domingo, 31 de mayo de 2015

TOMORROWLAND - de Brad Bird






¿Hay algo peor en una película de aventuras que ser aburrida? Pues eso pasa con este mundo del mañana sin ningún ritmo y donde una idea deslavazada, un malo de cartón piedra y un mundo maravilloso pero del que solo vemos cuatro postales lo consiguen. La aventura apenas tiene consistencia y la cháchara más ñoña se apodera de muchas escenas.

Casey es una joven brillante y emprendedora que sueña con el espacio. Un día encuentra una insignia que, al tocarla, se convierte en un portal de acceso a un mundo muy avanzado y maravilloso, Tomorrowland. La insignia es repartida en secreto por una pequeña reclutadora que elige a personas "especiales" y soñadoras. Antes también lo hizo con Frank Walker, un niño muy despierto en ciencias que fue invitado en 1964. Pero ahora todo ha cambiado. Frank vive desterrado en la Tierra y una amenaza de destrucción se cierne sobre el planeta. Casey puede ser la solución. 


Parece ser que el proyecto surge tras el hallazgo, en los archivos de la Compañía Disney, de una caja con el título "1952". La misteriosa caja contenía un gran número de maquetas y dibujos del mismísimo Walt Disney, sobre un proyecto llamado "Tomorrowland". De modo que la maquinaria se pone en marcha, contratan a Damon Lindelof (Perdidos, Prometheus, The Leftovers, Star Trek: en la oscuridad) como guionista y... dan con un castillo nuevo y futurista para su logo. Muy poquito más.

Después de 45 minutos de introducción insulsa empieza la acción, pero sólo dura 7 minutos y ya sin remedio el castillo se viene abajo.
El pin mágico de Tomorrowland

Cuando toca, Brad Bird (ganador de dos Oscar por Ratatouille y Los increíbles), hace brillar el concepto visual en todo su esplendor (los saltos en el tiempo, las postales de Tomorrowland, la secuencia en la Torre Eiffel o el asalto a la casa de Frank Walker); pero estas brillantes secuencias no llevan pegadas ni una brizna de historia o drama. 

Y la verdad es que no faltan ideas; pero apenas están esbozadas y no tienen ninguna incidencia en la trama general: Tomorrowland sería como la SuperTierra donde vivirían los "soñadores", sabios y emprendedores que no dejarían de inventar para mejorar las condiciones de vida. Este mundo paralelo estaría relacionado con el grupo Plus Ultra donde estarían integrados tipos como Jules Verne, Eiffel, Tesla o Edison. Pero esta es otra línea argumental que sólo se apunta, careciendo de todo desarrollo.

El exilio de Frank Walker no se sabe de donde viene, el descubrimiento de los "soñadores" carece de cualquier intriga y el pequeño drama de la relación del niño con su reclutadora robot (Raffey Cassidy), queda deslavazado, obviando las implicaciones que conlleva la Inteligencia Artificial.

George Clooney presta su presencia para dar brillo a la función, mientras que a Hugh Laurie le encasquetan un papel de malvado absolutamente retórico y gazmoño. 

Si a todo esto se le añaden una serie de catastróficas peroratas de lo más pueril, no nos queda más que un truño de cuidado.






Tomorrowland es una maravillosa escenografía totalmente hueca. Toda la película se resume en Casey tocando el pin: instantáneamente es trasladada al campo de trigo desde donde ve, a lo lejos, el maravilloso perfil de una ciudad de ensueño. Nunca llegaremos a entrar allí.


La Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia sirve de escenario



sábado, 30 de mayo de 2015

MORAVAGINE - de Blaise Cendrars





Toda reseña (favorable) es una incitación. Pero quién mejor que el autor mismo y sus páginas para hacernos llegar su promesa. Así se inicia este fascinante libro.






PREFACIO
"Cuando se ha viajado mucho a través de los países, los libros y los hombres, uno siente a veces la necesidad de detenerse un día...
   He vivido durante doce años en el 4 de la calle Savoie, París, VI; pero siempre he tenido y todavía tengo muchos otros domicilios en Francia y en el extranjero. El 4 de la calle Savoie me servía de trastero: venía entre dos trenes, entre dos barcos a vaciar mis maletas o a abandonar a un hombre o a consultar un libro. Siempre, con la mayor rapidez, volvía a irme, la cabeza llena, pero el corazón y las manos libres...
   En Île-de-France hay un viejo campanario. A los pies del campanario, una pequeña casa. En esta casa, un desván cerrado con llave. Detrás de la puerta cerrada con llave, un baúl de doble fondo. En el compartimento secreto hay una jeringuilla Pravaz; en el baúl, unos manuscritos. Jeringuilla, manuscritos y baúl son el depósito de un prisionero, de un prisionero español; pero no soy víctima del famoso timo del baúl del prisionero español.
   La jeringuilla está usada. Los manuscritos están en pésimo estado. Son las obras de Moravagine. Pero el depósito me fue hecho por... por... por el prisionero español; pardiez, no debo decir su nombre...
   No voy a continuar este prefacio, ya que el presente volumen es en sí mismo un prefacio, un largo prefacio a las Obras Completas de Moravagine, que un día editaré, pero que todavía no he tenido tiempo de ordenar. Por eso permanecerán en el baúl de doble fondo, el baúl en el desván, el desván cerrado con llave, en la pequeña casa, a los pies del campanario, en un pequeño pueblo de Île-de-France, mientras yo, Blaise Cendrars, todavía merodee por el mundo, a través de los países, los libros y los hombres.
   Países hay muchos; libros, he aquí uno; hombres, conozco para dar y tomar y no me canso de conocer; pero nunca me he encontrado con ninguno tan fuerte y tan próximo a mi corazón como este pobre chico que me dirigió la siguiente carta, en la última primavera. (Estaba en el Brasil, en una fazenda, en Santa Veridiana, y cuando leí esta carta, todo se ensombreció a mi alrededor; el cielo azul de los trópicos, la tierra roja de América del Sur, y la vida que llevaba en esta naturaleza libre, en compañía de mi caballo Canario y de mi perro Sandy, me pareció de repente inconsecuente y mezquina, y me apresuré a volver a Europa. Un hombre acababa de morir, entre cuatro paredes, al amanecer, un collar de hierro alrededor del cuello, a garrote vil; la lengua caída...como en un grabado de Goya...):



      2 de la madruga,
Monstjuich, 11 de mayo de 1924




Celda de los condenados a muerte,
celda 7.

