sábado, 29 de diciembre de 2012

Los miserables

-Les Misérables-
de Tom Hooper





Salgo de la sala y he de decir que me ha gustado lo que he visto y hasta en un par de momentos me ha emocionado. Pero no creo haber visto una película sino un conjunto de números musicales con poco más aderezo.

Se tendría que haber titulado Los Miserables -el musical-,  porque esto lo condiciona todo, incluso el propio concepto de la película. Prácticamente la totalidad de la cinta es cantada y en el primer cuarto de película eso importa poco porque existe una narración: el deambular de Jean Valjean estigmatizado por su libertad condicional. Pero a partir de su decisión de romper con su nombre y su pasado, la narración se evapora y sólo queda un conjunto de espléndidas interpretaciones.


El guionista William Nicholson no ha dado con la tecla para aunar un gran musical ya contrastado y una monumental novela. Las muertes de Fantine y Javert ocurren con una brusquedad excesiva, la historia de amor entre Colette y Marius es demasiado convencional y no aporta nada a la película. Incluso la revuelta de las barricadas aparece como una isla no muy bien integrada en la cinta.

En el debe del director está su extraña forma de rodar. Ya desde su premiada El discurso del Rey nos demostró su abuso de los grandes angulares. A ello se añade la excesiva cantidad de primeros planos cuando cantan como único recurso cinematográfico y los recorridos de la cámara sobre París que remedan pobremente los de Moulin Rouge

Quedan las canciones y sus intérpretes, que son magníficos. Asistimos con placer a canciones tan famosas como I dreamed e dream, Look down, Stars, On my own, Do you hear the people sing?   One day more

Russell Crowe es para mí una agradable sorpresa del mismo modo que lo fue Richard Gere en Chicago. Su prestancia y su voz me convencen. La escena en que interpreta Stars caminando sobre el alero del edificio de la Gendarmerie frente a Notre-Dame tiene toda la consistencia de las pétreas convicciones de Javert sobre la Justicia y Dios. De  Hugh Jackman ya conocemos su ductilidad para encarnar un lobo, un conde o un bailarín. Anne Hataway permanecerá indeleble en la memoria de cualquiera que vea la película. 

Rememoro dos momentos de un intenso dramatismo. Fantine interpretando su I dreamed a dream resulta desgarradora, así como Valjean retorciéndose en su Who am I?


Otra escena brilla en mi memoria gracias a sus ladinos intérpretes, Sacha Baron Cohen y Helena Bonhan Carter. Mientras deambulan por el mesón desplumando a diestro y siniestro nos ofrecen su interpretación de The Master of The House
No quiero dejar de nombrar la deliciosa interpretación que Daniel Huttlestone hace de Gavroche, el niño que da moral en las barricadas. Por su parte Samantha Barks ya interpretó con sentimiento a Eponine en el West End y el obispo es interpretado por Colm Wilkinson, el que fuera Jean Valjean en el montaje original de Londres.

Me parece la oportunidad perdida de una película grandiosa: contando con el musical como base haber acometido la adaptación de la novela. El problema de la película es que reproduce sin más el musical.

Hay emoción en algunas escenas, pero la película no explora toda la vena melodramática que hay en la historia. Entre el melodrama y el musical, el director elige sólo el musical. 
Del mismo modo respecto al contexto histórico. Es la primera mitad del siglo XIX, con la rebelión de Junio de 1830 como trasfondo político y social en una época de grandes cambios. ¡Que oportunidad haber podido hablar de los tiempos que corren hoy desde la atalaya de la inmortal novela de Victor Hugo!

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