jueves, 11 de julio de 2013

SORTILEGIOS - de Michel de Ghelderode









La Muerte y las Máscaras.-
Extraordinario libro de cuentos con un denso ambiente fantástico. Narraciones todas en primera persona que nos participan estados febriles y mórbidos, y hasta en ocasiones burlescos, al estilo de un siniestro carnaval.

El autor escribió a un amigo: "En mi caso, el cuento tiene un valor de confesión, y quien haya leído estos relatos lo sabe todo acerca de mi alma, tan legible, tan desarmada ante el Misterio, en el umbral del universo metafísico".  
Y es verdad que en cada relato nos invita al abismo de su alma torturada. Los cronistas de estos cuentos son espectadores alucinados, agonistas que arrastran la decepción de sus romas vidas. En El diablo en Londres el encuentro tiene lugar tras pasear su hastío por el Támesis. En Sortilegios huye en un tren hasta el final de la tierra. Los protagonistas se reconocen hartos y huyendo de ellos mismos en busca de algo más. En Fuiste ahorcado leemos: 
"adiviné que aquel hombre henchido de visiones secretas era, al igual que yo, un inadaptado a quien la existencia cotidiana decepcionaba y que se movía en un mundo imaginario".
Ensor -La Muerte y las Máscaras-

La atmósfera está siempre muy lograda, sus escenarios alucinados y metafísicos actúan a veces como prisión, a veces como eco de la propia melancolía: calles ahogadas en niebla, iglesias que se hunden en el barro, jardines de profundidad insondable o plazas con reminiscencias de horcas están siempre dispuestas para estrangular el alma. 
"Llovía desde el alba. Con la humedad, mi alcoba había adquirido una fetidez de cripta y se hallaba iluminada asimismo por un verdadero fulgor de mausoleo. Yo iba enmoheciéndome, mientras contemplaba los cristales llorosos, con la sensación de que estaba absorbiendo agua por los poros y de que me iba hinchando poco a poco. Parecía que aquella lluvia fuera a ser eterna. Reinaba en torno a mí el olor de esos edificios en obras que quedan abandonados, y mi cuerpo, pues allí todo olía, exhalaba el hedor que transportan los vagabundos en sus andrajos. Mi pensamiento, semejante a un ludión, descendía lentamente bajo la presión del cielo opaco. Y aquella inexorable caída en el vacío constituía un suplicio de un horror evidente pero inexpresable. ¿Es posible imaginar que un hombre inmóvil en un cuarto pueda soportar la sensación de que su espíritu se extingue sin retorcerse o gemir o rezar? pág. 147
La escritura se apelmaza con los ambientes, resulta afiebrada. Recuerda al Poe más hiperestésico. El cuervo del "nunca jamás" se convierte aquí en una urraca que persigue al protagonista gritándole "Fuiste ahorcado". El protagonista siempre vaga, como en las pesadillas, ofuscado por la niebla, la lluvia o el barro.

En El amanuense público se unen la obsesión por una figura de museo y unas fiebres para relatar un viaje a otra dimensión. 
Ensor -Autorretrato-
El diablo en Londres, relata la búsqueda del misterio, la lucha contra el hastío: "¿Sabía usted lo que estaba haciendo esta mañana, cuando se detuvo ante mi puerta? ¿No estaba usted actuando a las órdenes de una fuerza misteriosa, pero en modo alguno infernal, cuando intentaba encontrarse con el diablo? El azar no existe y no hay nada en esta vida que no tenga un significado".
Finalmente el acceso a una experiencia dramática de la infancia, revelará el misterio.

