viernes, 4 de julio de 2014

El PROFUNDO SUR - de Andrés Rivera









Un disparo en una calle de Buenos Aires, durante las revueltas de principios del siglo XX, convoca a un puñado de protagonistas: el soldado que dispara, el que muere accidentalmente, el que se libra del disparo, el que recoge el cadáver mientras se derrumba en la acera.

Cuatro personajes, cuatros historias. El profundo Sur, inhóspito y vacío, es el punto de partida de estos hombres cuyos destinos se cruzarán en el preciso instante de un disparo. Es como si el autor aprovechara el silencio tras la detonación para lanzarnos, en rápidos flashs, los trazos de estas vidas. 

Roberto Bertini  es el soldado que dispara. Rivera enfrenta en los espejos de las páginas la barbarie de sus recuerdos en el Sur (pobreza, abusos del padre), con la barbarie del camión lleno de soldados disparando por las calles. "Entonces, en esa mañana porteña, porque era gris, Roberto Bertini tiró contra un mundo que no era el suyo".
Hasta la revelación. 
"Roberto Bertini vio que estaba solo en esa calle donde disparó sobre un hombre, rubio o canoso, flaco o de anchas espaldas.
Él y los que, con él, tiraron desde la caja del camión no se conocían.
Los otros, sobre los que ellos tirarían hasta que el mundo se disolviese en piedra y agua, se llamaban por su nombre. " pág. 38
Semana Trágica de 1919 -Buenos Aires-
Yo creo que ahí está el fundamento de la novela. Personalizar, poner caras y nombres a unos hechos multitudinarios. Por eso cada capítulo, o cada relato, tiene por título un nombre. Roberto Bertini, el soldado; Eduardo Pizarro, el terrateniente; Jean Dupuy, el francés que regenta una librería y participó en la Comuna; Enrique Warning, el joven obrero que engaña a la muerte y luego acudiría en defensa de la República española. Rivera indaga en sus vidas, rasga el anonimato. Aunque sólo sea a través de unos trazos y de muchas preguntas.
"¿Qué hacía, ahí, ese hombre, en esa inclemente mañana de Buenos Aires, moviéndose entre los aullidos de los combatientes y el apestado aire de los incendios, hasta que una bala lo encontró?
¿Qué hacía él, Jean Dupuy, que sólo pretendía ser un caballero galante y culto, ahí, en esa vereda, contra el muro de piedra negra de un edificio que robaba su diseño a algunos que se levantaban, severos y monacales, en las avenidas parisinas?
¿Uno era el otro, con la sola anómala diferencia de un nombre?" pág 63
Porque si algo abunda en este pequeño libro son las preguntas, la inquisición por las almas y los derroteros de unos seres que dejan de ser anónimos gracias al boceto del autor.

Se trata, en definitiva, de víctimas y verdugos reunidos por el azar y transitando entre la civilización y la barbarie. El propio autor reconoció que esta nouvelle se iba a titular "El profundo azar". Los cuatro protagonistas forman una comunidad absolutamente casual que no explica nada pero sirve para escrutar.

Como bien dice la contraportada de este precioso librito: "Andrés Rivera se interroga sobre el andamiaje de la violencia, del rencor y la frustración, sobre la ingenuidad de ciertas pasiones y la fragilidad de la existencia."

Esta fragilidad la veo en el vesánico padre del soldado: "Donato Bertini miró a su hijo con la vaga desesperación de quien no sabe ir ni retornar de punto alguno" pág. 27

Eduardo Pizarro es el hombre que accidentalmente cubrió a otro y recibió la bala. Patrón de estancia, "hombre de jugarse lo que tuviera a mano en una incesante partida de póquer o de truco o de monte." Y poeta. Este boceto es el más escueto de todos. Escuetísimo. En él se personifica un tipo.
"Eduardo Pizarro comprobó que París valía menos que una misa, pero de París regresó a la alambrada llanura bonaerense con una mujer.
Geneviève Dubois era suiza, bella y callada. Eduardo Pizarro la conquistó borracho y la amó sobrio.
A ella la conmovieron los horizontes de la pampa argentina, la parquedad de los paisanos (que sólo quebraba el alcohol), la sentenciosidad impostada de su habla, la exquisita cortesía con que la trataban." pág 54
Pizarro es la personificación del propio estilo del libro. Parco, casi seco. La contención está marcada a fuego en estas páginas y el resultado es una gran intensidad.

