jueves, 11 de agosto de 2016

El GIRO - de Stephen Greenblatt









Extraordinario libro que nos relata un viaje intelectual de dos mil años, el del poema De rerum natura, de Tito Lucrecio Caro, escrito alrededor del año 50 a.C. El autor se centra en el rescate de una de las tres únicas copias que quedaban en el mundo al final de la Edad Media, para poner de nuevo en circulación una serie de ideas verdaderamente revolucionarias, las del epicureismo que presenta a un hombre emancipado de sus miedos a Dios y a la muerte. Un hombre conformado por los mismos átomos indestructibles que componen y descomponen sin cesar cualquier cosa del universo. Un ser humano racional y consciente de su alma mortal, preparado para vivir con plena autonomía y centrado en conseguir su felicidad. 

Greenblatt identifica el momento en que el humanista Poggio Bracciolini recupera el libro, dormido durante siglos en un monasterio, en 1417, como un momento clave en la historia de las ideas, una contribución fundamental para alumbrar la Modernidad. Por supuesto un poema por sí solo es incapaz de cambiar la historia, pero el poner de nuevo en circulación las ideas contenidas en De rerum natura, fue uno de los factores clave que liberó mentes y reveló nuevos caminos para la ciencia, la sociedad y hasta la ética. 

Lucrecio acumuló desde entonces lectores minuciosos y apasionados como Maquiavelo (que se hizo una copia manuscrita para su propio uso), Giordano Bruno (que fue quemado por hereje), Galileo o Montaigne, llegando hasta nuestros días. Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de EEUU, poseía cinco ediciones latinas del poema. Así se explica la inclusión en la Declaración de Independencia del derecho a la búsqueda de la felicidad: “Sostenemos por si mismas como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad."
Estatua de G. Bruno en Campo di Fiori, la misma plaza donde fue quemado



















El  libro está relatado como una aventura apasionante (y documentada) que incluye la vida y época de Poggio Bracciolini, secretario del corrupto Papa Juan XXIII, en pleno cisma papal. Conoceremos la época en que se publicó el poema de Lucrecio gracias a los manuscritos recuperados en la Villa de los Papiros en Herculano. Conoceremos de qué modo los libros y las bibliotecas que florecieron en Roma y Alejandría fueron destruidas por las lluvias, el fuego y las guerras; pero sobretodo conoceremos la resonante guerra que a lo largo de los siglos la religión ha mantenido con el poema. Una guerra que se recrudece desde el momento en que el cristianismo es declarado religión oficial del imperio Romano por el emperador Constantino. Respecto a los manuscritos enterrados por la erupción del Vesubio, Greenblatt llega a decir
"Comparado con las fuerzas desenfrenadas de la guerra y la religión, el Vesubio fue mucho más benigno con el legado de la Antigüedad."  pág 87
Poggio Bracciolini se dedicó con pasión a los libros y a la antigüedad clásica. Vivió una época -principios del s. XV- agostada por pestes, guerras e ignorancia, que hizo que sus élites volvieran los ojos a las obras de todo tipo (literatura, arquitectura, filosofía, etc.) de la época clásica griega y latina. El Renacimiento, con su espíritu esencialmente humanístico, favoreció el abandono de las supersticiones y los dogmas que habían prevalecido desde la caída del Imperio Romano y el ascenso del cristianismo como religión hegemónica. Los cristianos siempre vieron en el epicureismo una amenaza verdaderamente dañina
"Si se acepta la tesis de Epicuro que afirma que el alma es mortal, escribía Tertuliano, se viene abajo todo el edficio de la moralidad cristiana. Para Epicuro, el sufrimiento humano es siempre finito; pero para el cristiano la tortura y el dolor duran eternamente."
Después del Renacimiento carolingio del siglo IX, fueron Petrarca (que en 1330 reconstruyó la monumental Historia de Roma de Tito Livio) y sus seguidores quienes se embarcaron en la recuperación del mundo clásico. Petrarca, del mismo modo que luego Poggio, profesaban por su época un desprecio infinito. "Vivía una época sórdida, decía lamentándose, una época de incultura, ignorancia y banalidad que no tardaría en borrarse de la memoria humana".
Concilio de Constanza condenando a Jan Hus

La época de Poggio era la del cisma papal. Juan XXIII, el papa al que servía Poggio, fue destituido por corrupto en el Concilio de Constanza (1414-18). El segundo pretendiente al trono de San Pedro, Gregorio XII, murió en octubre de 1417; mientras el tercero, Pedro de Luna, se atrincheró primero en Perpignan y luego en la inaccesible roca de Peñíscola. El concilio debatió encarnizadamente la elección de un nuevo papa.

Poggio llegó a escribir de la curia papal: "hay poco espacio para el talento o la honestidad; todo se consigue mediante la intriga o por fortuna, por no hablar del dinero, que parece tener el máximo poder sobre el mundo". (certera y despiadada visión que sirve para la España de hoy, 600 años después).