Mi querido Blaise Cendrars:
   Sabía que dirigiéndome a usted, haría lo imposible para obtener la gracia del rey de España, la gracia de ser ejecutado inmediatamente.
    Esta hecho, usted ha conseguido esta cosa difícil, seré ejecuado al amanecer, gracia,s gracias de todo corazón.
    Un grande de España (es la costumbre aquí) me acompaña durante esta noche en mi celda; tiembla y reza, tiembla y reza; reza; tiembla. Es un muchacho encantador como los que uno se encuentra en el golf en Inglaterra o en otra parte; está muy sorprendido de ver que no le inspiro horror, quiero decir, una repulsión física, ya que debía esperar encontrarse con una especie de monstruo en mi celda (¡piense, un regicida!) y está muy sorprendido de ver que no soy un aborto anarquista o un pálido golfo de los suburbios como se nos representa habitualmente en el cine. Como le veía mirar sorprendido mi pierna cortada, le expliqué que era una herida de guerra; entonces hablamos de la guerra, correctamente, gentilmente, como en el club, y durante un largo cuarto de hora olvidó por qué estaba ahí...
   La hora se acerca. Mi joven grande de España, de gala, está arrodillado sobre un reclinatorio. Ya no tiembla. Reza..., reza...; le estoy agradecido por estar ahí..., correcto, emocionado, creyente, limpio (tiene toda la cabeza engominada y su pelo rubio está cuidadosamente dividido en dos por una raya impecable)...; le estoy agradecido por haberse pasado una hora arreglándose antes de venir aquí...; huele a un perfume de moda, el perfume de... Después de todo, es más agradable que tener que tratar con el capellán o con el director de la cárcel o con el último guardachusma...; no veré la cabeza del verdugo, no veré nada bajo mi capuchón...
   Gracias. le doy la mano. Le beso. haga lo que quiera con los papeles que ya sabe.
   Adiós.  


            R.







Moravagine es un ser verdaderamente atroz y espantosamente divertido. Moravagine es el mal, la locura, la energía destructiva encarnada en un monstruo, que es como lo definió Cendrars a su amigó Jean Cocteau. Un monstruo heredero de una inmensa fortuna aristocrática que permanece encerrado en un psiquiátrico desde su nacimiento. Se le considera incurable; pero logra evadirse con la ayuda de un joven médico -aprendiz de brujo- que quiere explorar las acciones de esta verdadera bestia humana. Una colaboración científica sin precedentes.
Su historia es contada por un testigo privilegiado, el propio Cendrars, que creó esta criatura como una especie de doble donde exorcizar sus propios demonios.

Durante 10 años, médico y paciente viajarán por todo el mundo. Moravagine primero aterrorizará Berlín como un nuevo Jack el Destripador y posteriormente financiará y participará en las revueltas de la Revolución Rusa. Las correrías de ambos llegarán hasta San Antonio e incluso a lo más profundo de la Amazonia. Alternativamente se convertirán en terroristas, especuladores, buscadores de oro y aviadores dejando tras ellos un reguero de cadáveres. Moravagine es un personaje febril y desesperado. Durante varias páginas nos articula su moral: "La naturaleza no conoce el sadismo, la gran ley del universo, creación y destrucción, es el masoquismo."
Finalmente, regresarán a Europa justo a tiempo para la Primera Guerra Mundial, cuando "todo el mundo estaba haciendo un Moravagine". En esta novela de acción se revelan muchas de las claves del convulso siglo XX.


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Blaise Cendrars por Modigliani
En el digital 20minutos, escrita por Anxel Grove, encuentro una vibrante semblanza de Blaise Cendrars, de la que tomo estos extractos:





"Henry Miller afirmaba que para escribir “hay que estar poseído y obsesionado”.
Blaise Cendrars (1887-1961) -a quien Miller idolatraba- cumplía ambos requisitos.
Vivió cada mañana como si fuese la primera y cada noche como si fuese la última. Se dió de baja en todo para ejercer la vida.

Renunció a la educación por castrante. Renunció a su tierra natal, Suiza, por somnífera. Renunció a su clase social, la burguesía (si es suiza, insufrible), para largarse a Rusia a los 17 años y trabajar como aprendiz de relojero. Sólo se llevó unos paquetes de cigarrillos.
(...)
En Rusia es testigo del domingo negro del 9 de enero de 1905: los cosacos del zar atacan espada a mano a los 20.000 hambrientos, sobre todo campesinos, que se manifiestan ante la residencia de verano del tirano. Mil muertos.
El relojero suizo cultiva la amistad de anarquistas y bolcheviques. Algunos de sus colegas son condenados a muerte.
Empieza a escribir y publicar.

“No mojaré la pluma en un tintero, sino en la vida”, afirma una mañana. No faltó a su palabra.
Establecido en el trepidante París de la primera década del XX, fue amigo de los radicales del arte, Chagall, Léger, Modigliani, que le honraron con sendos retratos
(...)
Tiene agujas en los zapatos y se le clavan en la planta de los pies. No puede evitar el movimiento.
Habla seis idiomas. Intenta estudiar medicina en Berna para indagar en la verdad definitiva del desorden nervioso. Entiende que no son biológicos nuestros fantasmas y se matricula en Filosofía. Lo deja por el amor de su vida, la polaca Féla Poznanska. Regresa a San Petesburgo, viaja a Nueva York, vuelve a París en un barco en el que deportan a delincuentes y trabajadores del sexo. Se mezcla con ellos.

Renuncia a su filiación registral (Frédéric Louis Sauser) para incinerar el pasado. Elige nombre: Blaise Cendrars. En francés la palabra cendres significa cenizas. Un arte (ars) calcinado.
“Lo he derribado todo. He dejado atrás mi vida anterior, todo lo que sé, todo lo que ignoro, mis ideas, mis creencias, mis vulgaridades, mis demencias, mis estupideces, la vida y la muerte”, escribe.
Apollinare le saluda como el mejor poeta del momento.
(...)
Varios adjetivos cuadran con la obra de Cendrars, lo cual implica que también se ajustan a su devenir sobre el mundo. Acaso el más justo sea vertiginoso.

