jueves, 22 de agosto de 2013

Munich

de Steven Spielberg









Es la película menos Spielberg de Spielberg, por lo menos en dos sentidos, sobriedad y oscuridad. El plano sólo se abre cuando algo palpita en su interior, sea una ejecución o una duda. La música sólo suena como transición. La intensidad de cada escena es inusitada. La oscuridad se va enseñoreando del relato y del alma del protagonista que comienza como un aburrido agente próximo a ser padre y acaba aterrorizado durmiendo en un armario.

El 5 de Septiembre del 72, durante la celebración de los Juegos Olímpicos en Múnich, el grupo terrorista Septiembre Negro asesinó a dos atletas israelíes  en la Villa Olímpica y tomaron como rehenes a nueve más para exigir la liberación de 234 palestinos, presos en cárceles israelíes. En el intento de liberación murieron cinco de los ocho terroristas y todos los rehenes. Golda Meir, primera ministra israelí, dio luz verde a la Operación Ira de Dios: un comando se encargaría de una estricta venganza: once por once, se eliminaría a todos los que participaron de algún modo en la matanza de los atletas israelíes. 

Aquí está el quid de la película, en el terrorismo de estado. Cuando Golda Meir está decidiendo la operación, su Estado Mayor le recuerda que ya han atacado campos de entrenamiento palestinos y que han matado a más de cien musulmanes. Ella responde que nada de eso ha sido noticia, que ha ocurrido en lugares remotos y secretos:  "no se trata de venganza, sino de cómo se percibe esa venganza". Si hay un asesinato en París o una bomba en Holanda, el mensaje llegará: Todo el mundo debe saber que matar judíos puede salir caro.

Sarcásticamente, un miembro del comando reconocerá posteriormente que matar musulmanes también sale muy caro puesto que han gastado varios millones de dólares sin haber llegado al ecuador de la misión.
Posteriormente escucharemos otro sarcasmo cuando los musulmanes responden con nuevos atentados. Alguien lo define con un "estamos dialogando".

La puesta en escena es de lo mejor de la película, muy convincente. Las grabaciones de televisión originales nos trasladan a la realidad de los setenta. Del mismo modo, Spielberg no edulcora o escamotea los hechos, sino que los muestra en toda su crudeza.

Tiene un gran acierto a la hora de ficcionalizar la historia reciente y lo logra en base a dos circunstancias. Una es elaborar un denso hilo conductor de la trama, el jefe del comando interpretado por Eric Bana. Otra es la participación de un informador secreto, Louis, para identificar y situar a los blancos a batir. Este informador pertenece a una familia muy particular.

Su patriarca lo interpreta el gran Michael Lonsdale, antiguo miembro de la resistencia francesa y cuya filosofía es no tratar con gobiernos: "Luchamos para expulsar el oprobio de Vichy y vino el oprobio de De Gaulle. Luchamos contra el oprobio nazi para que viniese el oprobio de Rusia y Estados Unidos".

La película subraya en un par de escenas un profundo debate moral. A la ya señalada de Golda Meir sobre la venganza significativa, se añade otra un tanto grotesca, cuando el grupo acude a un piso franco donde coinciden con todo tipo de terroristas internacionales como palestinos, israelíes, etarras, I.R.A, etc. Allí conversa Avner con un palestino, quien le muestra la diferencia entre todos ellos: Los demás tienen su patria, su nación, mientras que los palestinos no, por eso lucharán hasta la última gota de sangre.

Quizás el mejor puñetazo al hígado del terrorismo de estado lo da un miembro del comando que empieza a plantearse si lo que hacen es correcto: "soportar el odio durante miles de años no nos hace decentes". Ataca la convención de que un pueblo tan perseguido como el de Israel esté legitimado para hacer cualquier barbaridad.

Al estar contada desde el punto de vista del comando israelí y asistir a sus dudas, parecería que los humaniza dejando de lado a los palestinos. Pero no cabe duda; el alegato es contundente contra el ojo por ojo y el terrorismo de estado. Los magníficos guionistas Eric Roth y Tony Kushner se basaron en la controvertida novela "Vengeance" de George Jonas y cuando Spielberg anunció su rodaje, la comunidad judía estadounidense lo tildó de traidor y mentiroso. El director demostró valor y ecuanimidad a la hora de retratar la barbarie del terrorismo provenga de quien provenga.














Las deshumanización del terrorista también está magistralmente punteada. Se nos presenta a Avner durante un amoroso acto sexual con su mujer embarazada. Aún no ha aceptado la misión. En una escena final volvemos a verlos en la cama y Avner ya no es el mismo. En su cabeza rebotan escenas de crímenes y odio.
Ya se lo adelanta su mujer al principio de sus ausencias: "Tu madre te abandonó en un kibuth y ahora piensas que Israel es tu madre".
El odio esclaviza. Uno del comando relata la historia de un terrorista que después de muchos atentados ya no se fiaba de nadie y dormía en el armario. Avner lo acaba haciendo.

Su conversación final con el contacto del Mosad es reveladora:
"-¿Hemos conseguido algo? A cada hombre que matamos le ha sustituido otro peor.
-Por qué cortarnos las uñas si volverán a crecer...
-Matamos para cambiar a los líderes terroristas o para cambiar a los líderes palestinos ¡Dígame qué hemos hecho!
-Los mataste por un país que decidiste abandonar,  por el país que tus padres construyeron, en el que tú naciste,  por lo de Munich, por el futuro, por la paz.
-No habrá paz al final de este camino por mucho que lo crea usted y sabe que es verdad."
Efectivamente. Avner quiere cerrar la conversación invitándolo a cenar, pero Efraim se niega. O con nosotros o contra nosotros, parece decirle. Un contumaz sectarismo que augura un negro futuro. En el plano final la cámara abandona a Avner y nos ofrece una panorámica de Nueva York con las Torres Gemelas al fondo. 

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