viernes, 13 de julio de 2018

La LIBRERÍA - de Isabel Coixet

-The Bookshop, España, 2017-
Maravillosa película, netamente inglesa, dirigida por Isabel Coixet.
Una delicia.

Los tipos pintorescos, los lluviosos paisajes y esa jerarquía social tan fuertemente enraizada están brillantemente recreados por la directora, que utiliza esa pátina de educación y convencionalismo tan británica, para sorprendernos con una guerra soterrada y sin cuartel. 

Nos encontramos en un pequeño pueblo costero de Suffolk durante los años 50, los días se suceden plácidos y hogareños hasta que llega Florence Green (Emily Mortimer), una joven viuda de guerra que decide montar allí una pequeña librería. Será un dulce homenaje a su marido, con el que compartía el amor a la lectura. Que nadie se engañe. No se trata de un edulcorado relato de chicas y libros. El gesto anodino de abrir la librería se convertirá en un finísimo escalpelo con el que hurgar en las miserias de los habitantes de este remoto pueblo. 

Las fuerzas vivas del lugar, llenas de prejuicios y desdeñadas en su exigencia de pleitesía, opondrán una resistencia tan formalmente cortés como implacable. Un verdadero duelo en el que en vez de espadas se cruzan misivas, acciones y miradas.

Sin que lo sospeche la ilusa Florence Green, ha sonado la corneta convocando al acoso y derribo. Emisarios ladinos, chismosas profesionales, pérfidos traidores y siervos en el peor sentido de la palabra, van rodeando a la inocente librera con el ahínco de los cerdos grasientos que rindieron al poderoso castillo de Rochester.  Una clásica historia de David contra Goliat.

Se trata de una adaptación modélica. La voz en off reafirma el origen y aroma literario del material narrativo, al mismo tiempo que dota al relato de la acre melancolía de quien revive un pasado inmarchitable. 

La película -como el libro- es conmovedora. Y sin duda puede tildarse de perfecta, que quizás sea otra cosa que obra maestra. Pero es que tiene un guión que no pierde el norte en ningún momento, una ambientación magnética, un trazo de personajes soberbio y un ritmo que evoluciona sin pausa. Las imágenes, los diálogos y los silencios siempre son precisos y reveladores.

La Coixet alterna las estampas preciosistas de un entorno -a su modo- paradisíaco con secuencias donde se producen auténticos duelos. Uno de los mejores es el que mantiene Mrs. Green con su abogado, un duelo en el que se cruzan cartas como si fuesen cuchillos. Otro duelo intensísimo es el que mantiene el viudo y misántropo Mr. Brundish (Bill Nighy), que después de 45 años encerrado en su mansión, se ve impelido a salir y enfrentarse a la mujer de "el general", lady Violet Gamart (Patricia Clarkson), para defender a quien ha abierto las ventanas de su vida a base de enviarle libros. El duelo es tan educado como visceral, tan racional como brutal: él defendiendo a su amiga, ella envolviendo el sentido común en el mantón del statu quo y el derecho de pernada. Parece increíble que una película de apariencia tan plácida esconda en su interior un fondo tan brutal como devastador.

Isabel Coixet siempre en sus películas (Mi vida sin mí, La vida secreta de las palabras, Ayer no termina nunca) habla de las personas y sus cuitas; y casi siempre de personas en un trance de sus vidas que significa un punto de inflexión. Lo hace con calidez y profundidad, sin abusar del melodrama y con un punto de rebeldía ante la desesperación. En La Librería encontramos esto en el trío protagonista (Florence, Kristine, la adolescente que la ayuda, y Mr. Brundish). Un trío que se encontrará en la librería como en una encrucijada que marcará el devenir de sus vidas. 

El hermoso vínculo y la complicidad que se establece entre ellos nos regalará un imborrable homenaje a un puñado de libros. De la mano de Florence, Mr. Brundish descubrirá al gran Ray Bradbury, con sus Crónicas Marcianas y Las doradas manzanas del sol. Juntos compartirán la perturbación de Lolita, de Nabokov. Y la pizpireta Kristine (Honor Kneafsey) iniciará su singladura vital con Huracán en Jamaica (R. Hughes) bajo el brazo. Tres náufragos salvados por los libros.


Pero en última instancia, de qué va la película. Según el guión va del coraje de una librera que lucha contra viento y marea por un proyecto que la justifica. 
-"Tiene usted esa cualidad que las personas comparten con los animales y los dioses. El coraje."  Le dice Mr. Brundish.
Pero creo que también hay que mirar un poco más allá y observar esta comunidad cerrada y claustrofóbica en la que cada uno es esclavo de su rol. La librería viene a romper unos esquemas sociales anquilosados. Invita al placer de soñar y compartir. Un cambio demasiado drástico. 

Creo que en el fondo va del poder. De personas como Violet Gamart, con una férrea voluntad de poder, y de su exacerbación por ejercerlo. Y de la respuesta mezquina de todo un pueblo que se pliega a los deseos del poderoso.

He visto la película en el cine-club de mi pueblo. Un local destartalado en un instituto con solera que mantiene las mismas butaquitas infames que tenía hace 45 años. El techo bajo e inclinado hacia un lado nos invita a pensar que nos encontramos en unas catacumbas. La sesión estaba llena de señoras con más de 70 años. En algún momento de la película, cuando la protagonista está sentada frente al mar intentando comprender lo que se le escapa, me dio por pensar que allí había un cierto paralelismo. La autenticidad de la librera y su genuino amor por los libros era acechada (¡esa escalofriante serie de planos con los rostros de los villanos mirando a Florence!) por los infames abogados, banqueros y pescadores que se plegaban al arbitrio de lady Violet. 

Del mismo modo vi este heroico cine-club. Rodeado de negocios inmobiliarios, clínicas privadas y multicines hipervitaminados de tecnología y superhéroes. El cine-club, como la librería, se resiste a desaparecer. Como en el Faranheit 451 de Bradbury que Mr. Brundish leyó con fruición, siempre quedaremos un puñado de inconformistas y rebeldes para los que la ficción es el camino hacia la plenitud. Un remanso donde el hombre puede imaginar su destino. 









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Penelope Fitzgerald empezó a escribir en 1975, a los 58 años, publicando primero una biografía del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, luego otra de su padre y sus tíos (los hermanos Knox, destacados hombres de letras). Dos años más tarde, aparece su primera novela, The Golden Child, una suerte de relato policial humorístico que transcurre en un museo de antigüedades de Inglaterra.
En La Librería aparecen retazos autobiográficos. En los años 50 trabajó en Sole Bay Bookshop a media jornada, lo que fue una gran ayuda económica para ella en aquel momento. En aquella librería descubrió lo difícil que podía ser vender libros en la rural Suffolk, pero atesoró preciosos recuerdos de tardes lluviosas en las que los vecinos se refugiaban allí para charlar, aunque no hiciesen ninguna adquisición. 
Le siguieron otras novelas espléndidas como Inocencia (que transcurre en Florencia y cuenta una historia de amor con Gramsci como personaje secundario) y El comienzo de la primavera (sobre un inglés exiliado en Moscú que retoma, y en cierta manera perfecciona, un complejo argumento de Henry James). Publicó su última novela, La flor azul, tal vez su obra maestra, cinco años antes de su muerte en 2000.

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