... 
Cerró luego los ojos, y esperó al empleado de la policía que vendría verificar la muerte.








Ray Bradbury publicó
La multitud originalmente en Dark Carnival (1947), su primera recopilación de relatos; pero volvió a incluirla en El país de octubre (1955).
Lo primero que existió de este relato fue su título, ya que Bradbury tenía el peculiar método de trabajar sobre listados de palabras que le pudiesen provocar respuestas emocionales o inspiración.
En esta historia el hilo que une una situación cotidiana con el mito es tan brutal que produce escalofríos. El hombre está rodeado de misterios que en algunos momentos es capaz de detectar.

Ray Bradbury (1920 – 2012) es un autor clásico de la ciencia ficción, aunque a él le gustaba hablar más de fantasía y misterio. Tiene obras que ya están en el imaginario de todos nosotros como Fahrenheit 451, una crítica a la censura y a la uniformidad de pensamiento en plena era del macartismo. Aunque también incluye un hermoso canto a la literatura y a su capacidad de libertad crítica ante el adocenamiento que provocan los medios electrónicos. También El Hombre Ilustrado vertebrado alrededor de un hombre lleno de tatuajes que fueron creados por una mujer que puede viajar en el tiempo. Cada uno de sus tatuajes cobrará vida en cada uno de sus magníficos relatos. 
Fue en 1950 cuando Bradbury publicó su primer trabajo importante, The Martian Chronicles , donde se narraba el conflicto entre los humanos que colonizaban el planeta rojo y los marcianos nativos que encontraron allí.
























En muchos de sus temas se reflejan las angustias y ansiedades que existían en la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta, ante el peligro de una guerra nuclear. Sus relatos siempre tienen una vena moral e incluso poética como en la novela El vino del estío, de carácter autobiográfico, donde se narra un verano mágico pero muy breve de un niño de 12 años.
También escribió teatro, televisión (Alfred Hitchcock presenta o Twiligh Zone) y el guión de la película Moby Dick, de John Huston.
Entre sus recopilaciones de cuentos destacan:
Crónicas marcianas (1950). The Martian Chronicles
El hombre ilustrado (1951). The Illustrated Man
Las doradas manzanas del sol (1953). The Golden Apples of the SunEl país de octubre (1955). The october Country
Y entre sus novelas:
Fahrenheit 451 (1953)
El vino del estío (1957). Dandelion Wine
La feria de las tinieblas (1962). Something Wicked this Way Comes

domingo, 22 de diciembre de 2019

UN VIAJE a la INDIA - de Gonçalo M. Tavares


















Un viaje a la India es un libro total. Como una ópera incluye narración, poesía, filosofía y un periplo que unge al individuo y al mundo contemporáneo de forma integral.

Y eso que la historia que relata es mínima y esencial.

En una entrevista el autor se expresaba así: "Me gusta que escribir sea un verbo intransitivo; escribir no es escribir un verso, un ensayo o una ficción. Escribir es escribir. Toda novela debe hacer pensar y no concibo escribir algo sin ritmo, principal cualidad de la poesía."

Bloom, el protagonista omnímodo, parte de su Lisboa natal donde ha perdido a la mujer que amaba asesinada. Aunque él ha logrado matar al homicida: su propio padre. Bloon inicia entonces una huida que es un viaje para reconciliarse consigo mismo. 
Su destino es la India, su anhelo lo espiritual.
Huye de un Occidente materialista y decadente. Busca la sabiduría o por lo menor el amor. 

