martes, 30 de julio de 2013

Mitologías de Invierno - El Emperador de Occidente

Mitologías de invierno
de Pierre Michon







El libro lo componen dos volúmenes, uno de relatos, Mitologías de Invierno; y una novela corta, El emperador de Occidente. El estilo del primero es sincopado, preciso; constata hechos aunque maravillosos. El del segundo es sinuoso, aromático; recrea las fragancias de una isla en el Mediterráneo y los recuerdos de una vida, es pura evocación.
En ambos, los personajes interrogan su destino.

Mitologías de Invierno son como unas vidas de reyes y santos. Columbkill el Lobo, de la tribu de los O´Neill del Norte, se perderá por buscar la posesión de un libro. Suibhne, rey de Kildare es un hombre simple. Sobre la linde de Killarney vencerá al rey de Lismore. Pero el júbilo de su victoria se convertirá en derrota. La expiará en el bosque donde aprenderá la jerigonza de los cuervos y llegará a ser un santo y un loco, una cosa de Dios. El fervor de Brigid la conducirá ardiente hasta el mismísimo fuego divino.
Tres mitologías son irlandesas, las otras nueve habitan el Causse, las mesetas calcáreas del Macizo central francés. No importa el lugar nos dice el autor. 
"Lo que importa es que con el mundo se hagan países y lenguas; con el caos, sentido; con las praderas, campos de batalla, con nuestros actos, leyendas y esa forma sofisticada de la leyenda que es la historia; con los nombres comunes, nombre propio. Que las cosas del verano, el amor, la fe y el ardor se hielen para terminar en el invierno impecable de los libros".
El Causse es plano como la palma de la mano y "reúne las ventajas del abismo y del desierto. Allí se está en la mazmorra universal y, sin embargo, en la cima del mundo: es una buena ermita." En estas tierras Michon hace de arqueólogo y nos extrae la historia de San Hilarius, obispo que se retiró de la mitra y allí fue tentado por el diablo. La de Santa Enimia, hija de Clotario II, rey de París, que llegó hasta la fuente de Burle, en el río Tarn,  para curarse la lepra en el año 610. Allí fundará y dirigirá la abadía de Burle. 
"Bebe de nuevo, de nuevo los pies rosados, las manos de amor. Pero no arroja su velo. Lo guardará. Es bella para Dios...para nadie, tal vez para nada: para recordar, para esperar, para hablar en sí misma a ese otro que es el ángel, para alegrarse de existir apenas, para temblar, para morir durante mucho tiempo. La vida es una lepra. La hora presente es una lepra." pág. 77
La del monje Simón que trescientos años después descubrirá allí sus restos y escribirá la Vita Sancta Enimia sobre una piel de cordero. La de Bertrán que aun tres centurias después traducirá esta vida y milagros a la lengua vulgar.
La historia de Enimia articula la de varios personajes asimismo en busca de su destino. Bertrán es sólo un escribiente, pero guarda un anhelo superior, ser dueño de lo que escribe: 
"El Obispo Guillermo advierte esta melancolía. Y, como es misericordioso por función, decide dar a Bertrán el dominio y, en cierta forma la soberanía feudal de un pequeño trozo de lenguaje. Recurre para esto a un pretexto político: los barones de Cénaret impugnan una vez más a los abades de Sainte-Énimie la propiedad de la fuente de Burle"
Los barones están prendados de la legalidad pero no entienden el latín. El obispo encargará a Bertrán que ponga en lengua vulgar la Vita Sancta Enimia, lo cual demostrará sin dudas que la propiedad corresponde al más allá. 

Más en general, el Causse y el río Tarn son el escenario, desde el medievo hasta la Revolución, de otros albures. El de Antoine Persegol, republicano fervoroso de Robespierre que, paradójicamente, muere guillotinado por monárquico. O el más contemporáneo Edouard Martel que huyendo de su oficio de escriba en París conquistó la gloria al fundar la espeleología, reino de los abismos que exploró "como Dante y Orfeo".

El estilo es magnífico, a la vez esencial y poético. También sentencioso. Las frases son cortas como un cuchillo que va sajando las páginas buscando lo inasible: el rey que hace una guerra por conseguir un libro santo, cuando está en su poder ya no lo es: "El libro no está en el libro".


Alarico en Roma
Emperador de Occidente por su parte, es el brillante intento de fijar una ensoñación que conjuga lo íntimo y lo histórico. De ahí que las frases se multipliquen y subordinen intentando acotar el pálpito de la Historia. 
Prisco Atalo, anciano desterrado frente al volcán Stromboli, recita su historia de músico acompañante de Alarico en su marcha sobre Roma. El joven patricio Aecio será su confidente, el mismo que años después, investido Capitán General de los Ejércitos, derrotará a Atila en los campos Cataláunicos.

Los recuerdos de infancia tanto de Aecio, como de Alarico y Atalo rezuman bosques y ríos. Michon nos convence de que narrar es evocar, y evocar es arrancar de la tierra una memoria mineral.
"Hacía mucho tiempo que no había evocado esto, pasado o pura ficción; ficción pura puesto que era pasado" pág. 122
El escritor Menéndez Salmón hace un encendido elogio en su prólogo:
"La máxima de Doctorow: que el adjetivo histórica no devore nunca el sustantivo novela o narración.
Y a fe que (Michon) lo logra en este destilado emocionante y bellísimo, levantado sobre el milagro de un dictum sinestésico, puro placer para los sentidos, y mediante el diálogo de varias voces en un momento excepcionalmente singular para nuestra cultura: el de la definitiva descomposición del Imperio de Occidente."
Prisco Atalo, músico, fue nombrado Emperador de Occidente por Alarico. Michon recoge que "su primer acto imperial fue la elevación de Alarico al rango insólito de Maestre General de los Ejércitos de Occidente" y que a continuación se retiraron a la tienda para arrojar la púrpura y cantar, el emperador fingido, para su general ficticio, una de las mendacidades de Ulises. 
Funerales de Alarico en el fondo del río Busentino
Finalmente en la evocación se confunden las historias de Alarico y Atalo e incluso se mezclan con sus creencias arrianas sobre el Padre y el Hijo.
"Creo que me parezco cada día más a Alarico; es una visión de mi viejo espíritu sin duda: esta cara levantina que mi espejo refleja, consternada, paciente, no tiene nada en común con el impaciente rostro curtido, colorado, del otro. La agonía tal vez dará a mis mejillas ese tinte triunfal, la muerte fría me curtirá; seré Alarico cuando ya no esté aquí. Este engaño me ayuda a vivir: el Hijo jamás alcanza al Padre, ambos corren, corren tras una música que no alcanzan, corren tras el Espíritu. El Espíritu mismo...El Padre me arrojó lejos de su vista, muerde el fango bajo veinte brazas de río; no me crucificó; me abandonó en esta isla, donde sin cantar espero al Espíritu, la muerte única, mirando el mar invariable y fatigoso como el tiempo, como el vuelo de los pájaros y como el ruido de las armas, y que, al igual que ellos, tampoco representa la Eternidad". pág. 150
El estilo de Michon es maravilloso, siempre en busca de "ese poco de verdad mortal que arde en el corazón frío del escrito, la belleza parca del uno y el esplendor impasible del otro". 
"No era el gusto del oro, no, ni el de las masacres, ni el de ser el primero de los mortales; era esa frase infinita que siempre se nos escapa, va a otra parte con las nubes, sólo culmina en el cadáver, era lo que le faltaba y era quizás el mundo. Para esa oquedad, yo tocaba la lira" p.139
Este libro es pura literatura, su epítome y su canto: contar para recrear, evocar aunque sea para mentir. Narrar las historias de los hombres.

Alarico sobre Roma











Pierre Michon evoca en El Emperador de Occidente, la marcha sobre Roma del rey godo Alarico. En sólo un par de páginas Atalo, el músico que acompaña al rey, nos relata la confesión que éste hace a un eremita, el fugaz anhelo que lo guía. Conquistador de fe arriana, convertido en alucinado perseguidor de una quimera.