El libro contiene páginas memorables donde se relata el cisma de los papas, el mundo de los copistas y la vida monástica, la destrucción de Alejandría o la persecución y quema de herejes. 

El capítulo de la destitución papal, "Una trampa para zorros" incluye los juicios y ejecuciones por herejía a Jan Hus y Jerónimo de Praga que Poggio vivió en primera línea. La herejía (¡¡!!) de ambos consistía en
"Desde el púlpito y a través de sus escritos atacaba vehementemente los abusos de los clérigos, condenando su codicia, su hipocresía y su inmoralidad sexual generalizadas. Denunciaba la venta de indulgencias calificándolo de chanchullo escandaloso y de un intento desvergonzado de aprovecharse de los temores de los fieles. Exhortaba a los feligreses no a poner su fe en la Virgen, en el culto de los santos, en la Iglesia o el papa, sino solo en Dios. En todos los asuntos de doctrina predicaba que las Sagradas Escrituras eran la autoridad definitiva.
Hus se metió temerariamente no solo con la doctrina, sino con la política de la Iglesia en un momento de malestar nacional cada vez mayor. Afirmaba que el estado tenía el derecho y el deber de supervisar a la Iglesia. Los seglares podían y debían juzgar a sus líderes espirituales. (Más vale ser un buen cristiano, decía, que un mal papa o un mal prelado.) Un papa inmoral no podía de ninguna manera reclamar la infalibilidad. Al fin y al cabo, insistía, el papado era una institución humana: la palabra «papa" no aparecía en ninguna parte de la Biblia." pág 146
Hipatia y Alejandría.-
En el capítulo titulado "Los dientes del tiempo", Greenblatt se centra en los enemigos de los libros. Los habituales lluvia, fuego y polillas ("los dientes del tiempo") no serán los únicos o más pertinaces. El autor nos cuenta la desaparición de la biblioteca de Alejandría ligada a la historia de Hipatia: Si Roma sufrió el ataque de los bárbaros del norte, la cultura cosmopolita que representaba Alejandría sufrió los embates de las hordas cristianas, ansiosas de ostentar su poder después de que Constantino la declarase religión oficial del imperio.
Hipatia en la película de A. Amenábar "Agora"


Desde el 300 a. C. la dinastía ptolemaica atrajo a eruditos, científicos y poetas a Alejandría. Su enorme biblioteca no estaba asociada con ninguna doctrina ni escuela filosófica en particular; su radio de acción abarcaba todos los campos de la investigación intelectual. Representaba un cosmopolitismo global que vivía su esplendor en medio de un pluralismo religioso en el que convivieron las religiones durante siglos. 
Pero a comienzos del siglo IV, el emperador Constantino comenzó el proceso que llevaría al cristianismo a ser la religión oficial de Roma. Como patriarca de Alejandría, primero Teodosio el Grande a partir de 391 y luego su sucesor, su sobrino Cirilo, se emplearon con violencia extrema en la destrucción del paganismo. Su culminación llegó con el asesinato de Hipatia prohibiendo los sacrificios y ordenando el cierre de los principales centros de culto.
"El asesinato de Hipatia supuso no solo el fin de un personaje singular; vino a marcar de hecho el hundimiento de la vida intelectual de Alejandría y resonó como una campanada fúnebre por toda la tradición intelectual que se ocultaba tras el texto que Poggio recuperaría muchos siglos después." pág 86
La felicidad y el placer contra el dolor.-
De rerum natura posee una carga poética hermosísima y seductora; pero también porta unos principios filosóficos, científicos, religiosos y éticos revolucionarios. Más precisamente en la época que Poggio lo rescató. En esa época representaba una abominación de la férrea ortodoxia cristiana.