jueves, 28 de mayo de 2015

TLÖN, UQBAR, Orbis TERTIUS - de Jorge Luis Borges



I

Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedia (New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902. El hecho se produjo hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores – a muy pocos lectores – la adivinación de una realidad atroz o banal. Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. Le pregunté el origen de esa memorable sentencia y me contestó que The Anglo-American Cyclopaedia la registraba, en su artículo sobre Uqbar. La quinta (que habíamos alquilado amueblada) poseía un ejemplar de esa obra. En las últimas páginas del volumen XLVI dimos con un artículo sobre Upsala; en las primeras del XLVII, con uno sobre Ural-Altaic Languages, pero ni una palabra sobre Uqbar. Bioy, un poco azorado, interrogó los tomos del índice. Agotó en vano todas las lecciones imaginables: Ukbar, Ucbar, Ookbar, Oukbahr... Antes de irse, me dijo que era una región del Irak o del Asia Menor. Confieso que asentí con alguna incomodidad. Conjeturé que ese país indocumentado y ese heresiarca anónimo eran una ficción improvisada por la modestia de Bioy para justificar una frase. El examen estéril de uno de los atlas de Justus Perthes fortaleció mi duda.
Al día siguiente, Bioy me llamó desde Buenos Aires. Me dijo que tenía a la vista el artículo sobre Uqbar, en el volumen XXVI de la Enciclopedia. No constaba el nombre del heresiarca, pero sí la noticia de su doctrina, formulada en palabras casi idénticas a las repetidas por él, aunque –tal vez– literariamente inferiores. Él había recordado: Copulation and mirrors are abominable. El texto de la Enciclopedia decía: “Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo divulgan”. Le dije, sin faltar a la verdad, que me gustaría ver ese artículo. A los pocos días lo trajo. Lo cual me sorprendió, porque los escrupulosos índices cartográficos de la Erdkunde de Ritter ignoraban con plenitud el nombre de Uqbar.
El volumen que trajo Bioy era efectivamente el XXVI de la Anglo-American Cyclopaedia. En la falsa carátula y en el lomo, la indicación alfabética (Tor-Ups) era la de nuestro ejemplar, pero en vez de 917 páginas constaba de 921. Esas cuatro páginas adicionales comprendían al artículo sobre Uqbar; no previsto (como habrá advertido el lector) por la indicación alfabética. Comprobamos después que no hay otra diferencia entre los volúmenes. Los dos (según creo haber indicado) son reimpresiones de la décima Encyclopaedia Britannica. Bioy había adquirido su ejemplar en uno de tantos remates.
Leímos con algún cuidado el artículo. El pasaje recordado por Bioy era tal vez el único sorprendente. El resto parecía muy verosímil, muy ajustado al tono general de la obra y (como es natural) un poco aburrido. Releyéndolo, descubrimos bajo su rigurosa escritura una fundamental vaguedad. De los catorce nombres que figuraban en la parte geográfica, sólo reconocimos tres –Jorasán, Armenia, Erzerum–, interpolados en el texto de un modo ambiguo. De los nombres históricos, uno solo: el impostor Esmerdis el mago, invocado más bien como una metáfora. La nota parecía precisar las fronteras de Uqbar, pero sus nebulosos puntos de referencias eran ríos y cráteres y cadenas de esa misma región. Leímos, verbigracia, que las tierras bajas de Tsai Jaldún y el delta del Axa definen la frontera del sur y que en las islas de ese delta procrean los caballos salvajes. Eso, al principio de la página 918. En la sección histórica (página 920) supimos que a raíz de las persecuciones religiosas del siglo XIII, los ortodoxos buscaron amparo en las islas, donde perduran todavía sus obeliscos y donde no es raro exhumar sus espejos de piedra. La sección idioma y literatura era breve. Un solo rasgo memorable: anotaba que la literatura de Uqbar era de carácter fantástico y que sus epopeyas y sus leyendas no se referían jamás a la realidad, sino a las dos regiones imaginarias de Mlejnas y de Tlön... La bibliografía enumeraba cuatro volúmenes que no hemos encontrado hasta ahora, aunque el tercero -Silas Haslam: History of the Land Called Uqbar, 1874- figura en los catálogos de librería de Bernard Quaritch[1] . El primero, Lesbare und lesenswerthe Benerkungen über das Land Ukkbar in Klein-Asien, data de 1641 y es obra de Johannes Valentinus Andreä. El hecho es significativo; un par de años después, di con ese nombre en las inesperadas páginas de De Quincey (Writings, decimotercer volumen) y supe que era el de un teólogo alemán que a principios del siglo XVII describió la imaginaria comunidad de la Rosa-Cruz -que otros luego fundaron, a imitación de lo prefigurado por él.
Esa noche visitamos la Biblioteca Nacional. En vano fatigamos atlas, catálogos, anuarios de sociedades geográficas, memorias de viajeros e historiadores: nadie había estado nunca en Uqbar. El índice general de la enciclopedia de Bioy tampoco registraba ese nombre. Al día siguiente, Carlos Mastronardi (a quien yo había referido el asunto) advirtió en una librería de Corrientes y Talcahuano los negros y dorados lomos de la Anglo-American Cyclopaedia... Entró e interrogó el volumen XXVI. Naturalmente, no dio con el menor indicio de Uqbar.
Puerta de Uqbar en El Archivista



II


Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles del Sur, persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos. En vida padeció de irrealidad, como tantos ingleses; muerto, no es siquiera el fantasma que ya era entonces. Era alto y desganado y su cansada barba rectangular había sido roja. Entiendo que era viudo, sin hijos. Cada tantos años iba a Inglaterra: a visitar (juzgo por unas fotografías que nos mostró) un reloj de sol y unos robles. Mi padre había estrechado con él (el verbo es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo. Solían ejercer un intercambio de libros y de periódicos; solían batirse al ajedrez, taciturnamente... Lo recuerdo en el corredor del hotel, con un libro de matemáticas en la mano, mirando a veces los colores irrecuperables del cielo. Una tarde, hablamos del sistema duodecimal de numeraron (en el que doce se escribe 10). Ashe dijo que precisamente estaba trasladando no sé qué tablas duodecimales a sexagesimales (en las que sesenta se escribe 10). Agregó que ese trabajo le había sido encargado por un noruego: en Río Grande do Sul. Ocho años que lo conocíamos y no había mencionado nunca su estadía en esa región... Hablamos de vida pastoril, de capangas. de la etimología brasilera de la palabra gaucho (que algunos viejos orientales todavía pronuncian gaúcho) y nada más se dijo –Dios me perdone– de funciones duodecimales. En setiembre de 1937 (no estábamos nosotros en el hotel) Herbert Ashe murió de la rotura de un aneurisma. Días antes, había recibido del Brasil un paquete sellado y certificado. Era un libro en octavo mayor. Ashe lo dejó en el bar, donde – meses después – lo encontré. Me puse a hojearlo y sentí un vértigo asombrado y ligero que no describiré, porque ésta no es la historia de mis emociones sino de Uqbar y Tlön y Orbis Tertius. En una noche del Islam que se llama la Noche de las Noches se abren de par en par las secretas puertas del cielo y es más dulce el agua en los cántaros; si esas puertas se abrieran, no sentiría lo que en esa tarde sentí. El libro estaba redactado en inglés y lo integraban 1001 páginas. En el amarillo lomo de cuero leí estas curiosas palabras que la falsa carátula repetía: A First Encyclopaedia of Tlön. Vol. XI. Hlaer to Jangr. No había indicación de fecha ni de lugar. En la primera página y en una hoja de papel de seda que cubría una de las láminas en colores había estampado un óvalo azul con esta inscripción: Orbis Tertius. Hacía dos años que yo había descubierto en un tomo de cierta enciclopedia práctica una somera descripción de un falso país; ahora me deparaba el azar algo más precioso y más arduo. Ahora tenía en las manos un vasto fragmento metódico de la historia total de un planeta desconocido, con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia teológica y metafísica. Todo ello articulado, coherente, sin visible propósito doctrinal o tono paródico.
En el "onceno tomo" de que hablo hay alusiones a tomos ulteriores y precedentes. Néstor Ibarra, en un artículo ya clásico de la N. R F., ha negado que existen esos aláteres; Ezequiel Martínez Estrada y Drieu La Rochelle han refutado, quizá victoriosamente, esa duda. El hecho es que hasta ahora las pesquisas más diligentes han sido estériles. En vano hemos desordenado las bibliotecas de las dos Américas y de Europa. Alfonso Reyes, harto de esas fatigas subalternas de índole policial, propone que entre todos acometamos la obra de reconstruir los muchos y macizos tomos que faltan: ex ungue leonem. Calcula, entre veras y burlas, que una generación de tlönistas puede bastar. Ese arriesgado cómputo nos retrae al problema fundamental: ¿Quiénes inventaron a Tlön? El plural es inevitable, porque la hipótesis de un solo inventor –de un infinito Leibniz obrando en la tiniebla y en la modestia– ha sido descartada unánimemente. Se conjetura que este brave new world es obra de una sociedad secreta de astrónomos, de biólogos, de ingenieros, de metafísicos, de poetas, de químicos, de algebristas, de moralistas, de pintores, de geómetras... dirigidos por un oscuro hombre de genio. Abundan individuos que dominan esas disciplinas diversas, pero no los capaces de invención y menos los capaces de subordinar la invención a un riguroso plan sistemático. Ese plan es tan vasto que la contribución de cada escritor es infinitesimal. Al principio se creyó que Tlön era un mero caos, una irresponsable licencia de la imaginación; ahora se sabe que es un cosmos y las íntimas leves que lo rigen han sido formuladas, siquiera en modo provisional. Básteme recordar que las contradicciones aparentes del Onceno Tomo son la piedra fundamental de la prueba de que existen los otros: tan lúcido y tan justo es el orden que se ha observado en él. Las revistas populares han divulgado, con perdonable exceso, la zoología v la topografía de Tlön; yo pienso que sus tigres transparentes y sus torres de sangre no merecen, tal vez, la continua atención de todos los hombres. Yo me atrevo a pedir unos minutos para su concepto del universo.
Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no admiten la menor réplica y no causan la menor convicción. Ese dictamen es del todo verídico en su aplicación a la tierra; del todo falso en Tlön. Las naciones de ese planeta son – congénitamente – idealistas. Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje – la religión, las letras, la metafísica – presuponen el idealismo. El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal, no espacial. No hay sustantivos en el conjetural Ursprache de Tlön, de la que proceden los idiomas “actuales” y los dialectos: hay verbos impersonales, calificados por sufijos (o prefijos) monosilábicos de valor adverbial. Por ejemplo: no hay palabra que corresponda a la palabra luna, pero hay un verbo que sería en español lunecer o lunar. Surgió la luna sobre el río se dice hlör u fang axaxaxas mlö o sea en su orden: hacia arriba (upward) detrás duradero-fluir luneció. (Xul Solar traduce con brevedad: upa tras perfluyue lunó. Upward, bebind the onstreaming it mooned.)
Lo anterior se refiere a los idiomas del hemisferio austral. En los del hemisferio boreal (de cuya Ursprache hay muy pocos datos en el Onceno Tomo) la célula primordial no es el verbo, sino el adjetivo monosilábico. El sustantivo se forma por acumulación de adjetivos. No se dice luna: se dice aéreo-claro sobre oscuro-redondo o anaranjado-tenue del cielo o cualquier otra agregación. En el caso elegido la masa de adjetivos corresponde a un objeto real; el hecho es puramente fortuito. En la literatura de este hemisferio (como en el mundo subsistente de Meinong) abundan los objetos ideales, convocados y disueltos en un momento, según las necesidades poéticas. Los determina, a veces, la mera simultaneidad. Hay objetos compuestos de dos términos, uno de carácter visual y otro auditivo: el color del naciente y el remoto grito de un pájaro. Los hay de muchos: el sol y el agua contra el pecho del nadador, el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados, la sensación de quien se deja llevar por un río y también por el sueño. Esos objetos de segundo grado pueden combinarse con otros; el proceso, mediante ciertas abreviaturas, es prácticamente infinito. Hay poemas famosos compuestos de una sola enorme palabra. Esta palabra integra un objeto poético creado por el autor. El hecho de que nadie crea en la realidad de los sustantivos hace, paradójicamente, que sea interminable su número. Los idiomas del hemisferio boreal de Tlön poseen todos los nombres de las lenguas indoeuropeas – y otros muchos más.
Magritte  -Le double secret-