Sobre el mapa del clásico del Renacimiento portugués Os Lusíadas, de Luis de Camoes, también en diez cantos, también en verso; Tavares establece una odisea sin gloria. Bloom es un nuevo Ulises que inicia un nuevo periplo, pero esta vez muy contemporáneo. En la mochila de Bloom ya constan desgastadas las filosofías, el capitalismo, dos guerras mundiales, religiones huecas y utopías usurpadas.
49
"Mira cómo arde la madera.
Algunos hombres escudriñan con manos caninas los cubos
llenos de basura.
Estamos todos locos.
Si rebuscáramos bien, hasta encontraríamos mitologías
entre la basura.
Hemos trazado una diagonal entre la bestia y la máquina:
y por ahí hemos avanzado. El carnicero habilidoso,
delante de enormes trozos de carne, tiene dificultades
para encender una cerilla."
                                                           Canto V, 49. Pág. 196
Su héroe es un pequeño burgués al que, ya en la India, un amigo define como "enemigo de lo abstracto y lo accesorio".
"No es ingenuo: sabe que los colores bonitos quieren de nuestros
ojos la estúpida y fija admiración.
Prefiere la suciedad que todavía puede limpiarse." pág. 285
Quizás el mejor resumen lo ha pulido Peio H. Riaño: "un lúcido viaje a las profundidades del desengaño".
"Con el objetivo de ironizar sobre las epopeyas contemporáneas, Tavares recurre a las intenciones y la estructura de Os Lusiadas, una de las obras cumbres de la épica renacentista, escrita por Camões tres años después del regreso del autor de su viaje al Oriente. Si entonces se cantaba a los héroes de Vasco de Gama, que volvían con el tesoro del descubrimiento de otro mundo entre las manos, ahora Tavares –también en diez cantos– hace lo propio a las decepciones pequeñoburguesas que descubre el turista europeo ávido de iluminación, en la tierra de la pobreza y la espiritualidad. "
Cada uno de los diez cantos está compuesto por un centenar largo de estrofas que son como las páginas de un íntimo dietario. Prima el juego paradójico ("un hombre que habla demasiado es sordo"), el juego del lenguaje y la imaginación, el de la digresión inútil y jocosa, culta y visceral. 
"Hay que decir también (que se me perdona esta digresión;
serán tantas, querido, que vete preparando),
hay que decir también que las discusiones universales de los hombres
son siempre discusiones particulares. Cada cual
se asoma al mundo
desde un frágil alféizar.
Y ni siquiera los imbéciles tienen fisonomías
colectivas.
Cada país es un pormenor que cada habitante utiliza
como más le conviene y como la ley
dicta."                                                                 
                                         Canto I, 33. Pág. 24
Efectivamente el camino de Bloom por varias ciudades europeas tropieza desde la espiritualidad con el engaño, desde lo ideal con lo grosero. El viaje es la constatación de la certeza de que la salvación no es posible: en Oriente, lejos de lo que había imaginado, los hombres son tan ruines como en Occidente. Al inicio de su viaje, en Londres, le roban. Al final del mismo, en la India, le vuelven a robar y casi lo asesinan. La decepción es absoluta.
De regreso a París, un amigo le organiza una noche con prostitutas. La novela deriva hacia lo picaresco. La realidad mostrenca se impone al anhelo de espiritualidad. "sí, debes rendirte a la vida."

India
Pero entonces, ¿qué es esta novela escrita en verso en 2010, con los rasgos de una epopeya épica?
Ya se ha dicho:    una novela sobre nuestro tiempo.
                            una balada sobre el hombre de nuestro tiempo.
Un viaje.
Un testimonio. 
Una reflexión. 
Un libro sin regla. Hay un viaje, pero no un destino.
Un libro sin hipótesis ni dogmas que tiende a la constatación.
"(Sí, debes rendirte a la vida,
"o rápidamente a la muerte", no hay una
tercera opción. Y si te rindes al hecho
de estar vivo, tienes que avanzar. Estás hecho
para ir de un punto a otro, como una línea.
Obedeces a eso de lo que estás hecho
y a eso para lo que estás hecho. En medio
de un recorrido, ni se está al principio
ni se está al final. Y, como definición, eso basta.)
                                                                         Canto X, 10. Pág. 372
De todo modos Bloom persevera en su expectativa espiritual.
"Era por la mañana y como la realidad no le bastaba,
siguió narrando sueños e imaginaciones." pág. 162