"Dicen también que, mientras marchaba sin freno hacia Roma abierta, cuando cerca de Rímini el eremita a su encuentro acudió, cruz en alto y vociferando, de lejos atronando y conminándolo por las Tres Personas a dar marcha atrás, con grandes gestos indignados distribuyendo por las cuatro esquinas del mundo la indignación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, el Amén que las sella, dicen que frente a sus estandartes detenidos se adelantó solo y llanamente hacia esa pequeña forma valiente, proferente y mugrosa, que con familiaridad tomó bajo su brazo al santo eremita y, riéndose, le dijo que hubiera querido no seguir avanzando, si tan sólo dependiera de él, pero que una fuerza desconocida y sin ninguna duda sobrenatural lo empujaba a pesar suyo hacia Roma, lo arrojaba a patadas a ese abismo o lo sentaba por la fuerza sobre ese trono, aplastándole los hombros como una arpía posada. Una fuerza, sí, y no un donaire. Porque no dicen que eso era como una música, como una orquesta de ángeles colgados allá arriba, en las nubes que pasan, una orquesta a la que le seguía la melodía, que siempre se le escapaba, iba más lejos, detrás de los álamos, cuando se atravesará el río, luego detrás de aquellas colinas todavía, y sobre aquel templo incendiado parecía detenerse, palpitar un instante en aquellas llamas, aquellos gritos, estaba allí, no, ya con el humo estaba más lejos, sin tregua delante de él huyendo hacia Roma en la distancia. 
Y cuando sus guerreros, al canto de los salmos y tajando en abundancia, hubieron tomado Roma también en nombre de las Tres Personas, que no eran exactamente las del eremita, cuando bajo los altares rotos y los copones fundidos de cada iglesia, las sedas de las patricias puestas a los caballos y los mármoles orinados de cada palacio, él hubo buscado aquel cántico, cuando hubo aguzado el oído ante los gritos de las vírgenes raptadas, los sollozos de las matronas y los estertores de casi todos, cuando supo que aquel cántico no estaba bajo la púrpura  ni bajo el grado flamante y pomposo, para él solo escogido, de Maestre General de los Ejércitos de Occidente, ni mucho menos en el corazón frío de todo el oro de Occidente del cual, ahora, él disponía, cuando cien veces el cuerno ronco hubo exhortado ese cántico a aparecer sobre el Capitolio, una cancioneta chispeó sobre el foro en las últimas cenizas, volvió a pasar por las puertas, se dirigió de nuevo hacia el sur y él la siguió. No era el gusto del oro, no, ni el de las masacres, ni el de ser el primero de los mortales; era esa frase infinita que siempre se nos escapa, va a otra parte con las nubes, sólo culmina en el cadáver; era lo que le falta y era quizás el mundo. Para esa oquedad, yo tocaba la lira."


Págs. 138 y 139 de El Emperador de Occidente. Pierre Michon, Editorial Alfabia. 2009. Barcelona

sábado, 27 de julio de 2013

Dr. BLOODMONEY - de Philip K. Dick









Cómo nos apañamos después de la bomba.-


Esta es una novela sencilla e incluso un tanto deslavazada como muchas obras del maestro Dick; pero entre un poco de ganga e ideas sin desarrollar, no deja de ofrecernos la veta áurea de sus constantes geniales. 

Estamos en una pequeña comunidad de California justo unas horas antes del holocausto nuclear. Después de que las bombas lo reduzcan todo a cenizas, la novela persigue a los escasos supervivientes para asistir a su incierto resurgimiento. 

En 1964 colocar en primera línea a un personaje negro y narrar que el holocausto proviene de fuego amigo quizás fuera algo osado, 
"Era la guerra y la muerte, sí pero era un error; no había habido provocación. No podía sentir ninguna hostilidad en las fuerzas allá arriba. No eran vengadoras ni estaban motivadas; eran vacías, huecas, completamente frías. Era como si su propio coche lo hubiera atropellado." pág. 66
pero hoy día todo ello está amortizado y lo que fulgura en la obra son otras gemas. Sobretodo los dos personajes principales que acaban sosteniendo la función.  Hoppy Harrington, un focomelo en la jerga, nacido sin brazos y sin pies. Un paria antes de la bomba que se convierte en imprescindible por su habilidad como arreglatodo. Tiene ciertos poderes y alimenta una perversa ambición. Enfrente tendrá a Bill, el hermano siamés que la jovencita Edie porta en su vientre. Es sobretodo una presencia, una fuerza psíquica que está en contacto con los muertos y que poco a poco irá desarrollando sus potencialidades. Ambos detentan las características de aquellos que Dick siempre coloca en el centro de sus libros: seres paranoicos, con ciertos poderes psíquicos, trabados generalmente a una oscura conspiración.
www.kahnselesnick.com
También está el astronauta Dangerfield cuya abortada misión a Marte lo ha dejado varado como un satélite alrededor de la tierra. Ahora es la radio que vertebra el mundo. Dedicado a leer novelas para sus oyentes, emitir noticias y la música que almacena en ¡kilómetros de cintas!, es como un eco de la civilización perdida. Los pequeños grupos de supervivientes adoptan la costumbre de reunirse cada tarde para escuchar la emisión.


Y por supuesto está el Dr. Bloodmoney, un físico que ya causó un primer desastre en el que denuncia Dick un nuevo Dr. Strangelove (película y libro de 1964, lo que indica el ambiente de la época). Este físico, que en realidad se llama Bluthgeld, tiene una neurosis magalomaníaca que le hace sentirse responsable del holocausto. Aunque es un personaje sin un desarrollo completo, protagoniza un momento clave de la novela, cuando pone su mente a prueba para verificar si son ciertos sus poderes. Tiene manía persecutoria y por eso se camufla como el granjero señor Tree.
"-Vine a América -estaba diciendo el señor Tree- a fin de escapar de los agentes comunistas que deseaban asesinarme. Estaban tras de mí...como lo estaban también los nazis, por supuesto. Todos estaban tras de mí." pág. 14
Él cree que su inconsciente causó el cataclismo. En su mente enferma tiene asociada la única visita que hizo al psiquiatra con la mirada que le lanzó Stuart, un vendedor negro. Dado que esa visita y esa mirada ocurrió el mismo día E (de la Emergencia), aprecia causalidad entre la amenaza que él sintió con las fuerzas que se desataron. 
"La guerra -dijo Tree-. Porque fue por eso precisamente por lo que empezó la otra vez; el negro me vio y comprendió lo que yo había hecho, supo quién era, y sigue sabiéndolo. Tan pronto como me vea...-se interrumpió, jadeando y atragantándose en su agonía-. pág. 193
Cuando siete años después vuelve a aparecer Stuart por el pueblo, Tree suma dos y dos, previendo una nueva catástrofe. Con la diferencia de que ya no está solo. Hoppy le discutirá el olimpo megalomaníaco.


El libro presenta múltiples líneas narrativas y un catálogo de personajes muy coral. Como sustrato de todo está la lucha por la supervivencia en un mundo postapocalíptico como ya antes había novelado George R. Stewart en La tierra permanece o posteriormente afrontarían autores tan dispares como Comarc McCarthy en La CarreteraArno Schmidt en Espejo Negros o Rafael Pinedo en Plop. Para sorpresa nuestra, el tono de Dick es mucho más esperanzador de lo que en él es habitual. Las pequeñas comunidades que presenta se basan en el trueque y bosquejan una cierta construcción social con roles y normas muy definidos; aunque mantienen un individualismo a ultranza y un innegociable odio al extranjero. 

No sé si Dick quiso hurgar en los odios y miedos de aquellos años de guerra fría, pero muchos personajes muestran algún aspecto de neurosis
"En muchos aspectos se conocía mejor a sí misma, sus derivaciones inconscientes y sus distorsiones sistemáticas de la realidad de la situación. Seis años de análisis le habían hecho mucho bien, pero no estaba curada. En realidad no existía curación: la "enfermedad" era la propia vida, y era preciso que se produjera un crecimiento constante (o más bien una adaptación a un crecimiento viable), o el resultado sería un estancamiento psíquico." pág. 25 
Muy entretenida y con atisbos de genio.

jueves, 25 de julio de 2013

El Hipnotista

de Lasse Hallström












El arranque es seco y brutal con el asesinato de un entrenador en medio de la cancha y de su familia en su casa. El único superviviente es uno de los hijos que permanece en coma. 

La perseverancia del comisario Joona Linna que investiga los hechos, le llevará a contar con un hipnotizador que pueda arrancar de la mente del chico lo que de verdad  ocurrió. Pero unos días más tarde la propia casa del hipnotista es asaltada y su hijo secuestrado. Parece que remover la mente del niño tiene el peligro de las tierras movedizas. 

La moda del noir nórdico parece que se está pasando de las novelas (con el mercado ya saturado) al cine. La adaptación de la trilogía Millenium fue muy efectiva y algún otro ejemplo como Headhunter, sobre el original de Jo Nesbo, resulta trepidante.


En la que nos ocupa, el veterano Hallström vuelve a su país para rodar una película que se sale de su horma bien engrasada de drama y sentimientos. A él habrá que achacar lo mejor de la cinta, que es la puesta en escena y la ambientación. En todo lo demás la película naufraga.

Y el caso es que el esqueleto de la trama no está mal. Un crimen brutal y sin sentido que esconde sus claves en la mente de un niño en coma. Y en paralelo un hipnotizador con un pasado que le aplasta.

Pero la película tiene tres vías de agua enormes. En primer lugar los actores, que están muy planos. Tobías Zilliacus interpretando al comisario parece un chico que pasaba por allí y Mikael Persbrandt como el hipnotizador, parece un oso dormido sin capacidad expresiva. Pasa por un momento vital delicado, la derrota se cierne sobre él, pero no sabemos si sufre o padece. La pobre Lena Olin hace ímprobos esfuerzos por transmitir el desgarro de una mujer primero engañada y luego con un hijo secuestrado. Su empeño nos descubre la segunda vía, un pobre guión. Lo tópico y lo accesorio inunda cada diálogo. Como ejemplo el encuentro entre la enfermera del chico y el comisario. Ella le dice eres muy simpático y él le responde, ah, gracias, tú también. Simpleza.

