jueves, 19 de abril de 2018

IMPOSTURAS - de John Banville










Esta es la novela de un fauno, un sátiro, un Arlequín.

Una novela profundamente literaria, en la que la literatura metamorfosea la realidad y no al revés. El protagonista es un profesor universitario de reconocido prestigio, superviviente de la segunda guerra mundial, que ha construido su vida sobre la impostura, cincelando con mimo y suplantaciones un glorioso personaje, él mismo. Toda su vida ha transcurrido con el temor de ser descubierto y parece ser que ha llegado el momento.

Anciano y retirado en la costa californiana (él la nombra irónicamente como su Arcadia) recibe la carta de una joven, ferviente lectora de sus libros, que le obligará a recapitular su vida y someter a escrutinio su verdadera identidad.

Identidad. 
Ése es el juego. Quiénes creemos ser y quiénes somos en realidad; porque cuando el anciano Axel Vander y la joven se encuentran, su torneo no será el chantaje o la venganza, sino descubrir su genuino ser, su verdadera autenticidad.
"Mejor enfrentarme a ella, reírme de las acusaciones…, ¡ja! Le mentiría, por supuesto; la mendacidad es mi segunda, no, mi primera naturaleza. Toda la vida he mentido. Mentí para escapar, mentí para ser amado, mentí por conseguir una posición y poder; mentí para mentir. Era una manera de vivir; por algo riman vivir y mentir. Y ahora mis primeros ejercicios en ese arte, mis falsedades de aprendiz, se vuelven contra mí para destruirme" p 17
Turín, Plaza San Carlo
No es inocente que el encuentro se produzca en Turín, en cuya Universidad triunfó, en cuyas calles Nietzsche se abismó en la locura, en cuya catedral se encuentra el Santo Sudario, quizás -también- una impostura, como mínimo una copia velada de algo que fue. Todo esto lo trenza Banville con enorme sutileza. No olvidemos que el título original de la novela es Shroud (sudario) y que la cita que encabeza el libro es de Nietzsche: "Colocamos una palabra allí donde comienza nuestra ignorancia, donde ya no vemos más allá; por ejemplo, la palabra yo, la palabra hacer, la palabra sufrir: son quizás el horizonte de nuestro conocimiento, pero no ´verdades´". En definitiva un juego de imágenes, metáforas y desvelamientos en el que se mezcla la locura, la identidad y una cínica lucidez: No en vano el título de uno de los estudios más famosos de Axel Vander es ´El alias como hecho saliente: el caso nominativo en la búsqueda de la identidad´

Cass Cleave es la joven discípula, enferma de esquizofrenia, cuya turbia relación con su padre la empuja hacia este anciano sátiro, que acepta el reto de romper los muros y espejos que esconden su pasado. 
"Basta ya de divagar. Voy a explicarme, ante mí, y ante ti, querida, pues si puedes hablarme, seguramente también podrás oírme. Con calma, serenidad, evitando mi habitual ampulosidad de tono y gestos, hablaré solo de lo que sé, de lo que puedo dar fe. Enseguida el pólipo de la duda levanta su roma y fea cabeza: ¿qué sé?, ¿de qué puedo dar fe? No existe el «espíritu», ni la razón, ni el pensamiento, ni la conciencia, ni el alma, ni la voluntad, ni la verdad, todo son ficciones… Eso declara el filósofo demente, esgrimiendo su poderoso martillo. Sin embargo, sigue obsesionándome la idea de que me han concedido una última oportunidad para salvar algo de mí. No hablo del alma, todavía no chocheo tanto. Pero quizás haya algo pequeño y preciado que pueda recuperar, igual que una vez recuperé la cajita de plata para las pastillas de mamá Vander de la casa de empeños. Me pregunto ahora si no habrá sido ese tu propósito; no, como yo pensaba al principio, dejarme en evidencia y hacerte un nombre, sino más bien ofrecerme la posibilidad de redimirme." pág 13
La pareja se embarcará en una relación imposible cuyo pugna revelará aspectos insospechados de su personalidad. Como en muchas de las mejores novelas de Banville, el protagonista es pujante, de alto linaje intelectual y cuando timonea la navegación sobre su memoria, todo se convierte en un viaje hacia la redención. 
Cass Cleave le recuerda a Vander La Venus de Cranach