No es exagerado afirmar que la cultura clásica de Tlön comprende una sola disciplina: la psicología. Las otras están subordinadas a ella. He dicho que los hombres de ese planeta conciben el universo como una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo. Spinoza atribuye a su inagotable divinidad los atributos de la extensión y del pensamiento; nadie comprendería en Tlön la yuxtaposición del primero (que sólo es típico de ciertos estados) y del segundo –que es un sinónimo perfecto del cosmos–. Dicho sea con otras palabras: no conciben que lo espacial perdure en el tiempo. La percepción de una humareda en el horizonte y después del campo incendiado y después del cigarro a medio apagar que produjo la quemazón es considerada un ejemplo de asociación de ideas.
Este monismo o idealismo total invalida la ciencia. Explicar (o juzgar) un hecho es unirlo a otro; esa vinculación, en Tlön, es un estado posterior del sujeto, que no puede afectar o iluminar el estado anterior. Todo estado mental es irreductible: el mero hecho de nombrarlo – id est, de clasificarlo – importa un falseo. De ello cabría deducir que no hay ciencias en Tlön – ni siquiera razonamientos. La paradójica verdad es que existen, en casi innumerable número. Con las filosofías acontece lo que acontece con los sustantivos en el hemisferio boreal. El hecho de que toda filosofía sea de antemano un juego dialéctico, una Philosophie des Als Ob, ha contribuido a multiplicarlas. Abundan los sistemas increíbles, pero de arquitectura agradable o de tipo sensacional. Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos. Hasta la frase “todos los aspectos” es rechazable, porque supone la imposible adición del instante presente y de los pretéritos. Tampoco es lícito el plural “los pretéritos”, porque supone otra operación imposible... Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente[2].Otra escuela declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra, que la historia del universo –y en ellas nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas– es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con un demonio. Otra, que el universo es comparable a esas criptografías en las que no valen todos los símbolos y que sólo es verdad lo que sucede cada trescientas noches. Otra, que mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres.