Finalmente el ritmo de la película es ramplón. No hay huella de aquel Hallström que me encandiló en Las normas de la casa de la sidra o la magia que irradiaba Chocolat, e incluso de la particular hondura de esa especie de western titulado Una vida por delante.

Sales de la sala con la sensación de que el vuelo de intriga al que pensabas asistir ha sido abortado.

La novela original es un éxito mundial del matrimonio Alexandra Coelho Ahdoril y Alexander Ahdoril, que juntos firman Lars Kepler. El libro se sostiene por una ingente campaña publicitaria no por valores literarios. Los diálogos son infantiles y los personajes vacuos. Para colmo hipnotista ni siquiera existe en español.

martes, 23 de julio de 2013

ARRAIANOS - de X. L. Méndez Ferrín






















Contar y fantasear es el espíritu del libro.
Contar reproduciendo el habla de las gentes de La Raya, una difusa frontera entre Galicia y Portugal cuyos milenarios caminos han sido hollados por contrabandistas, fugitivos, meigas y aparecidos. Contar reproduciendo ese espíritu nebuloso donde caben sueños, fantasías y venganzas.

Y sobre todo fantasear  porque la realidad  parece poco consistente por estas sierras y brañas y los personajes la van construyendo a su medida. Como ese sobrino pacato y obediente que escribe cartas a su tío desde la aldea de Lobosandaus para contarle lo que parece una furia de posesión y muerte. O el manuscrito del 999 donde Adosinda horrorizada relata un aquelarre con tal viveza que su fulgor traspasa el alma de su lectora, la vieja profesora Luisa ArmestoFantasea sobretodo el sindicalista de El militante fantasea que imagina una realidad distinta mientras protege una operación de sus compañeros del maquis.

Misa de Campaña (detalle) -A. Ferrer Dalmau
Algunas narraciones tienen su contrapunto en hechos históricos que dejaron sus huellas en La Raya, como El Exclaustrado de Diabelle 
"Con certeza, tras unos años de frenética actividad, combatiendo como un jabalí por yermos y por vegas, el Exclaustrado de Diabelle se había ganado la fama de fiera intransigente. Con el abrazo de Vergara, se retirara a sus posesiones familiares en Diabelle y en Rubiáis dos Mixtos para, enseguida de la caída del miguelismo, convertirse en un jinete solitario por las gándaras, esquivo y callado siempre. Sin renegar de las órdenes recibidas, había renunciado al Oficio Divino por no considerarse digno de ejercerlo en aquellos tiempos de prueba y revolución." pág. 82
O la barbarie que se relata en Ellos y Botas de Elástico sobre la fiera caza de los franquistas contra los topos escondidos después de la guerra civil. En el primero vemos crecer la insania de unos jóvenes espoleados por sus propias bravuconadas, y el segundo plasma el contraste entre la sequedad de una declaración judicial y la sobrecogedora relación que hace una niña sobre el acecho y captura de su padre. 
"Un tricornio me cogió por las orejas y me dijo: mira, mira. Mira lo que le hacemos a la puta de tu madre. Volví la vista hacia el hombre de las botas de elástico, que presenciaba todo inmóvil, con los brazos cruzados y un mimo de contrariedad en los morros de nutria que antes me había parecido boca linda. Recuerdo detalles sin importancia: una punta de su camisa retorcida hacia afuera, una insignia con el yugo y las flechas de la Falange en una de las solapas de su traje gastado. Me hizo con la cabeza un signo raro, como si me dijera adiós. El tipo de la gorra de plato con funda roja se reía divertido. Fue entonces cuando papá se puso a gritar dentro del pozo que se estuvieran quietos, que él ya se entregaba." pág. 109
Siendo el libro un conjunto de relatos excelentes por su cadencia, hondura y emoción perdurarán en mi memoria Quinta Velha do Arranhão, Ellos, Las Medias azules, Lino y Un Castillo en los Páramos.

Este último, supremo en arte literario, refiere una venganza orquestada por un oficial en un remoto destacamento y utiliza el recurso del manuscrito encontrado.
Lino es la emotiva historia de un deficiente y una joven inválida recluida por su voluntad en la quinta familiar.

Quinta Velha do Arranhão identifica el lugar mítico del pasado y los secretos familiares. El padrino del joven protagonista ha venido reconstruyendo a través de cartas y rumores, una oscura tragedia ocurrida allí hace cien años. El relato combina magistralmente los tres niveles de la narración, el del padrino, el del protagonista en su viaje iniciático y el de los propios hechos casi convertidos en leyenda que como líquenes permanecen pegados a las piedras del caserío.
"Ella, ya anciana, recorría los salones de la Quinta y murmuraba susurros al aire, por las esquinas, en el borde, a veces, de un sofá, atentamente inclinada hacia adelante como quien escucha a alguien invisible sentado en la silla de al lado. O bien Carlota salmodiaba en su cuarto largos monólogos entreverados de silencios en los que podían ser adivinadas respuestas si hubiera gente allí, gente llamada el Capitao o, si acaso, Otilia o Eduardo. Oh, sí, vea mi señor Padrino y tutor que yo empiezo ya a comprender todo lo que Vossemecê, con la sinuosidad que dicen característica de los arraianos, tuvo a bien imbuirme en tan largas sesiones evocativas, en el horno que los Arcos de Valdevez fuera en el aquel verano inolvidable o, antes, en el invierno cruel que lo precediera". pág. 198
En el cuento de Las medias azules unos jovenzuelos visitan a dos hermanas que habitan en lo profundo del monte. Huyen después de escarnecerlas; pero su maldición les persigue. La repetición exacta de un párrafo trivial, explota ante nuestra mirada como un déjà vu,  y con un escalofrío nos anuncia el desenlace. 
"Aquel camino estaba hecho de piedras grandes y antiguas, y se demoró en una revuelta en la que el suelo mostraba, a una nueva luz que penetraba la niebla, huellas de ruedas labradas por eternidades de carro y enseguida pisamos un puente altísimo sobre el que nuestros caballos hacían resonar ecos secos, toscos, estrechos, de mil años." pág. 59
Este maravilloso recurso indirecto también lo utilizó Bioy en su cuento "Cavar un foso" ("Historias de amor", Alianza Editorial) para subrayar el fatalismo de lo que está por ocurrir.




La gijonesa editorial Hoja de Lata ha querido estrenarse con este clásico gallego que data de 1991 y que, con la traducción de la poetisa Luisa Castro, se pone ahora al alcance de todo lector en español. Enhorabuena por la iniciativa y gracias por este hermoso libro que alberga historias tan terribles como evocadoras. 

domingo, 21 de julio de 2013

STAR TREK: En la oscuridad - J. J. Abrahams



Cuando la tripulación del USS Enterprise vuelve a casa después de evitar la destrucción de un planeta, viven un terrible atentado contra el mismísimo centro neurálgico de la Flota. Identificado su autor, el capitán Kirk dirige una operación de castigo. Nada será fácil puesto que el malvado Khan se refugia en el planeta Klingon. Kirk habrá de luchar contra sus deseos de venganza, pero una vez apresado Khan, el capitán se dará cuenta de que la partida de ajedrez que se ha desatado esconde trampas inesperadas.

Todo es muy espectacular en este segundo capítulo de la nueva serie. Espectacular es la pelea entre Khan y Spock sobre una lanzadera que sobrevuela espectacularmente la ciudad. Son espectaculares las apariciones de la nave USS Enterprise saliendo de debajo del agua en el planeta donde se inicia esta aventura y al final remontando el vuelo entre las nubes. Espectacular sin ninguna duda es el vuelo a pecho descubierto que se marcan Kirk y Khan impulsados desde una nave y aterrizando en otra.















Y espectacular por su imponente presencia ha sido la elección de Benedict Cumberbach como malvado sólido e indestructible.

El trabajo de Roberto Orci y Alex Kurtzman -guionistas compañeros de Abrahams en la estupenda serie Fringe- también es de calidad. Están muy bien trazadas las disputas que afrontan Kirk y Spock, sólidos cimientos de su inquebrantable amistad. También los giros que convierten al enemigo Khan en aliado para la supervivencia. 

El entretenimiento es notable, la aventura absorbente y el juego de traiciones suficiente para mantener la sorpresa. Incluso nos hemos asomado a la tragedia con el capitán Kirk, Spock y la propia nave bordeando su destrucción total. Bueno, se puede decir que hasta Kirk ha estado unos minutos muerto. 

Pero.
Creo que a este jamoncito espectacular y pirotécnico, le falta algo de esa grasilla que redondea el sabor del auténtico jamón pata negra. 

