viernes, 3 de abril de 2015

Las CIUDADES INVISIBLES - de Italo Calvino










La primera edición de Las ciudades invisibles fue publicada en noviembre de 1972 por la editorial Einaudi, de Turín.
En la edición de Siruela (que ha estas alturas llega por la 24ª) se incluye como nota preliminar una conferencia pronunciada por Calvino en inglés, el 29 de marzo de 1983, para los estudiantes de la Graduate Writing Division de la Columbia University de Nueva York. En ella, el autor no tiene empacho en describir su proceso creativo, así como ofrecer un puñado de ideas que, ante su propia obra, le asaltan como lector.


"En Las ciudades invisibles no se encuentran ciudades reconocibles. Son todas inventadas; he dado a cada una un nombre de mujer; el libro consta de capítulos breves, cada uno de los cuales debería servir de punto de partida de una reflexión válida para cualquier ciudad o para la ciudad en general.

El libro nació lentamente, con intervalos a veces largos, como poemas que fui escribiendo, según las más diversas inspiraciones. Cuando escribo procedo por series: tengo muchas carpetas donde meto las páginas escritas, según las ideas que se me pasan por la cabeza, o apuntes de cosas que quisiera escribir. Tengo una carpeta para los objetos, una carpeta para los animales, una para las personas, una carpeta para los personajes históricos y otra para los héroes de la mitología; tengo una carpeta sobre las cuatro estaciones y una sobre los cinco sentidos; en una recojo páginas sobre las ciudades y los paisajes de mi vida y en otra ciudades imaginarias, fuera del espacio y del tiempo. Cuando una carpeta empieza a llenarse de folios, me pongo a pensar en el libro que puedo sacar de ellos.

Así en los últimos años llevé conmigo este libro de las ciudades, escribiendo de vez en cuando, fragmentariamente, pasando por fases diferentes. Durante un periodo se me ocurrían sólo ciudades tristes, y en otro sólo ciudades alegres; hubo un tiempo en que comparaba la ciudad con el cielo estrellado, en cambio en otro momento hablaba siempre de las basuras que se van extendiendo día a día fuera de las ciudades. Se había convertido en una suerte de diario que seguía mis humores y mis reflexiones; todo terminaba por transformarse en imágenes de ciudades: los libros que leía, las exposiciones de arte que visitaba, las discusiones con mis amigos.
Ilustración de Las Ciudades oscuras -El Archivista-, de Schuiten/Peeters

Pero todas esas páginas no constituían todavía un libro: un libro (creo yo) es algo con un principio y un fin (aunque no sea una novela en sentido estricto), es un espacio donde el lector ha de entrar, dar vueltas, quizás perderse, pero encontrando en cierto momento una salida, o tal vez varias salidas, la posibilidad de dar con un camino para salir. Alguno de vosotros me dirá que esta definición puede servir para una novela con una trama, pero no para un libro como éste, que debe leerse como se leen los libros de poemas o de ensayos o, como mucho, de cuentos. Pues bien, quiero decir justamente que también un libro así, para ser un libro, debe tener una construcción, es decir, es preciso que se pueda descubrir en él una trama, un itinerario, un desenlace.

