viernes, 18 de mayo de 2018

REDENCIÓN - de Antoine Fuqua

EEUU, 2017

Un combate de boxeo violento, sucio y espectacular al principio y otro al final. En el medio la caída en desgracia de un campeón y el arduo camino hacia su redención.

La historia, por supuesto peca de tópica. Billy Hope llega a campeón del mundo desde un orfanato en Hell´s Kitchen. Consigue éxito, dinero, coches, mansiones y una numerosa troupe de amigos; pero el ancla de su vida son su mujer Maureen (también proveniente de un orfanato) y su hija.

Cuando fallece Maureen (Rachel McAdams), por un disparo accidental en una de las muchas trifulcas de Billy, éste entra en caída libre. Hundida su carrera deportiva, seca su fuente de ingresos, alcoholizado y permanentemente iracundo acaba perdiendo a su hija, que pasa a depender de Asuntos Sociales. Toca volver a empezar.

No es casualidad que el boxeo sea el deporte más cinematográfico. El cuadrilátero representa la vida misma simplificada: la lucha, el éxito y la supervivencia se muestran allí desnudos. 

La película tiene cierta hondura dramática, ¿qué la eleva sobre el tópico?. La llaneza del personaje y una interpretación antológica (una más) de Jake Gyllenhall (Nightcrawler, Prisioneros, Zodiac, Donnie Darko). Billy Hope es un tipo atormentado. Su mujer cuida de él y gobierna sus demonios. Billy se muestra de continuo agobiado por el peso de la vida que ni entiende, ni sabe afrontar. Su mujer es la conductora de sus energías y así han construido algo que los mantiene unidos como cemento: 

"Vives en una burbuja. Cuando explote, todas las cucarachas saldrán huyendo y sólo nosotras dos estaremos aquí para recoger tus trozos".

Así que cuando Billy pierde a Maureen todo se viene abajo y él es incapaz de gobernar sus instintos destructores.

Lo novedoso de esta película sobre los tópicos del boxeo es que sigue el camino inverso: El auge antecede a la caída. Comienza con el boxeador en la cima, campeón del mundo, y pocos minutos después está solo y arrastrándose por el fango. La película nos muestra la recomposición de una vida rota. Después de las mansiones y los cochazos, vemos a Billy vivir en una pensión de mala muerte, entrenarse en un mísero gimnasio de barrio y conocer a un entrenador que ejerce de asistente social: no busca la pasta sino ayudar a jóvenes descarriados a través del boxeo. 

Para recuperar a su hija (lo más importante para él) Billy tendrá que domar al demonio que habita en él y encauzar su vida. No va a ser fácil y ahí está el meollo de este drama pugilístico que está contado con muy buen pulso y mejor interpretado por esos dos monstruos de la interpretación que son Jake Gyllenhaal (cómo no recordar al Robert de Niro en Toro Salvaje) y Forrest Whitaker como el sensei que le mostrará el tao, el camino.


El equilibro entre el espectáculo pugilístico y el drama íntimo está muy conseguido. Los combates se nos muestran de forma intensa y descarnada. La inmersión de Gyllenhaal en el papel es total y logra trasladarnos las sensaciones literales de la violencia y la ira. El mundo del boxeo queda retratado en toda su crudeza desde el mismísimo comienzo, cuyos planos ilustran la liturgia del púgil vendándose ritualmente las manos ante la mirada de los inspectores.

La película nace por la iniciativa de Kurt Sutter, creador de la serie Hijos de la Anarquía, que pretendió dar continuidad al personaje que Eminen interpretó en 8 millas, de Curtis Hanson. Del mismo modo que allí resultaba una paradoja que un rapero fuese blanco; aquí se buscaba la paradoja de un tipo con la perspectiva equivocada: a eso se refiere el título original "Southpaw": la forma que tiene de ver las cosas un boxeador zurdo.

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