domingo, 20 de abril de 2014

Me llamo ASKLEPIOS - de Miguel Espinosa









"Me llamo Asklepios, y de tarde en tarde tomo la pluma para confesarme, lo cual hago por cumplir la necesidad de experimentarme verdadero, como ordenó Demócrito.
   Amo la comparecencia de todas las cosas, grandes y pequeñas, en la Tierra, entre la Tierra y el Sol, y más allá del Sol, existentes. Busco lo originario, y detesto indagar el fin de cuanto está ahí y permanece, bastando a mi razón el postulado que muestra el hecho.
   Me enternecen los niños y las mujeres, cuya dócil presencia se revela compañía. El Poder no tienta mi voluntad, pero siento inclinación a teorizar sobre este suceso. Denomino teorizar a enjuiciar desde principios y concluir implacablemente.
   Repudio las ficciones y sus consecuencias, siéndome ajena, por consiguiente, la conciencia de casta o superioridad. no puedo admitir que se disfrace cuanto el juicio correcto ofrece como verdadero. Odio los reverenciosos, me repugnan los mágicos y aborrezco toda doctrina irracional. Me avergüenzan las retahílas de vocablos carentes de significado; no puedo soportar, por ejemplo, que alguien diga: "mi hermano espiritual", "nuestro destino manifiesto".
   Me burlo de toda grandeza, porque pienso que cualquier grandeza es falsa. Entre vanidosos, soy el demiurgo que los hincha; entre hipócritas, el demiurgo que los escandaliza, y entre neutrales, el demiurgo que los implica. Como todo proscrito, padezco nostalgias, y éstas son las nostalgias que yo, un griego, vivo: nostalgia de la Verdad, de la Belleza y de la Bondad.
   Rehúso la tristeza, pero valoro la melancolía. De vez en vez, mi naturaleza se torna melancólica, y halla su gozo en los dulces brazos del desencanto. También la acedía es pasión digna de un griego, aunque combatida por Epicuro.
   No sigo camino ni ando por senda de maestro conocido; me río de todos los maestros, como adicto que soy a la capacidad de enjuiciar desde postulados y concluir implacablemente, también llamada libertad de reflexión o de ciencia, que hace posible la vida racional entre griegos y no griegos.
   De los escritores, admiro la voluntad de concepto, la voluntad de estilo y la voluntad de síntesis o facultad de acuñar expresiones. Por eso releo a Platón.
Atenea
   Amo a los débiles; pienso que la heroicidad aparece forzosamente en ciertos individuos, verbi gratia, en quienes trabajan y no ganan para el desayuno. Entre tales, me siento como entre los míos, y también entre quienes muerden su hogaza de salazón y contemplan sencillamente el espectáculo del sábado. Por las buenas familias, los poderosos, los exquisitos, los calologistas y los adoctrinados no siento simpatía.
   Defino el Arte como la objetivización del sentir estético a través de la materia; la libertad, como posibilidad de realizar lo indeterminado; y la justicia, como un punto de vista sobre el Mundo. Amo el Arte, la libertad, la justicia y el ser-bueno. Sin embargo, nada espero de los dioses ni de los hombres. Por eso soy hombre.
   Considero el Estado como organización metódica de Poder, y el Derecho, como método del Estado. Los principios del llamado Derecho Romano me parecen una antigualla, construida para asegurar a ciertos palurdos la explotación del mundo entonces conocido. Valoro lamentable que tal Derecho haya servido de ciencia asnal a centenares de generaciones aficionadas a la sopa estatal y boba.
   Gusto de sacar la lengua a los fariseos, filisteos y demás etcéteras, haciéndoles comprender que nada saben, y ésto juicio a juicio, sistemáticamente, sin claudicaciones. Al enfrentarme con ellos, confieso: "Nada concederé si no lo prueban signo a signo". Y jamás me he hallado en la necesidad de admitirles una verdad evidenciada según la razón por la que somos hombres.
   Me llamo Asklepios, y desde Megara, cuando niño, mis padres a esta Ciudad me trajeron de la mano."



Este es el Prólogo del libro "Asklepios, el último griego", de Miguel Espinosa. Los Libros de la Frontera. Barcelona, 1987.
El autor asume un doble mítico y se nos presenta exilado de su patria por un océano de dos mil quinientos años. Aunque fue escrito en Madrid entre 1960 y 1962, su asfixia por una época corrupta y su búsqueda de autenticidad nos sirven también hoy, donde tan pocos hombres cabales sienten "nostalgia de la Verdad, de la Belleza y de la Bondad".

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