El Jardín enfermo es el mejor ejemplo de esa prosa suntuosa y espesa que se demora en la física para acceder a la metafísica. 
"El espectáculo de esta vegetación que, con el tiempo, se ha vuelto monstruosa, no deja de producir un cierto malestar, incluso temor, no por la vida animal que pueda contener, sino por su expresión de fuerza ineluctable. La hiedra, las glicinas y los parrales libran un combate de pulpos, ahogando a los arbustos y aplastándose contra los muros. Este malestar -este temor- no procede de imaginar que la vegetación pudiera, en un arrebato de vehemencia, desbordar el jardín e invadir, como un poderosos oleaje, la casa y las alcobas, pues su anormal frondosidad queda detenida a alguna distancia de mis ventanas por una franja pavimentada, bordeada por un pretil pequeño pero suficiente para señalar el límite de un patio; mi malestar nace más bien del pensamiento de que esa masa verdosa puede y debe necesariamente esconder un misterio. Es una zona prohibida -así lo siento- y, al igual que algunos rostros se mantienen herméticos, este jardín tiene una voluntad hostil, se encierra en sí mismo." pág. 51
El coleccionista de reliquias posee la textura de un sueño y la sorpresa de un pasado que juega a lo ficticio.

En Sortilegios un desesperado busca viajar hasta el fin. "Yo huía también e intentaba recordar de qué, ¿de la policía, de una mujer, de un enemigo, del diablo? No, era más sencillamente dramático: huía de mí mismo". El final del trayecto en tren lo deja en una ciudad portuaria en pleno carnaval. Nietzsche alumbró: "lo profundo ama la máscara". Pero este viajero desprecia las máscaras que le ofrecen y se asoma al último espigón donde asiste a la llegada de un bote repleto de ánimas. 
"¿Por qué huías de la hoguera del carnaval para dirigirte a los pozos helados del suicidio? ¿No sabes que la locura nos ha sido otorgada como un auxilio y que no toda caída es siempre vergonzosa? Amigo mío, eres culpable del delito de soledad, y merecerías ser sorbido por el mar." pág 114.
Ensor -Intriga-
Robar la muerte ilustra una superstición que alguien ejecuta para salvar a un amigo.
Niebla y Sortilegios son dos paseos casi metafísicos por una tierra que se descompone y un personaje sin asideros con la realidad. 

En muchos cuentos el autor apela a la historia de su país y afloran los ecos españoles de Flandes. El Marqués de Spínola tiene un pequeño papel en Sortilegios y el relato Nuestra Señora de la Soledad, titulado así en el original, versa sobre la imagen enlutada de esta Virgen tan española en contraposición con las jubilosas brabanzonas.

Ensor - Los borrachos-
Fuiste ahorcado trata sobre las reminiscencias del pasado que cobran nueva vida.
El Olor a abeto identifica a las víctimas que ronda la Muerte; aunque en este caso, el protagonista logra sentarla para jugarse la vida al ajedrez. 
"Acariciaba con mi diestra temblorosa la superficie sublime de sesenta y cuatro casillas, el infinito evocado en el instante, en blanco y negro, preciso como una trampa, exacto como un instrumento de tortura." pág. 178

P.D.  Michel de Ghelderode nació en Bruselas en 1898. Triunfó como dramaturgo con obras como Magia Roja, Escorial, Sire Halewyn, La señorita Jair o La Farsa de los Tenebrosos. A partir de 1937 abandona el teatro y cuatro años después publica los relatos de Sortilegios. El mundo de Ghelderode siempre será el del ensueño y la pesadilla. Este libro está dedicado a Ensor, pintor de inclinación goyesca y expresionista. Su cuadro Los borrachos, ilustraría perfectamente el cuento que ocurre en la taberna La Pequeña Horca y cualquiera de sus cuadros de máscaras ilustraría el vil carnaval por el que transita el relato que titula el libro. Tanto el pintor como el escritor indagaron la expresión burlesca y esperpéntica de la condición humana. De su paleta salieron cuadros tan perturbadores como El asombro de la máscara, IntrigaMáscaras disputándose un ahorcado, Autorretrato rodeado de máscaras o La entrada de Cristo en Bruselas que representa una escena carnavalesca en la que destaca la figura de Cristo montado en un pollino.

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