Entre las doctrinas de Tlön, ninguna ha merecido tanto escándalo como el materialismo. Algunos pensadores lo han formulado, con menos claridad que fervor, como quien adelanta una paradoja. Para facilitar el entendimiento de esa tesis inconcebible, un heresiarca del undécimo siglo[3] ideó el sofisma de las nueve monedas de cobre, cuyo renombre escandaloso equivale en Tlön al de las aporías eleáticas. De ese “razonamiento especioso” hay muchas versiones, que varían el número de monedas y el número de hallazgos; he aquí la más común:
El martes, X atraviesa un camino desierto y pierde nueve monedas de cobre. El jueves, Y encuentra en el camino cuatro monedas, algo herrumbradas por la lluvia del miércoles. El viernes, Z descubre tres monedas en el camino. El viernes de mañana, X encuentra dos monedas en el corredor de su casa. El heresiarca quería deducir de esa historia la realidad –id est la continuidad – de las nueve monedas recuperadas. Es absurdo(afirmaba) imaginar que cuatro de las monedas no han existido entre el martes y el jueves, tres entre el martes y la tarde del viernes, dos entre el martes y la madrugada del viernes Es lógico pensar que han existido –siquiera de algún modo secreto, de comprensión vedada a los hombres– en todos los momentos de esos tres plazos.
El lenguaje de Tlön se resistía a formular esa paradoja, los más no la entendieron Los defensores del sentido común se limitaron, al principio, a negar la veracidad de la anécdota Repitieron que era una falacia verbal, basada en el empleo temerario de dos voces neológicas, no autorizadas por el uso y ajenas a todo pensamiento severo: los verbos encontrar y perder, que comportan una petición de principio, porque presuponen la identidad de las nueve primeras monedas y de las últimas. Recordaron que todo sustantivo (hombre, moneda, jueves, miércoles, lluvia) sólo tiene un valor metafórico. Denunciaron la pérfida circunstancia algo herrumbradas por la lluvia del miércoles, que presupone lo que se trata de demostrar: la persistencia de las cuatro monedas, entre el jueves y el martes. Explicaron que una cosa es igualdad y otra identidad y formularon una especie de reductio ad absurdum, o sea el caso hipotético de nueve hombres que en nueve sucesivas noches padecen un vivo dolor. ¿No sería ridículo – interrogaron – pretender que ese dolor, es el mismo?[4]. Dijeron que al heresiarca no lo movía sino el blasfematorio propósito de atribuir la divina categoría de ser a unas simples monedas y que a veces negaba la pluralidad y otras no. Argumentaron: si la igualdad comporta la identidad, habría que admitir asimismo que las nueve monedas son una sola.
Increíblemente, esas refutaciones no resultaron definitivas. A los cien años de enunciado el problema, un pensador no menos brillante que el heresiarca pero de tradición ortodoxa, formuló una hipótesis muy audaz. Esa conjetura feliz afirma que hay un solo sujeto, que ese sujeto indivisible es cada uno de los seres del universo y que éstos son los órganos y máscaras de la divinidad. X es Y y es Z. Z descubre tres monedas porque recuerda que se le perdieron a X; X encuentra dos en el corredor porque recuerda que han sido recuperadas las otras... El Onceno Tomo deja entender que tres razones capitales determinaron la victoria total de ese panteísmo idealista. La primera, el repudio del solipsismo; la segunda, la posibilidad de conservar la base psicológica de las ciencias; la tercera, la posibilidad de conservar el culto de los dioses. Schopenhauer (el apasionado y lúcido Schopenhauer) formula una doctrina muy parecida en el primer volumen de Parerga und Paralipomena.
La geometría de Tlön comprende dos disciplinas algo distintas: la visual y la táctil. La última corresponde a la nuestra y la subordinan a la primera. La base de la geometría visual es la superficie, no el punto. Esta geometría desconoce las paralelas y declara que el hombre que se desplaza modifica las formas que lo circundan. La base de su aritmética es la noción de números indefinidos. Acentúan la importancia de los conceptos de mayor y menor, que nuestros matemáticos simbolizan por > y por <. Afirman que la operación de contar modifica las cantidades y las convierte de indefinidas en definidas. El hecho de que varios individuos que cuentan una misma cantidad logran un resultado igual, es para los psicólogos un ejemplo de asociación de ideas o de buen ejercicio de la memoria. Ya sabemos que en Tlön el sujeto del conocimiento es uno y eterno.
Escultura de Medardo Rosso

En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo. La crítica suele inventar autores: elige dos obras disímiles –el Tao Te King y las 1001 Noches, digamos–, las atribuye a un mismo escritor y luego determina con probidad la psicología de ese interesante homme de lettres...
También son distintos los libros. Los de ficción abarcan un solo argumento, con todas las permutaciones imaginables. Los de naturaleza filosófica invariablemente contienen la tesis y la antítesis, el riguroso pro y el contra de una doctrina. Un libro que no encierra su contralibro es considerado incompleto.
Siglos y siglos de idealismo no han dejado de influir en la realidad. No es infrecuente, en las regiones más antiguas de Tlön, la duplicación de objetos perdidos. Dos personas buscan un lápiz; la primera lo encuentra y no dice nada; la segunda encuentra un segundo lápiz no menos real, pero más ajustado a su expectativa. Esos objetos secundarios se llaman hrönir y son, aunque de forma desairada, un poco más largos. Hasta hace poco los hrönir fueron hijos casuales de la distracción y el olvido. Parece mentira que su metódica producción cuente apenas cien años, pero así lo declara el Onceno Tomo. Los primeros intentos fueron estériles. El modus operandi, sin embargo, merece recordación. El director de una de las cárceles del estado comunicó a los presos que en el antiguo lecho de un río había ciertos sepulcros y prometió la libertad a quienes trajeran un hallazgo importante. Durante los meses que precedieron a la excavación les mostraron láminas fotográficas de lo que iban a hallar. Ese primer intento probó que la esperanza y la avidez pueden inhibir; una semana de trabajo con la pala y el pico no logró exhumar otro hrön que una rueda herrumbrada, de fecha posterior al experimento. Éste se mantuvo secreto y se repitió después en cuatro colegios. En tres fue casi total el fracaso; en el cuarto (cuyo director murió casualmente durante las primeras excavaciones) los discípulos exhumaron – o produjeron – una máscara de oro, una espada arcaica, dos o tres ánforas de barro y el verdinoso y mutilado torso de un rey con una inscripción en el pecho que no se ha logrado aún descifrar. Así se descubrió la improcedencia de testigos que conocieran la naturaleza experimental de la busca... Las investigaciones en masa producen objetos contradictorios; ahora se prefiere los trabajos individuales y casi improvisados. La metódica elaboración de hrönir (dice el Onceno Tomo) ha prestado servicios prodigiosos a los arqueólogos. Ha permitido interrogar y hasta modificar el pasado, que ahora no es menos plástico y menos dócil que el porvenir. Hecho curioso: los hrönir de segundo y de tercer grado –los hrönir derivados de otro hrön, los hrönir derivados del hrön de un hrön– exageran las aberraciones del inicial; los de quinto son casi uniformes; los de noveno se confunden con los de segundo; en los de undécimo hay una pureza de líneas que los originales no tienen. El proceso es periódico: el hrön de duodécimo grado ya empieza a decaer. Más extraño y más puro que todo hrön es a veces el ur: la cosa producida por sugestión, el objeto educido por la esperanza. La gran máscara de oro que he mencionado es un ilustre ejemplo.
Las cosas se duplican en Tlön; propenden asimismo a borrarse y a perder los detalles cuando los olvida la gente. Es clásico el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro.


Salto Oriental, 1940.