No sé si será porque un parque temático por fastuoso que sea, por sí mismo carece de emoción. O quizás porque no sabemos nada de la sociedad que rodea al Enterprise. Recordemos que en Star Wars había un República que cayó bajo el dominio de un Emperador y que en los bordes del sistema había planetas con traficantes y malhechores. Incluso la tortuosa personalidad del malo repite los esquemas de la primera entrega: el antagonista lo es a pesar suyo. Las circunstancias lo han empujado a su fatal destino.

También está el mantra repetido de que la misión del Enterprise no es militar sino exploradora y que busca la última frontera. Pero sólo por decirlo no se hace realidad. La primera entrega constituyó una venturosa presentación que ligó muy bien los elementos del pasado y del presente para establecer una nueva singladura. Pero esta segunda insiste en una intriga que es interna a la Flota Estelar. Centrados en un circunloquio se nos escamotea la aventura a lo desconocido. El único planeta que se visita es al principio y de un modo muy accesorio. 
¡¡J.J. transpórtanos más allá de Orión!!  

miércoles, 17 de julio de 2013

La escoba del sistema

de David Foster Wallace







A través del variadísimo Blog de Jesús Martín, me encuentro con la reseña de esta vieja novela que veinticinco años después sigue siendo una de las más nuevas y modernas.





"De Alaska a Nuevo México, las letras alumbradas al carbón de las hogueras en el país de las barras y estrellas siempre han buscado –cual el oro en las montañas- lo que se ha venido en llamar la “gran novela americana”. Creadores aspirantes a esta categoría siempre los ha habido (John Steinbeck, William Faulkner, Sommerset Maugham, Francis Scott Fitzgerald, Thomas Pynchon, John Updike…) y los habrá; sobre todo mientras el río de la vida en USA corra a la velocidad de las imperfecciones sociales.
(...)
(Wallace) firmó una serie de obras que le catapultaron al engañoso Olimpo de los literatos más valorados, de cuantos nacieron en la era sesentera del hipismo contestatario (por lo menos, así lo celebraron en los círculos de los expertos e intelectuales de los ochenta y los noventa). Distinción que logró con sus excelentes disecciones en clave quirúrgica -muy propias de gente como Philip Roth- sobre tipos a los que la rutina les obliga a perder la fe, individuos malheridos por la realidad y cuya visión del triunfo les llega apoltronados en el salón de sus casas, eternamente mediatizados por el aparato de televisión o la pantalla del ordenador.

Graduado con honores en el Amherst College, Wallace comenzó en el universo editorial con un relato de los de vitriolo en las páginas, recluido en las sensaciones de desmoronamiento constante que sufre cualquier hombre y mujer en este recriminatorio siglo XXI: centuria de esparto y jarabe de palo, en la que los mecanismos de protección medioambiental han quedado mortalmente quemados por el agujero de ozono filosófico (imposible de tapar, ni tan siquiera con los artilugios inventados de la nada por el rancio capitalismo de antaño). Esa oda a la confusión mediática y comunitaria fue bautizada con el sugerente título de La escoba delsistema, texto de 1987 que la editorial Pálido Fuego acaba de refrescar en España.

El vehículo de un aparente thriller se convierte en la excusa estilística perfecta para el vástago de profesores, con el fin de acometer sus intenciones de psicólogo, ataviado con una simple y figurada pluma en vez de un diván. Esto explica que el motor de la historia esté construido en torno a la faz de la ingenua Lenore Beadsman; una operadora telefónica, que sufre un colapso emocional cuando le cuentan que su bisabuela y veinticinco ancianos más han desaparecido de la residencia en la que estaban ingresados. Ahogada por los paisajes monótonos del Gran Ohio Desértico, la joven encaja el golpe con la habitual sensación de hastío; la misma que le provocan su aburrido trabajo y la relación, a vueltas con el pecado voluntario, que mantiene con su jefe: Rick Vigorous (también conocido irónicamente como Vlad el Empalador).

El fatalismo que tiñe la paleta diaria de Lenore, al igual que del resto de los personajes (imbuidos en una dinámica hacia la desazón y la tragedia sin honores), hace de este cuaderno de bitácora -carente de reminiscencias de clasicismo helénico- un documento especialmente atractivo, estimulante para los lectores que se sienten como autoestopistas en una carretera sin tráfico."




Por su parte el escritor y crítico literario Juan Francisco Ferré nos hace una apología de esta novela en su selectivo blog La vuelta al Mundo:

"En estos difíciles tiempos de bancarrota intelectual y cultural y de severa crisis de tantas cosas (ideas, pasta, inventiva, audacia, rigor, etc.), nada mejor que apostar por lo inseguro, en la literatura, el cine y el arte en general, invertir en los valores de lo incierto, esto es, la novedad, la ambición, el riesgo, vengan de donde vengan.
(...)
La editorial Pálido Fuego ha sabido hacerlo a su vez rescatando del basurero esta gran novela de David Foster Wallace (La escoba del sistema, Pálido Fuego, trad.: José Luis Amores, 2013) publicada por primera vez a finales de los ochenta y desdeñada durante décadas, como tantas otras obras valiosas de la escena internacional, por prestigiosos editores nacionales. Una novela que es tan nueva hoy, recién traducida, o más, de lo que lo fue hace veinticinco años. 
(...)

PRIMER ESCOBAZO (EN LA CABEZA DEL SISTEMA)

¿Qué hacer cuando una cultura alcanza tal grado de saturación que todos sus signos parecen producto de la repetición o el cansancio? ¿Qué hacer cuando la televisión, el medio mayoritario y capitalista por excelencia, ha usurpado a la literatura y el arte todos los recursos de la ironía y la autorreflexión crítica y hasta la parodia de las formas, los estilos y los temas? ¿Qué hacer cuando un medio artístico ve menguar su audiencia de manera dramática y disminuir hasta niveles irrisorios su poder de influencia sobre la cultura y la sociedad contemporáneas? ¿Qué puede hacer un escritor cuando el lenguaje se muestra tan devaluado como incapaz de expresar los problemas íntimos y las cuestiones morales a que se enfrentan sus usuarios en una época de mutaciones radicales? ¿Qué vale la pena escribir todavía en un contexto desmoralizador y estéril como este?
Todas estas preguntas y muchas más se hizo un escritor veinteañero llamado David Foster Wallace antes de darles una respuesta primeriza en esta deslumbrante novela cuyo borrador informe se atrevió a presentar como tesis de graduación en una universidad americana. El alusivo título incluye todo un programa filosófico y estético, donde Wittgenstein se abraza a Pynchon para cartografiar en clave cómica la América finisecular. Así como la fibra limpia el sistema fisiológico de toda impureza, según le decía su madre, así esta ficción deslenguada y excéntrica de Wallace contribuye a higienizar, con sus modos chistosos y sus diálogos chispeantes, tanto los sistemas de comunicación entre humanos como los canales culturales infectados por el virus del espectáculo y el consumo. La “escoba” mencionada en el parágrafo # 60 de las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein sirve para anunciar el designio teórico del artefacto: el pensamiento debería ser como la escoba con la que, en un momento de extenuación, se quiebra el cristal de una ventana para que penetre el aire fresco exterior y se regenere la atmósfera viciada de la habitación. En su momento, esta novela fue fundacional de la nueva vanguardia americana del avant-pop. 
(...)
La escoba del sistema es, en suma, una ingeniosa novela sobre un mundo que oscila entre la cacofonía banal de la televisión y la publicidad, el autismo innato de los individuos y el psitacismo paródico de una cacatúa logomáquica que se hace famosa como solo pueden hacerlo los personajes que imitan hasta el absurdo los lugares comunes que los otros repiten de modo acrítico como verdades fundamentales de la vida. 
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En la suntuosa puesta en escena de este desternillante carnaval sociopolítico, se insinúan ya las coordenadas estéticas en que se moverá en adelante la exuberante literatura de Wallace, su preferencia por los espacios ilocalizables (el “Gran Desierto de Ohio”: G. O. D.) y las temporalidades dislocadas de la ciencia-ficción como forma de registrar la sombra espectral que el futuro proyecta sobre el presente. La escoba del sistema contiene, pues, todo el talento cómico, filosófico y verbal de Wallace envasado en un formato juguetón y desenfadado mucho más asequible para el lector al que hayan intimidado las dimensiones vertiginosas y la perversa recursividad de La broma infinita."
(...)


P.D. Wallace publicó esta su primera novela en 1987. Se suicidó en 2008, cuando sólo contaba con 46 años.

lunes, 15 de julio de 2013

La mejor oferta

de Giussepe Tornatore






Abandono la sala y como resumen se va formando en mi mente el sedoso retrato de un personaje elegante y noble que en un ligero escorzo me mira. Es notorio un halo de misterio, quizás por esas manos siempre enguantadas, quizás por el brillo del iris que parece esconder una rúbrica.