Sobre tres pilares se erige la novela. Un poderoso personaje principal que como un fauno arrollador -a pesar de ser viejo, tuerto y rengo- fascina a los demás; una reflexión sobre la identidad y un estilo culto y lírico pero dinámico, muy bien engrasado. En él brillan la precisión conceptual, la ironía y un ritmo impecable.
Supongo que ahora ya ha quedado claro que soy un ser hecho completamente de poses. Es posible que en esto no sea único, puede que le pase lo mismo a todo el mundo, no lo sé, ni me importa. Lo que sé es que tras haber vivido en la conciencia, o aunque fuera solo en la ilusión, de estar constantemente vigilado, constantemente bajo observación, soy todo fachada; mirad detrás de mí y solo encontraréis un poco de serrín, unos cuantos pavoneos temblorosos y una confusión de cables. No hay un hueso sincero en todo el cuerpo de mi texto. He fabricado una voz, al igual que antaño fabriqué una reputación, de material que saqueé de otros. El acento que oís no es el mío, pues yo no tengo acento. No me creo ni una palabra de las que salen de mi boca. Utilicé a Cass Cleave para poner a prueba mi auténtico ser. No, no, más que eso: me apropié de ella para que fuera mi propia autenticidad. Eso era lo que yo pretendía encontrar en ella, no el placer ni la juventud ni las últimas migajas del gran banquete de la vida, nada tan frívolo; era mi última oportunidad de ser yo." pag 249
Vander es un tipo duro, incluso cruel. Es un judío antisemita. Su querencia por el alcohol le hace ser directo, destemplado y provocador. A su alrededor notamos la fascinación por el monstruo, el aura de gran intelecto que contrasta enormemente con una realidad un tanto obscena, donde abundan escenas de sexo gélido, borracheras, vómitos y la sombra alargada del nazismo.

La pobre Cass Cleave tiene suficiente con asirse como puede a la realidad. Tiene el síndrome de Mandelbaun, una especie muy pura de esquizofrenia y sin darse cuenta entabla una relación enfermiza con su admirado e impostor escritor.
"Una vez, yendo en avión, Cass se sentó junto a un hombre, un ingeniero que sabía de esas cosas, y cuando ella le dijo que nunca había entendido cómo los motores conseguían permanecer dentro del avión, él le contestó que lo realmente extraordinario era que el avión consiguiera mantenerse agarrado a los motores. Ella entendió enseguida a qué se refería. Lo mismo pasaba con ella: ella era el avión, y su mente, los motores a reacción, que intentaban separarse de ella a toda velocidad. Cuerpo y mente permanecían juntos con enorme dificultad. La menor sacudida podía partirla en un millón de fragmentos. Todo era así, las partículas se fusionaban e intentaban separarse. Un instante de desequilibrio, una disminución acusada de la estabilidad, y todo explotaría. Sí, sí, decían las voces con vehemencia, explotaría, todo explotaría…" pág 231
Ambos protagonistas poseen una densidad vibrante. Ambos se alternan en sus monólogos de conciencia que cobran una intensidad casi dolorosa. 
El monumental cementerio de Staglieno en Génova por donde pasean Vander y Cass

"Escritor para escritores" leo en muchas reseñas. Como si la gran literatura, el estilo bien acendrado fuese motivo de prevención. No hay caso. Estas imposturas se revelan a través de precisos y confesionales remolinos de conciencia. Banville sabe ser lírico y fluido. Su texto tiene espesor pero nunca es farragoso. Ni vacuo. El paisaje, los objetos, la consciencia siempre está activa en un Banville capaz de preñar todo de significado. Del mismo modo que Cass ve su historia con Vander, así podemos ver la novela de Banville: "Todo tenía un significado, una función, un lugar en esa estructura, y nada era gratuito". Cuando va hacia el encuentro de quien le amenaza con su perdición, él nos lo narra con una gran fuerza conmovedora. El ascensor se convierte en un ataúd y entre sus dedos aparece un óbolo para el barquero.
"Por fin me levanté, me cubrí rápidamente con una toalla y me puse mi traje de lino, ahora arrugado sin remedio, y mi corbata achaparrada. Sonreí a mi imagen en el espejo, una sonrisa triste: el ahogado se viste para su propio funeral. En el pasillo había un silencio mortal. El ascensor llegó con su ruido de metal aplastado, y me metí en la caja y bajé, con una mano en el bolsillo frotando una moneda —¡el óbolo para el barquero!— entre el índice y el pulgar."
A lo largo de la novela escuchamos repetidas veces cómo Vander habla de sus diferentes yoes. Por ejemplo la conferencia que lee en la Universidad de Turín versa sobre la inexistencia del yo. "Desaparición y presencia real". 


Más adelante leemos:

"Sacó una mano de debajo de las sábanas y la sostuvo en alto para que ella la viera.
-Con esta escribí esos artículos que descubriste -dijo-. Ni una sola célula sobrevive en ella de esa época. Entonces ¿De quién es esta mano?" pág. 148
Y también:
 "Desde luego existe algo enterrado en lo más profundo de mí que no puedo comprender, y cuya naturaleza solo puedo intuir. Parecerá demasiado obvio si digo que se trata de otro yo -¿y acaso yo, al igual que todo el mundo, al igual que tú, sobre todo al igual que tú, mi proteico amor, no estoy hecho de una legíón de yoes?-" pág 182
Fauno Barberini

Mientras leo tiendo a imaginarme a Vander como a un fauno que en el atardecer de su existencia otea su vida pasada con su único y furioso ojo, mientras araña con uñas y dientes sus pecados y traiciones. Cass Cleave en cambio lo ve como un Arlequín, un sujeto grotesco, con aires de bufón. En el francés antiguo, Hellequin era el nombre que se le otorgaba al diablo. Por otro lado, Arlequín siempre lleva una máscara.