Nunca he escrito libros de poesía, pero sí muchos libros de cuentos, y me he encontrado frente al problema de dar un orden a cada uno de los textos, problema que puede llegar a ser angustioso. Esta vez, desde el principio, había encabezado cada página con el título de una serie: Las ciudades y la memoria, Las ciudades y el deseo, Las ciudades y los signos; llamé Las ciudades y la forma a una cuarta serie, título que resultó ser demasiado genérico y la serie terminó por distribuirse entre otras categorías. Durante un tiempo, mientras seguía escribiendo ciudades, no sabía si multiplicar las series, o si limitarlas a unas pocas (las dos primeras eran fundamentales) o si hacerlas desaparecer todas. Había muchos textos que no sabía cómo clasificar y entonces buscaba definiciones nuevas. Podía hacer un grupo con las ciudades un poco abstractas, aéreas, que terminé por llamar Las ciudades sutiles. Algunas podía definirlas como Las ciudades dobles, pero después me resultó mejor distribuirlas en otros grupos. Hubo otras series que no preví de entrada; aparecieron al final, redistribuyendo textos que había clasificado de otra manera, sobre todo como «memoria» y «deseo», por ejemplo Las ciudades y los ojos (caracterizadas por propiedades visuales) y Las ciudades y los trueques, caracterizadas por intercambios: intercambios de recuerdos, de deseos, de recorridos, de destinos. Las continuas y las escondidas, en cambio, son dos series que escribí adrede, es decir con una intención precisa, cuando ya había empezado a entender la forma y el sentido que debía dar al libro. A partir del material que había acumulado fue como estudié la estructura más adecuada, porque quería que estas series se alternaran, se entretejieran, y al mismo tiempo no quería que el recorrido del libro se apartase demasiado del orden cronológico en que se habían escrito los textos. Al final decidí que habría 11 series de 5 textos cada una, reagrupados en capítulos formados por fragmentos de series diferentes que tuvieran cierto clima común. El sistema con arreglo al cual se alternan las series es de lo más simple, aunque hay quien lo ha estudiado mucho para explicarlo.
Ilustración de Las Ciudades Oscuras -Las rutas de Armilla-  Schuiten/Peeters
Todavía no he dicho lo primero que debería haber aclarado: Las ciudades invisibles se presentan como una serie de relatos de viaje que Marco Polo hace a Kublai Jan, emperador de los tártaros. (En la realidad histórica, Kublai, descendiente de Gengis Jan, era emperador de los mongoles, pero en su libro Marco Polo lo llama Gran Jan de los Tártaros y así quedó en la tradición literaria). No es que me haya propuesto seguir los itinerarios del afortunado mercader veneciano que en el siglo XIII había llegado a China, desde donde partió para visitar, como embajador del Gran Jan, buena parte del Lejano Oriente. Hoy el Oriente es un tema reservado a los especialistas, y yo no lo soy. Pero en todos los tiempos ha habido poetas y escritores que se inspiraron en El Millón como en una escenografía fantástica y exótica: Coleridge en un famoso poema, Kafka en El mensaje del emperador, Buzzati en El desierto de los tártaros. Sólo Las mil y una noches puede jactarse de una suerte parecida: libros que se convierten en continentes imaginarios en los que encontrarán su espacio otras obras literarias; continentes del «allende», hoy cuando podría decirse que el «allende» ya no existe y que todo el mundo tiende a uniformarse.

A este emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina, un viajero imaginario le habla de ciudades imposibles, por ejemplo una ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas ciudades concéntricas en expansión, una ciudad telaraña suspendida sobre un abismo, o una ciudad bidimensional como Moriana.

Cada capítulo del libro va precedido y seguido por un texto en cursiva en el que Marco Polo y Kublai Jan reflexionan y comentan. El primero de ellos fue el primero que escribí y sólo más adelante, habiendo seguido con las ciudades, pensé en escribir otros. Mejor dicho, el primer texto lo trabajé mucho y me había sobrado mucho material, y en cierto momento seguí con diversas variantes de esos elementos restantes (las lenguas de los embajadores, la gesticulación de Marco) de los que resultaron parlamentos diversos. Pero a medida que escribía ciudades, iba desarrollando reflexiones sobre mi trabajo, como comentarios de Marco Polo y del Jan, y estas reflexiones tomaban cada una por su lado; y yo trataba de que cada una avanzara por cuenta propia. Así es como llegué a tener otro conjunto de textos que procuré que corrieran paralelos al resto, haciendo un poco de montaje en el sentido de que ciertos diálogos se interrumpen y después se reanudan; en una palabra, el libro se discute y se interroga a medida que se va haciendo.
(...)
¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles. 
(...)
Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelices.