"Y qué es la vida sino una partida de dados
entre la voluntad y la materia"       pág. 80
Libro admirable y lúcido, su prosa es a la vez irónica y profunda. Su lectura constituye una verdadera experiencia literaria. Muchas de sus ideas son paradójicas e incluso contradictorias; pero él mismo se encarga de reflexionar que "la coherencia es enemiga de la inteligencia". Así que es un libro múltiple y caótico en busca de un centro.
"Empezar desde los dos extremos al mismo tiempo
y sobrevivir con un único centro: ése es
el camino."      pág 269
Que nadie tema afrontar un texto en verso de más de 400 páginas. La experiencia lectora es transparente y fluvial como la escritura de Tavares. Hijo de un Occidente del que huye, el personaje (y su autor) da cuenta de su experiencia humanística y antropológica. Por sus estrofas pululan los cielos y la tierra, el destino, la naturaleza, las máquinas, el arte y el lenguaje; pero sobre todo una peripecia vital e intelectual.
Tiendo a ver a Bloom como un caminante y al pensar esta palabra me surge en la memoria el delicado librito homónimo de Herman Hesse. Un caminante apasionado e indiferente, vital y estoico, desengañado e inquisitivo que sale al mundo como un inmaculado paño de lino blanco. La travesía le impregnará de perfumes y pestilencias, rosas y espadas, pétalos y almendras amargas. 
No hay posible resumen. 
El mundo es múltiple, terrible, delicioso y agraz. Bloom nos invitará a colocarnos sobre el rostro este paño blanco con el que ha hecho un viaje. Nos invita a esa melancolía de hablar de un hombre como si fuese una raza y constatar sus tropiezos y sus glorias.



Bloom es un viajero. No es un filósofo, ni un diletante. Llega un momento en que es consciente de que lo importante del viaje no va a ser llegar a su destino. Se trata sin duda, de un viaje interior. 
"Y, cada día, Bloom entendía mejor a las piedras.
Así manteniéndose en el mismo barrio, se acercaba a la India."  pág.205 
El viaje a la India se convierte en el viaje hacia sí mismo, hacia la paz, el conocimiento y la aceptación del mundo. Bloom es un caminante que se deja impregnar por el camino; pero este camino no son los hombres o las naciones. 
Es la naturaleza. 
Tavares se preocupa muy mucho de no resultar sentencioso ni burdamente filosófico. Si se embarca en una reflexión profunda siempre acaba dando una patada a una piedra. Si el concepto se eleva demasiado lo apedrea con chinarros llenos del polvo del camino:
"No obstante el alma oye. El alma es una estructura
noble. Instintiva como cualquier animal,
pero noble como cualquier gran
edificio moderno, técnicamente indestructible.
Los sentimientos cohesionan la teoría,
la teoría cohesiona los sentimientos.
Por su parte, Bloom se agacha para ponerse los zapatos." pág. 260 
No es un libro de tesis, sino de aceptación. El hombre constata el mundo y lo acepta, deja que lo atraviese. Aunque Bloom no es un ser pasivo. Ha matado y su visión del mundo es particular: sabe que por muchas ideas que maneje, la realidad es dura como una piedra:
"Si me pongo a reflexionar al lado de una piedra,
al final lo que queda es la piedra."
El donante feliz - Renée Magritte (1966)

Podemos ver en Bloom a un hombre absolutamente moderno y contemporáneo. Un hombre que se ha despojado de toda tutela, tanto de la de Dios, como de la tradición y que se ve abocado a un etéreo aburrimiento. En un artículo de Pedro Corga sobre esta novela se cita a Ricardo Quadros Gouvêa cuando reflexiona

"El posmodernismo rechaza y busca deconstruir cualquier proposición de verdad que se proponga unitaria, absoluta, universal o incluso coherente." Como consecuencia de ello, el hombre contemporáneo no encuentra ya, ni en Dios, ni en sí mismo, un punto de anclaje sólido a través del cual poder construir su identidad."