"Tantas preguntas, tantas sutilezas, y sin embargo no he sacado nada en claro. Como siempre, perdura el misterio: ¿por qué? Si, tal como creo e insisto, no existe un yo esencial, singular, ¿de qué se supone que he escapado al fingir ser Axel Vander? ¿Simplemente siendo esa insoportable mezcla de estados de ánimo, deseos, miedos, tics? Ser alguien es ser una cosa, y una sola cosa. Pienso en un actor del mundo antiguo. Es un veterano de la tragedia griega, uno de los que llevan la lanza, uno de los más viejos. La multitud le conoce pero no recuerda su nombre. Nunca ha interpretado a Edipo, pero una vez fue Creonte. Tiene su máscara, la ha tenido durante años; es su talismán. La arcilla blanca con la que fue creada posee ahora el matiz y la textura del hueso. El áspero forro de fieltro se ha ablandado con los años a causa del sudor y el roce, de modo que encaja a la perfección en los contornos de su cara. Cada día ve más la máscara como su cara, su verdadera cara. Al quitársela al final de una representación se pregunta si los demás actores pueden verle, o si no es más que una cabeza sin facciones, como la vieja estatua de Sileno que hay en el mercado, cuyos rasgos han quedado completamente borrados por la erosión. Comienza a llevar la máscara cuando está en casa, a solas. Le sirve de consuelo, de apoyo; lo encuentra maravillosamente relajante, es como dormir y al mismo tiempo estar despierto. Un día se sienta a la mesa con ella. Su esposa no hace ningún comentario, sus hijos se lo quedan mirando un momento, a continuación se encogen de hombros y regresan a su riña habitual. El actor ha alcanzado su apoteosis. Hombre y máscara son uno." pág. 216
Imposturas forma parte de una trilogía que se inicia con Eclipse y que concluye con Antigua Luz. No parece casual que la primera y última estén protagonizadas por el actor Alexander Cleave mientras que la del medio lo está por el profesor Axel Vander. Axel/Alex: Ambos atormentados por el suicidio de la hija de uno de ellos, Cass Cleave. Ambos seres públicos, acostumbrados a la escena, bufones cínicos que apuran su elixir. 

Eclipse nos presenta al actor Alexander Cleave, regresado al hogar de su infancia para recuperarse de una crisis nerviosa. Allí, dos nuevos inquilinos se unen a una avalancha de recuerdos perturbadores para obligarle a afrontar el caos de su vida.
En Imposturas es Cass Cleave quien amenaza y empuja a otro viejo actor-escritor al escrutinio de su identidad.
En Antigua luz volvemos a encontramos a Alexander Cleave en plena decadencia vital: atormentado por el suicidio de su hija y rememorando su fugaz e intenso primer amor, la madre de su mejor amigo. 

En la trilogía encontramos las constantes más reconocibles de Banville: la identidad, la reconstrucción de la experiencia, el desencanto, la pérdida y el poder redentor de la memoria.





P. D.

El teórico de la literatura Axel Vander parece que está claramente inspirado en el deconstruccionista Paul de Man, póstumamente identificado como autor de artículos de tono antisemita en periódicos belgas colaboracionistas. 

John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) ha trabajado como editor de The Irish Times y es habitual colaborador de The New York Review of Books. En una entrevista le preguntaron por el título que podría englobar a todas sus obras. Respondió: "Creo que El libro de las pruebas sería el más indicado. Para mí un escritor tiene que hacer eso: presentar pruebas de la vida de un hombre: esto es lo que pensó, esto es lo que vivió, esto es lo que le sucedió". En la misma entrevista nos refiere la importancia de las historias en Irlanda: "En Irlanda estamos obsesionados con las historias. Tanto, que si cometes un crimen y la historia de ese crimen es buena para dar de qué hablar en las tabernas puede llegar a evitar que te castiguen."

Entre sus obras destaca El libro de las pruebas, El marEl intocable y la Trilogía «Cleave». También ha escrito la trilogía de las revoluciones: Copérnico, Kepler y La carta de Newton. Bajo el seudónimo de Benjamin Black publica novelas noir con gran éxito de crítica y público, entre ellas está El lémur y la serie protagonizada por el corpulento, mujeriego y bonachón doctor Quirke: El secreto de Christine (2007), El otro nombre de Laura (2008), En busca de April (2011), Muerte en verano (2012), Venganza (2013) y Órdenes sagradas (2015). En 2011 recibió el prestigioso Premio Franz Kafka y en 2014 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

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