Y es que sales de la película subyugado por el mundo del arte y el juego de sospechas entre originales y copias.

La película sugestiona con un toque de drama e intriga que gira alrededor de un tasador experto en subastas de arte. Geoffrey Rush como Virgil Oldman resulta impagable y hace que este maduro lobo solitario luzca en todo su esplendor: cultura exquisita, misógino pagado de sí mismo y dragón celoso de un secreto tesoro. Todo se tambaleará cuando Claire (Sylvia Hoeks) entre en su vida. Ella es la última descendiente de una aristocrática familia cuya villa languidece atestada de antigüedades. Claire solicita sus servicios para catalogar y subastar el ingente patrimonio, pero la relación entre ambos se enfrenta a una enorme dificultad. La joven padece una aguda agorafobia que la mantiene encerrada y sin ver a nadie desde hace lustros.

La inicial irritación de Virgil dará paso a un sincero interés. Esta relación caótica y de grandes altibajos evolucionará de forma cautivadora,  llena de miedos y recelos por ambas partes.
Además la curiosidad de Virgil se verá acrecentada por el hallazgo de unas misteriosas ruedas de latón. Junto a su restaurador habitual descubrirá que son parte del mecanismo de un autómata. 

La película es un juego de imposturas y verdades que se inscribe en otro juego, el de la seducción y la intriga. 
La metáfora de toda ella es ese autómata que poco a poco va tomando cuerpo, encajando las piezas de la atracción y el misterio con los engranajes del engaño y las emociones genuinas: "En una falsificación siempre hay una pincelada auténtica." Se repite varias veces en la película.

La idea del fraude en el arte juguetea con la falsedad en la vida. Ambos planos se multiplican con un resultado fatídico. Para vencer su incertidumbre con las mujeres, Virgil pregunta a un empleado y éste le responde: "Vivir con una mujer es como las subastas, nunca sabes si tu propuesta va a ser la mejor."

Tornatore también firma el guión. Ha declarado que deseaba hacer una película de cine negro pero sin policías ni matones. Yo creo que lo ha conseguido. Rodada con un pulso excelente, Virgil nos hace prisioneros de su aventura. La evolución dramática de las escenas es muy precisa y la resolución magistral. Los cambios que se producen en Virgil, desde la soberbia inicial hasta el dolorido hombre final, están trazados con sentimiento e inteligencia.















En un artículo que señala la inanidad de las artes contemporáneas, mi siempre admirado Vicente Verdú hace un despreciativo resumen de la cinta, un simple "juego que juega con el juego de jugar", para denostar el vacío conceptual de la misma. Pero aunque es cierto que a veces se le ve la arquitectura, yo creo que el juego no es fútil si a través de él asoma el alma.

Quizás se desaprovechan dos elementos que concitan el misterio, la enana que espía la villa desde una cafetería sin dejar de recitar series de números y el propio autómata. Pero aún como meros accesorios, rinden su óbolo a una película resplandeciente.

Ya con La Desconocida, Tornatore había dado un giro más potente y oscuro a su filmografía que esta nueva cinta no hace sino confirmar. En ella podremos apreciar elegancia y suspense a raudales.

jueves, 11 de julio de 2013

SORTILEGIOS - de Michel de Ghelderode









La Muerte y las Máscaras.-
Extraordinario libro de cuentos con un denso ambiente fantástico. Narraciones todas en primera persona que nos participan estados febriles y mórbidos, y hasta en ocasiones burlescos, al estilo de un siniestro carnaval.

El autor escribió a un amigo: "En mi caso, el cuento tiene un valor de confesión, y quien haya leído estos relatos lo sabe todo acerca de mi alma, tan legible, tan desarmada ante el Misterio, en el umbral del universo metafísico".  
Y es verdad que en cada relato nos invita al abismo de su alma torturada. Los cronistas de estos cuentos son espectadores alucinados, agonistas que arrastran la decepción de sus romas vidas. En El diablo en Londres el encuentro tiene lugar tras pasear su hastío por el Támesis. En Sortilegios huye en un tren hasta el final de la tierra. Los protagonistas se reconocen hartos y huyendo de ellos mismos en busca de algo más. En Fuiste ahorcado leemos: 
"adiviné que aquel hombre henchido de visiones secretas era, al igual que yo, un inadaptado a quien la existencia cotidiana decepcionaba y que se movía en un mundo imaginario".
Ensor -La Muerte y las Máscaras-

La atmósfera está siempre muy lograda, sus escenarios alucinados y metafísicos actúan a veces como prisión, a veces como eco de la propia melancolía: calles ahogadas en niebla, iglesias que se hunden en el barro, jardines de profundidad insondable o plazas con reminiscencias de horcas están siempre dispuestas para estrangular el alma. 
"Llovía desde el alba. Con la humedad, mi alcoba había adquirido una fetidez de cripta y se hallaba iluminada asimismo por un verdadero fulgor de mausoleo. Yo iba enmoheciéndome, mientras contemplaba los cristales llorosos, con la sensación de que estaba absorbiendo agua por los poros y de que me iba hinchando poco a poco. Parecía que aquella lluvia fuera a ser eterna. Reinaba en torno a mí el olor de esos edificios en obras que quedan abandonados, y mi cuerpo, pues allí todo olía, exhalaba el hedor que transportan los vagabundos en sus andrajos. Mi pensamiento, semejante a un ludión, descendía lentamente bajo la presión del cielo opaco. Y aquella inexorable caída en el vacío constituía un suplicio de un horror evidente pero inexpresable. ¿Es posible imaginar que un hombre inmóvil en un cuarto pueda soportar la sensación de que su espíritu se extingue sin retorcerse o gemir o rezar? pág. 147
La escritura se apelmaza con los ambientes, resulta afiebrada. Recuerda al Poe más hiperestésico. El cuervo del "nunca jamás" se convierte aquí en una urraca que persigue al protagonista gritándole "Fuiste ahorcado". El protagonista siempre vaga, como en las pesadillas, ofuscado por la niebla, la lluvia o el barro.

En El amanuense público se unen la obsesión por una figura de museo y unas fiebres para relatar un viaje a otra dimensión. 
Ensor -Autorretrato-
El diablo en Londres, relata la búsqueda del misterio, la lucha contra el hastío: "¿Sabía usted lo que estaba haciendo esta mañana, cuando se detuvo ante mi puerta? ¿No estaba usted actuando a las órdenes de una fuerza misteriosa, pero en modo alguno infernal, cuando intentaba encontrarse con el diablo? El azar no existe y no hay nada en esta vida que no tenga un significado".
Finalmente el acceso a una experiencia dramática de la infancia, revelará el misterio.

El Jardín enfermo es el mejor ejemplo de esa prosa suntuosa y espesa que se demora en la física para acceder a la metafísica. 
"El espectáculo de esta vegetación que, con el tiempo, se ha vuelto monstruosa, no deja de producir un cierto malestar, incluso temor, no por la vida animal que pueda contener, sino por su expresión de fuerza ineluctable. La hiedra, las glicinas y los parrales libran un combate de pulpos, ahogando a los arbustos y aplastándose contra los muros. Este malestar -este temor- no procede de imaginar que la vegetación pudiera, en un arrebato de vehemencia, desbordar el jardín e invadir, como un poderosos oleaje, la casa y las alcobas, pues su anormal frondosidad queda detenida a alguna distancia de mis ventanas por una franja pavimentada, bordeada por un pretil pequeño pero suficiente para señalar el límite de un patio; mi malestar nace más bien del pensamiento de que esa masa verdosa puede y debe necesariamente esconder un misterio. Es una zona prohibida -así lo siento- y, al igual que algunos rostros se mantienen herméticos, este jardín tiene una voluntad hostil, se encierra en sí mismo." pág. 51
El coleccionista de reliquias posee la textura de un sueño y la sorpresa de un pasado que juega a lo ficticio.

En Sortilegios un desesperado busca viajar hasta el fin. "Yo huía también e intentaba recordar de qué, ¿de la policía, de una mujer, de un enemigo, del diablo? No, era más sencillamente dramático: huía de mí mismo". El final del trayecto en tren lo deja en una ciudad portuaria en pleno carnaval. Nietzsche alumbró: "lo profundo ama la máscara". Pero este viajero desprecia las máscaras que le ofrecen y se asoma al último espigón donde asiste a la llegada de un bote repleto de ánimas. 
"¿Por qué huías de la hoguera del carnaval para dirigirte a los pozos helados del suicidio? ¿No sabes que la locura nos ha sido otorgada como un auxilio y que no toda caída es siempre vergonzosa? Amigo mío, eres culpable del delito de soledad, y merecerías ser sorbido por el mar." pág 114.
Ensor -Intriga-
Robar la muerte ilustra una superstición que alguien ejecuta para salvar a un amigo.
Niebla y Sortilegios son dos paseos casi metafísicos por una tierra que se descompone y un personaje sin asideros con la realidad. 