Posdata de 1947. Reproduzco el artículo anterior tal como apareció en la Antología de la literatura fantástica, 1940 sin otra escisión que algunas metáforas y que una especie de resumen burlón que ahora resulta frívolo. Han ocurrido tantas cosas desde esa fecha... Me limitaré a recordarlas.
En marzo de 1941 se descubrió una carta manuscrita de Gunnar Erfjord en un libro de Hinton que había sido de Herbert Ashe. El sobre tenía el sello postal de Ouro Preto, la carta elucidaba enteramente el misterio de Tlön. Su texto corrobora las hipótesis de Martínez Estrada. A principios del siglo XVII, en una noche de Lucerna o de Londres, empezó la espléndida historia. Una sociedad secreta y benévola (que entre sus afiliados tuvo a Dalgarno y después a George Berkeley) surgió para inventar un país. En el vago programa inicial figuraban los “estudios herméticos”, la filantropía y la cábala. De esa primera época data el curioso libro de Andreä. Al cabo de unos años de conciliábulos y de síntesis prematuras comprendieron que una generación no bastaba para articular un país. Resolvieron que cada uno de los maestros que la integraban eligiera un discípulo para la continuación de la obra. Esa disposición hereditaria prevaleció; después de un hiato de dos siglos la perseguida fraternidad resurge en América. Hacia 1824, en Memphis (Tennessee) uno de los afiliados conversa con el ascético millonario Ezra Buckley. Éste lo deja hablar con algún desdén –y se ríe de la modestia del proyecto. Le dice que en América es absurdo inventar un país y le propone la invención de un planeta. A esa gigantesca idea añade otra, hija de su nihilismo[5]: la de guardar en el silencio la empresa enorme. Circulaban entonces los veinte tomos de la Encyclopaedia Britannica; Buckley sugiere una enciclopedia metódica del planeta ilusorio. Les dejará sus cordilleras auríferas, sus ríos navegables, sus praderas holladas por el toro y por el bisonte, sus negros, sus prostíbulos y sus dólares, bajo una condición: “La obra no pactará con el impostor Jesucristo.” Buckley descree de Dios, pero quiere demostrar al Dios no existente que los hombres mortales son capaces de concebir un mundo. Buckley es envenenado en Baton Rouge en 1828; en 1914 la sociedad remite a sus colaboradores, que son trescientos, el volumen final de la Primera Enciclopedia de Tlön. La edición es secreta: los cuarenta volúmenes que comprende (la obra más vasta que han acometido los hombres) serían la base de otra más minuciosa, redactada no ya en inglés, sino en alguna de las lenguas de Tlön. Esa revisión de un mundo ilusorio se llama provisoriamente Orbis Tertius y uno de sus modestos demiurgos fue Herbert Ashe, no sé si como agente de Gunnar Erfjord o como afiliado. Su recepción de un ejemplar del Onceno Tomo parece favorecer lo segundo. Pero ¿y los otros? Hacia 1942 arreciaron los hechos. Recuerdo con singular nitidez uno de los primeros y me parece que algo sentí de su carácter premonitorio. Ocurrió en un departamento de la calle Laprida, frente a un claro y alto balcón que miraba el ocaso. La princesa de Faucigny Lucinge había recibido de Poitiers su vajilla de plata. Del vasto fondo de un cajón rubricado de sellos internacionales iban saliendo finas cosas inmóviles: platería de Utrecht y de París con dura fauna heráldica, un samovar. Entre ellas –con un perceptible y tenue temblor de pájaro dormido– latía misteriosamente una brújula. La princesa no la reconoció. La aguja azul anhelaba el norte magnético; la caja de metal era cóncava; las letras de la esfera correspondían a uno de los alfabetos de Tlön. Tal fue la primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real. Un azar que me inquieta hizo que yo también fuera testigo de la segunda. Ocurrió unos meses después, en la pulpería de un brasilero, en la Cuchilla Negra. Amorim y yo regresábamos de Sant’Anna. Una creciente del río Tacuarembó nos obligó a probar (y a sobrellevar) esa rudimentaria hospitalidad. El pulpero nos acomodó unos catres crujientes en una pieza grande, entorpecida de barriles y cueros. Nos acostamos, pero no nos dejó dormir hasta el alba la borrachera de un vecino invisible, que alternaba denuestos inextricables con rachas de milongas – más bien con rachas de una sola milonga. Como es de suponer, atribuimos a la fogosa caña del patrón ese griterío insistente... A la madrugada, el hombre estaba muerto en el corredor. La aspereza de la voz nos había engañado: era un muchacho joven. En el delirio se le habían caído del tirador unas cuantas monedas y un cono de metal reluciente, del diámetro de un dado. En vano un chico trató de recoger ese cono. Un hombre apenas acertó a levantarlo. Yo lo tuve en la palma de la mano algunos minutos: recuerdo que su peso era intolerable y que después de retirado el cono, la opresión perduró. También recuerdo el círculo preciso que me grabó en la carne. Esa evidencia de un objeto muy chico y a la vez pesadísimo dejaba una impresión desagradable de asco y de miedo. Un paisano propuso que lo tiraran al río correntoso; Amorim lo adquirió mediante unos pesos. Nadie sabía nada del muerto, salvo “que venía de la frontera”. Esos conos pequeños y muy pesados (hechos de un metal que no es de este mundo) son imagen de la divinidad, en ciertas religiones de Tlön.
Aquí doy término a la parte personal de mi narración. Lo demás está en la memoria (cuando no en la esperanza o en el temor) de todos mis lectores. Básteme recordar o mencionar los hechos subsiguientes, con una mera brevedad de palabras que el cóncavo recuerdo general enriquecerá o ampliará. Hacia 1944 un investigador del diario The American (de Nashville, Tennessee) exhumó en una biblioteca de Memphis los cuarenta volúmenes de la Primera Enciclopedia de Tlön. Hasta el día de hoy se discute si ese descubrimiento fue casual o si lo consintieron los directores del todavía nebuloso Orbis Tertius. Es verosímil lo segundo. Algunos rasgos increíbles del Onceno Tomo (verbigracia, la multiplicación de los hrönir) han sido eliminados o atenuados en el ejemplar de Memphis; es razonable imaginar que esas tachaduras obedecen al plan de exhibir un mundo que no sea demasiado incompatible con el mundo real. La diseminación de objetos de Tlön en diversos países complementaría ese plan...[6] El hecho es que la prensa internacional voceó infinitamente el “hallazgo”. Manuales, antologías, resúmenes, versiones literales, reimpresiones autorizadas y reimpresiones piráticas de la Obra Mayor de los Hombres abarrotaron y siguen abarrotando la tierra. Casi inmediatamente, la realidad cedió en más de un punto. Lo cierto es que anhelaba ceder. Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden –el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo– para embelesar a los hombres. ¿Cómo no someterse a Tlön, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta ordenado? Inútil responder que la realidad también está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo a leves divinas –traduzco: a leyes inhumanas– que no acabamos nunca de percibir. Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres.
El contacto y el hábito de Tlön han desintegrado este mundo. Encantada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles. Ya ha penetrado en las escuelas el (conjetural), “idioma primitivo” de Tlön; ya la enseñanza de su historia armoniosa (y llena de episodios conmovedores') ha obliterado a la que presidió mi niñez; ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio do otro, del que nada sabemos con certidumbre –ni siquiera que es falso-. Han sido reformadas la numismática, la farmacología y la arqueología. Entiendo que la biología y las matemáticas aguardan también su avatar... Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue. Si nuestras previsiones no erran, de aquí cien años alguien descubrirá los cien tomos de la Segunda Enciclopedia de Tlön.
Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo será Tlön. Yo no hago caso, yo sigo revisando en los quietos días del hotel de Adrogué una indecisa traducción quevediana (que no pienso dar a la imprenta) del Urn Burial de Browne.



[1] Haslam ha publicado también A General History of Labyrinths.
[2] Russell (The Analysis of Mind, 1921, página 159) supone que el planeta ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que “recuerda” un pasado ilusorio.
[3] Siglo, de acuerdo con el sistema duodecimal, significa un período de ciento cuarenta y cuatro años.
[4] En el día de hoy, una de las iglesias de Tlön sostiene platónicamente que tal dolor, que tal matiz verdoso del amarillo, que tal temperatura, que tal sonido, son la única realidad. Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare.
[5] Buckley era librepensador, fatalista y defensor de la esclavitud.
[6] Queda, naturalmente, el problema de la materia de algunos objetos.