Epicuro elaboró toda una explicación del universo y una filosofía de la vida humana que con claridad meridiana expone Greenblatt en el capítulo titulado Las cosas como son. Más incluso que la teoría que afirmaba que el mundo estaba compuesto solo de átomos y vacío, el problema principal que el epicureísmo planteaba a la religión dominante era su idea ética de fondo: a saber, que el supremo bien es la búsqueda del placer y la disminución del dolor. El cristianismo emprendió entonces la ardua tarea de que lo más sensato y natural -evitar el dolor, buscar la felicidad- pareciera lo contrario a la verdad.
"Harían falta siglos para llevar a cabo este gran proyecto, que de hecho no llegó a realizarse por completo nunca.(...)
El cristianismo, como demuestra una anécdota repetida por Gregorio, apuntaba en otra dirección. El piadoso Benito se encontró en una ocasión pensando en una mujer a la que había visto una vez y, antes de que supiera lo que estaba pasando, se apoderó de él una violenta pasión:
    "Vio entonces allí cerca una espesa mata de ortigas y unas zarzas. Se despojó
    inmediatamente de sus vestiduras y se lanzó desnudo sobre las aceradas
    espinas y las punzantes ortigas. Se revolcó sobre ellas hasta que todo su
    cuerpo quedó dolorido y ensangrentado. Pero, una vez domado el placer
    mediante el sufrimiento, su piel lacerada y ensangrentada sirvió para expulsar
    de su cuerpo el veneno de la tentación. En poco tiempo, la cruel inflamación
    a la que sometió a su cuerpo había apagado el incendio que el mal había
    sembrado en su corazón."
Cambiando un fuego por otro obtuvo la victoria sobre el pecado.
Lo que había servido para el santo a comienzos del siglo VI podía valer también para otros, como ponían de manifiesto las reglas monásticas. En una de las grandes transformaciones culturales de la historia de Occidente, la búsqueda del dolor triunfó sobre la búsqueda del placer.
Una enorme cantidad de testimonios confirma que las mortificaciones con azotes o instrumentos punzantes hasta producir sangre eran muy comunes en monasterios y clero: Santa Teresa, Santo Domingo, San Ignacio de Loyola, el místico alemán Enrique Suso... se generalizó "el dolor de la carne" como prestigio espiritual ante los impulsos habituales de autoprotección y búsqueda del placer." pág 94
El núcleo de la concepción epicúrea puede indagarse en una sola idea incandescente: la de que todo lo que ha existido y todo lo que pueda llegar a existir está compuesto por piezas indestructibles, de tamaño necesariamente pequeñísimo y en cantidades inimaginablemente elevadas. Los átomos. Y si somos capaces de aguantar y repetirnos lo que es el hecho más simple de la existencia —átomos, vacío y nada más, átomos, vacío y nada más, átomos, vacío y nada más—, cambiaremos nuestra vida. Ya no temeremos la cólera de ningún dios y nos liberaremos de la aflicción de la muerte 
  «Los hombres sufren los peores males debido a los deseos que les son más ajenos», decía su discípulo Filodemo en uno de los libros encontrados en la biblioteca de Herculano, y «descuidan los apetitos más necesarios como si fueran los más ajenos a su naturaleza.» ¿Cuáles son esos apetitos necesarios que conducen al placer? No es posible vivir de manera placentera, seguía diciendo Filodemo, «sin llevar una vida prudente, honorable y justa, y tampoco si se vive sin valentía, templanza y magnanimidad, si no se tienen amigos ni una actitud filantrópica».  Esta es la voz de un auténtico seguidor de Epicuro, una voz recuperada en época moderna de un rollo de papiro carbonizado por la erupción del volcán.
Manuscritos.-
El manuscrito que encontró Poggio en un monasterio de Alemania se ha perdido. También la transcripción que hizo un copista a instancia de Poggio y que éste envió a Florencia, a su amigo y humanista Niccolò Niccoli. Pero éste emprendió la tarea de transcribir la obra con su elegante letra. Esta copia generó varias decenas de copias manuscritas —se sabe que se conservan más de cincuenta— y fue la fuente de todas las ediciones impresas del siglo XV y de comienzos del XVI. El descubrimiento de Poggio hizo así las veces de canal fundamental a través del cual el viejo poema de Lucrecio, que llevaba más de mil años durmiendo el sueño de los justos, volvió a ponerse en circulación. En la fría Biblioteca Laurentiana, diseñada en gris y blanco por Miguel Ángel para los Medici, se conserva la transcripción realizada por Niccoli.
Página final del De Rerun Natura -copia realizada por Niccolò Niccoli-

Dos manuscritos del siglo IX del De rerum natura, desconocidos para Poggio, también lograron superar la barrera casi impenetrable del tiempo.
Estos manuscritos, llamados por su formato el Oblongus y el Quadratus, fueron catalogados entre las posesiones de un gran estudioso y coleccionista holandés del siglo XVII, Isaac Voss, y se conservan en la Biblioteca de la Universidad de Leiden desde 1689. También han logrado sobrevivir fragmentos de un tercer manuscrito del siglo IX que contenía casi un 45 por 100 del poema de Lucrecio y que ahora se encuentra en sendas colecciones de Copenhague y Viena. Pero para cuando salieron a la superficie estos manuscritos, el poema de Lucrecio, gracias al descubrimiento de Poggio, ya había empezado a contribuir a la desestabilización y transformación del mundo." pág 178
Virgilio, el poeta más grande de Roma, escribió, 
"Feliz aquel a quien fue dado conocer las causas de las cosas y hollar bajo su planta los vanos temores y el inexorable hado y el estrépito del avaro Aqueronte".
Terminaré esta nota del mismo modo que el libro.
"Decía Jefferson en una carta a un corresponsal que deseaba saber cuál era su filosofía de vida, ´yo soy un epicúreo´."

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.