En el mismo sentido encontramos en otro autor portugués una reflexión semejante sobre la relación existente entre la falta de fe y un profundo sentimiento de aburrimiento, tal y como se puede leer en el Libro del Desasosiego, de Pessoa:

"El aburrimiento... El que tiene dioses nunca tiene tedio.
El que no tiene creencias, hasta la duda es imposible, hasta el escepticismo carece de fuerza."

Por si cupiesen dudas, el título del epílogo es Melancolía Contemporánea (Un Itinerario), el cual funciona como una Índice Analítico en forma de gráfico o línea temporal donde se pueden rastrear las ideas matrices de cada Canto y Estrofa: felicidad, ironía, razón, olvido, filosofía, presente, erotismo, aburrimiento, progreso, los demás, dioses, noticias, identidad, capitalismo....

Sobre el arte:
53
"El arte es bello -dice el otro-. Y la escultura,
que es un asunto de piedras y otros
materiales compactos, puede representar
el agua y simularla de maravilla,
salvo, por supuesto, un detalle casi insignificante,
que no puede saciar la breve sensación de malestar que provoca la sed.
La piedra, aunque sea dura y compacta,
para alguien muy creyente, puede incluso
representar dioses."
                                                      pág. 277
Sobre Europa:

65
Tomó tierra en Londres, más tarde saltó a París;
quería conocer la parte mística de Europa.
Pero Europa no tiene parte mística: ha sido
completamente vendida a unos hombres de la Américas
que hablan en un inglés que funciona.
De lo que no es totalmente comprensible o racional,
Europa sólo ha conservado la noche, que es oscura
y no permite ver del todo las cosas que en ella existen.
Pero una noche no basta
para iluminar un continente." 
66
Intentó encontrar sabios en la ciudad de
Londres, y más tarde en París. Buscó
en el listín telefónico: encontró páginas de fontaneros,
abogados, restaurantes, inmobiliarias,
fontaneros, pero ni una sola referencia a un sabio.
Eso no demuestra que no haya, sólo
que no quieren que se les contacte, pensó.
Y de nuevo salió a la calle.                                    pág 201

Sobre la Naturaleza:


73
En la tormenta, los motores de máquinas incontestables muestran
una evidente ingenuidad. Cualquier máquina
contemporánea se vuelve anticuada cuando en el cielo
los innovadores truenos se poner a rugir. Los conflictos de épocas,
corrientes en otras situaciones, desaparecen en medio de una
tormenta y toda la inteligencia del hombre se pone en tela de juicio.
¿Qué hemos inventado nosotros, con significado, si el cielo sigue
siendo un elemento que espanta?


74
Los vientos primitivos reemplazan
durante horas la autoridad del gobierno. Los animales
se defienden como los hombres, los
filósofos dejan de buscar la verdad
y se humillan por un pequeño abrigo.
La tierra se mueve y durante media hora
no nacen niños. Bloom deja de hacerse
preguntas: el tiempo se ha vuelto material, requiere
actos y experiencia. La tormenta es también
una etapa hacia la India." pág. 244-245

De modo que ¿Cuál es el carácter de este Bloom mediocre, insatisfecho y paradójico?

73
"Pero lo que importa es esto: Bloom ha buscado
lejos de Lisboa la suficiente sabiduría como para llegar
sosegado al país de la calma: la India.
En medio del ruido de los animales contemporáneos
hay que buscar algo más: las bestias, por ejemplo,
tienen otra forma de existir, otro
estilo. Sólo observar y quedarse ahí;
no querer actuar sobre lo que se está viendo;
eso es lo que a bloom le gustaría aprender."                 pág. 204
80
Sin embargo, un hombre no puede desconectarse
de lo que se pasa. Bloom existía,
y eso es ser frágil por fuera, aunque
por dentro uno se dedique al aprendizaje de la sabiduría.
La naturaleza enseña, pero no aprendemos:
el perro doméstico no impide la existencia del lobo, un
clima magnífico no prohíbe las tormentas,
ser feliz no impide que llegue mañana."                     pág 206





P.D. 1
Aquí reproduje las primeras 27 Estrofas del libro. Ahí está el ritmo, alcance y estilo de
     "ese Ónfalo -el ombligo del mundo-
      hacia el que debes dirigir la mirada,
      a veces los pasos, siempre el pensamiento."

viernes, 13 de diciembre de 2019

BRANCACCIO - De Giovanni di Gregorio y Claudio Stassi




Este libro es más que un cómic.
Es un libro valiente. Un reportaje completo y sentido que retrata la vida cotidiana en Brancaccio, un barrio empobrecido de Palermo, bajo la sombra insidiosa de la Mafia.