En muchos cuentos el autor apela a la historia de su país y afloran los ecos españoles de Flandes. El Marqués de Spínola tiene un pequeño papel en Sortilegios y el relato Nuestra Señora de la Soledad, titulado así en el original, versa sobre la imagen enlutada de esta Virgen tan española en contraposición con las jubilosas brabanzonas.

Ensor - Los borrachos-
Fuiste ahorcado trata sobre las reminiscencias del pasado que cobran nueva vida.
El Olor a abeto identifica a las víctimas que ronda la Muerte; aunque en este caso, el protagonista logra sentarla para jugarse la vida al ajedrez. 
"Acariciaba con mi diestra temblorosa la superficie sublime de sesenta y cuatro casillas, el infinito evocado en el instante, en blanco y negro, preciso como una trampa, exacto como un instrumento de tortura." pág. 178

P.D.  Michel de Ghelderode nació en Bruselas en 1898. Triunfó como dramaturgo con obras como Magia Roja, Escorial, Sire Halewyn, La señorita Jair o La Farsa de los Tenebrosos. A partir de 1937 abandona el teatro y cuatro años después publica los relatos de Sortilegios. El mundo de Ghelderode siempre será el del ensueño y la pesadilla. Este libro está dedicado a Ensor, pintor de inclinación goyesca y expresionista. Su cuadro Los borrachos, ilustraría perfectamente el cuento que ocurre en la taberna La Pequeña Horca y cualquiera de sus cuadros de máscaras ilustraría el vil carnaval por el que transita el relato que titula el libro. Tanto el pintor como el escritor indagaron la expresión burlesca y esperpéntica de la condición humana. De su paleta salieron cuadros tan perturbadores como El asombro de la máscara, IntrigaMáscaras disputándose un ahorcado, Autorretrato rodeado de máscaras o La entrada de Cristo en Bruselas que representa una escena carnavalesca en la que destaca la figura de Cristo montado en un pollino.

lunes, 8 de julio de 2013

Las MUERTES CONCÉNTRICAS - De Jack London


























Serie NarracionesExtraordinarias














ade Atsheler ha muerto... ha muerto por mano propia. Decir que esto era inesperado para el reducido grupo de sus amigos, no sería la verdad; sin embargo, ni una vez siquiera, nosotros, sus íntimos, llegamos a concebir esa idea.
Antes de la perpetración del hecho, su posibilidad estaba muy lejos de nuestros pensamientos; pero cuando supimos su muerte, nos pareció que la entendíamos y que hacía tiempo la esperábamos. Esto, por análisis retrospectivo, era explicable por su gran inquietud. Escribo "gran inquietud" deliberadamente.

Joven, buen mozo, con la posición asegurada por ser la mano derecha de Eben Hale, el magnate de los tranvías, no podía quejarse de los favores de la suerte. Sin embargo, habíamos observado que su lisa frente iba cavándose en arrugas más y más hondas, como por una devoradora y creciente angustia. Habíamos visto en poco tiempo que su espeso cabello negro raleaba y se plateaba como la yerba bajo el sol de la sequía. ¿Quién de nosotros olvidaría las melancolías en que solía caer, en medio de las fiestas que, hacia el final de su vida, buscaba con más y más avidez? En tales momentos, cuando la diversión se expandía hasta desbordar, súbitamente, sin causa aparente, sus ojos perdían el brillo y se hundían, su frente y sus manos contraídas y su cara tornadiza, con espasmos de pena mental, denotaban una lucha a muerte con algún peligro desconocido.

Nunca habló del motivo de su obsesión, ni fuimos tan indiscretos como para interrogarlo. Aunque lo hubiéramos sabido, nuestra fuerza y ayuda no hubieran servido de nada. Cuando murió Eben Hale, de quien era secretario confidencial —más aún, casi hijo adoptivo y socio—, dejó del todo nuestra compañía, y no, ahora lo sé, por serle desagradable, sino porque su preocupación se hizo tal que ya no pudo responder a nuestra alegría ni encontrar ningún alivio en ella. No podíamos entender entonces la razón de todo esto. Cuando se abrió el testamento de Eben Hale, el mundo supo que Wade Atsheler era el único heredero de los muchos millones de su jefe, y que se estipulaba expresamente que esta enorme herencia se le entregara sin distingos, tropiezos ni incomodidades.

Ni una acción de compañía, ni un penique al contado, fueron legados a los parientes del muerto. Y en cuanto a su familia más cercana, una asombrosa cláusula establecía expresamente que Wade Atsheler entregaría a la esposa e hijos de Hale cualquier cantidad de dinero que a su juicio le pareciera conveniente, en el momento que quisiera. Si se hubieran producido escándalos en la familia Hale, o sus hijos fueran díscolos o irrespetuosos, habría habido alguna excusa para esta inusitada acción póstuma; pero la felicidad doméstica del difunto había sido proverbial, y era difícil encontrar progenie más sana, más pura y más sólida que sus hijos e hijas, mientras que a su esposa, quienes mejor la conocían la apodaban "Madre de los Gracos", con cariño y admiración. Inútil es decirlo, este inexplicable testamento fue el tema general por nueve días, y hubo una gran sorpresa cuando no se produjo demanda alguna.
Ayer apenas, Eben Hale entró en reposo eterno en su mausoleo. Ahora, Wade Atsheler ha muerto. La noticia apareció en los diarios de esta mañana. Acabo de recibir una carta suya, echada al correo, evidentemente, sólo una hora antes del suicidio. Esta carta que tengo a la vista es una narración, de su puño y letra, en la que intercala numerosos recortes de diarios y copias de cartas. La correspondencia original, me dice, está en manos de la policía. También me suplica divulgar la incontenible serie de tragedias con las que estuvo inocentemente relacionado, para advertir a la sociedad contra el diabólico peligro que amenaza su existencia.
Incluyo aquí el texto por entero.