Jorge Luis Borges

(1899–1986)



Tlön, Uqbar, Orbis Tertius pertenece al libro (El jardín de senderos que se bifurcan (1941;  Ficciones, 1944)

miércoles, 27 de mayo de 2015

BESTIAS del SUR SALVAJE - de Benh Zeitlin

Beats of the Southern Wild
EEUU -2012-










Realidad mítica.-
Rudimentaria película que, sobre los escombros de un campamento arrabalero, consigue crear una extraña magia. La cinta tiene una apariencia primitiva, ingenua. No parece que pretenda más que mostrar, sin mayores pretensiones, la vida de unos seres desahuciados; pero poco a poco su pujante verdad nos irá ganando y el mundo, a la vez mágico y terrible, de la pequeña Hushspuppy (Quvenzhanés Wallis, 6 años en el rodaje), se quedará prendido en nuestro corazón.

La historia se centra en la epopeya de esta pequeña que vive en una zona pantanosa de las afueras de Nueva Orleans, lo que ellos denominan "La Bañera". Ha sido educada en la comprensión y aceptación de la naturaleza, pero deberá enfrentarse a dos retos mayúsculos, una tormenta que anegará su comunidad y el cáncer que carcome a su padre. 

Hay una distancia enorme entre las imágenes, aparentemente desaliñadas -cámara en mano-, del estercolero donde sobrevive este grupo de indigentes, y la poesía que irradia esta historia conducida por Hushpuppy.

La pequeña protagonista destila candidez e inocencia por cada poro. Es capaz de encontrar el fulgor más íntimo de la vida viviendo en un sumidero y logra trasladarnos la insondable soledad del ser humano a través de una fantasía bien elocuente. 

Llama poderosamente la atención que esa fantasía se nos haga llegar a través de unas imágenes de estilo documental, con grano, iluminación naturalista y actores no profesionales; pero ese contraste es el que nos obliga a ser más plenamente conscientes de lo que se nos está contando. 

Uno de los temas de la película es la civilización vista como una máquina agresiva y voraz para con las personas y la naturaleza. Otro es el desgarro de la vida y el ansia de libertad. La pantalla refleja una especie de apocalipsis (trasunto del huracán Katrina) de nuestra civilización cuando la tormenta eleva las aguas y arrasa las infraviviendas donde vive este grupo, en el extrarradio de Nueva Orleans.

Por encima de todas las calamidades pujará la esperanza indesmayable de esta pequeña narradora y la tozudez de este grupo de seres marginales que sobrevive irreductible a la civilización. El ecosistema de esta comunidad es otro de los atractivos de la película. Un grupo extenuado y anárquico que se nutre de su entorno natural y entre cuyas veleidades (bien regadas de alcohol) se advierte incluso una particular cosmogonía.

La niña se intentará explicar este mundo virulento y hostil a través de fantasías y metáforas. La inundación, por ejemplo, cobrará la forma de los monstruosos uros a los que Hushpuppy se enfrentará en una imagen memorable.














Otra secuencia mágica y terrible es la del sueño del más allá, cuando las niñas buscan la salvación lanzándose al mar para ir hacia un destello que se ve en el horizonte. Una barcaza iluminada que esconde una nueva pesadilla.

Resulta entrañable el ansia de trascendencia y la armonía con el universo que manifiesta esta niña en medio del albañal.

       Cuando todo se calma detrás de mis ojos
       veo lo que me hace ser
       volando por ahí en trozos invisibles.
       Si me fijo mucho desaparecen,
       pero cuando todo está tranquilo,
       veo que están aquí.
       Veo que soy un trocito
       de un enorme, enorme universo
       ...y eso hace que todo esté bien.

       Cuando muera, 
       los científicos del futuro lo descubrirán todo. 
       Sabrán que una vez existió una Hushpuppy 
       y que vivía con su padre en La Bañera.

domingo, 24 de mayo de 2015

Corn ISLAND - de George Ovashvili










Los ciclos de la vida, la relación entre el hombre y la naturaleza, el paso del tiempo y la abrumadora belleza de lo inevitable. De eso va esta película cadenciosa  y fascinante.

Cada primavera llegan las crecidas del río Enguri, frontera entre Georgia y la república de Abjasia. Las aguas llegan cargadas de lodo procedente del deshielo hasta las tierras baldías de Kolkheti. El aluvión crea pequeñas islas que, antes de volver a desaparecer se constituyen en refugios para la vida silvestre y hasta para el hombre. 

En plena guerra un viejo granjero y su nieta se asientan en una de estas islas, construyen una cabaña y siembran maíz. El maíz madura y la nieta florece (es todo un síntoma la imagen de la niña abandonando la muñeca al llegar a la isla). El anciano se enfrenta al ciclo ineludible de la vida. 
La historia recorre una sola temporada desde la siembra a la cosecha y en ella asistimos al trabajo heroico, al abandono de la adolescencia, al sinsentido de la guerra y al sentimiento de pérdida. 

La isla es un personaje más, el tercero, porque también nace, prospera y sucumbe; pero también porque es un microcosmos de este mundo inhóspito e indiferente para con el ser humano.  

"Uno de los principales personajes es la naturaleza. Es, obviamente, parte de nuestras vidas. Por otro lado tenemos la guerra, cómo se matan unos a otros. Estas dos ideas las llevamos al público en forma de interrogación." declaraba el director en una entrevista.

Efectivamente el telón de fondo de esta historia es la guerra independentista de Abjasia contra Georgia entre 1992 y 93 en el Cáucaso; pero no deja de ser un sonido más en una cinta cuya banda sonora es la naturaleza más que los diálogos. Apenas unas pocas frases escuchamos en la cinta incluyendo esta pregunta de la nieta: "¿A quién pertenece esta isla?". Cuestión que el abuelo resuelve en términos más esenciales que políticos: "A su creador".

Corn Island es como un fresco arrancado a la naturaleza para poder contemplar la supervivencia y la transición. Su realización es prácticamente un documental antropológico que registra, con todo lujo de detalles, el heroísmo cotidiano de un hombre en un entorno natural extremo: pisar la isla, apreciarla, construir la cabaña, preparar el sembrado, esparcir la simiente... No puedo dejar de recordar la figura de Robert Flaherty, el pionero documentalista que ya en el estreno de Nanook, el esquimal, en 1922, expuso la idea de que quería "mostrar el antiguo carácter majestuoso de estas personas mientras ello sea posible". Casi un siglo más tarde sigue muy viva la lucha por la supervivencia.

En el sentido de los ciclos naturales, también me viene a la retina la maravillosa Primavera, verano, otoño, invierno...y Primavera de Kim Ki-duk . Escenario natural y único, y la existencia rotando a través del aprendizaje, el despertar sexual y la muerte.  

Apenas hay diálogos en esta hermosa película rodada en 35 mm (algo inusual hoy) y que en pantalla luce en todo su esplendor: paisaje, pájaros, rostros, miradas... La imagen se impone con toda su fuerza.
Ovashvili lanza una honda mirada hacia un trabajo abrumador y el resultado es un relato transido de profundo humanismo, hermosísimas imágenes y un ritmo dinámico -unido al de la naturaleza- a pesar del ambiente único donde se desarrolla.