Es una ficción porque combina diversas historias que provocan una reflexión y sobre todo una emoción. Pero también es un ensayo sociológico porque la introducción de María Paz López, periodista de La Vanguardia, y los diversos epílogos tanto de los autores como de Rita Borsellino, hermana del magistrado asesinado por la mafia, como del periodista Saverio Lodato, nos acercan una fotografía desnuda del barrio:

"¿Cómo es hoy Brancaccio? Es feo, definitivamente feo, como en tiempos de padre Puglisi. Es un revoltijo de caserones de cemento armado que sobresalen desde detrás de casas ruinosas de uno y dos pisos. Cuenta con trece mil habitantes, de los que solo el veinte por ciento tiene una ocupación digna de tener ese nombre. El turbio mar del trabajo ilegal. El turbio mar de la pequeña y mediana delincuencia. Uno de los porcentajes más altos de la ciudad de ex-convictos y detenidos. Ya era así en tiempos de "don" Puglisi. Y por eso, intentando cambiar las cosas, "don" Puglisi se dejaba el alma, y al final se dejó la vida."


En Brancaccio no existe el Estado como garante del derecho y la libertad. Gobiernan las costumbres que vienen de antaño, los poderes fácticos que condicionan la vida entera de todos sus habitantes. El cómic (fumetto en italiano) tiene una profunda carga de humanidad. Los seres que lo pueblan son comunes y corrientes, con medios y cultura escasos. Hasta continuar los estudios puede constituir todo un acto de rebeldía en este barrio duro como el pedernal que, en cada gesto, te obliga a plegarte. 

Los autores no se han acomodado al espectáculo del crimen y el policial. Han preferido bajar a las calles, a la escuela y a la panadería para reproducir los pequeños clics que van encadenando las vidas. La mafia es una organización que se infiltra insidiosamente en cada estrato de la sociedad estableciendo sus propias reglas, fijando a cada uno en un engranaje macabro. En ese sentido el cómic es la crónica de un desgarro, de quienes se saben inocentes y condenados. También se puede decir que está dirigido a los que continúan condenándose a sí mismos acatando el ritual del silencio y la obediencia.


Dividido en tres partes y un epílogo, la humilde historia de la familia de Nino es suficiente para ilustrar todo el ecosistema. Nino y la presión grupal de la delincuencia juvenil ocupan la primera parte. Su padre Pietro la segunda y Angelina, su madre, la tercera. El cómic nos muestra la jornada de cada uno de ellos por separado para acabar todos confluyendo en el mismo sitio, la terca tragedia. 

En Brancaccio no existe el Estado. Se intentó poner una comisaría de policía y saltó por los aires justo antes de su inauguración. El periodista Saverio Lodato nos informa de que en el barrio no hay cine, ni gimnasio, ni biblioteca. Hay muchas chicas que son madres con doce años y el agua corriente llega un día sí y otro no. 

Los autores nacieron en Palermo y tenían muy claro desde el principio el objetivo de su creación:

"Se puede hablar de la mafia de muchas maneras. Porque tiene muchas caras. Pero la única que transciende es la judicial-militar, la punta del iceberg. (...) Nosotros queríamos hablar del iceberg. La mafia vista desde abajo, la de todos los días. Este pantano estancado de ilegalidad, violencia y resignación que todo lo contamina.
Nadie habla nunca de esta mafia. No hay asesinatos ni redadas de la policía que enseñar en televisión. No es noticia. Todos lo ven, y sin embargo es invisible. Por esta razón es la más peligrosa de todas. Por eso es necesario hablar de ella."