Fue en agosto, 1899, después de regresar del veraneo, que recibimos la primera carta. No comprendimos entonces; no habíamos acostumbrado nuestra mente a tan tremendas posibilidades. El señor Hale abrió la carta, la leyó y la echó sobre mi escritorio, con una carcajada.
Cuando la hube recorrido, también reí, diciendo: "Es broma lúgubre, señor Hale, y de pésimo gusto." He aquí, querido John, un duplicado exacto de esa carta.
Oficina de los Sicarios de Midas, 17 de agosto, 1899. Señor Eben Hale, plutócrata.
Muy señor nuestro: Queremos obtener al contado, en la forma que usted decida, veinte millones de dólares. Le requerimos que nos pague esta suma, a nosotros o a nuestros agentes; usted notará que no especificamos tiempo, pues no deseamos apresurarlo en este detalle. Hasta puede pagarnos, si le es más fácil, en diez, quince o veinte cuotas; pero no aceptamos cuotas inferiores a un millón.Créanos, querido señor Hale, cuando decimos que emprendemos esta acción desprovistos de toda animosidad. Somos miembros del proletariado intelectual, cuyo número en creciente aumento marca con letras rojas los últimos días del siglo XIX; hemos decidido entrar en este negocio después de un completo estudio de la economía social. Nuestro plan no nos permite lanzarnos a vastas y lucrativas operaciones sin disponer de capital inicial. Hasta ahora hemos tenido bastante éxito, y esperamos que nuestras gestiones con usted resulten gratas y satisfactorias. Le rogamos que nos siga con atención mientras le explicamos nuestros puntos de vista. En la base del presente sistema social se halla el derecho de propiedad. Este derecho del individuo a detentar propiedad se funda única y enteramente, en última instancia, en la fuerza. Los caballeros de Guillermo el Conquistador dividieron y se repartieron Inglaterra con la espada desnuda. Esto es verdad para todas las potencias feudales. Con la invención del vapor y la revolución industrial vino al mundo la clase capitalista, en el sentido moderno de la palabra. Estos capitalistas o capitanes de la industria virtualmente despojaron a los descendientes de los capitanes de la guerra. La mente, y no el músculo, prima hoy en la lucha por la vida: pero esta situación también está basada en la fuerza. El cambio ha sido cualitativo. Los magnates feudales saqueaban el mundo a sangre y fuego. los magnates financieros explotan al mundo, aplicando las fuerzas económicas. La mente y no el músculo es lo que perdura, y los intelectual y comercialmente poderosos son los más aptos para sobrevivir. Nosotros, los Sicarios de Midas, no nos resignamos a ser esclavos a sueldo. Los grandes trusts y combinaciones de negocios (entre los que sobresale el que usted dirige) nos impiden levantarnos al lugar que nuestra inteligencia reclama. ¿Por qué? Porque no tenemos capital. Pertenecemos al bajo pueblo, pero con esta diferencia: nuestras mentes están entre las mejores, Y no nos traban escrúpulos éticos o sociales. Como esclavos a sueldo, trabajando de sol a sol, con vida sobria y avara no podríamos ahorrar en sesenta años —ni en veinte veces sesenta años— una suma de dinero capaz de competir con las grandes masas de capital existentes ahora. Sin embargo, entramos en la lucha. Arrojamos el guante al capital del mundo. Si éste acepta el desafío o no, igual tendrá que luchar. Señor Hale, nuestros intereses nos dictan exigir de usted veinte millones de dólares. Ya que nosotros somos considerados y le otorgamos un plazo razonable para que lleve a cabo su parte de la transacción, le rogamos que no se demore demasiado. Cuando usted se haya conformado con nuestras condiciones, inserte un anuncio conveniente en el Morning Blazer. Entonces le comunicaremos nuestro plan para transferir el capital. Es mejor que usted lo haga antes del l° de octubre. Si no es así, para demostrarle que hablamos en serio, mataremos a un hombre en esa fecha, en la calle Treinta y Nueve Este. Se tratará de un obrero, a quien ni usted ni nosotros conoceremos. Usted representa una fuerza en la sociedad moderna y nosotros otra —una nueva fuerza—. Sin odio entramos en combate. Usted es la muela superior en el molino, nosotros la inferior. La vida de ese hombre será molida por las dos, pero podrá salvarse si usted acepta nuestras condiciones a tiempo. Hubo una vez un rey maldito por el oro: su nombre está en nuestro sello oficial. Algún día, para protegernos de competidores, lo haremos registrar. 
Quedamos Ss. Ss. Ss. Los Sicarios de Midas.
Tú te preguntarás, querido John, por qué no reírnos de una comunicación tan descabellada. No podíamos dejar de admitir que la idea estaba bien concebida, pero era demasiado grotesca para que la tomáramos en serio. El señor Hale dijo que conservaría como curiosidad literaria la carta, y la metió en una casilla de su archivo. Pronto olvidamos su existencia. Y puntualmente, el 1° de octubre, el correo matutino nos trajo lo siguiente:
Oficina de los Sicarios de Midas, 1° de octubre, 1899.Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro:
Su víctima encontró su fatalidad. Hace una hora, en Treinta y Nueve Este, un obrero fue apuñalado en el corazón. Cuando usted lea esto su cuerpo yacerá en la Morgue. Vaya y contemple la obra de sus manos. El 14 de octubre, en prueba de nuestra seriedad en este asunto, y en caso de que usted no ceda, mataremos un policía en (o cerca de) la esquina de Polk y Avenida Clermont.
Muy cordialmente. Los Sicarios de Midas.
Otra vez, el señor Hale rió. Su mente estaba muy ocupada con el trato en perspectiva, con un sindicato de Chicago, sobre la venta de todos sus tranvías en aquella ciudad, así que siguió dictando a la taquígrafa, sin volver a pensar en la carta. Pero de algún modo, no sé por qué, una honda depresión me atacó. ¿Si no fuera broma? Involuntariamente busqué un diario. Allí había, como convenía a una oscura persona de las clases pobres, una mezquina docena de líneas, junto al aviso de un boticario, en un rincón:
Poco después de las cinco, esta mañana, en la calle Treinta y Nueve Este, un obrero llamado Pete Lascalle, yendo a su trabajo, recibió una puñalada en el corazón, de un agresor desconocido, que huyó. La policía no ha descubierto ningún motivo para asesinato.
¡Imposible!, fue la respuesta del señor Hale cuando le leí la noticia; pero el incidente pesó evidentemente en él, pues más tarde, el mismo día, con muchos epítetos contra su propia tontería, me pidió que comunicara el asunto a la policía. Tuve el placer de que el comisario se riera de mí, aunque me prometió que la vecindad de aquella esquina sería vigilada especialmente la noche antedicha. Así quedó la cosa, hasta que pasaron las dos semanas, y la siguiente nota nos llegó por correo:
Oficina de los Sicarios de Midas, 15 de octubre, 1899.Señor Eben Hale, Plutócrata. 
Muy señor nuestro:
Su segunda víctima cayó a su hora, según se planeó. No tenemos prisa, pero para aumentar la presión, desde ahora mataremos semanalmente. Para protegernos de las interferencias policiales, ahora le informaremos de las ejecuciones poco antes o simultáneamente al hecho. Esperando que ésta lo encuentre a usted en buena salud, somos Ss. Ss. Ss.
Los Sicarios de Midas.
Esta vez fue el señor Hale el que tomó el diario, y después de breve búsqueda, me leyó esta noticia:

UN COBARDE CRIMEN. Josep Donahue, destinado a una guardia especial en la Sección Once, fue muerto a medianoche, de un tiro en la cabeza.
La tragedia ocurrió en la esquina de Polk y Avenida Clermont, a plena luz. En verdad que nuestra sociedad es poco estable cuando los guardianes de su paz pueden ser asesinados tan abierta y alevosamente. La policía no consiguió hasta ahora el menor indicio de una pista.
Squares with concentric  circles - Kandinsky

