lunes, 22 de octubre de 2012

Blancanieves

de Pablo Berger



Extraordinaria película que conjunta acertadamente el cuento clásico de los hermanos Grimm,  la historia de una huérfana en la España de los años 20 y el formato de una película muda en Blanco y Negro.

El engarce de la historia clásica con la de una huérfana que es alejada de su padre torero por la malvada madrastra es modélico. En ningún momento está forzado y su evolución dramática roza la perfección.  La madrastra, la huida, los enanitos toreros y hasta la manzana dotan a una historia de raíz muy española de un aliento universal. Aquí encontramos a Blancanieves, pero también a Cenicienta e incluso La Parada de los Monstruos, el clásico de Tod Browning.


El trabajo es sobretodo un reto estético resuelto con brillantez. El propio director revela el origen de su obra: hace 25 años en el Festival de Cine de San Sebastián asistió a la proyección de Avaricia (1924) de Erich von Stroheim. La proyección incluía una orquesta sinfónica en directo. El impacto sensorial y emotivo que supuso aquella experiencia añadido a la visión, años después, de unas fotografías de Cristina García Rodero sobre los enanos toreros determinaron su proyecto.


La película resulta fascinante por su poderío visual. El relato está medido como una partitura. La duración de cada plano, la estructura de la secuencia  hace que el ritmo narrativo sea envidiable. Sin rancios manierismos ni esteticismos de saldo la película cobra peso gracias exclusivamente a su calidad. El momento cumbre de la película -cuando la joven recupera la memoria justo en medio de una faena taurina- te hace vibrar con un estremecimiento. La apuesta del director parece clara, lograr la emoción a través de unos elementos muy escuetos: imágenes mudas en blanco y negro. Estoy seguro de que a muchas películas les beneficiaría recortar diálogos inanes y centrarse más en la narración visual. 

Además la película está coronada por actrices de tres generaciones que lo bordan. Ángela Molina, Macarena García y Maribel Verdú enaltecen la función transmitiendo emociones en banda ancha. La última luce enorme componiendo una madrastra estilizada cuya simple mirada o leve rictus denota pleno dramatismo. La cámara asimismo ha sabido acercarse al toro y al torero sin trampa y las escenas en el coso poseen una fuerza como pocas veces se ha visto. 


Ahora bien, me asalta la misma duda que cuando vi The Artist. La obra es magnífica, pero ¿la forma ha de condicionar el fondo?. Cuando compones una obra muda y en b/n,  ¿la historia y la época ha de referirse a la misma época del cine mudo? Yo creo que lo que ambas películas reafirman es su amor al cine y a sus pioneros; pero no quisiera echar en saco roto la apuesta por una narración propiamente cinematográfica, basada en imágenes. Las primeras partes de Wall-e y de Up ya nos maravillaron  con unas secuencias mudas portentosas. Creo que ese es el envite, el gusto por el cine más esencial, donde la historia y las emociones que suscita están por encima del ruido y la parafernalia. 

Para nota es la fotografía de Kiko de la Rica y la música de Alfonso Vilallonga, habitual colaborador de Isabel Coixet.

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