martes, 16 de abril de 2013

Anna Karenina

de  Joe Wright



Arriesgada producción que resulta tan fastuosa como apasionada, tan desequilibrada como elegante, tan artificiosa como visualmente espectacular.

Y es que el novelón de Tolstoi no es muy cinematográfico que se diga (al contrario que muchas novelas actuales atacadas por ese cáncer). La novela presenta dos historias, la de Anna Karenina casada con un funcionario de alto rango pero que se enamora apasionadamente del conde Vronski y la de Konstantin Levin, joven terrateniente que busca esposa en la ciudad. 
Estas dos historias que se contraponen, (los convencionalismos y la hipocresía de la ciudad por un lado y la sencillez y el humanismo del campo por otro), sumado a las abundantes reflexiones que penetran la psicología de los personajes y su filosofía vital, te obliga a elegir. Joe Wright -con dos muy buenas adaptaciones literarias a sus espaldas- y el reconocido dramaturgo Tom Stoppard, eligen la estilización escenográfica por un lado y la condensación amorosa por otro.














Dejan que sea el espacio de un teatro el que represente la tumultuosa ciudad: patio de butacas, escenario, bambalinas y tramoyas conforman casas, calles y salones sin que falte una estación de tren y hasta un hipódromo con carrera de caballos. Todo es metáfora. El teatro es una convención y la sociedad donde transcurre Anna Karenina también.

La propuesta me parece seductora. Al fin y al cabo todos vivimos en un teatro. Y más en la época que retrató Tolstoi, férrea en sus normas e impermeable en sus clases.

Por otra parte la historia de Levin en el campo sirve de contrapunto tanto en el aspecto psicológico del personaje (él busca la plenitud a través de una vida sencilla) como en la escenografía. De modo que la cámara lo sigue hasta su granja y el director nos vuelve a embelesar con unos paisajes y una fotografía maravillosos como ya hiciera en Orgullo y Prejuicio.


La propuesta es arriesgada pero el resultado lo agradece. La realización brilla a gran altura. El artificio acepta el juego del amor y además Keira Knightley está magnífica. Su pasión y dulzura nos arrastra a un melodrama a borbotones que cojea simplemente por la falta de química con su pareja, Aaron Taylor-Johnson.

La elegancia de la puesta en escena nos acerca al choque inevitable entre el torbellino de la pasión amorosa y la condena social. Finalmente la maquinaria escenográfica es sólo eso, un escenario que se resume en su escena cumbre, con Anna Karenina en el palco del teatro, vituperada en silencio por toda la concurrencia. 













El elenco de secundarios es lujoso como en toda producción británica que se precie. Jude Law está en su sitio como el rígido pero enamorado Alexei Karenin. Matthew Macfadyen compone un hermano de Anna mundano y voluptuoso. Domhnall Gleeson se presenta como un trémulo Konstantin Levin, persona cálida e idealista que suspira por Kitty (Alicia Vikander). Ella sufrirá un desengaño, y comprendiendo la fatuidad de la vida social se integrará en la granja de su marido Levin, desempeñándose con gran humildad. El retrato de este otro tipo de vida es luminoso.

Hay destellos de verdadero talento en las escenas de desesperación y volubilidad de Anna; tanto como en las escenas campestres de Levin, verdadero alter ego de Tolstoi. El contrapunto está servido entre lo urbano y la naturaleza, entre la afectación y la humildad, entre las normas y la libertad. 

Lucen especialmente el vestuario (ganador del Oscar), la fotografía y la música.

Wright ha demostrado tener una mirada propia. Su debut con Orgullo y Prejuicio nos demostró empaque y sutileza. Desde entonces una montaña rusa. Gran adaptación literaria de una novela de Ian McEwanExpiación. Un experimento de cambio de registro en Hanna, un thriller que resultó atractivo y desconcertante a partes iguales. Y ahora vuelve por sus fueros en una película de indudable atractivo. 

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