Apenas acababa de leer, cuando llegó la policía —el comisario con dos de sus hombres, en visible alarma y seriamente perturbados—. Aunque los hechos eran tan pocos y tan sencillos hablamos mucho, repitiéndonos una y otra vez. El comisario aseguró que pronto se arreglaría todo y que los criminales serían aplastados.
Mientras tanto juzgó conveniente poner una guardia para nuestra protección personal, y una patrulla para vigilancia continua de la casa y jardines. Una semana después, a la una de la tarde, recibimos este telegrama:
Oficina de los Sicarios de Midas, 21 de octubre, 1899.Señor Eben Hale Plutócrata. 
Muy señor nuestro:
Sinceramente lamentamos que usted nos haya interpretado tan mal.Ha encontrado conveniente rodearse de guardias armados, como si fuéramos criminales comunes, capaces de asaltarlo y arrancarle por la fuerza sus veinte millones. Créanos: esto dista muchísimo de nuestra intención. Usted comprenderá, después de reflexionar un poco que su vida nos es preciosa. No tema. Por nada en el mundo le haremos daño. Es nuestra política protegerlo de todo peligro y cuidarlo usted con toda ternura. Su muerte no significa nada para nosotros. Si así no fuera, tenga seguridad de que no vacilaríamos en destruirlo. Piénselo bien, señor Hale. Cuando haya abonado nuestro precio tendrá que reducir los gastos. Desde ahora despida a sus guardias. Dentro de los diez minutos del momento en que reciba esto, una joven enfermera habrá sido estrangulada en el Parque Brentwood. El cuerpo se encontrará entre los arbustos, al borde de las senda que va hacia la izquierda del quiosco de música.
Cordialmente Los Sicarios de Midas.
En seguida el señor de Hale avisó por teléfono al comisario. Quince minutos después, éste nos comunicó que el cadáver, todavía caliente, había sido hallado en el lugar indicado. Esa noche los diarios abundaban en chillones títulos sobre Jack el estrangulador, denunciaban lo brutal del hecho y se quejaban de la laxitud policial. Nos volvimos a encerrar con el comisario, que nos rogó mantener al asunto en secreto.
El éxito, dijo, dependía del silencio.
Como tú sabes, John, el señor Hale era hombre de hierro. Rehusaba rendirse. Pero, oh John, esa fuerza ciega en la oscuridad era terrible. No podíamos luchar, ni hacer planes, ni nada, sólo contener las manos y esperar. Semana tras semana, cierta como la salida del sol, venía la notificación y la muerte de alguna persona, hombre o mujer, inocente de todo mal, pero tan muerta por nosotros como si la matáramos con nuestras propias manos. Una palabra del señor Hale, y la matanza habría cesado. Pero él endureció su corazón y esperó; sus arrugas se ahondaron, sus ojos y la boca se afirmaron en severidad, y la cara envejeció. No hay ni qué hablar de mi sufrimiento en ese tremendo período.
Encontrarás aquí las cartas y los telegramas de los Sicarios de Midas y los artículos de los diarios.
También encontrarás las cartas advirtiendo al señor Hale de ciertas maquinaciones de enemigos comerciales y manipulaciones secretas con acciones. Los Sicarios de Midas parecían tener acceso a la intimidad de los negocios y de las finanzas. Nos comunicaban informaciones que ni siquiera nuestros agentes conseguían.
Una nota de ellos, en el momento crítico de un trato, ahorró al señor Hale cinco millones. En otra ocasión nos mandaron un telegrama que impidió que un anarquista exaltado quitara la vida a mi jefe. Capturamos al hombre en cuanto llegó y lo entregamos a la policía, que le encontró encima un poderoso y nuevo explosivo como para hundir un barco de guerra.
Persistimos. El señor Hale estaba resuelto a todo. Desembolsaba a razón de cien mil dólares semanales en servicio secreto. La ayuda de Pinkerton, de Holmes y de un sinnúmero de agencias particulares fue requerida; miles de hombres figuraban en nuestras listas de pago. Nuestros pesquisas pululaban por doquier, con todos los disfraces, investigando todas las clases sociales. Seguían millares de claves y pistas; centenares de sospechosos eran detenidos; y miles de otros sospechosos eran vigilados; nada tangible salió a luz. Para sus comunicaciones, los Sicarios de Midas cambiaban continuamente el método de envío.
Cada mensajero que mandaban era arrestado de inmediato. Pero siempre éstos demostraban ser inocentes, mientras que sus descripciones de las personas que los enviaban nunca coincidían. El 31 de diciembre nos notificaron:
Oficina de los Sicarios de Midas, 31 de diciembre, 1899.Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro:
Siguiendo nuestra política —nos halaga que usted ya esté versado en ella— nos permitimos comunicarle que daremos un pasaporte, desde este Valle de Lágrimas, al comisario Bying, con quien, a causa de nuestras atenciones, usted llegó a relaciones tan estrechas. Acostumbra estar en su oficina a esta hora. Mientras usted lee esta carta, respira él su último aliento.
Cordialmente. Los Sicarios de Midas.
Corrí al teléfono. Grande fue mi alivio cuando oí la simpática voz del comisario. Pero, mientras hablaba aún, su voz en el receptor terminó con un estertor, y oí, apenas, la caída de su cuerpo. Luego una voz extraña me dio los saludos de los Sicarios de Midas, y cortó.
Pedí con la oficina pública, para que socorrieran al comisario. Pocos minutos después supe que lo habían encontrado bañado en su propia sangre, y muriendo. No había testigos; no se encontraron huellas del asesino.
En consecuencia, el señor Hale aumentó de inmediato su servicio secreto hasta que un cuarto de millón fluía por sus arcas por semana. Estaba resuelto a ganar. Las recompensas ofrecidas llegaban a sumar más de diez millones de dólares. Tienes aquí una idea clara de sus recursos y de cómo los usaba sin tasa. Decía que luchaba por un principio.
Hay que admitir que sus actos probaban la nobleza de sus motivos. Los departamentos de policía de todas las grandes ciudades cooperaban con él, y aun el gobierno de los Estados Unidos entró en la lucha, y el asunto se convirtió en una de las principales cuestiones de Estado. Algunos fondos nacionales se dedicaron a descubrir a los Sicarios de Midas y todo agente del gobierno estuvo atento. Pero fue en vano. Los Sicarios de Midas golpeaban sin errar en su obra inevitable. Sin embargo, aunque el señor Hale luchaba hasta la muerte, no podía lavar sus manos de la sangre que las teñía. Aunque no era, técnicamente, un asesino, aunque ningún jurado de sus iguales pudiera acusarlo, no era por eso menos causante de la muerte de cada individuo. Como dije antes, una palabra suya habría detenido la matanza. Pero rehusaba decir esa palabra. Insistía en que la sociedad estaba amenazada, que él no era tan cobarde para desertar su puesto, y que era justo que unos cuantos fueran mártires por la prosperidad de los más. Pero la sangre caía sobre su cabeza, y él se hundía cada vez más en el abatimiento y la pena. Yo también estaba abrumado con la culpa de ser cómplice. Niños eran asesinados sin piedad, y mujeres y ancianos; y no sólo eran locales estos crímenes, sino que se distribuían por todo el país. A mitad de febrero, una noche, mientras estábamos en la biblioteca, golpearon a la puerta con violencia. Respondí yo, encontrando sobre la alfombra del comedor esta misiva:
Oficina de los Sicarios de Midas, 15 de febrero, 1900.Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro:
¿No llora su alma por la roja cosecha que recoge? Quizás hemos sido demasiado abstractos en el manejo de nuestro negocio. Seamos ahora concretos. Miss Adelaide Laidlaw es una joven de talento, tan bondadosa, entendemos, como bella. Es la hija de su viejo amigo, el juez Laidlaw, y sabemos que usted la llevó en sus brazos cuando niña. Es la amiga más íntima de su hija y ahora está visitándola. Cuando usted lea esto, la visita habrá terminado.
Muy cordialmente. Los Sicarios de Midas.
Al instante comprendimos lo que significaba. Corrimos por la gran casa, sin hallar a la muchacha. La puerta de su departamento estaba cerrada con llave, pero la hundimos a empujones desesperados, y allí, vestida para la Opera, asfixiada con almohadones, todavía tibia y flexible, yacía casi viva. Deja que pase sobre este horror. Seguramente recordarás los relatos de los diarios.
Tarde, aquella misma noche, Eben Hale me citó, y ante Dios me juramentó solemnemente a quedarme con él y a no transigir, aunque la familia entera fuese destruida.
A la mañana siguiente me sorprendió su alegría. Yo había previsto que la tragedia última le produciría un hondo shock; pero ignoraba aún hasta que punto lo había afectado. Al otro día lo encontramos muerto en su cama, con una pacífica sonrisa en su rostro devastado por la congoja. Murió asfixiado. Con la connivencia de las autoridades se comunicó al mundo que se trataba de un ataque al corazón. Creímos juicioso ocultar la verdad.
Apenas dejé esa cámara de muerte, cuando —pero demasiado tarde— recibí la carta siguiente:
Oficina de los Sicarios de Midas, 17 de febrero, 1900.Señor Eben Hale, plutócrata. 
Muy señor nuestro:
Usted perdonará nuestra intrusión, tan poco después del triste evento de anteayer; pero lo que deseamos decirle puede ser de grandísima importancia para usted. Se nos ocurre que usted pueda intentar escapársenos. No hay sino un camino, en apariencia, como usted sin duda lo habrá descubierto. Pero queremos informarles que aún este único camino le está cerrado. Usted puede morir, pero reconociendo su fracaso. Tome nota de esto: Somos parte y porción de sus posesiones. Con sus millones pasamos a ser sus herederos y cesionarios para siempre. Somos lo inevitable. Somos la culminación de la injusticia industrial y social. Nos volvemos contra la sociedad que nos creó. Somos los fracasos triunfantes, los azotes de una civilización degradada. Somos las criaturas de una perversa selección social; combatimos a la fuerza con la fuerza. Sólo los fuertes perdurarán. Creemos en la supervivencia de los más aptos. Habéis hundido en la miseria a vuestros esclavos a sueldo y habéis sobrevivido. Los capitanes de guerra, a vuestras órdenes, fusilaron como a perros a vuestros obreros en tantas huelgas sangrientas. Por tales medios habéis durado. No nos quejamos del resultado, porque reconocemos y tenemos nuestro ser en la misma ley natural. Ahora surge la cuestión: Bajo el presente medio social, ¿Quién de nosotros sobrevivirá? Creemos ser los más aptos. Vosotros creéis ser los más aptos. Dejamos la eventualidad al tiempo y a Dios.
Cordialmente. Los Sicarios de Midas.
John, ¿te sorprendes ahora de que yo haya huido de placeres y amigos? Pero, ¿para qué explicar? Este relato aclarará todo. Hace tres semanas murió Adelaide Laidlaw. Desde entonces aguardé con esperanza y miedo. Ayer se abrió el testamento y se hizo público.
Hoy fui notificado que una mujer de clase media sería muerta en el Parque Puerta de Oro, en el lejano San Francisco. Los diarios de esta noche dan los detalles del crimen, que corresponden a los que yo conocía.
Es inútil. No puedo luchar contra lo inevitable. He sido leal al señor Hale y trabajé duro. Por qué mi lealtad se premia así, no entiendo. Sin embargo, no puedo faltar a la confianza puesta en mí, ni a la palabra dada. Ahora legué los muchos millones que recibí a sus poseedores legítimos. Que los robustos hijos de Eben Hale obren su propia salvación. Antes que leas esto, habré muerto. Los Sicarios de Midas son todopoderosos. La policía es impotente. Supe por ella que otros millonarios han sido multados y perseguidos del mismo modo. ¿Cuántos?, no se sabe, pues si uno cede a los Sicarios de Midas, su boca queda sellada. Los que no cedieron aún, están recogiendo su cosecha escarlata. El torvo juego sigue hasta el fin. El Gobierno Federal no puede hacer nada. También entiendo que organizaciones similares han hecho su aparición en Europa.
La sociedad está sacudida hasta sus cimientos. En vez de las masas contra las clases, es una clase contra las clases. Nosotros, los guardianes del progreso humano, somos elegidos y golpeados. La ley y el orden han fracasado. Las autoridades me suplicaron que guardara este secreto. Lo hice, pero ya no puedo callarlo. Se ha transformado en cuestión de importancia pública, llena de tremendos peligros y consecuencias, y mi deber es informar al mundo, antes de abandonarlo.

Tú, John, por mi último pedido, publica esto. No temas. El destino de la humanidad está ahora en tus manos. Que la prensa tire millones de ejemplares, que la electricidad lo difunda por el mundo, que donde los hombres se encuentren y hablen, hablen de ello temblando de terror. Y entonces, cuando estén bien despiertos, que la sociedad se alce con toda su potencia y arroje de sí esta abominación.
Tuyo, en largo adiós:
Wade Atsheler.


                                    Título original: "The Minions of Midas" (1901), de Jack London. 
                                    Tradución de Jorge Luis Borges