viernes, 13 de enero de 2017

ROGUE ONE: Una historia de Star Wars - de Gareth Edwards

NO NOS ENGAÑEMOS, ESTO ES LO QUE NOS ESPERA.-

Me encanta el baloncesto por su dinamismo, plasticidad y emoción. Pero hay partidos que incluso llegando a los cien puntos, son del todo olvidables. Lo mismo puedo decir de esta historia de Star Wars, Rogue One. Tiene todos los elementos, una factura técnica y visual extraordinaria además de los mundos, las naves, las persecuciones, la lucha del bien contra el mal y el sacrificio de los rebeldes; pero carece de alma, de espíritu aventurero y emoción. Resulta olvidable.

La historia del padre y su hija, el ingeniero que construye la Estrella de la Muerte y la rebelde que tendrá que robar sus planos para destruirla, está muy bien ideada pero no trasmite nada.

La pandilla de rebeldes que la acompaña tiene alguna buena idea (una pareja de amigos reguñones, un robot policía del Imperio reprogramado), pero carece de carisma y su motivación no nos enardece. Y así en cada caso.

Podríamos resumir la película en una paradoja: el robot-policía imperial reprogramado que acompaña a los rebeldes como uno más, es el que más alma tiene. Sus intervenciones poseen esa pizca de ironía que lo convierten en un secundario de referencia. En cambio el resto de personajes son como el pobre Peter Cushing, dibujado digitalmente para hacer acto de presencia.

En esa presencia absurda de Peter Cushing podemos cifrar los males de toda esta expansión de Star Wars: los productores y guionistas, como niños aplicados, reproducen una y otra vez los mismos esquemas, las mismas batallas, las mismas persecuciones, de tal modo que a los 20 minutos ya sabes que estas recorriendo el mismo círculo, viendo la misma película mimética de la trilogía original.

Anoche en la sala aparecieron nuevos mundos y nuevos personajes pero ninguno deja el poso de un Lando Calrissian y su Ciudad de las Nubes, de un Jabba el Hutt en su desértico Tatooine, de un Boba Fett y tantos otros. Lo de anoche fue como la presentación de un pobre inventario de ideas sin ningún desarrollo.

Hace meses -después de la decepción de la décima película Star Wars-, cuando conocí que se preparaba este spin-off, le comenté a mi hija que tenía más confianza en estas historias paralelas que en el mainstream de la saga. Porque éste permanece esclavo del fuego primordial de George Lucas; mientras que las tramas excéntricas podrían avistar otros recorridos, sin la obligación de repetir esquemas. No ha sido así. Anoche me endosaron ¡media hora! de batalla estelar entre los superdestructores del imperio y la flota rebelde. Otra vez.

Por espectacular que fuera esta batalla (que lo fue), no era más que una repetición más y, sobre todo, estaba fuera de lugar. Una partida de rebeldes no practica la guerra a gran escala, se mueve en la sombra, busca los callejones del imperio. Era la oportunidad para visitar lejanos planetas y descubrir nuevas cantinas llenas de traficantes malencarados y siniestros. Obi-One así lo hizo en la primera y original película. En el bar de un puerto remoto contrató a un traficante bocazas y su nave desvencijada. Podríamos haber visto a estos rebeldes mezclarse con unos traficantes de fluzzo o perseguidos por un reyezuelo remoto como Jaba el Hutt...

Hay mil líneas argumentales que se derivan de la frase “ha sido necesaria la muerte de muchos rebeldes para conseguir estos planos”; pero creo que ninguna de esas líneas nos remite a una batalla de superdestructores.

Los Episodios I, II y III, claramente inferiores a la trilogía original, resplandecen como obras maestras al lado de estas dos y últimas vulgares propuestas.

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