GEORGE OVASHVILI se graduó en el Departamento de Cine y Teatro del Instituto Estatal de Georgia en 1996. También estudió en la Academia de Cine de Nueva York y en Universal Studios en Hollywood en 2006. Su debut cinematográfico Gagma napiri / The Other Bank (2009) se proyectó en ochenta festivales internacionales y ganó más de cincuenta premios internacionales. Corn Island (2014) es su segundo largometraje. La academia del cine de Georgia la seleccionó para representar al país en los Oscar 2015. Se da la curiosa circunstancia, de que compitió por la estatuilla contra “Mandarinas”, una producción estonia dirigida por el también georgiano Zaza Urushadze. Ambas comparten tema y geografía.

miércoles, 20 de mayo de 2015

El Gran MEAULNES - de Alain Fournier









En este maravilloso libro está contenida la magia de la adolescencia enfrentada al misterio de lo desconocido: el descubrimiento del amor y de esa etapa adulta que excita y atemoriza por igual.

El gran Meaulnes es una novela de iniciación y de exaltación. En sus páginas se convoca al amor absoluto. Alain Fournier intentó transmitir "le merveilleux pouvoir de sentir", según escribió a su amigo y cuñado Jacques Rivière.

El palo mayor de este velero es Augustin Meaulnes, un joven grandullón, silencioso y decidido, que se impone sin violencia gracias a su carisma. Por sí mismo producirá un intenso campo gravitatorio alrededor del cual girará todo; el joven François Seurel, fascinado admirador que ejerce de narrador, y el microcosmos entero de un pueblecito francés de finales del siglo XIX: la escuela, los juegos, las escapadas... 

La segunda estrella que brilla en la narración es el Dominio Misterioso, un lugar donde todo es posible, un caserón engalanado de fiesta y sugestión, donde arriba Meaulnes tras un día extraviado por montes y arboledas. Un territorio colmado de promesas -como un Camelot idílico- que marcará de forma indeleble al protagonista. Llegará como un guerrero cansado y harapiento y desde el primer momento reconocerá aquello que se convertirá en su Grial.
"En un recodo del bosque desembocaba, entre dos postes blancos, una avenida por la que se metió Meaulnes. Dio algunos pasos y se paró, todo sorprendido y turbado por una emoción inexplicable. Sin embargo, seguía con el mismo paso fatigado, el viento helado le agrietaba los labios, casi la ahogaba, pero le entró una alegría extraordinaria y casi embriagadora, la certeza de que había conseguido su meta y que ya sólo le esperaba la felicidad." pág 63
La tercera estrella es el atormentado Frantz, un romántico impenitente que huye de la fiesta en el Dominio por causa de amores contrariados.
(Acuarela de  Jean-Michel Skoric) 

Se trata, sin duda, de un libro cargado de emociones, capaz de agitar y suplantar tus propios recuerdos y sensaciones de una forma prodigiosa. En él se cifra una constante exaltación de la aventura y el amor.

El relato tiene un aire onírico y de encantamiento que nos atrapa y con el que es imposible no empatizar. Al contarnos sus recuerdos, Seurel lo impregna todo de una agridulce melancolía. El libro está jalonado por agudos contrastes. El anhelo del ideal enfrentado a la amenaza de la realidad, el dolor de la pérdida al gozo del amor y la amistad. La misma casona de las Sablonnières albergará alternativamente el ensueño y la desgracia. La inocencia de estos adolescentes contrasta enormemente con la intensidad de sus emociones y la firmeza de sus promesas. Resulta conmovedora la pasión con que Meaulnes sacrifica su felicidad  por el compromiso adquirido con Frantz.  Como dice J. M. Valverde en el prólogo:
"Al final la tragedia queda vibrando, abierta: un sueño de la adolescencia, un momento alucinado, un encuentro, la entrada en un caserón que parece hechizado, pueden trastornar toda una vida, dejando una herida de nostalgia que no se cerrará nunca, ni aún con el hallazgo del ser amado y buscado."
Meaulnes aparece como el hombre íntegro, dispuesto a sacrificar todo en la búsqueda de su amor o por una promesa de amistad. En Frantz está personificada la fantasía, el amor romántico y loco que todo lo trastorna. Ivonne de Galais es la mujer ideal y soñada. François Seurel, como narrador, siempre está en el umbral. Los demás lo trapasan y corren aventuras, pero no él. En el reencuentro ejercerá de notario y, hallada Ivonne, para él sólo quedará un amor platónico.
Château de Cornancay

La novela se divide en tres partes. La primera es idílica, refiere la llegada de Meaulnes y el descubrimiento del Dominio. La segunda prueba la frustración de la pérdida del paraíso. En la tercera Seurel encuentra a Ivonne y al Dominio; pero ya nada es lo mismo. La vida ha emborronado el camino. 

La acción se concentra en sólo tres años, el umbral que conduce de la adolescencia a la primera juventud. 

También Frantz tenía un Dominio propio. Una casa en medio del campo donde jugaba a vivir y a ser un hombre. Esa es la expectativa del libro. Juguemos a ser hombres: fracasemos y triunfemos. Probemos los elixires de la vida, tanto el dolor como la pasión resultan embriagadores.

Incluyendo momentos de una felicidad insuperable, el libro está atravesado por la nostalgia y la sensación trágica de pérdida. El Dominio fue una noche mágica que acabará pesando como una losa. La boda de Meaulnes será una tragedia para Ivonne. El amor exacerbadamente romántico de Fantz causará gran infortunio.

Es un relato en pasado. "Hoy que todo ha terminado, ahora que no queda más que el polvo, de tanto mal, de tanto bien."  Es ineludible la nostalgia. Atisbamos la maravilla, pero, "¡Amargos recuerdos! ¡Amargas esperanzas destruidas!"

Sus páginas nos hacen vibrar con la ebriedad de un amor vitalista y total.
Acuarela de Jocelyne Mate)
Todo en el libro es mágico y se define por una constante e inasible presencia, un rayo de luz que todos llegan a tocar pero que siempre acaban perdiendo. Meaulnes lo es para Ivonne y Seurel, el amor para Frantz o el Dominio para Meaulnes: el atisbo de la felicidad. La vida adquiere así,  la disposición de una profunda búsqueda.
"-Así que Meaulnes, ya no se ocupa de mí? ¿Por qué no responde cuando llamo?¿Por qué no cumple su promesa?
-Vamos Frantz -respondí- ha pasado el tiempo de las fantasmagorías y las niñerías. No estropees con locuras la felicidad de los que quieres, de tu hermana y de Augustin Meaulnes.
-Pero sólo él puede salvarme, lo sabes muy bien. Sólo él es capaz de volver a hallar la pista que busco." pág 213


Alain Fournier con 17 años
Henri-Alban Fournier -Alain Fournier- murió el 22 de septiembre de 1914, sin haber cumplido los 28 años, en la batalla de Verdún. Tan sólo un año antes había publicado su única novela, El Gran Meaulnes, escrita esforzadamente durante siete años. La novela está impregnada de la vida y del alma del autor. En ella encontramos los avatares más sobresaliente de su vida y sobre todo la sensibilidad profunda con que los recordaba.
Por ejemplo, una mañana de verano de 1905 mientras paseaba por la orilla del Sena conoce a una hermosa joven con la que apenas cruza unas palabras, Ivonne Quèurecourt. Nunca volvió a verla pero su recuerdo permanecerá imborrable. O también que su padre fue secretario de una escuela. Incluso él mismo trató en vano, en dos ocasiones, de superar las pruebas de ingreso en la Escuela Normal Superior. Todo ello se encuentra en esta novela exaltada y conmovedora.