"No queríamos contar la historia de grandes personajes, sino describir la cotidianidad, porque ése es el sustrato en el que la mafia encuentra su fuerza, la cultura del silencio, de la pobreza y la opresión. Lo peor de la mafia es la cultura que genera, porque ha conseguido organizar a su alrededor todo un sistema social."
Los autores ante una de sus viñetas


En una entrevista (de 2009) en la web Café Babel.com podemos conocer un poco más a estos dos fumettistas. Giovanni hace años que dejó Palermo; Claudio se estaba mudando: "No puedo soportar que Sicilia se haga tratar así, convirtiéndose en el juguete de Berlusconi ¿Qué te parece a ti que en las últimas elecciones para elegir al gobernador, entre un casi condenado por mafioso y un símbolo de la lucha contra la mafia (Raffaele Lombardo y Rita Borsellino), haya vencido el primero con el 60%?”. 


El dibujo recuerda al de Gipi. Líneas sencillas y desnudas para encontrar una impactante emoción.

jueves, 12 de diciembre de 2019

La PESTE T1 - creada por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos



Con esta serie mi opinión viaja de un extremo a otro.
En un extremo la trama urdida por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos me parece brillante y conseguida. Jugando con las conspiraciones y la edición de libros prohibidos, concita el crimen, el misterio, la luchas religiosas y el juego del poder en una Sevilla capital del mundo a finales del siglo XVI por las riquezas que llegaban a su puerto procedentes del nuevo mundo. 

En esa vertiente histórica reside precisamente otro de los grandes atractivos de la serie. La ambientación de época es extraordinaria. Las escenas de mercado, de taberna o de mancebía (un espacio intramuros cerca del puerto donde se permitía la prostitución bajo la administración de la Iglesia y el cabildo), los palacios, el dédalo de callejuelas y túneles secretos, los antros, las murallas y el puerto con todo tipo de carruajes, figurines y mobiliario: todo luce magnífico. La Peste tenido un presupuesto de 10 millones de euros y Alberto Rodríguez los ha hecho brillar.

En el otro extremo están las interpretaciones. Muy deficientes. Pecan de inexpresivas y con una dicción entre plana y desganada arruinan toda la función. De entre los cuatro protagonistas (Pablo Molinero, Paco León, Patricia López Arnáiz y Sergio Castellanos) sólo se salva Patricia López. Intención, esperanza, ironía, miedo, amenaza. Hay mil emociones que modula la voz humana y ninguna aparece cuando hablan los protagonistas. Mucho mejor están los secundarios: Manolo Solo, como el avieso Gran Inquisidor de la ciudad sobre la que extiende su poder; y Manuel Morón como un antecedente sevillano del avaro Fagin que Dickens creara en su novela Oliver Twist.

En medio de una terrible epidemia de peste, aparecen en Sevilla varios cadáveres con signos de una muerte ritual. Muy a su pesar Mateo ha regresado a la ciudad para cumplir la palabra dada a un amigo fallecido, rescatar a su hijo bastardo. Mateo está perseguido por la Inquisición por imprimir libros prohibidos y antes de poder huir con el muchacho es arrestado. El Gran Inquisidor promete perdonarle la vida a cambio de resolver esta serie de misteriosos asesinatos. Creo que la serie hace un guiño, sin disimulo, a El Nombre de la Rosa (Jean-Jacques Annaud). La trama (Iglesia, corrupción, cultura) y la presentación del protagonista me recuerdan al gran Guillermo de Baskerville y sus deducciones a partir de escuetos indicios. Más cuando el hijo bastardo que ha recogido se convierte en su doctor Watson.
"- ¿Imprimías biblias?
- Libros.
- ¿Qué libros?
- Libros prohibidos.
- ¿Qué son libros prohibidos?
- Libros que hacen a la gente pensar y cuestionarse las cosas"
La Peste realmente es una película dividida en 6 episodios. La acción es continua hasta el desenlace final y esta nueva experiencia fílmica, serializar una historia, quizás sea la causante de algún desfallecimiento en el ritmo de la narración. La serie es ambiciosa y sin duda tiene el marchamo de calidad que han impuesto las producciones de la BBC o HBO. El nivel técnico y la ambientación son magníficos. La ciudad de chabolas donde los más pobres se hacinan y mueren, así como las calles huelen a excrementos, sudor y muerte. La fotografía de Pau Esteve es grandiosa. Deudora del mejor Caravaggio, define toda la serie con multitud de interiores iluminados sólo por velas o antorchas. Por cierto que muchos usuarios de redes sociales expresaron sus quejas por "la falta de iluminación" en la serie: yo creo que son buscadores de comodidad y consumo rápido.