Casi todos los críticos se han detenido en la frase final del libro: «buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio». Como son las últimas líneas, todos han considerado que es la conclusión, la «moraleja de la fábula». Pero este libro es poliédrico y en cierto modo está lleno de conclusiones, escritas siguiendo todas sus aristas, e incluso no menos epigramáticas y epigráficas que esta última. Es cierto que si esta frase se ubica al final del libro no es por casualidad, pero empecemos por decir que el final del último capítulo tiene una conclusión doble, cuyos elementos son necesarios: sobre la ciudad utópica (que aunque no la descubramos no podemos dejar de buscarla) y sobre la ciudad infernal. Y aún más: ésta es sólo la última parte del texto en cursiva sobre los atlas del Gran Jan, por lo demás bastante descuidado por los críticos, y que desde el principio hasta el final no hace sino proponer varias «conclusiones» posibles de todo el libro. Pero está también la otra vertiente, la que sostiene que el sentido de un libro simétrico debe buscarse en el medio: hay críticos psicoanalistas que han encontrado las raíces profundas del libro en las evocaciones venecianas de Marco Polo, como un retorno a los primeros arquetipos de la memoria, mientras estudiosos de semiología estructural dicen que donde hay que buscar es en el punto exactamente central del libro, y han encontrado una imagen de ausencia, la ciudad llamada Baucis. Es aquí evidente que el parecer del autor está de más: el libro, como he explicado, se fue haciendo un poco por sí solo, y únicamente el texto tal como es autorizará o excluirá esta lectura o aquélla. Como un lector más, puedo decir que en el capítulo V, que desarrolla en el corazón del libro un tema de levedad extrañamente asociado al tema de la ciudad, hay algunos de los textos que considero mejores por su evidencia visionaria, y tal vez esas figuras más filiformes («ciudades sutiles» u otras) son la zona más luminosa del libro. Esto es todo lo que puedo decir.


ITALO CALVINO





Por su parte Daniel Múgica escribe en un prólogo:

"Italo Calvino, nacido en Santiago de Cuba en 1923, fallecido en Siena en 11985, hijo de botánicos, militante del partido comunista, viajero impenitente, es el escritor italiano de la imaginación. Cosecha mundos increíbles, signos y sencillez. Declara: "Sólo después de haber conocido la superficie de las coas, se puede uno animar a buscar lo que hay debajo. Pero la superficie de las cosas es inagotable". Así que toda su obra es una persecución de señales que revelen el corazón de la materia, y los subterráneo del espíritu. En su obra, aparte de Las ciudades invisibles, cabe destacar El Barón Rampante, El vizconde demediado y El caballero inexistente, trilogía de seres fabulados en una realidad que los asfixia y los empuja a la diferencia. 

Las ciudades invisibles, publicado en 1972, es una serie de relatos de viajes que Marco Polo narra a Kublai Kan, emperador de los tártaros. Se lee como una novela, pero también como un ensayo y un largo poema sobre la condición humana. Las ciudades que el viajero describe al lacónico emperador, consciente de que su poder no transciende en un planeta decrépito, reciben nombres de mujeres. Las mujeres, como las propias ciudades, enseñan lo externo y permiten al espectador, en la medida que les apetece, hurgar en su interior. Irene o Eusapia o Clarisa o Zenobia son arquitecturas imposibles y acaso, por la misma razón, como las mujeres, veraces. En literatura lo que no puede existir se puede ver. Ahí radica su grandeza. 
Las Ciudades Oscuras  de Schuiten/Peeters
El que contempla no sólo es el Marco Polo resucitado a las letras del s. XX. Le acompaña el emperador, que posee un atlas con las ciudades comunes y con las que todavía no se han edificado o son fruto de la mitología. El emperador, al final del libro, reta a Marco Polo a descubrir las ciudades que él imagina en palacio. Y Marco Polo las conoce, las ha visto, las ha extraído tanto de sus temores como de sus deseos. Italo Calvino convierte al lector en un observador  promiscuo, en un contertulio silencioso, en un invitado ejemplar a la conversación del emperador y el viajero que abre y cierra cada capítulo. Su magia nos introduce en un recorrido cautivo de la mirada, pues el viajero rechaza adornar sus descripciones, cuenta lo que ve, con un lenguaje cargado de sugerencias. Es la magia de la memoria, que se guía, como el libro, por indicios anclados en el tiempo, aquellos indicios que encienden una luz cuando han pasado, siendo recuperados para el presente. "

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