Otra característica es el uso de la anáfora y otras figuras de repetición en el texto. 
"Una mujer estaba atada a las aspas giratorias de la ruleta.
La mujer era joven. La mujer tenía los ojos cerrados. la mujer estaba desnuda. Los hombres que rodeaban la ruleta hacían girar las aspas a las que estaba atada la mujer joven: ganaba el número al que apuntara el sexo de la mujer joven. Los hombres apostaron: no parecían excitados. Apostaban al tiempo, a que el tiempo no les quemase las cosechas. Apostaban a que no bajaran, en el mercado, los precios de la hacienda. Apostaban contra las inundaciones. Apostaban, vanamente, contra la vejez." pág. 17
Y sobretodo la repetición de los nombres, como si los emplazase a contar su historia.
"Enrique Warning nació de una relación fortuita de su padre con una hija de galeses, tan al sur de la Patagonia como uno pueda imaginar.
Los padres de la muchacha la enviaron a Inglaterra, con sus abuelas: los marineros no entraban en la tabla de los yernos aceptable. Y el padre de Enrique Warning era marinero, o eso dijo Walter Dawson en algunas frías noches patagónicas.
Y Walter Dawson y el padre de Enrique Warning celebraron con repetidos tragos de whisky la partida de la galesa, y volvieron a coincidir en las mismas mujeres.
Walter Dawson y el padre de Enrique Warning compraron mil hectáreas de tierra que miraban al Atlántico, y se dedicaron a criar ganado. No les fue mal." pág 84
Enrique Warning era el joven obrero a quien iba destinada la bala. Él representa a todos esos "judíos y bolcheviques" sobre los que el mando ordena tirar.  Trabajador metalúrgico, ávido lector, persona retraída que con el tiempo se enrolaría en las Brigadas Internacionales que acudieron a la Guera Civil en España. También él se pregunta por la violencia y la muerte que le ha rondado. Después de haber visto morir a un hombre en sus brazos, le extraña que nada haya cambiado. 
"Nadie en esa calle, salvo él, Enrique Warning.
No circulaban tranvías ni coches en la ciudad, y Enrique Warning, cansado, empezó a caminar rumbo a ningún lado.
En un almacén, con las persinanas bajas por la mitad, compró salame, dos tiras de pan francés, manteca y vino.
Cuando anochecía, abrió la puerta de su pieza y, casi con asombro, se dijo que nada había cambiado: cama, mesa, sillas, ropero, eran los de siempre.
Dejó pan, salame, vino y manteca sobre la mesa, y se acostó.
¿Por qué el tiempo es tan lento?
¿Por qué el tiempo es tan veloz que el tiempo no alcanza?" pág 88
Muy buena.



P.D.  Andrés Rivera es autor de La revolución es un sueño eterno, El farmer y Nada que perder entre otras novelas. Su escritura siempre apunta hacia la peripecia del ser humano frente al fracaso y el poder. Militante del movimiento obrero ha mantenido toda su vida un indomable espíritu de rebeldía que nos traslada a través de sus novelas. En el blog El Jinete Insomne, donde se recogen varias entrevistas, podemos leer opiniones tan contundentes como, "hasta hoy no se conoce una política que no sea violencia. Y en este país, mucho menos. Este país es un país de criminales."
Y también que los poderosos cuentan "con la cobardía incondicional de los argentinos".
Todo ello sirve para la España de hoy. 

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