martes, 11 de diciembre de 2012

Elefante Blanco


de Pablo Trapero


Llaman Elefante Blanco a un gigantesco hospital en construcción en el extrarradio de Buenos Aires. Después de 60 años de corruptelas la mole de hormigón (iba a ser el hospital más grande de toda América latina) se yergue como un animal canceroso. A su alrededor se hacinan más de quince mil personas que, con la ayuda de algunos curas y asistentes sociales, intentan reconducir el desatino y crear viviendas populares y centros de educación.


Todo este ecosistema nos es presentado en un estupendo plano secuencia en el que los protagonistas recorren los vericuetos de la indigencia dialogando sobre la situación y los proyectos.
El párroco de esta particular diócesis es Julián (Ricardo Darín), que en otra secuencia de gran interés -al inicio de la película- acude a la selva para rescatar al padre Nicolás. La aldea que asistía fue arrasada ante sus ojos, siendo el único superviviente. Esta introducción está contada sin diálogo, a través de unas impactantes imágenes acompañadas con música de Michael Nyman.

La calidad de Trapero también se aprecia en la secuencia en que Nicolás recupera el cuerpo de un joven muerto en una reyerta. En el laberinto de infraviviendas pululan dos mafias del narcotráfico y Nicolás acude a la guarida de la Carmelita. Regresa con el cadáver ensangrentado colgando de una carretilla por las estrechas callejuelas. 


Pero a pesar de estos valores la película no acaba de enganchar. Es una lástima que fíe todo al potencial del escenario que por sí mismo llena toda la pantalla.

Ahí están los ingredientes, el chabolismo, el narcotráfico, la pasividad y la corrupción de los estamentos oficiales... pero falta mezclarlos con sabiduría y darles el punto de sabor. La película apunta todos los temas pero no hurga en ninguno. 


Incluso las persecuciones y tiroteos entre los traficantes carecen del impacto visual de películas como Ciudad de Dios, y hasta el desenlace resulta atropellado.

A pesar de una interpretaciones muy verosímiles y sentidas, la película no hurga en los corazones. La crítica social es tibia, el poder político y eclesiástico aparece de soslayo y el drama humano del párroco enfermo o del grupo de voluntarios es meramente expositivo. Como espectadores asistimos a la proyección desenganchados de sus emociones.



La película rinde homenaje a la memoria del Padre  Múgica,  asesinado en 1974 y cuyo crimen aún no se ha esclarecido. Pero también y en general es un canto al compromiso de los curas villeros, aquellos que trabajan en las villas, zonas depauperadas y marginales de Buenos Aires. Una de las máximas del padre Múgica es citada por los sacerdotes protagonistas como su guía: "Sueño con morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos".

Pablo Trapero acumula una pequeña pero consistente cinematografía -El bonaerense, Leonera y Carancho además de la actual- donde demuestra su inclinación apasionada hacia el hombre común y los problemas sociales; aunque a esta última le falte una mayor hondura en sus propuestas y hasta un poco de mala leche. 

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