Según Cobos, “la peste es una metáfora de la condición humana”, de ahí que en la tolva de sus seis capítulos encontremos el abuso de poder, la superstición o la represión política y religiosa. El guionista refleja cómo para el Gran Inquisidor la peste era el protestantismo, o para el Cabildo de la ciudad los advenedizos de Alemania y Flandes. Los musulmanes, los protestantes, los mercaderes sine nobilitate, las mujeres o los homosexuales eran vistos como la peste por aquella sociedad inmovilista. El papel de la mujer tiene un sustancioso desarrollo dramático en el personaje de Teresa (Patricia López Arnáiz), viuda propietaria de una fábrica que no puede gestionar por el simple hecho de ser mujer, y pintora que se esconde tras el nombre de su padre. 

Otro personaje secundario pero con un brillo particular, es Monarde (Tomás del Estal), un médico ilustrado que conoce mil técnicas y pócimas naturales que teme usar por miedo de ser acusado de hereje. "La peste es la ignorancia", se llega a lamentar. 

Abundan los jugosos detalles de documentación como por ejemplo la regulación de la prostitución o de la venta de esclavos. También sobre el gobierno de la ciudad a través del Cabildo. Pero quizás lo más interesante tiene que ver con la medicina de la época, la imprenta o la criptografía. En una de las escenas que más recuerda a El Nombre de la Rosa, Mateo lleva a su ayudante a una sala que fue construida por los musulmanes y le dice "para los musulmanes el mundo entero está representado en una habitación. Dime lo que ves". Una verdadera clase de símbolos pictóricos y herméticos.



















En fin. Una serie con muchos atractivos pero con una rémora importante. Espero que en la segunda temporada, recién estrenada, la aventura cobre vuelo y sus intérpretes se liberen de su hieratismo.  

miércoles, 20 de noviembre de 2019

DECLARACIÓN de AMOR AL CINE - por Martin Scorsese


El gran Martin Scorsese se ha visto inmerso en una polémica sobre el cine de franquicias y superhéroes frente al cine como arte. En una entrevista llegó a afirmar que las películas de Marvel no eran cine, sino parques temáticos. Ante el revuelo que se armó publicó un artículo para aclarar su posición; la cual se resume en que "muchos de los elementos que definen el cine tal como lo conozco están en las películas de superhéroes. Lo que no hay es revelación, misterio o genuino peligro emocional. Nada está en riesgo."
Más allá de esta polémica, en el artículo hay unos hermosos párrafos respecto a lo que el cine representa para el maestro. Yo lo comparto, aquí y en mi corazón, plenamente.


"Para mí, para los cineastas a los que llegué a amar y respetar, para mis amigos que comenzaron a hacer películas casi al mismo tiempo que yo, el cine consistía en una revelación estética, emocional y espiritual.
Giraba en torno a los personajes: la complejidad de las personas y su naturaleza contradictoria y a veces paradójica, la forma en que pueden lastimarse unos a otros, y amarse, y súbitamente, enfrentarse a ellos mismos. 
Se trataba de confrontar lo inesperado en la pantalla y en la vida, que se dramatizaba e interpretaba. Se trataba de expandir la sensación de lo que era posible en esa forma artística. 
Y esa era la clave para nosotros: era una forma de arte."



Martin Scorsese